Nuevos relatos publicados: 13

ANTONIO Y YO.

  • 10
  • 23.804
  • 9,33 (6 Val.)
  • 0

Su familia tiene mucho dinero y bienes que el administra directamente desde que su madre enfermó y quedó discapacitada. Yo, tengo un hermoso culo que lo vuelve loco; técnicamente es lo único que poseo, pues mi coeficiente intelectual solo me da para seducir, embaucar y menearme sabroso.

Dicen que soy agresiva, altanera y maliciosa, pero la realidad es que nadie me conoce lo suficiente como para saber la que realmente soy. Escondo mi débil carácter detrás de una apariencia arrogante, hosca y lista para agredir. Realmente, soy miedosa, muy miedosa, pero astuta y cuando tengo que tomar el toro por los cuernos, lo tomo aunque esté tiritando de pánico.

Desde la época de novios y durante nuestro periodo de casados, tuve que soportar su intemperancia, su brutal forma de hablarme, aderezada con algunos  golpes y empujones que me producían un estado tal de nerviosismo y terror paralizante, que un día no pude soportar más y me divorcié. Después de divorciados pretendió seguir con el plan de atemorizarme y decidí denunciarlo a la policía, lo enchironaron tres días a pesar de su poder político y económico. Cosa rara en este país.

Salió de allí odiándome, pero se acabaron los maltratos. Ahora me esquiva, pero se ha propuesto reducirme a la impotencia económica, despojándome de los derechos sobre un local donde tengo instalado un pequeño negocio de supervivencia, el cual, me fue cedido por su madre, antes de quedar invalidada por el Alzheimer.

Sé que realmente soy más fuerte que él, pues yo  solo lo utilizo, mientras que él, aún me desea y se le nota en sus ojos rabiosos cada vez que me ve pasar. Cuando desfilo delante suyo, sé que sus ojos se van tras mi rabo pretensioso y mis piernas torneadas, que acunan entre ellas a la gata que lo arrulló con sus ronroneos mientras estuvimos casados. En esos momentos, pierde la voluntad de vengarse; además, procreamos dos hijos y estos le recuerdan, cada vez que los mira, que dañarme a mí es dañarlos a ellos.

Cuando terminó su detención, escogí a uno de los idiotas que me cortejan- al más fuerte- y lo recluté como mi amante.

Por lo tanto como dueño temporal de la mercancía de primera que soy yo (y cuya administración regento con consciencia de mi valor temporal) también tenía la obligación de defenderme en caso de que Antonio se pusiera muy intenso. Mi plan, sencillamente, consistía en trocarle su rabia en celos.

El idiota, ni siquiera resultó ser bueno en la cama; así que cuando me di cuenta de que su misión había logrado los objetivos que me propuse al reclutarlo, le propiné una patada en el trasero y lo saqué de mi vida.

De todo este tejemaneje con el tipo, me quedó un aire acondicionado último modelo -y carísimo- que me regaló en nuestra corta luna de miel: para que su amorcito-yo-mitigara el bochorno en el local en donde desarrollaba mi precaria actividad económica. Si uno aprende a cascabelear su rabo y éste tiene buenas proporciones, casi con toda seguridad se consigue lo que sea de los hombres que se tengan a mano. Sino, pregunta en los burdeles, me dice una amiga.

Antonio, desde que boté al macho con el que lo  atormentaba, cuando se lo pasaba por el frente agarradita de su mano con cara angelical de venir de fornicar, cambio su actitud belicosa conmigo y se dejó manipular nuevamente, actividad en la que también soy muy buena. Me volvió a ayudar económicamente con los críos. Yo lo aproveché al máximo, le saqué todo lo que podía con la excusa del colegio, los uniformes, los juguetes, los paseos, etc.

Al principio el caía en la trampa de la paternidad responsable, pero poco a poco se fue percatando de mi sistema de expoliación y se puso reacio otra vez y amenazó con quitarme los muchachos “debido a mi incapacidad para cuidarlos”, eso sí era peligroso, había llegado la hora de jugar la última carta: el juego de la violación.

