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La colegiala

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"Las conversaciones, como ciertas partes de la anatomía, siempre fluyen mejor cuando se lubrican". —Marqués de Sade

Sentada en la banca, llevaba la falda más corta de lo que el reglamento especificaba, sabía que ella poseía las mejores piernas del salón, y sabía sacarle provecho. Debajo de la falda azul a cuadros, traía puestas sus bragas favoritas de color rosa con encaje en el centro, y un pequeño moñito que coronaba el resorte.

La clase había alcanzado el nivel de soñoliento que, sólo una clase en un medio día caluroso, y después de desayunar, puede desatar en las mentes de los jóvenes ilustres.

La chica de las mejores piernas del salón llevaba su vibrador encendido, lo sujetaba con ambas manos, como sólo se puede agarrar algo que palpita, y parece crecer. Y como invocándolo, vibró. La pantalla brilló en sus dedos, y deslizó uno para activar el mensaje recibido. Sus ojos brillaron, perdieron el sueño. De ver borroso y sin color, de repente veían tan claro que todo el cuerpo se conectó a las pupilas y al cerebro. Que es el receptor de los deseos, y el mensajero de la lujuria a los rincones de la carne.

Llevas puestas tus pantys rosas, esas que lamo y muerdo cuando las empapas, esas que, cuando te despojo de ellas, las introduzco en tu boca. ¿Cuántos gemidos llevas encerrados en ese triángulo lascivo? Casi puedo oler que, cuando lees esta línea, te mojas, recuerdas como chupo tus labios, succiono tu clítoris, y paso mi lengua haciendo círculos, como los de tus pezones erectos.

La chica se llevó el celular encima de la falda, y lo presionó, como si las palabras pudieran abandonar el aparato estéril, y de repente pudiera derramar esas letras sobre ella.

Mordiéndose los labios, desabrochando un botón de la blusa blanca, y revelando la parte superior del brasier blanco, con bordes negros, y con un coqueto moño en medio de las copas, giró la cabeza hacia la derecha, y clavó los ojos maple en el joven de al lado, el más atractivo del salón; que precisamente llevaba el celular en la mano. Lo escondía del profesor.

Ese joven no era el más deseado por guapo, o por musculoso, sino por ser esa clase de hombre excéntrico, rudo, y malo.

Las piernas de la chica se abrieron para dejar entrar una corriente de aire que penetró por la ventana. Y si el olfato humano estuviera más desarrollado, el olor de entre sus piernas hubiera inundado el aula como el aroma de una tarta enfriándose al borde de una ventana, en una tarde de verano.

El profesor, con su típico traje gris, lentes, y barba a medio crecer, explicaba la clase, que más que catedra, era una canción de cuna. Leía las notas que había preparado desde su celular. Gracias a esas máquinas, ya no había necesidad de memorizar nada.

El celular volvió a vibrar. Acción que hizo brincar a la chica de la banca, y sentir cosquillas en el pubis.

Sé que me miras, sé que me deseas, sé que me quieres ver si estoy duro por ti. Por qué no abres más las piernas, nadie está prestando atención, baja una mano, toca tu puchita mojada, gime en silencio, haz memoria de cómo lo hago yo, y luego llévate ese dedo a la boca. Y piensa en mi pito duro penetrando tu boquita.

Como toda buena estudiante obedeciendo órdenes, bajó la mano, sin quitar la vista al chico de la derecha, que, en un gestó disimulado, volteó a la ventana. Engañando a todos. En eso, ella, al ver el engaño, y saber la verdad, sola para ella, metió sus dedos a la falda, e hizo a un lado las bragas rosas, para introducirlos lo más dentro que la postura le permitió. Expulsó un voluntario quejido, de esos que sólo el amante prohibido te puede arrebatar. Enseguida, tapó su boca con la otra mano, al mismo tiempo que volteó con el profesor, cuyo saludo de lujuria no lo inmutó, y continuaba leyendo sus notas. Parecía un dormido más.

Sin haber liberado sus dedos, y seguir untándose del néctar salino de la lujuria femenina, otro mensaje encalló en sus manos.

Quiero cogerte ya. Gemiste delicioso, lo alcancé a percibir. Ya quiero que lo hagas en mi oído, y lo muerdas. Me la acabas de poner dura, espero no se noté.

La joven enseguida levantó la mirada para ver la entrepierna, pero no podía apreciar si ocultaba algo duro bajo el oscuro pantalón. Puesto que estaba de espaldas; el chico de la derecha se levantó del pupitre, y le pidió al profe, bostezando cínicamente, si podía ir al baño. Sólo ella, y el profesor lo veían, todos tenían sus miradas en otros puntos, así que nadie se pudo percatar de la dureza del hombre.

Sólo pasaron unos segundos desde que el chico abandonó el aula, cuando otro mensaje pinchó a la chica que sentía que había un mar bajó su falda a cuadros.

