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Nuestro naufragio

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Vanessa y yo salimos de la pensión temprano por la mañana. Bajamos la escalinata que nos llevaba al paseo marítimo dando sonoros chancletazos por cada escalón que pisábamos. Era divertido estar de vacaciones en un lugar donde nadie te conoce. Vanessa cubría su hermoso cuerpo con un pareo de color celeste que dejaba ver su top abrochado en medio de sus tetas con un floreado nudo; yo iba ataviado con un bañador estampado y una camiseta de tiras. Nos mirábamos de hito en hito y sonreíamos felices. Ni mucho menos pensábamos en que nos pudiera suceder cualquier desgracia, como así fue.

Llegamos a la playa y nos despojamos de las vestiduras superfluas para sumergirnos en las templadas aguas de aquel mar. Luego caminamos por la orilla cogidos de la mano. Divisamos unos hidropedales aparcados en la arena y preguntamos precio para alquilar uno. El dueño nos dijo que eran gratis, una cortesía del ayuntamiento de aquel pueblo costero a favor del turismo; eso sí, nos pidió nuestros datos, dónde nos alojábamos y una firma. Después nos dirigió unas palabras: "No os alejéis a más de medio kilómetro de la costa, a esa distancia suelen haber corrientes marinas que os pueden arrastrar lejos, tened precaución, cuando notéis que el hidropedal se balancea más de lo normal, comenzad a pedalear fuerte y virad con el timón a un lado o a otro, con decisión, de otro modo la corriente nadie sabe adónde os llevará."

"Descuide, jefe, tendremos cuidado, ¿verdad Vanessa?", dije; "Claro, Luis", dijo ella esbozando una sonrisa.

Salimos con el hidropedal y nos alejamos de la costa con un potente pedaleo. Nos detuvimos lejos, aunque todavía podíamos ver las sombrillas y hamacas de los bañistas. El sol apretaba calentando nuestra piel. Vanessa comenzó a acariciar mi pene sobre la tela del bañador, como al descuido; yo agarré su cara y estrujé sus labios contra los míos. Ella se apartó un poco y comenzó a besarme con delicadeza, cosa que yo agradecí palpándole los pechos tapados por el top. Al final, la sesión amorosa terminó con sendas masturbaciones: ella sacó mi cipote del bañador por la portañuela abotonada de mi bañador y me pajeó; yo metí mis dedos en el interior de su tanga y la pajeé. Los dos notamos el exagerado balanceo de la nave, pero, por supuesto, sólo nos prestamos atenciones a nosotros mismos. Cuando nos percatamos del error que habíamos cometido era demasiado tarde: una fuerte corriente nos había alejado tanto de la orilla que nos era imposible saber dónde nos encontrábamos, y empezamos a incomodarnos.

Llevábamos más de doce horas en aquel inhóspito islote perdido, sin comida ni bebida: el hidropedal que alquilamos para dar un paseo por la bahía de aquel bonito pueblo turístico había sido arrastrado por una fuerte corriente que nos alejaba de la costa, y Vanessa y yo habíamos optado por apearnos y nadar hasta un punto lejano de tierra que habíamos podido ver durante nuestros azarosos desplazamientos: ambos somos jóvenes, atléticos, confiábamos en conseguirlo y eso hicimos. Tan sólo esperábamos que el conserje de la pensión donde nos habíamos estado alojando o el dueño de los hidropedales nos hubiesen echado de menos y hubiesen dado aviso a las autoridades: sólo esperábamos que viniesen a rescatarnos, entretanto...

