Nuevos relatos publicados: 12

La pertenencia: (4) Eres mía

  • 11
  • 11.898
  • 9,33 (18 Val.)
  • 0

12 días después. El período de 12 días de abstinencia. Mi llegada a Santiago no tuvo ninguna sorpresa. Al llegar al departamento y saludarnos con mi esposa no tuve que ocultar ningún sentimiento de culpa, no lo tenía. Pero sí, sí lo tenía. El bruxismo diurno. Yo ya sabía que era un síntoma de culpa, ella no. Eso sí fue un esfuerzo controlar, un esfuerzo con éxito parcial.

No traía información en mi celular para mantener contacto a la distancia, así que estuvo igual de abierto y disponible para ella que siempre. No tenía nada que esconder fuera de mi cabeza. En mi cabeza estaba el martes que nos íbamos a encontrar, en el mismo restaurante, a la hora del almuerzo de los oficinistas.

A mi esposa no la trate ni con más ni con menos cariño que antes. Estaba muy atento a expresar, siquiera sentir, una crítica. Ese síntoma de la infidelidad era notorio. Sin embargo tampoco me costó. La sola disposición bastó. Habíamos hablado de que se tomará tres días de sus vacaciones para acompañarme alguna vez. Volvió a salir el tema y volvió a quedar en veremos. No era algo que me preocupara.

El personaje tan seguro de si mismo en la presencia de Andrea se deshizo en Santiago. Habíamos trabajado bien lo de mi seguridad en nuestra relación, un aspecto muy importante en nuestra terapia de pareja. Ahora era como volver a la normalidad, retomar mi vida donde la había dejado. El sexo siguió bien y me sentía capaz de hacerlo aún mejor, pero nuevamente, no quería demostrar ningún cambio en mí después de este viaje, y nuevamente, no fue difícil.

Por supuesto que todo fue absolutamente inútil. Mi esposa tenía el don de una percepción hipersensible. Bastó una mirada perdida mía. Ella había aprendido a dejarme espacio en mi mente y no pedirme que le abra cada pensamiento. Señales mínimas bastaron para que conociera las líneas generales de mis actividades ilícitas de este viaje, tan bien como que me hubiese seguido con un dron de vigilancia. Lo mejor que podía hacer para controlar el daño era desviar su atención a un verosímil encuentro con el comercio sexual. Comentarios en un contexto adecuado sirvieron como voladores de luces. Parecía cumplirse la regla de que cualquier triángulo termina dañando a los tres involucrados.

Mi regreso a La Paz me devolvió mi alter ego en preparación para nuestro reencuentro. Ella venía radiante. Yo, igual que la primera vez. Claro que ya la veía con otros ojos. Le daba una sonrisa socarrona de vez en cuando, que le provocaba un pequeño sobresalto. Nuestro tema de conversación en el almuerzo fue la cultura aymara. Ella conservaba algo de la lengua por su exposición al usarla su abuela, la migrante fundacional de su familia en El Alto, con su madre.

Al escucharme su boca ligeramente entreabierta, además de ser un rasgo atractivo, delataba sus expectativas para estos dos días.

"Hoy después del trabajo nos vemos en tu casa." Use 'casa' en la acepción amplia de 'lugar de residencia', a ella no le llamó la atención, sólo asintió.

Esa tarde el cielo se oscureció y cayó una tormenta sobre la ciudad. El agua caía con pica y las calles rápidamente se volvieron ríos. Su ventana estaba cerrada como las de todos los demás y sus cortinas alumbradas. Me estaba esperando abajo, con buzo y polerón, ropa vieja para trajinar por la casa. Ella se había mojado solo un poco por salpicaduras. En mi camino del taxi a su puerta yo quedé como sopa.

"Ven, ven, no te puedes quedar con la ropa mojada."

Entramos corriendo a su pieza. Se formó una poza a mis pies.

"Sácate la ropa. Te vas a tener que meter a mi cama."

Me desnudé con su ayuda, estaba aterido. Ella iba colgando mi ropa en sus escasos muebles para que escurriera. Ya dentro de su cama, aunque abrigado, seguía tiritando.

"Con esta tormenta mañana no va a ser un día normal de trabajo. ¿Me puedo acostar contigo?" Así como estaban las cosas, la única alternativa era que se quedara parada toda la noche.

"Sí, ven."

Se sacó la ropa con naturalidad, la dejó ordenada y en su lugar. Dejo notar sus pechos pequeños y firmes, el tono parejo de su piel morena y su ausencia de vello corporal, únicamente el púbico. De no ser por las sonrisas que me llegaban hubiera parecido que estaba sola. Su pelo era tan largo que casi la vestía. Largo y abundante.

"¿Apago la luz?"