Cojamos. Sal del aula.

Enseguida, la chica en celo se levantó, pidió permiso para ir al baño, el cual le fue otorgado. Salió antes de que el profesor siquiera le autorizara partir.

En el pasillo, sus piernas se movían a velocidad, apretaba los muslos para sentir la humedad acariciarla y prepararla. Sacó una llave de la bolsa de la blusa, que estaba en su seno derecho, el cual hervía, sus pezones ya no eran del tamaño normal. Sabía que necesitaba los labios del amante para sosegar dicho bochorno.

Introdujo la llave, abrió la puerta, entró, y como perseguida por el deseo, se sentó en el lavabo sin prender la luz. Se quitó las pantys rosas que si cualquiera las hubiera tocado, diría que pasaron un momento bajo la lluvia.

La puerta del baño se abrió, una descarga eléctrica con múltiples uñitas recorrió todo el cuerpo de la chica, en especial las piernas, que se forraron de la ansiosa piel de gallina.

Y ahí estaba, el chico malo, el rudo del salón, el excéntrico, el que rompía las reglas a placer: el profesor.

-Sabes que no debes de quitarte las pantys. Ese es mi deber -dijo el profesor cerrando la puerta del baño con llave.

-¿Y qué vas a hacerme por desobedecer?

El profesor la bajó del lavabo, con una mano en la cintura, y la otra en uno de sus senos.

La chica gimió, y adoptó, como toda buena alumna, posición de sumisa: levantó el trasero, colocó las manos en el lavabo, y separó las piernas. Dando inició al palpar recio de la caliente mano gruesa del educador en las nalgas redondas, calientes, y mojadas de la aprendiz.

Golpe tras golpe la sacudía. Ella gemía, se mordía un dedo, se desabrochaba la blusa, sacaba un seno, sacaba el otro, jugaba con ellos, y se pellizcaba los pezones hasta derramarse toda.

-¡Sí, dame más, más duro! ¡Fuerte, golpéame, castígame! ¡Más, maldito pervertido… aaahhhggg!

El pene duro que tanto había querido ver en clase la penetro sin misericordia, sin preguntar, sin respetar. Sintió que le llegaba hasta el vientre. Seguían castigando su trasero, pero ahora con el abdomen del profesor que la envestía como animal irracional. Jadeos y gemidos del hombre eran arrojados. Eso provocó que la chica se excitara más. Era un efecto lascivo de espesas proporciones lo que le provocaba los gemidos de su amo maestro.

Los cabellos castaños de la chica fueron capturados por cinco dedos depredadores que los jalaban, al grado de querer arrancárselos de la cabeza, la cual chicoteaba hacia atrás y hacia adelante, expulsaba gemidos en alaridos. Su vagina se abría, se llenaba, era apuñalada por la lanza gruesa y profunda del buen saber dominador.

-¡Cógeme, castígame…métela toda! ¡Soy tu esclava!

El pene dentro de ella se hinchó más, y la descarga espesa, abundante llenó toda la cavidad vaginal.

Los dos gritaron, se estremecieron, y no se separaron.

Los segundos muertos -luego de la más grande acción que la existencia puede ofrecer- son los que se encargan de regresar una mente desenfrenada por la lujuria, a comprender el ambiente. La satisfacción hace pensar, el deseo no. Debían de salir de ahí antes de que otro profesor entrara.

Ambos se acomodaron las prendas, parecía que un animal los había desgarrado. La respiración acelerada cesaba, pero no lo suficiente para abandonar el baño.

Les tomó unos minutos segregar la calentura que aun nadaba en el cerebro. La chica se puso las pantys sin expulsar el semen de la vagina. Y cuando se volteó para besar al profesor, éste la giró, le dio varias nalgadas, y la jaló del cabello, hasta que el oído de la joven llegó a sus labios.

-No vuelvas a voltear a ver a ese pendejito cuando te mandé mensajes, o te irá peor. ¡¿Escuchas?!

Las piernas de la joven volvieron a hacer abiertas, y de un tirón, las pantys rosas le fueron arrebatadas de su húmeda intimidad. Hicieron escala en la boca de la dueña, para que las saboreara como un afrodisíaco.

-Volverás al aula sin ellas. Para que aprendas, cabroncita.

El profesor sacó las pantys de la boca pueril, las olió, las guardó en el bolsillo del saco, y salió del baño. La chica se quedó viendo en el espejo, tenía el rímel corrido, y el labial desvanecido. Se levantó la falda aún más para que todos vieran, al regresar, que no llevaba ropa interior. Seguía viéndose en el espejo. Se vio directo a los ojos maple, sonrió. Imaginaba la cara que pondría el profesor al verla entrar así.

-Para que aprendas, cabroncito.

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