Las primeras horas perdidos fueron las más duras. Ya al atardecer nos entró una terrible sed: nuestras bocas estaban tan secas que apenas podíamos articular palabras. El agua salada del mar no era una opción, pues sabíamos de sus nocivos efectos secundarios, así que decidimos alimentarnos de nosotros mismos, de nuestros fluidos corporales. Estaba el sol poniéndose en el horizonte cuando pedí a Vanessa poder comerle su hermoso chochito; ella accedió. Vanessa se tumbó en la arena, se quitó el tanga y expuso su rajita flanqueada de vello a la intemperie, como si fuese una sabrosa empanadilla, para que yo pudiera saciar mi apetito. Yo me incliné de rodillas entre sus tiernos mulos y comencé a roer el pelo rizado negro, arrancando algunos a mordisquitos, los cuales, luego, terminaba por engullir; pero lo que yo ansiaba era su almíbar, ese jugo que nacía de las entrañas de Vanessa y que tantas veces había paladeado; así que empecé por introducir dos de mis dedos por su orificio, totalmente abierto, para estimular las secreciones, ella empezó a respirar con fuerza y entonces apliqué mis labios a la fuente y sorbí, sorbí fuerte mientras con la mano que me quedaba libre me pajeaba. Vanessa comenzó a jadear, a gritar, y me vino un preciado líquido a mi lengua, que después llevé a mi garganta para poder tragar, luego me vino un cosquilleo de placer a la punta de mi pene y pregunté: "Vanessa, ¿tienes sed?" Ella contestó "sí" suspirando. Me subí a horcajadas sobre su cabeza y expuse mi polla; ella elevó su cabeza, mamó unos minutos y obtuvo mi leche, después se relamió. "También me estoy meando, Vanessa, ¿quieres?" Ella asintió con un leve gesto. Me incorporé, me puse de pie y apunté a su boca con mi polla tiesa. La orina acertó a llenar sus labios entreabiertos. Vanessa cerraba sus ojos; mi orina rebosaba en su boca, ella la recibía ansiosa, con ahogos continuos; decidí entonces orientar el chorro hacia sus tetas, las cuales mojé sin dejar ni un centímetro seco. Ella alzó su cabeza y lamió sus propios pezones. "Ah, Luís, gracias, me estás salvando la vida, ¡qué haría sin ti!, esta noche, en cuanto oscurezca, te haré el amor cómo nunca has soñado", Dicho esto, Vanessa se quedó felizmente dormida.

Nada más salir la luna llena, Vanessa se despertó y se acercó a mí. Yo dormitaba apoyando mi espalda en una estéril roca cuando la vi recorrer desnuda los pocos metros que nos separaban. Vanesa acercó sus labios a mi oreja y en un susurro me dijo: "Hazme tuya, ¿qué quieres que te haga?" Me empalmé nada más notar el tacto de sus tetas sobre mi torso desnudo, luego la besé con desesperación: sus labios, su cuello, su delicado mentón. Me tuve que inclinar para saborear la calidez de sus pechos en los que unas horas antes había orinado, no me importó, con mi boca aplasté sus senos, con mis manos los estrujé para introducir mejor los pezones entre mis labios y beber su leche. Vanessa soltó un gemido de satisfacción; rápidamente llevé mi mano a su rajita y la acaricié. Esto provocó que ella languideciese: sus rodillas flaquearon y se vino hacia abajo rozando con toda su femineidad mi castigado cuerpo de náufrago. "Vanessa, ¡qué me estás haciendo!", exclamé en un suspiro; "Te haré más feliz", soltó ella. Mi polla cabeceó ante sus ojos, como afirmando, como si dijese: "Sí, vamos, empieza, mámame"; y ella obedeció tal orden dando un sonoro chupetón al glande; después avanzó con sus labios hasta cubrir más de la mitad de su longitud, y ahí la mantuvo, acariciándola entre su lengua y su paladar hasta que muy despacio se fue apartando, y mi cipote salió de su boca. Entonces, Vanessa habló: "Luis, vamos a follar, follemos bien, como sólo nosotros sabemos hacerlo, lo necesitamos, no lo hemos hecho desde que nos perdimos en esta isla, follemos como hembra y macho humanos que somos, no me importa quedarme preñada, ¡préñame, Luis!"; y nada más decir esto, Vanessa se puso a gatas sobre la tierra, mostrándome su esponjado coño en escorzo, justo debajo de la raja de su culo. Yo lo entendí a la primera: en aquel momento éramos como dos animales de distinto sexo que debíamos procrear a fin de repoblar la maldita isla, no sabíamos que nos depararía el futuro así que había que prevenir. "Sí, Vanessa, follemos", dije, y, apoyando mi torso sobre su espalda la penetré con fuerza. Ella chillaba salvajemente por cada arremetida mía. Yo también comencé a chillar. Las ondas agudas de ella se entremezclaban con las graves, mías: era un canto a la vida. "Luis... ah, vamos, ah… yo ya he... eh, ah, llegado", dijo ella entre exhalaciones. Aceleré, pues, mi ritmo; las pedorretas salían de su chocho cada vez que mi polla evacuaba aire con la presión; los golpes de la carne contra la carne eran cada vez más audibles. En pocos segundos una ola de calor recorrió mi cuerpo y explotó como fuegos artificiales en el de ella. El coito se había consumado.

Dormimos abrazados bajo la luna toda la noche; los primeros rayos solares nos despertaron.