"Sí, dale"

Se deslizó al lado mío y me dio su calor corporal, bienvenido. Mi mente empezaba a librarse de las garras del frio y podía pensar en algo más que en mi temperatura. Se puso debajo de mi brazo y su mano sobre mi pecho.

"Quiero que esta noche me lo des todo."

Ya estaba recuperado. "A ver." En la oscuridad podía ver la preocupación en su cara. "Aclaremos algunas cosas al tiro." Su respiración se detuvo. "Yo no te voy a dar todo. Nunca te voy a dar todo." Sentí su lágrima sobre mi pecho. "Tú me lo vas a dar todo. Todo tu cuerpo y toda tu voluntad."

Se pasó la mano por la nariz. "Sí, te doy todo."

"Ahora que eres mía te iré explicando algunas cosas. Si quieres algo de mí y no quieres esperar a que se me ocurra o te lo quiera dar, me lo vas a pedir específicamente."

"Quiero que me metas tu verga en mi vagina." Retomó donde estaba, acariciando mi pecho.

"Muy bien, aprendes rápido."

"Es que tú lo sabes decir muy claro. Gracias."

"Por favor y gracias, palabras de poder." Canturree.

Con una risita me lo agarró, claro que ya estaba duro, y me pajeo suavemente.

"Por favor, ¿me meterías tu verga en mi vagina? Estoy en un día bueno y desde que nos vimos empecé a tomar la pastilla."

"Claro que sí Andrea."

Me puse de lado para que nos besemos. Ella no dejaba de pajearme.

"¿Te gusta mucho tenerla en la mano?"

"Me gusta mucho tenerla. Dónde sea. Dónde tú quieras."

"Claro que donde yo quiera, no hace falta decirlo, eres mía."

"Perdón"

"Otra palabra muy linda en tu boca. Por favor, gracias y perdón."

"¿Puedo seguir tomando tu verga por favor?"

Hacía demasiado frío como para destaparme.

"No, me la tienes que soltar para que te de lo que me pediste."

"Gracias."

La besé y nos besamos. Me puse encima de ella y ella abrió sus piernas. Cuando me lo tomé y lo puse donde me pidió, note lo mojada que ya estaba. Yo quería que ella experimentara que su cuerpo era más que tres hoyos para un hombre. Me froté entero entre sus piernas, deslizando lo que yo también tenía húmedo por la cara interior de sus muslos. La sostuve por las manos contra su cama. Su cara se contorsionaba mientras gemía a bajo volumen. La besé nuevamente. Ella no me podía corresponder, su boca estaba suelta, fuera de su control. Me levanté un poco, sin dejar de hacer las maniobras, para ver de arriba el espectáculo de su pelo extendido alrededor de su cara. Abrió los ojos y en un segundo entre las muecas de su boca, me sonrió.

Suavemente dejé caer mi peso sobre ella otra vez y baje por su cuerpo un poco, poniendo mis labios en la parte superior de uno de sus pechos. Recorrí mis labios sobre esa piel sensible, sin llegar al pezón, pasando de uno al otro. Después con la lengua. Ya se le había olvidado lo que me había pedido. Con la lengua hice círculos alrededor de uno de sus pezones, subiéndome de a poco a la aureola. Finalmente rocé con la punta de mi lengua su pezón duro. Lanzó un gritito, como que le hubiese dolido. Sus gemidos se volvieron quejidos cuando empecé a jugar con él usando sólo la lengua. Tapé completamente su pezón con mi boca, dejándola hueca para que mi lengua siguiera el trabajo. Ella empujaba con sus brazos hacía arriba, haciendo una fuerza no despreciable contra mis manos que la sostenían.

"¿Todavía quieres que te lo meta?"

"No sé, no sé, haz lo que quieras, perdón, no sé nada, perdón perdón perdón"

Su culpa no fue tan fuerte como para que su mente saliera del pozo por el que estaba cayendo.

Se lo empecé a meter, poco a poco, la puntita y lo sacaba, luego un poco más adentro. Mientras se quejaba le iba hablando.

"Aprendiste muy bien a pedir las cosas, y por eso puedes seguir haciéndolo, has sido una buena niña con tu papi, pero fíjate cuanto mejor es lo que hago contigo sin que me lo pidas."

"Sí, siii."

Cuando iba casi en la mitad se lo metí todo de un tirón. Levantó su cuerpo como con un electroshock, la boca abierta, muda. Ahí empecé con el convencional mete y saca. Solté sus manos y se llevó una de ellas a la boca, mordiendo un dedo.

La abracé e hice que nos diéramos la vuelta, dejándola encima de mí. En el proceso se le salió.

"Póntela tu misma y anda sentándote y levantándote a tu gusto."

