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Seis Días (3 de 3)

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Querido diario…

Viernes.

Esta noche va a ser la gran noche. ¡Por fin! Tanto tiempo esperando. ¿Y para qué? La verdad es que me arrepiento de haber sido tan tonta… O no. No sé. Puede que sea cosa del destino y que Sebas sea el primero y el último. Que él sea el único. Que sea mío para siempre. ¡Le quiero tanto! No sé qué me tendrá preparado para esta noche. ¡Pero seguro que es genial!

Esta mañana no pasaban las horas. Ha sido un día eterno. Ni me he concentrado en clase ni me ha servido para nada. Bueno, para verle. ¡Para estar con él!  Al final de la mañana, cuando nos hemos despedido, me ha pedido que me vistiera elegante; que la noche va a empezar con una cena romántica. Que lo tiene todo preparado. Me ha dicho que va a ser la noche más especial de mi vida, que no la olvidaré nunca. No sé que me esperará, estoy tan nerviosa… Y además no se que me voy a poner. ¡Joder, que dilema! Creo que me pondré un vestido negro que compré hace un par de años para la comunión de mi prima. No sé si será demasiado elegante. Es ceñidito y tiene bastante escote… Cuando me lo compré no había tanto con lo que llenarlo, pero ahora creo que me quedará muy sexi. ¿Y que zapatos me pongo? No sé. No me gusta ninguno. ¡Joder!, no sé para que tengo tantos pares de zapatos si nunca sé cual ponerme. Tendré que comprarme alguno más para cosas como estas. Porque los rojos de tacón alto no me pegan para nada. Los azules me sientan mal. No sé, si me pongo unos negros voy a ir muy de negro… Me probaré los blancos esos de tacón finito. Creo que esos me sentarán bien con el vestido.

Me voy a pegar una ducha y ya veré que me pongo. Como tengo tiempo a voy a probarme todo el armario. Mañana te cuento.

 

Querido diario…

Sábado:

¡Ha sido la mejor noche de mi vida! ¡Dios mío! Ha sido auténticamente increíble. Voy a escribirlo todo. No pienso dejarme un sólo detalle. Así, cuando algún día quiera revivir toda la experiencia, sólo tendré que volver a leerte. Aunque seguramente me bastará con cerrar los ojos. ¡No creo que lo olvide nunca! Nunca.

Sebas me llamó anoche a eso de las ocho de la tarde; y me dijo que pasaría a por mí en media hora. Le pedí que me esperara en la calle de al lado, sólo hubiera faltado que mi madre me pillara subiéndome al coche de un chico toda vestida, con la intención de no volver a casa a dormir y después de decirle que me iría con las amigas. No le hizo mucha gracia, pero le dije que no podía ser de otra forma.

Al final, me decidí por el vestidito negro y los zapatos blancos. Joder, como me sentaba el vestido. El pecho me ha crecido bastante últimamente y casi no cabía en el escote. Llevaba las tetas casi fuera. Y también debo haber crecido algo, porque me estaba mucho más corto que la última vez que me lo puse. Se ajustaba a mis caderas remarcando mi figura y mi culo de una forma espectacular. Me miré al espejo, así, ligeramente maquillada, con ese vestido y los zapatos casi parecía una puta. Pero no una puta barata de esquina. No. Me sentía como una de esas mujeres que se dedican a acompañar a gente adinerada, esas mujeres elegantes y sensuales dispuestas a todo a cambio de una buena suma de dinero. Una puta de lujo. Y aunque yo no pensaba cobrar nada, sí me di cuenta en ese momento que estaba dispuesta a todo. Anoche, mirándome al espejo fui consciente de cuanto había cambiado en la última semana. Y ahora, mientras escribo, soy consciente de cuanto he cambiado esta pasada noche.

Para completar el modelito, y sobre todo, para poder salir de mi casa sin que mi madre me enganchara de los pelos, me vestí con una chaqueta larga que ocultaba bastante bien lo provocativa que me había vestido. No pensaba cogerla para ir a cenar, pero sólo así podría superar la aduana que me esperaba en el salón de casa.

