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La pila

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Lorena despachaba hamburguesas con rapidez; las recogía del mostrador y, zumbando, las colocaba sobre las mesas de los comensales. Ella era una mujer joven, de piernas finas, culo prieto, tetas señaladas y rostro afilado; el cabello lo llevaba recogido en una cola de caballo que, a la velocidad con la que se movía, se balanceaba con gracia. Lorena no era de tener novio fijo; más bien escogía a los hombres a su gusto; no obstante, ninguno le duraba mucho, porque acostumbraban a desaparecer insospechadamente. Por aquellos días estaba de tratos con uno:

«Oscar, déjame, tengo que ir a trabajar, no seas pelma, cuando vuelva haremos el amor», le decía a su nuevo ligue ante la insistencia de éste por gozar juntos; «Pero, Lorena, ¿qué vamos a tardar?, ¡uno rápido!». Ella aceptaba y ahí que se iban a la cama y se ponían a follar casi vestidos: él, con el pantalón vaquero bajado hasta las rodillas; ella, con la falda levantada hasta el ombligo; y funcionaba: en cuestión de cinco o seis minutos ambos conseguían tener su orgasmo. Después, Óscar se quedaba en casa viendo partidos de futbol, mientras que ella trabajaba de noche en la hamburguesería; o, al menos, eso parecía.

Lo cierto era que Lorena también prestaba ciertos servicios a algún cliente vip; la cosa estaba pactada: ella, en algún momento de la noche, pedía diez minutos de descanso al encargado, guiñaba al cliente y lo esperaba en la puerta de los aseos; luego entraba con él y le hacía una felación con condón: el cliente salía contento y ella, con un jugoso sobresueldo en el bolsillo del delantal. «Total», se decía, «hacer una mamada no es tener sexo.»

Por la mañana temprano, Oscar, recién levantado, antes de irse a trabajar, la solicitaba, quería oler su coño, esa esencia de mujer macerada durante el sueño, y colonizarla con su ariete hinchado. Óscar arremetía con fuerza haciendo que todo el cuerpo de Lorena vibrara; se comía literalmente sus tetas esperando la eyaculación que iba llegando, que llegaba, y explotaba en el interior de Lorena mientras ésta daba fuertes alaridos. Después, con gran alegría, tiraba millas para la fábrica.

Llegaba la media hora para desayunar y allá que iba Óscar a un bar cercano con sus compañeros; disfrutaba de un apetitoso bocadillo de tortilla acompañado de un café con leche muy endulzado, como a él le gustaba, y también de la compañía de aquellos rudos hombres con los que compartía oficio, tiempo y espacio, cuando oyó una conversación que tenía lugar en un corro cercano:

...«Sí, en una hamburguesería, una que presume de manufacturar sus propias hamburguesas»..., decía uno barbudo y fortachón; «¿En cuál, cómo se llama?», decía otro; «¿Te la chuparon?», preguntaba el de más allá; «Espera, espera», decía el barbudo, «hay que pagar, ¿eh?, gratis no lo hace la muchacha..., ¿,la hamburguesería?, se llama... Burguer La Pila»... Oscar giró la cabeza en cuanto oyó ese nombre, pues era en la que trabajaba Lorena. «¿Y cómo va la cosa, cuánto cuesta?», interrogaba uno bajito y contrahecho; «Pues..., verás, yo me di cuenta rápidamente, verás..., había terminado yo de comerme la hamburguesa y, aburrido, porque nadie de los que allí estaban me daba conversación que me gustase, empecé a mirar a los demás comensales, y a la camarera, un bombón de mujer, entonces vi que ella se sentaba a descansar en una silla cercana a la barra desde donde divisaba toda la sala de comida, y la observé..., de pronto, ella mantuvo su mirada en un punto y guiñó un ojo, miré a ese punto y, enseguida, vi a un tipo con traje y corbata que se levantó como impulsado por un muelle, encaminándose hacia donde estaban los aseos, y volví a mirar al lugar donde estaba la camarera y ¿sabéis qué?»; «¡Qué!», dijeron algunos al unísono; «Que ya no estaba..., a los diez minutos, más o menos, ella volvió y empezó a servir los bocadillos que se le habían acumulado durante la pausa, y el otro, detrás, con una cara de satisfacción de no te menees, volvió a sentarse a la mesa..., en fin, a mí me resultó raro, qué queréis que os diga, así que me levante de la mesa y me dirigí a donde estaba el del traje, el cual, después de romper un poco el hielo con él, me confesó que la camarera, por veinte euros, la chupaba en los aseos, y me explicó el procedimiento, queréis saberlo, ¿verdad?»; «¡Sí, sí!», dijeron todos armando algarabía; «Pues bien..., pides el bocadillo que quieras, espera que ella te lo traiga y, cuando ella lo deposite en la mesa con el plato, sin tardar mucho, tú tomas el plato con ambas manos y le das un giro de 360 grados, ya sabéis, de 360 grados, es decir, completo, ella te da un golpecito disimulado en el hombro, como para decir que ha entendido, y esperas atento al momento en que ella se siente a descansar y te guiñe..., fácil, ¿no?, aunque me dijo el enchaquetado que no siempre te toca, en fin»... Ya podréis imaginar la cara que se le estaba poniendo al sufridor Óscar mientras escuchaba tal narración, cambiando de color y de forma en cada detalle de las explicaciones del barbudo; pero la función continuaba: «Total, que yo, ayer mismo, sin ir más lejos, me presenté allí solo», seguía relatando el barbudo fortachón, «vino la simpática camarera y le hice un pedido, regresó con el bocadillo sobre el plato y le di la vuelta a éste..., ¡cuando sentí su dedo en mi hombro me dio un escalofrío!, ¡ya está!, me dije, ahora a esperar, y esperé..., al segundo descanso suyo, me guiñó..., me levanté, fui al aseo, entré y ¡allí estaba ella!..., llevaba un condón en la mano, cerró el pestillo, se sentó en la tapa de la taza del inodoro, me quitó el cinturón, desabrochó los botones de mi pantalón y me los bajó hasta que pudo sacar mi polla de debajo de mis slips, os podéis imaginar lo morcillona que la tenía, bah, por eso le duré tan poco, la próxima iré ordeñado»... Todos rieron, hasta Óscar lo hizo. «La tía me puso el condón, se sacó las tetas de debajo de la camiseta, no llevaba sostén, rozó con sus pezones la punta de mi polla, supongo que para acabar antes, porque eso me excitó muchísimo, y después se la metió en la boca, me dio unos cuantos vaivenes y me corrí, me corrí de largo, me vacié, ¡qué gustirrinín en la punta del capullo!..., luego se metió las tetas en la camiseta, se incorporó, me dio un pico en los labios y, sin decir ni pío, levantó su mano derecha a la altura de mi pecho con la palma hacia arriba, yo lo entendí rápido y le solté los veinte pavos, abrió el pestillo y se largó».

«¡Qué guay, tío!», decía uno; «¡Sí, tío, hamburguesa, cerveza y mamada!», decía otro; «¡Y por menos de cuarenta euros!», decía el de más acá; «¡Un chollo!», gritaba el de más allá; «¡Burguer La Pila, allá vamos!», decían todos.

Oscar, apesadumbrado, volvió a la faena envuelto en funestos pensamientos.

Horas después, retornaba a su casa cabizbajo cuando se le ocurrió no ir a despedir a Lorena antes que entrara trabajar, esperarla más tarde, cuando volviese, de madrugada. Eso hizo: la llamó diciéndole que el cercanías sufría retrasos y que luego, cuando se acostase, la vería; ella comprendió.

Tras la jornada agotadora, Lorena, de regreso, introdujo la llave en el bombín de la cerradura, no sin antes haber ido recontando su particular recaudación por la calle: pronto podría comprar una casa para ella sola y dejaría de compartir pisos alquilados con hombres celosos.