Entonces, un día le pedí permiso para buscar un documento que supuestamente estaba guardado en una caja en el apartamento, que habíamos compartido durante nuestra unión conyugal y en el que actualmente habitaba él con su madre inválida.

Me citó para unos días después y desde ese momento, lo dejé que se cocinara en su propia salsa erótica imaginando el momento en el que me podría tener al alcance de su mano.

Me le aparecí en su apartamento, el día previsto, con los pantalones sedosos más estrechos que hallé en mi ropero, una blusa cortica que me llegaba más arriba del ombligo y mi cara seria.

Me dejó registrar todo lo que quise, pero no me dejó sola ni un momento, por el temor de que me fuera a llevar algo comprometedor para él. Yo contaba con su vigilancia impertérrita.

Me seguía silenciosamente para donde me moviera; yo exageraba la proyección de mis nalgas y la apertura de mis piernas cuando me encorvaba para rebuscar en sitios bajos, sabía que se estaba babeando con el recuerdo que le traía el espectáculo que yo le proporcionaba. Otras veces, le pedía ayuda para que se inclinara a ayudarme con algo pesado y así lograba acercarlo para que me oliera, me presintiera cálida y glotona como siempre lo había sido. Un buen polvo es difícil de conseguir, se convierte en inolvidable y se vuelve obsesivamente apremiante si a la protagonista la tienes allí, cerquita y su rescoldo te alcanza.

Hubo un momento en el que no aguantó más y sentí sus manos borrascosas hurgando entre mis nalgas, buscando lo que se le había perdido.

Me incorporé a medias de mi posición, pues en ese momento estaba arrodillada en el piso buscando algo debajo de la cama e indignada ante su humillante e irrespetuosa actitud libertina traté de abofetearlo, pero esquivó el golpe.

Haló una de mis piernas y me hizo perder el precario equilibrio que mantenía en una situación tan incómoda. Caí de bruces sobre el suelo, de un puntapié cerró la puerta de la habitación sin desaferrarme, comencé a luchar silenciosamente para zafarme de su apretón, cuando tuve una de sus manos al alcance de mi boca, la mordí, la respuesta fue un golpe en mi cabeza que estrelló mi boca contra el piso. Vi estrellitas.

Era tanta la fuerza que desplegaba a causa de su desespero rijoso, que uno de sus dedos tratando de penetrar mi grieta a través de mi frágil pantalón, consiguió una mala costura y la rasgó, despejando el camino hacia mi zona íntima, pues con mi tenue hilo dental no contaba para detenerlo. Yo pataleaba sin entregarme y lo conminaba a que me soltara con palabras muchas veces soeces, pero esto parecía enardecerlo aún más.

Me aferraba ambos brazos con una llave de lucha libre que me mantenía incapacitada para defenderme, inmovilizada prácticamente con mi cara aplanada contra el suelo. Supo librarse a medias de sus pantalones, mientras luchábamos, sin permitirme mayores libertades, yo seguía moviéndome como una lombriz clavada en un alfiler con el fin de liberarme y no ponérsela fácil.

A través de la grieta que había producido en mi pantalón, tenía acceso a las entraditas a mis profundidades. La que tenía a su alcance con menor esfuerzo y peligro de que me le zafara, era la embocadura de mi trasero; ése, además, era el causante, de sus desvelos diurnos y sus pajas nocturnas en mi nombre.

Por allí sentí que la cabeza de su ya familiar e hinchada arma de carne, se escabullía en busca del sitio donde se hallaba la fuente de mi húmedo calor interno. Le grité que no, que por allí no, que había ganado, que dejaría que me lo hiciera, pero que por allí no, por allí no, Antonio, no por favor, ¡Coño, no, vale! El dolor me hizo callar y empecé a berrear y a tratar de impedir con movimientos evasivos, que consumara lo ya empezado.

Seguí llorando, mientras sentía su sexo sumergiéndose en mi intestino, dejé de luchar y solo lloraba. Me relajé un poco sin dejar de chillar mientras sentía su entra y sale y sus gruñidos de pasión. De repente una cosa sorprendentemente extraña y primigenia comenzó a suceder en el núcleo de placer que se encuentra entre mi ombligo y mi sexo; de allí, fluyó una sensación nunca antes sentida...