A las ocho y media en punto me despedí de mi madre diciéndole que tenía mucha prisa, que iba a llegar tarde, que me esperaban. Mi madre me preguntó por el abrigo, yo le di un par de largas y salí corriendo antes de que pudiera indagar más. Lo primero que hice nada más doblar la esquina de mi calle fue quitármelo e ir a la busca de mi amor. Cuando Sebas me vio aparecer se quedó mirándome con la boca abierta. Me parece que no daba crédito a lo que veía. Yo me acerqué despacio, moviéndome de forma lo más sensual posible, disfrutando de su mirada. Sebas también estaba guapísimo. Lo primero en lo que me fijé mientras me acercaba a él fue en la corbata que se había puesto, una corbata de color rojo intenso que le quedaba genial con la camisa negra. Y luego el traje ya me deslumbró. Llevaba puesto un traje de pantalón y chaqueta de corte muy moderno y totalmente blanco. La verdad es que él se impresionó al verme, pero yo no me quedé atrás. Que guapo estaba allí, de pie, al lado del coche, mirándome, casi babeando por mí.

Cuando ya casi estaba a su lado, metió la mano por la ventanilla del coche y sacó un enorme ramo de flores que me ofreció. Me dijo que esta noche sería su princesa y me besó apasionadamente. Me dijo que era la primera sorpresa de una noche perfecta, que iba a ser mi noche. Le pedí que me abriera el maletero para dejar la chaqueta, y le expliqué que había tenido que cogerla para que mi madre no me viera así vestida. Subimos los dos al coche. Aunque le pregunté varias veces, Sebas no me quiso decir a dónde nos dirigíamos. Al poco, yo misma pude ver que íbamos hacia una zona de playa cercana a la ciudad. Sebas condujo el coche hasta uno de los parkings cercanos al paseo marítimo, aparcó y bajó. Se acercó rápidamente a mi puerta y la abrió para franquearme el paso. Me dijo que bajara, que la noche empezaría con un paseo por la playa a la puesta de sol. Que esta sería la segunda sorpresa.

Bajamos del coche, atravesamos el paseo y nos acercamos a la orilla. Yo me quité los zapatos, ¡porque joder!, es imposible caminar con tacones por la playa. Al poco rato la brisa que soplaba desde el mar me empezó a enfriar. En cuanto Sebas se percató se quitó su americana y me la pasó sobre los hombros, dado que yo había dejado el chaquetón en el coche. Me había vestido así para él y quería que lo disfrutara. Continuamos nuestro paseo durante un rato por la playa, hablando de nada en particular, sólo disfrutando del momento. Disfrutando el uno del otro mientras el sol desaparecía lentamente por el horizonte. Al cabo de un buen rato de paseo regresamos al coche y montamos en él. Sebas condujo durante un corto trayecto hasta un precioso restaurante situado un poco más adelante, en la misma playa. Sebas había reservado una mesa pegada a un ventanal; desde el que se veía el infinito del mar y el reflejo de la luna en su ondulante superficie. Jamás habría podido imaginar un escenario más romántico que aquél. Siempre había soñado con perder mi virginidad en un escenario ideal, con el hombre ideal y en el momento ideal. Durante la última semana solo había deseado perderla cuanto antes. Y anoche ambos deseos se cumplieron. Era el día. Todo mi ser me lo decía. Sabía que pasara lo que pasara no me iba a arrepentir. Y ahora sé que estaba en lo cierto.