La sed y el hambre nos visitaron en cuanto nos pusimos en pie. Yo pedí a Vanessa que por favor intentara mear; ella, haciendo un esfuerzo, se concentró en reunir algo de ganas: su cara se contrajo y me hizo una señal con un dedo, indicando el suelo bajo ella. Yo me acerqué y me tumbé de espaldas; ella se acuclilló, puso su ingle a pocos centímetros de mi cara y, con sus muslos flexionados, casi de puntillas, miccionó encima de mi nariz; saqué la lengua para relamer el líquido que me supo a ambrosías, quizá porque veía que manaba de su lindo chochito. Más tarde, cuando el calor empezó a apretar, Vanessa estuvo lamiendo mi sudor por todo el cuerpo. Más tarde me subí en las rodillas de Vanessa, que estaba sentada en una piedra, y estuve mamando de sus tetas durante largo tiempo, aunque apenas pude sacarle unas gotas de leche. En fin, todo apuntaba a que practicásemos un pseudocanibalismo, ya que, excepto nuestra carne, la totalidad de nuestros fluidos era susceptible de ser devorada por cualquiera de los dos.

Cuando el sol estaba en todo lo alto, Vanessa me habló: "Luis, ¿vendrán a rescatarnos?"; "Sí, estoy completamente seguro, vendrán"; "Bueno, oye, me voy a dar un chapuzón... huelo a meado que apesto, ¿vienes, Luis?"; "No, Vanessa, no me apetece, ve tú"; "Vale, me vestiré, no quiero que cuando vengan me encuentren desnuda y en el agua, ¿dónde estará mi bikini?" Vanessa comenzó a buscar su bikini: las dos piezas debían estar muy desperdigadas. Por fin encontró el top; metió sus tetas dentro de las copas e hizo un gracioso nudo en medio de éstas con las tiras; más trabajo le dio el pequeñísimo tanga, que también encontró y se puso levantando una pierna y luego la otra. Vanessa se encaminó hacia el mar; yo la observaba: la redondez de su culo y tetas, su perfecta cintura casi sin pliegues, su melena morena ondulada, su carita de rasgos finos "Ah", pensé, "muchos hombres han soñado en perderse en una isla desierta con una mujer bella como esta, bien, aquí está, el sueño realizado, ¿y ahora... que?"

Vanessa salió del agua toda mojada. Su piel morena brillaba bajo el ardiente sol. Avanzó unos pasos por la orilla hacia mí, que estaba desnudo tumbado sobre la arena contemplando el celeste cielo veraniego. Levanté un poco la cabeza y la vi a mis pies. Llevaba la parte de arriba del bikini anudada en mitad de las tetas; la parte de abajo era un tanga que insinuaba la forma de su coño, incluso la hendidura de su rajita. Vanessa se inclinó sobre mi apoyando sus brazos en la arena a ambos lados de mi cuerpo, acercó su cara y me plantó un húmedo beso en los labios. No pude resistirme a tirar de uno de las tiras que componían el nudo de su sujetador playero, y las grandes tetas de Vanessa se liberaron hasta rozar mi torso. Esto la excitó. Mi polla estaba tan dura que a horcajadas como estaba ella sobre mí, se introdujo en el estrecho resquicio entre el tanga y su piel y, casi sin esperarlo, en la holgura de su tibio coño; entonces ella gimió y comenzó a contonear sus caderas. Esto prometía. Le iba a echar un polvo de campeonato. Tomé sus carnosos glúteos con mis manos y la ayudé a subir y bajar a buen ritmo. Vanessa se mordisqueaba el labio inferior a cada empuje. Su cintura, su tierna barriga me llevaban al éxtasis. "Ah, Vanessa, me voy a correr", dije en un suspiro; "No, Luis, espera, no, no puedes... espera"; dicho esto, expresado como una orden, Vanessa soltó la presión de su chocho en mi polla, descabalgó, se acuclilló entre mis piernas, se introdujo mi inflado miembro en la boca y, tras cinco avances seguidos de sus labios sobre éste, mi semen se vertió en su boca. Vanessa, por supuesto, siguió cabeceando y gimiendo, hasta que sorbió hasta la última gota, pues sin agua y sin comida ese sería su único alimento hasta que nos rescatasen.

Luego oímos el helicóptero.

El helicóptero de emergencias sobrevolaba la zona de búsqueda a la que había sido asignado. Los dos oficiales que lo tripulaban, un hombre y una mujer, escrutaban concienzudamente tanto el mar como los islotes que salían a su paso. Se comunicaban a través de unos cascos supletorios sin cables, consistentes en auricular y micrófono, superpuestos a los cascos protectores obligatorios.

"Irma, ¿ves algo?", preguntó el hombre; "No, Harvey, ni rastro de ellos... ¡eh, espera ahí!", comunicó la mujer; "¡Ahí!, ¿dónde, Irma?"; "Harvey, vira a la derecha", Harvey era quien pilotaba, "creo que los tenemos."

El rotor del helicóptero chasqueó, las hélices rugieron y el aparato inició una maniobra de descenso.