Una morbosa reacción tuvo lugar en mis entrañas y empecé a  cambiar los sollozos de dolor por bufidos placenteros, pues unas ganas imperiosas de tener que orinar me acometieron y junto con el orín, que comenzó a salir intermitentemente, salían también unos pequeños pero agudísimos orgasmos que colapsaron todas mis terminales nerviosas al convertirlas en fuentes de sabrosas sensaciones que me hacían retorcer y menear mi protuberante nalgatorio buscando con afán mayor perforación. Mientras menudeaban los chorritos de orina y las acabadas repetitivas, lo insultaba y le susurraba lo que sentía. Él se burlaba de mí, diciéndome cosas ofensivas, acentuaba aún más sus movimientos y apretaba su doloroso aferramiento a mis brazos.

Sentí su semen lubricando mi conducto, y que él había comenzado a calmar su máquina perforadora de traseros. Mis sabrosos y sorpresivos orgasmitos orinados, se fueron espaciando hasta que se agotaron por completo junto con la provisión de pis.

-Perra, no puedes vivir sin mi tranca. Eso fue lo que viniste a buscar ¿verdad?, me susurró al oído sin soltarme

-¡Déjame!, le contesté con voz desfallecida, me hiciste daño.

Me liberó de su cruel sujeción, lo que agradecieron mis brazos acalambrados, dejándome tirada en el piso adolorida sobre el charco de mis propias excreciones que impregnaban toda mi ropa. Me levanté cuando pude, pues mis piernas me temblaban aun. Tuvo que ayudar a levantarme.

-Mira como me dejaste mi pantalón más bonito. ¡Idiota!. Le dije mientras avanzaba con intención de agredirlo con mi mano alzada. El solo reía y ni siquiera se defendió de mi simulacro de ataque.

-¿A qué viniste? ¿Qué quieres?, me preguntó mientras arreglaba sus pantalones.

-Déjame en paz, no me hagas sufrir más, no me quites los muchachos y déjame trabajar, reafirmé de inmediato.

-Si te portas bien, ya veré, me contestó mientras pasaba sus dedos por mi boca y mi mejilla inflamadas por el porrazo contra el piso, Quítate los pantalones para que los cosas y te vayas.

-¿No ves que están orinados? refuté

-Después que estén cosidos, los lavas y los secas. ¡Vamos, apúrate!  Quiero verte desnudita para revisar lo que te han hecho esos pendejos con los que ahora te acuestas. ¿No querías eso?

Me pareció excelente que lo estuviera tomando por ese camino: Yo, desesperada por su macana, había buscado la manera de seducirlo. ¡Qué bien! ¡Qué bien! ¡Qué bien! (Como dice en sus conciertos el cantante de Kraken).

El miedo nuevamente tomó el control de mis reacciones, me dejé manosear mientras cosía el pantalón roto por su violencia. Tenía la seguridad de que quien estaba en una trampa era él. Yo, con cualquiera gozaba igual -aunque la de hoy había sido una sensación tan rara, tan sabrosa y tan cruel, que podría enviciarme si me empeñaba en repetirla- pero para él, yo era única e insustituible: La inolvidable.

De mi dependía ahora actuar astutamente, dejando que creyera que yo me moría por su manera de hacerme sus cosas y que no me daba cuenta de su debilidad por mí. Iba a ser un fructífero juego, para ambos.

 Cuando me dejó ir, le había sacado el compromiso de otorgarme sin arriendo un local para dedicarme a mi trabajo: “¡Acuérdate, se lo prometiste a tu mama! ¡Es por tus hijos!”, que no me amenazaría más con quitarme los hijos y hasta logré que me reembolsara el costo del pantalón.

También logré que me concediera la bondadosa condescendencia de su parte, de hacerme el amor de vez en cuando para no tener que estarme masturbando con su recuerdo. (Je, Je, Je.)

Sé que estoy jodida, pero al menos tengo la posibilidad, mientras dure el gusto que le doy, de sacarle provecho a esta especial prostitución. Pero ¿Qué más puedo hacer? Si lo único que dios me dio fue un apetitoso culo y el don del engatusamiento.

FIN-

 

 

 

(9,33)