Sebas pidió nuestra cena, y una botella de vino para ambos. Y después otra, y al terminar con el vino pidió champán. Yo ya estaba bastante achispada y bromee con él, diciéndole que  no era necesario que me emborrachara, que iba a ser toda suya. El rió a gusto por mi ocurrencia y me preguntó que como estaba yendo todo, que como estaba yo. Y no pude más que contestarle la verdad, que estaba siendo una noche fantástica, que lo estaba pasando mejor que nunca y que estaba deseando estar a solas con él para agradecérselo. Pero Sebas parecía seguir con intención de emborracharme y de no dejarse convencer por mis insinuaciones. Llamó al camarero y pidió dos copas, una para cada uno, y, eso sí, la cuenta. Nos tomamos las copas tranquilamente, hablando, cogiéndonos las manos por encima de la mesa, rozando nuestros pies por bajo de ella. Comiéndonos con los ojos y desvistiéndonos con la mirada mientras mi excitación crecía a marchas forzadas.

Cuando acabamos nuestras copas salimos del local y volvimos a viajar en coche durante unos minutos hasta un pequeño hotel situado no muy lejos del restaurante ni de la playa. Era un hotelito pequeño pero lujoso, de los que se dedicaban a trabajar en la temporada de verano con turistas adinerados que buscaban tranquilidad; pero a la vez disfrutar de la playa. Sebas dio su nombre en recepción y el empleado nos entregó las llaves. Sebas me condujo a la habitación y eso me hizo sospechar. No había preguntado a al recepcionista el camino hasta nuestra habitación, parecía saber exactamente a dónde se dirigía. ¿Con cuantas más habría estado allí? Comprendía que seguramente yo no era la primera mujer con la que él se acostaba, eso lo sé. Pero pensaba que yo era especial, que todo lo que estaba haciendo era especial. No quería ser una más. Sebas pareció notar mi incomodidad y me dijo que ya estábamos. Me preguntó si me pasaba algo. Respondí que no. Que estaba bien. Aunque no lo estaba. Pero en cuanto entramos en la habitación comprendí lo tonta que había sido. Era evidente el porqué Sebas sabía llegar a la habitación. Sí había estado allí. Pero no con otra. Había estado allí preparando la habitación para nosotros. La cama estaba llena de pétalos de rosa, y de las paredes colgaban algunas de las fotos que nos habíamos hecho juntos durante el último mes de pareja; y durante el tiempo anterior como amigos, además, habían distribuidas velas sobre la mesa y el suelo de la habitación. A los pies de la cama había una cubitera con champán y dos copas. Cuando vi todo aquello mis temores desaparecieron y me di cuenta de lo necia que había sido. Y me abalance sobre él.

De pie, con la puerta todavía abierta; me lance como una loca hasta alcanzar sus labios para besarle acaloradamente. Mientras mi lengua acariciaba la suya, mis manos hacían lo propio con su cuerpo. Pasaban por su espalda, sus caderas, su culo, su cuello… Sebas me apartó con delicadeza y me dijo que esperara un poco, que no fuera impaciente. Que le permitiera por lo menos cerrar la puerta. Y esto último lo dijo medio riéndose. Me avergoncé ligeramente por mi exceso de deseo, pero enseguida pensé que no tenía de qué avergonzarme. Que había ido allí para dar rienda suelta a mis deseos. Que no pensaba reprimirme nunca más.

Sebas cerró la puerta de la habitación y, agarrándome por la cintura, me acompañó al interior. Paseó por la habitación con el mechero encendiendo las velas y después apagó la luz. El efecto de las pequeñas llamas era  precioso. Sirvió dos copas de champán y me entregó una mientras brindaba por nosotros. Bebimos el contenido de la copa y, tras dejarla junto a la cubitera, nos fundimos en un beso. Mientras nos besamos le desabroché torpemente, en parte por el alcohol, en parte por mi inexperiencia, la camisa, y deslicé mis manos por su torso semidesnudo. Metiendo mis manos bajo sus brazos comencé a quitarle lentamente la camisa junto a la chaqueta. Cuando ya casi había dejado su parte superior desnuda paré de besarle para evitar que su ropa se estropeara. Acabé de quitársela y dejé la chaqueta bien colocada en una silla mientras el se desabrochaba la corbata. Ahora le tocó a él. Se puso detrás de mí, agarrándome por la cintura, restregándose contra mi culo y obligándome a girar el cuello para besarme. Pasó sus manos despacio por mis caderas, acariciándomelas, hasta coger mi vestido. Cuando lo tuvo bien cogido, lo fue deslizando despacio por las caderas, por la cintura, por el pecho y, finalmente, por mi cabeza, obligándome a detener nuestro beso para desnudarme.