"Ahí", indicó Irma extendiendo el brazo para que lo viera su acompañante. "Vaya, sí, los veo, y... parece que no pierden el tiempo, ¿eh?". En el mismo instante en que los ocupantes del helicóptero tuvieron la primera visión de los náufragos, Vanessa le estaba practicando una felación a Luis, recordémoslo. "Irma, creo que esa tía se la está chupando al otro, ¿es eso cierto?"; "Eso parece, Harvey, acércate más para que nos oigan... ya nos han oído, ¿los ves?, él nos ha visto, ella ha levantado su cabeza, ¡nos han visto!"

Irma y Harvey habían estado juntos únicamente en una misión sencilla que consistió en una observación rutinaria de un incendio recién extinguido; esta era, pues, la segunda misión en la que coincidían, y, aunque se conocían de algunos ratos libres en la cantina, aún no habían intimado lo suficiente.

"Sí, nos han visto", dijo Harvey, "se la estaba chupando, tía"; "Harvey, desde aquí no se puede apreciar, ¿quién sabe?"; "Mira, Irma, ella se ha levantado, está... va desnuda, ¡vaya par de melones tiene!", exclamó Harvey, al que sin querer se le desvió la vista hacia las redondeces que se adivinaban bajo el mono que cubría el cuerpo de Irma; "Pues él también se ha levantado y ¡menuda tranca que gasta!", exclamó a su vez Irma, que no le quitó ojo al bulto de la entrepierna de Harvey; "No he saboreado tetas como esas en años, Irma"; "Ni yo verga como esa, Harvey"; "Las tuyas son..."; "La tuya es..."; "Sólo hay una manera de comprobarlo", dijeron los dos al unísono.

"Vamos, Harvey, pon el piloto automático, ¿qué esperas?, en la cabina de detrás hay una camilla para primeros auxilios, usémosla"; "Sí, Irma, pero antes informaré a la base":

"Base... hemos encontrado a las dos personas desaparecidas... parecen estar en buen estado físico... sí... les lanzaremos una canasta y las trasladaremos lo antes posible... bien... ahora cortaremos la comunicación durante media hora... sí... no, ningún problema, sólo para concentrarnos en los preparativos de salvamento... O.K, recibido."

Mientras, abajo:

"Luís, ¿qué pasa, no vienen a por nosotros?"; "Estarán viendo nuestro estado, estarán decidiendo si bajan o nos lanzan algo, descuida que nos salvarán, Vanessa." Vanessa y yo ya nos habíamos vestido con nuestras pocas prendas y mirábamos abrazados el aparato que colgaba del cielo.

Y arriba:

Irma, nada más llegar a la cabina de detrás, se sacó el mono y se quitó el casco. Su cuerpo era de un blanco casi luminoso, su cabello rubio cortado a capas, sus muslos y cintura duros, su pubis muy poblado de vello rizado pelirrojo, sus tetas orondas con una amplia aureola sonrosada. Harvey, que entró tras ella, quedó boquiabierto ante tal belleza. "Harvey", dijo ella, "no te quites el mono, sólo el casco, y túmbate en la camilla." Harvey obedeció al instante. Irma lo miró con deseo: su cabello largo rizado, la barba de una semana... pensó que sería el macho apropiado para satisfacerla, no obstante antes tuviera que comprobar el tamaño de su polla. Irma comenzó a bajarle la cremallera del mono, descubriendo los pectorales musculados de Harvey, su abdomen de acero y su descomunal cipote que se sacudía por cada milímetro que crecía. No lo pensó dos veces Irma, y montó sobre él para poseerlo; galopó sobre él como una soberbia amazona, lanzando grititos agudos de placer. Harvey apenas podía creer lo que tenía ante sus ojos, aquella mujer, aquellas fabulosas tetas cimbreantes encima de su nariz, y comenzó a jadear porque el placer se le vino en cuestión de minutos y eyaculó; pero Irma todavía no había obtenido su orgasmo y siguió aprovechando la dureza que perduraba en su caliente coño, contorneado su cuerpo, hasta que gritó emocionada por su éxito al correrse como pocas veces lo había hecho, en pleno vuelo.

"Bien, Irma, volvamos al rescate", murmuró Harvey acariciando el flequillo de ella; "Sí, Harvey, sí, volvamos", soltó ella derrumbada con los muslos abiertos sobre él.

Mientras, abajo:

"Luís, mira, ya, nos lanzan una canasta"; "¡Bravo!", grité lleno de alborozo.

Una vez sentados a salvo en el interior de la canasta, mientras sobrevolábamos el mar, Vanessa y yo nos miramos. Nos sabíamos más unidos que nunca puesto que conocíamos hasta el secreto sabor de nuestros cuerpos. "Luis", dijo ella, "¿quién creerá en nuestro naufragio?"; "Nadie, Vanessa, lo llevaremos en nuestro interior hasta el fin de nuestras vidas."

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