Entró en el piso a oscuras, se descalzó y avanzó por el pasillo silenciosamente por no interferir el sueño de Óscar sin saber que no podía hacer tal cosa, ya que Óscar la esperaba despierto, sentado en el sofá del saloncito, iluminado sólo por la tenue luz de una vela sobre la mesita de centro.

Lorena le entrevió en la penumbra: «Hola, Óscar, ¿qué haces que no estás en la cama, te preparo una tila?», dijo Lorena mirando su varonil y apuesta figura, dibujando una media sonrisa en su fino rostro, despojándose de la camiseta que oprimía sus bellos pechos de mujer, que se sensualmente se movían por cada paso que adelantaba, acrecentando la voluptuosidad del momento; «Te estaba esperando, Lorena», diciéndole esto, Óscar se sacó la polla por la portañuela del pantalón del pijama. Lorena observó su miembro, el que tanto la hacía gozar, con singular reverencia, y lo deseó, quiso sentirlo dentro de ella, así que se bajó falda y bragas y se las sacó por los pies, quedando completamente desnuda frente a su amante.

«Lorena, ¿qué haces?», preguntó Óscar desconcertado; «Me desnudo, Óscar, tengo tantas ganas de follarte»..., soltó Lorena acercándose más; «Lorena, nunca me has hecho una mamada y»...; «Más adelante, te la haré, ya sabes que el sabor del semen no»...; «Con condón, puedes»...; «No es lo mismo, si»...; «Las haces con condón», acusó Óscar. Lorena se quedó fría. «Espera un momento», dijo Lorena, y, girándose sobre sus talones salió del saloncito en busca del inalámbrico que estaba en la cocina. «¿Dónde vas, Lorena?», gritó Óscar; «¡A preparar una tila!»

Lorena, haciendo ruido con cazos y tazas, marcó el número de su padre, que seguro que estaría trabajando en el almacén de carnes propiedad de la hamburguesería, donde ocupaba el puesto de coordinador jefe. «Dime, hija», oyó que contestaban; «Papá, ¿cómo está la cosa de carne, hay provisiones suficientes?»; «Pues así así, hija, empiezan a escasear»...; «Vente para acá inmediatamente, dirección avenida de las vestales 155, cuarto B, vente preparado»; «Vale, hija, allí estaré en media hora.»

«¿Con quién hablabas en la cocina, Lorena?», preguntó Oscar en cuanto la vio aparecer con las dos tazas humeantes sobre la bandeja; «Bah, con nadie, habrás oído los ruidos de la calle, ¡vaya vecinos ruidosos que tienes!»; «Sí»; «Óscar», dijo Lorena después de sentarse a su lado en el sofá, escondiendo su cabeza entré los hombros, con la taza de tila entre ambas manos, «Óscar, mañana temprano, antes de irte a trabajar, te haré la mejor mamada que nadie te ha hecho en tu vida, me meteré tu polla en mi boca y la saborearé hasta que te corras y luego me desayunaré tu semen»; «Oh, Lorena, me harás tan feliz, y más aún si dejas ese trabajo..., que he oído que»...; «Calla, Óscar, calla, dejaré el trabajo también, pero ahora... ahora quiero sentirte dentro, ¡méteme tu gran picha, Óscar!». Y, terminado de decir esto, Lorena subió al regazo de su amante, a horcajadas sobre él introdujo con una mano su dura polla en su mullido coño y comenzó a rebotar con energía agarrándose con sus manos en la parte superior del respaldo. Sus jadeos y gritos se expandieron en el silencio de la noche; y, cuando ya no fue capaz de resistir más tanto placer, Lorena asestó con una de sus manos un fuerte golpe en la sien a Óscar que lo dejó exánime, cadáver. En ese momento pudo oír, como un disparo, el timbrazo del telefonillo.

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