En cuanto liberé mi cabeza del vestido me di la vuelta y me arrodillé enfrente de él. Le bajé la cremallera del pantalón lentamente con una mano, mientras le masajeaba la entrepierna con la otra, más con intención de notarlo que con la de darle placer. Metí mi mano por el hueco que dejaba su bragueta y conseguí sacarle la polla. En cuanto la vi, me la metí en la boca de un golpe y empecé a lamérsela. A los pocos segundos paré y continué con mi idea original de desnudarle. Le desabroché el pantalón y se lo hice bajar hasta los tobillos. Él levantó un pie mientras yo le acababa de desnudar, y luego el otro. Ahora ya estábamos los dos en igualdad de condiciones. Él, vestido solo con unos boxers ajustados negros, y yo con un conjunto de tanga y sujetador de encaje rojo muy sexi.

Me puse de pie, a su altura, para besarle mientras me restregaba contra su miembro erecto; que sobresalía sobre los calzones justo donde yo lo había dejado. Sebas comenzó a acariciarme la espalda, acercándose cada vez más y más al enganche de mi sujetador, hasta que derepente, sin previo aviso y de un solo golpe, lo soltó. Lo separó de mis pechos, dejándolo colgado de mis brazos mientas, rápidamente, se dirigía a masajear mis pechos con ambas manos. Yo separé mis manos de su cuerpo durante unos instantes para permitir que el sujetador cayera al suelo. Sebas ya no sólo acariciaba mis pechos, mientras mantenía una de sus manos masajeando mis tetas la otra la había puesto en mi culo magreándome. Yo puse la mía en su polla que ya estaba totalmente erecta y empecé a pajearle lentamente.

Me pidió que fuéramos a la cama, que nos tumbáramos juntos. Y eso hicimos. Él se tumbó boca arriba, entre las flores, mientras yo me puse encima suya. Nos besábamos con pasión mientras yo me restregaba contra su miembro. Sentía todo mi sexo súper mojado. Bajé una de mis manos hasta su polla y, apartando mi tanga, la restregué contra mi coño. Sebas cogió un condón de la mesita de noche y se lo puso mientras me decía que ahora me iba a follar. Que había llegado mi momento. Prácticamente sin moverme de la posición cogí su polla y la encaré a mi coño. Una vez la noté en el sitio me deslicé hacia abajo, haciéndola entrar toda, notando como me perforaba. Cuando ya estaba casi la mitad dentro me deje caer y sentí un increíble placer mezclado con un ligero dolor que casi ni sentí. Mi propia lubricación la hizo entrar prácticamente sin problemas a pesar de su tamaño y de ser mi primera vez.

Una vez la sentí toda dentro, empecé a subir y bajar, notándola entrar y salir, notando como me golpeaba por dentro. Sintiéndola dentro una y otra vez. El placer era infinito. A los pocos minutos de subir y bajar empecé a notar como las piernas me flojeaban, como un intenso calor invadía todo mi ser. Seguí con el movimiento cada vez más deprisa; pero al mismo tiempo más irregular. Estaba alcanzando mi primer orgasmo interno. Seguí y seguí con todas mis fuerzas hasta que llegó. Cuando el orgasmo me inundó. mis espasmos me proporcionaron más placer si cabe al frotarme contra Sebas. Sebas me miraba, disfrutando de mi orgasmo y de mis convulsiones. Cuando me corrí totalmente, me quedé parada encima de él. Le dije que lo sentía, que me hubiera gustado verle disfrutar a él también. Y me contesto que ya estaba disfrutando, pero que si pensaba que se había acabado estaba muy equivocada.

