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Mi primer cliente como puta fue un viejo fetichista (I)

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En esta ocasión, os escribo queridos lectores parar contaros como fue la primera vez que tuve contacto con prácticas sexuales no convencionales, coincidiendo ésta también con la primera vez que de manera oficial ofrecí mis servicios como puta a cambio de dinero.

En primer lugar me gustaría pedirles comprensión. El haberme prostituido ha sido una decisión personal, nadie me ha obligado, y bien sea por encontrarme en necesidades económicas o por el simple hecho de que me apetezca mamar una polla, creo que es algo que ha de ser respetado y por lo cual no me gustaría ser juzgada ni etiquetada.

En segundo lugar, he de dejar claro que probablemente esta sea la experiencia sexual donde haya experimentado cosas fuera de lo convencional, y que quizás puedan herir la sensibilidad de personas acostumbradas al sexo cotidiano. Por favor, ruego que entendáis lo que aquí os cuento, que respetéis los gustos de cada persona, por extraños que puedan parecer, y que veáis lo que hice como una simple chica que está haciendo su trabajo lo mejor que puede.

Cuando estaba en mi segundo curso de carrera, y tras ser conocedora de otras compañeras que habían tenido necesidades económicas y ocurrido al negocio sexual para cubrir sus gastos, y justo después de haber terminado una relación con mi pareja de 3 meses, decidí que era el momento de al menos una vez en la vida experimentar lo que se sentía al ser contratada para el sexo. El dinero nunca viene mal, pero fue el deseo y las ganas de ser usada lo que me condujo a la casa de aquel hombre.

No pude publicitarme bien en la vida real, por lo que no me quedó más remedio que acudir a una web de citas en la que concertar encuentros con otras personas. Fue allí donde pude entrar en contacto con Carlos, un hombre mayor de 68. La edad puede que os parezca algo asquerosa, y pensar de mi lo peor por estar dispuesta a entregarme a un hombre de tan avanzada edad siendo tan joven (20 años), pero el corazón me decía que debía de hacerlo, y pensé que un hombre de su edad probablemente me trataría bien.

Tras unos días hablando, empezamos a tener confianza, y él terminó confesando que deseaba tener sexo conmigo, siempre a cambio de dinero y con mi consentimiento. Lo peculiar de esta historia, es que él me prometió que en nuestro encuentro no llegaría a penetrarme, pero que tendría que cumplir con cualquier deseo o requerimiento suyo. No podía comprender como un hombre me pagaría a cambio de no tener penetración alguna, pero pronto descubrí que sus perversiones iban mucho más allá de ello.

Tras concertar una cita, llegó el día de acudir a su casa. Era un día lluvioso, por lo que iba abrigada por la calle, vistiendo unas mallas negras de algodón y una camisa blanca, cubierta por una rebeca de lana. Llegué hasta su departamento, en el tercer piso de un bloque residencial. Toqué a la puerta, y tras una breve espera, el caballero me abrió. Era un hombre mayor efectivamente, no muy alto, algo grueso, y lo más sorprendente de todo, vestido con traje negro, corbata, y zapatos, como si se dispusiese a ir a alguna celebración.

-Adelante -Me invito a pasar, procediendo a entrar sin decir nada.

Tras llegar a la estancia principal, ambos nos sentamos un sofá, quedando él a mi vera, rozando siempre su pierna con la mía. Permanecimos así un buen rato, a la vez que manteníamos una conversación trivial acerca de nuestras vidas.

Tras más de dos horas, el hombre se levantó, sacó el dinero acordado de su billetera, y lo colocó sobre la mesa.

-Es hora de empezar, por favor, me gustaría que no hablases, y sólo hicieras lo que yo te pida.

Asentí con la cabeza, algo nerviosa, y con miedo a lo desconocido.

-Por favor, acude a la habitación del fondo, y vístete con la ropa que he dejado preparada.

Siguiendo sus órdenes, llegué a la habitación. Sorprendida, me encontré con un uniforme escolar, una camiseta ajustada, una falda verde bastante corta, que apenas cubría mis glúteos, unas bragas blancas sin ningún estampado. A su lado, unos calcetines blancos, y unos tacones rojos. Procedí a quitarme la ropa, dejando mi tanga rosa sobre la cama, y procediendo a ponerme la ropa que él me había dejado.

Sonrojada, salí al salón principal, donde él se encontraba sentado, en la misma posición, y con el pene fuera del pantalón, el cual aún se encontraba flácido.

-Verás, simplemente voy a pedirte que actúes para mí mientras yo me masturbo, no te preocupes por nada, no voy a tocarte en absoluto, sólo obedece mis órdenes.

Sin saber qué hacer, acepté, y me dispuse a esperar la primera orden.

-Quítate las bragas, lámelas, y colócalas sobre mi pene suavemente.

Avergonzada me agaché, quitando mis bragas lentamente, y tras tragar saliva, las llevé a mi boca, comenzando a lamerlas a la vez que el hombre comenzaba a masturbarse. Segundos después, me acerqué al caballero, dejando las bragas caer sobre su pene lentamente. El siguió masturbándose, a la vez que me dijo:

-Ahora, ponte a cuatro patas delante de mí y levanta tu falda, como una perra.

Simultáneamente, el hombre sacó una piruleta de su bolsillo. Cuando me coloqué a cuatro patas delante de él, se inclinó hacia delante, y tras olfatear mi vagina, lentamente introdujo el caramelo analmente, el cual, debido a su grosor, noté con algo de dolor. Lentamente, comenzó a masturbarme analmente, a la vez que con la otra mano, y con una fuerte respiración, masturbaba su pene ya erecto.

Tras permanecer así más de 10 minutos, llegó su siguiente orden.

-Quiero que recorras la habitación, a cuatro patas como una perra, y que en cada una de las esquinas te orines, abriendo bien las piernas para que pueda verlo.

No podía comprender por qué me estaba pidiendo aquello, no que clase de placer encontraría en verme realizar aquel acto, pero no tenía más remedio que aceptarlo y obedecer. Fue así como comencé a recorrer la estancias, haciendo parada en cada una de las esquina, en las cuales, abriendo mis piernas y con el culo en dirección al hombre, comenzaba a orinar.

-Perra, perra, perra -Se escuchaban sus jadeos.

Tras ellos, llegaba la hora de finalizar, y me pidió que me acercase.

Colocando una mano sobre mi pecho, y con la otra masturbando su pene, comenzó a correrse depositando su semen sobre las bragas blancas que antes coloqué sobre él, dejando caer el espeso líquido en la zona de contacto con mi vagina.

-Ahhh puta -Gritó al eyacular.

Tras esto, me miró y dijo:

-Gracias por todo, lo único que te pido, es que lleves puestas estas bragas con mi semen hasta casa. Espero volver a verte.

Obedecí, y me puse aquellas bragas, sintiendo húmeda la parte que rozaba con mi vagina llena de su semen, el cual desprendía un fuerte olor. Sin decir nada, regresé a la habitación, volviendo a vestir mi ropa, con el tanga por encima de las bragas, tras lo cual, cogiendo mi dinero, regresé a casa.

Aquí termina el relato de la primera vez que me prostituí, aunque no mantuviese relaciones. Aquella sería la primera vez que me encontraría con aquel caballero, y cual ha llegado a hacerme perrerías que aún no sé si me atreveré a contar aquí algún día.

Espero que os haya gustado el relato de esta experiencia que tuve hace ya algunos años, espero vuestros comentarios, y no duden en contactarme para cualquier duda que tengan.

Con Amor, María.

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