Nuevos relatos publicados: 9

Mi compañero de la facultad

  • 9
  • 17.034
  • 9,14 (7 Val.)
  • 0

BIBLIOTECA

 

Siempre me gustó estudiar en la biblioteca de mi facultad porque allí encontraba el ambiente propicio para obtener la concentración que necesitaba para estudiar. De otra forma, en el piso de estudiantes que compartía con otros dos chicos estoy seguro de que no aprobaría ni una de las asignaturas que componían la titulación de Derecho que pretendía realizar. Mis dos compañeros, ambos absolutamente heteros, eran muy aficionados a las cartas, a salir de noche y dormir de día; yo prefería, en cambio, dedicarme a mis estudios, principalmente, aunque también salía de vez en cuando.

El caso es que en la biblioteca, en general, me concentraba, a menos que los chicos más guapos de la facultad se paseasen por delante de mis ojos de aquí para allá, en cuyo caso, los despistes eran continuos. En una de esas ocasiones en que levanté la vista para contemplar al personal, mis ojos se cruzaron con unos negros absolutamente embriagadores, que se quedaron por un momento fijos en los míos. Pertenecían a un chico en el que no había reparado antes (me extrañé por ello, porque no solía escapárseme un ejemplar como aquel). De todas formas, la mirada solo duró un par de segundos, y su dueño se sentó unos puestos más allá y se puso a estudiar. Cada cierto tiempo yo le miraba; era un poco más alto que yo (mido 1.75) y también delgado. Pero él nada. Esto me provocó cierta desilusión, creí que aquella mirada había significado algo, pero me temí que hubiera sido una falsa alarma, como tantas.

Al día siguiente volví a verle por allí, pero en principio no pasó nada. Pero unos días más tarde, cuando el protagonista de mis fantasías eróticas entró a la biblioteca, vino directo hacia mí. El corazón se me puso a mil y al llegar a mi lado me preguntó:

-Tú eres Mario, verdad?.

Dios, me ha hablado. A ver si la suerte me va a sonreir esta vez...

-Hola, soy Mario, sí, pero a ti no te conozco, no?.

-No, verás. Supongo que sabes quién es María, una chica de clase a la que dejaste tus apuntes de Derecho Constitucional.

-Si. El caso es que mucha gente me pide los apuntes, y algunos incluso sacan mejores notas que yo gracias a ellos –respondí yo, dejando ver cierta ironía en mis palabras-.

-Jejeje. Hombre, eso será porque son buenos. María me prestó los suyos para fotocopiar y son buenos. Supogo que no te importa. Y lo espero, francamente, porque quería pedirte que me pasases los temas 5 y 6.

Así que era eso, solo quería mis apuntes.

-No hay problema... (supongo que notó cierta decepción en mi cara) mañana te los traigo, si quieres.

Así lo decidimos, y para devolvérmelos, acordamos que me pasase por su casa, puesto que vivía muy cerca del campus y a mí me quedaba de camino. Me pasé por alli después de clase, al día siguiente, a las 7 y pico de la tarde. Cuando Pablo me abrió la puerta (supe como se llamaba cuando nos despedimos el día anterior)llevaba puesto únicamente un pantalón de deporte corto y una camiseta sin mangas. La verdad es que aquel mes de mayo había venido muy caluroso. Fue entonces cuando pude ver aquel impresionante cuerpo: moldeadito, sin pizca de grasa, con unas piernas y unos brazos muy velludos a pesar de los 23 añitos que tenía (igual que yo, aunque en mi caso apenas gastaba unos pelos sueltos en las piernas y casi nada en el pecho). No sé si conseguí disimular del todo mi reacción al verle, porque lo primero que me dijo después de saludarme fue:

-Hace calor, no?. Vaya tiempo tan incómodo para estudiar.

-Sí, la verdad. Es una de las razones por las que me gusta estudiar en la biblio, el fresquito que hace.

-A mí me encanta ir por la casa medio desnudo, o desnudo del todo incluso. Me hace sentir libre y muy relajado.

-Sí, debe ser una sensación agradable, aunque yo no puedo hacerlo porque comparto piso. Tú vives solo?.

Me sentí orgulloso de mí mismo por hacer esa pregunta en ese preciso momento. Aquella conversación me estaba dando algunas pistas, o eso creía yo al menos.

-Mis padres se compraron este apartamento cuando mi hermano empezó la carrera; él ya se fue y ahora me toca usarlo a mí. y puesto que estoy en mi casa me sacaré la camiseta si no te importa. De hecho, me la puse para abrir la puerta.

-No hay problema, como dices estás en tu casa, jejejeje.

¿Cómo iba a haber problema?. Fue la manera que tuve de poder contemplar aquel espectacular torso en todo su esplendor, con aquella pelambrera negra y espesa. No pude evitar decir:

-Joer, seguro que tienes 23 años?. Tu cuerpo parece de un chico mayor... perdón, no quería llamarte viejo...

-Jajaja, no pasa nada. Mi padre y mi abuelo también son muy peludos, así que debe ser genético. Tú, en cambio, pareces mucho más lampiño.