Me enganchó con sus brazos apretándome contra él, y se dio la vuelta haciéndome rodar a mí también, sin siquiera sacar su polla de mi interior. Una vez en la misma posición pero a la inversa, el encima y yo debajo, comenzó a follarme. Me bombeaba despacio, haciéndome sentir un cúmulo de sensaciones placenteras en mi coño hipersensibilizado por el primer orgasmo. No parecía tener prisa, no parecía tener intención ni ganas de correrse, lo único que parecía era querer hacerme disfrutar. A cada envestida sacaba y metía más polla hasta que empezó a sacarla totalmente y a metérmela entera de un golpe, y vuelta ha empezar. En uno de los envites se enganchó con mi tanga que luchaba por volver al sitio. Sebas paró y me pidió que me lo quitara, que me quedara totalmente desnuda para él. Yo me quité la ropa interior mientras él se quitaba la suya. Y cuando me iba a volver a tumbar para disfrutarle me dijo que no. Que me pusiera a cuatro patas, que íbamos a cambiar de posición. Yo me asusté, pensé que me la quería meter por el culo y me daba miedo. Pero no le dije nada. Si iba a ser suya para lo que fuera, sería para lo que él quisiera. Estaba dispuesta a dejarme hacer lo que quisiera.

Me puse a cuatro patas sobre el colchón rodeada de los pétalos de rosas, aspirando su aroma con preocupación por lo que iba a pasar mientras él se ponía tras de mí. Me cogió de las caderas y me elevó el culo buscando mi coñito con sus dedos. Condujo su polla hacia mi coño y empezó a bombear dentro de mí. Me invadió una sensación de alivio y de pacer mientras me follaba; pero también cierta tristeza por no poder disfrutar de una nueva experiencia que pensaba iba a sentir. Sebas me follaba, primero despacio pero cada vez más deprisa. Una y otra vez. Yo me iba mojando cada vez más, hasta volver a sentir de nuevo un intenso calor por todo mi ser. Me estaba corriendo por segunda vez, y mientras mi cuerpo se estremecía por los espasmos del orgasmo, sólo pensaba en una cosa. Que me follara por el culo. Cuando mi cuerpo exhausto por tantas sensaciones dejó de palpitar, una vez concluido el orgasmo, y mientras Sebas continuaba a su faena, se lo pedí. Le pedí que me diera por detrás, le rogué que me diera por culo. Me pregunto que si estaba segura. Le dije que sí, que nunca había estado tan segura de nada tanto como lo estaba en ese momento.

Sebas continuó follándome a la vez que empezaba a dilatar mi orificio anal con uno de sus dedos. Yo estaba extremadamente excitada y disfrutando como una perra. Cuando ya podía meter y sacar el dedo con facilidad comenzó a meter un segundo dedo. Yo no cabía en mí de gozo. Me estaba follando por delante con su polla y por detrás con sus dedos. La sensación, a diferencia de lo que pensaba, era extremadamente placentera. Cuando llegué a mi tercer orgasmo de la noche le pedí a gritos que me follara el culo, que necesitaba sentírsela por detrás. Cuando Sebas notó que dejaba de estremecerme, me la sacó, se quitó el condón y, de un solo enviste, me la metió por mi dilatado culo. El dolor fue intenso, pero también lo fue la sensación de placer. Sebas la dejó dentro durante un rato mientras se inclinaba sobre mi espalda y me acariciaba el clítoris con sus manos. Poco a poco empecé a acostumbrarme a tenerle dentro y, cuando mi culo se relajó, Sebas empezó a follárselo. Me follaba el culo despacio, con delicadeza, mientras con su mano derecha me acariciaba la entrepierna.  A los pocos segundos, estimulada por todas partes empecé a sentir como me corría otra vez. Los espasmos de mi cuarto orgasmo debieron de hacer que mi culo se contrajese porque Sebas me dijo que se iba a correr, que no aguantaba más. Me pidió que le dijera que donde quería que se corriese. Que si quería que se corriese en mi culo o en mi boca. Yo no me lo pensé. Quería saborearlo. Así que se lo dije. Le pedí que se corriera en mi boca, que quería tragarme toda su leche. Que quería saborearle, que quería lamerle, que quería chuparle, que quería todo su semen.