Antes de tomarlo, pasó su humedad por encima de él, moviéndose de adelante para atrás, deslizándose con sus caderas a todo lo largo de eso que tanto quería tener dentro de ella. Me impresionó su capacidad de postergar la satisfacción final. Cuando miraba hacia abajo, su cara quedaba totalmente oculta bajo la cortina de su pelo. Luego estiro su brazo y lo tomó por su espalda. En vez de metérselo al tiro, una vez más busco elaborar en su placer y se lo frotó a todo lo largo, repartiendo su lubricante natural, quedándose un rato en el ano, pero finalmente metiéndoselo por donde primero me había pedido. Bajo derechito, lentamente y de una. Se irguió, dejando caer la ropa de cama a sus espaldas. Yo ya había entrado en calor y ni sentí el aire frío de la pieza. Se puso a dar saltitos cortos y rápidos sentada, pegada a mí, con quejidos de la misma naturaleza, y después movimientos largos y lentos, acompañados de suspiros. Ahí se le volvió a salir un par de veces y ella misma se lo volvía a meter con su mano por detrás, hasta que encontró la distancia máxima a la que podía subir sin que esto pase. Luego tomé el control de la situación y a ella por sus caderas, la apreté contra mí y la subí. Elevé mi cabeza, poniendo sus senos en mi boca para chuparle uno, mientras que ahora yo le frotaba la punta mojada.

"¿Son todos los hoyitos de mi niñita, para que papi los use cuando quiera?"

"Sí papito lindo, úsalos cuando tú quieras. Úsalos. Úsalos por favooor."

Corrí el riesgo y supuse que era su primera vez por ahí. Por la manera en que supo relajarse y tomarlo no lo parecía. Con un suspiro aún más profundo bajó y se lo metió despacito, sólo hasta la mitad, disfrutando más la retirada, tomándolo con su mano para sentirlo, sentir su grosor, pasar la punta por el contorno de su ano distendido y repetir el ciclo. Lo repitió varias veces, disfrutando cada segundo, sin apurarse.

"Ahora vas a terminar para papi. Papi te va a mostrar cómo."

"Si papi."

La saqué de encima de mí y la acosté de lado. Nos volví a tapar. Se dejaba mover con tanta facilidad, era un encanto. Tomé su mano y se la puse entre sus piernas.

"¿Sabes tocarte mi niñita?"

"Si papi, me sé tocar."

"¿Has estado haciendo cochinaditas cuando estás sin tu papi?"

"Sí papito, soy una cochina. Soy una cochina papi. ¿Me vas a castigar?"

"¿Por dónde quieres que te lo meta mi hijita?"

"Por el culo papi por favor, méteme tu verga por el culo."

Se masturbo frenéticamente mientras le daba unas palmadas fuertes en el poto y se lo volvía a meter por donde me pidió, igual de despacio que como ella había hecho encima mío.

"Toma cochina. ¡Toma, toma y toma!"

Antes de que se lo metiera una segunda vez dio un grito sordo apretando los dientes. Seguí dándole mientras ella no paraba. Empezó a llorar y a reírse, despacio pero sin control. Habrá tenido unos cinco o seis orgasmos al hilo. Se lo seguí metiendo despacio mientras ella recuperaba el aliento y los sentidos.

"¿Qué fue eso?"

"Eres multiorgásmica."

"¿Eso es algo bueno?" Parece que no aparecía en sus fuentes.

"Dímelo tú."

"Es muy muy bueno. Es lo mejor. No. Lo mejor es ser tuya."

Le di un beso en la mejilla desde atrás.

Dio un sobresalto, se dio vuelta hacía mí y me lo tomó en su mano una vez más.

"¡No has terminado! Perdóname."

"No te preocupes, yo voy a saber cómo terminar esta vez."

Me puse de espalda, le tomé la cabeza de la manera más grosera y se la metí adentro de la cama. Ella se lo supo tragar con habilidad. A dos manos me masturbé con su cabeza, los mismos movimientos, la misma intensidad que al concluir una por mi cuenta. Terminé rápido. Supe que estaba tragando y haciéndome con su boca lo mismo que yo me estaría haciendo con la mano. La solté y se quedó un rato, tomándolo y dando los toques finales a su trabajo. Cuando subió su pelo era una maraña y su cara irradiaba calor. Tomé de nuevo su cabeza, está vez para besarnos. Esta vez sí nos besamos. Movía la cabeza de una manera que me decía cuanto quería seguir.

"Mañana hay que trabajar."

"Sí." Apoyó su cabeza en mi pecho, ya más calmada. "Sabes, desde el primer momento en que te vi supe que quería ser tuya. O sea, no lo sabía realmente, no sabía lo que significaba, pero ya era tuya."

"Eres la más preciosa de mis pertenencias."

Se dio vuelta y se acurrucó en mis brazos, en cucharita. Sus ímpetus quedaron en el pasado mientras nos quedábamos dormidos rápidamente.

(9,33)