-Pues sí, y a estas alturas me temo que ya no me saldrá más pelo. Suponqo que no me preocupa demasiado, aunque a veces me gustaría sentir la sensación de tener un cuerpo peludo.

Casi sin que me diera cuenta, cogió mi mano y la acercó a su pecho.

-Toca – dijo -, así podrás hacerte una minima idea de lo que se siente.

Jesús, María y José... qué sensación tan maravilloso acariciar aquella selva negra guiado por su mano. Al rozar una de sus tetillas, se puso dura de golpe, y Pablo soltó un leve suspiro. A estas alturas, mi pene ya se estaba empezando a levantar, y temía que él lo notase (aunque lo cierto es que no sé si eso importaba viendo como se estaban desarrollando los acontecimientos. En aquel momento los dos sabíamos ya lo que queríamos que ocurriese.

Entonces Pablo acercó su mano a mi cintura y comenzó a meterla por debajo de mi camiseta. Acarició mi cuerpo y al mismo tiempo fue acercando su cara para darme un casto beso. Se ve que le gustó porque enseguida puso sus labios de nuevo en los míos, sin retirarlos esta vez. Al contrario, abrió mi boca con la suya y nuestras lenguas se encontraron. Fue un beso húmedo, largo, apasionado.... nadie me había besado nunca de aquella forma. Después Pablo, que parecía llevar la iniciativa, me cogió de la mano y me levantó del sofá en el que estábamos sentados, e hizo que le siguiese al dormitorio. Íbamos de la mano, él delante, y se volvió un par de veces para besarme de nuevo. Yo le apreté pícaramente una de sus apetecibles nalgas, lo que le provocó una cierta alegria.

Antes de sentarme sobre la cama, me saqué la camiseta, y con un empujoncito suave, Pablo me hizo acostar sobre una bonita colcha de algodón. Se dejó caer suavemente sobre mí para comenzar una ceremonia de besos, lametones y succiones varias. Me besó en la boca, me mordió el cuello, me lamió el pecho, chupó mis pezones y fue bajando lentamente hasta que llegó a mis vaqueros todavía puestos.

-Sigo? – me preguntó -.

-Sí, por favor. Estoy deseando que continúes.

Desabrochó mi cinturón y, con la ayuda que yo le proporcioné al levantar un poco mis caderas, bajó de una vez pantalones y calzoncillo, provocando que mi polla saltase como un resorte, tal era la erección que alcanzaba en aquel momento. Mis 18 cm quedaron, pues, mirando al techo, y Pablo siguió con su trabajo. Agarró el prepucio con una mano para descubrir mi glande húmedo y rosado, y dio un ligero lametazo. Parece que no se conformó con eso (yo tampoco, desde luego) y de repente se la metió en la boca. Subió y bajó varias veces, rozando su lengua y sus labios con mi verga. Casi me corro con semejante placer, pero él, como adivinándolo, me dejó por un momento, y volvió a besarme. Qué gozada sentir su cuerpo velludo encima del mío, sus pelos contra mi pecho lampiño, rozando mis pezones. Cuando conseguí sacarle su pantaloncito descubrí una verga de 20 centímetros descapullada, que pudo, por fin, unirse a la mía. Entonces fui yo quien le volteé para colocarme encima y comenzar a darle el mismo placer que él me había proporcionado previamente. Qué delicia de torso, qué gozo acariciar aquella pelambre, al pasar mi cara por su abdomen...

Le llegó el turno a su polla, y comencé una lenta mamada que le hizo estremecer.

A estas alturas, mi culo ya estaba un poco dilatado, gracias, en parte, a los dedos que me había ido introduciendo progresivamente mientras mi amante me hacía enloquecer. Me senté encima de su barriga, de forma que su polla quedó apuntando a mi agujero. Pablo sacó un condón de su mesilla y, colocando su pene a la vista por un momento, logré ponérselo. Volví a pasar mi culo a su posición primitiva y con mi propia mano fui guiando aquel mástil hacia mi hoyo. Delicadamente, pero con decisión, consiguió meterme completos sus veinte centímetros, provocando en mí un quejido mitad dolor mitad placer.

Yo hice casi todo el trabajo, subiendo y bajando mi cuerpo para facilitar el acto; y cuando previó que se iba a correr, agarró mi verga para masturbarme y lograr que eyaculáramos casi al mismo tiempo; él dentro de mí, yo sobre su pecho y abdomen. Exhausto, me dejé caer sobre él y así, abrazados, permanecimos durante un tiempo. Con un profundo beso pusimos un punto y aparte a nuestra tarde de placer. Luego, juntos en la ducha, todavía hubo oportunidad para sendas mamadas, acompañadas de besos y caricias.

Me invitó a cenar, y me devolvió los apuntes que le había prestado. Aunque, puesto que soy muy generoso con mis compañeros de clase, le dejé mis apuntes algunas veces más. Cómo no hacerlo, si me lo compensaba de aquella manera?.

(9,14)