Sebas sacó su polla de mi culo y me hizo darme la vuelta, encarando mi boca con su enorme miembro. En cuanto estuvo a mi altura me la insertó de un sólo golpe y empezó a follarme la boca. No se la chupaba yo. El me la metía con rítmicos movimientos. Mi lengua intentaba lamer todo lo que sus movimientos me dejaban. Lo único que podía hacer era saborear su miembro y los restos que en él quedaban de mí. A los pocos segundos su espalda empezó a encorvarse, sus caderas se movían espasmódicamente  y llegó. Se corrió en toda mi boca, su leche me inundó. Cada uno de sus disparos sexuales me alcanzaba una parte distinta del paladar y de la garganta. Yo sólo hacía que tragar y tragar. Pero no daba abasto. Su semen se desparramaba por la comisura de mis labios llenándome la cara de lefa. Cuando su polla dejó de estremecerse se la lamí, limpiando todos los restos de semen que en ella quedaba.

Tanto Sebas como yo estábamos exhaustos. Caímos rendidos en la cama uno al lado del otro. Sebas me abrazó y me dijo en un susurro que me quería. Me beso, en parte disfrutando de mí y en parte saboreando su propio sabor que aún quedaba en mi boca. Me acurruqué a su lado escuchando su respiración. Así, abrazados los dos, nos dormimos a los pocos minutos.

Esta mañana me han despertado los rayos de sol que bañaban nuestros cuerpos desnudos atravesando el ventanal de la habitación. He abierto los ojos y he estado un buen rato disfrutando de la situación. Notando el cuerpo de Sebas junto al mío, sólo abrazándole, sólo sintiéndole, sólo dejando pasar el rato, deseando que no se despertara para poder alargar ese momento para siempre, pero a la vez ansiosa por que se despertara.

Hemos pasado un buen rato así, él dormido y yo despierta, hasta que al final Sebas ha abierto los ojos. Le he dado los buenos días y he bromeado con él llamándole dormilón. Por toda respuesta he obtenido un beso de sus labios. Después del beso de buenos días Sebas me ha agarrado de las caderas y ha rodado sobre mí quedándose encima de mí. He Empezado a pasar mis manos por su espalda mientras nos besábamos. Sebas acariciaba mi cuerpo desnudo que comenzaba a excitarse con el contacto de sus calidas manos. Notaba como la polla de Sebas aumentaba poco a poco de tamaño mientras la frotaba con mi entrepierna. Sebas se movía sobre mí pero sin penetrarme solo haciendo rozar nuestros sexos, excitándolos. Me ha preguntado que si quería que me follara otra vez, y le he dicho que sí, que me follara, que quería sentirle dentro de mí. Poco a poco, con delicadeza, ha ido colocando su polla en mi coñito, cuando estaba en posición ha ido metiéndola poco a poco. Esta vez si me ha dolido, seguramente porque no estaba tan excitada como anoche, pero aún así, como ha ido metiéndola despacio, con cuidado, al final ha acabado toda dentro. En esa posición hemos continuado besándonos como si no hubiera mañana. Él con su miembro dentro de mí, quieto, y yo abrazándole el torso con mis brazos, sus piernas con las mías y la polla con los labios de mi coñito.

Notaba como cada vez me iba mojando más y más. He empezado a mover mis caderas de forma circular para que su polla recorriera todo mi interior. Cuando Sebas ha visto que ya estaba dispuesta, ha empezado a subir y bajar. Mordisqueaba mis labios, mi cuello, lamía mi boca y me follaba, todo al mismo tiempo. El placer era increíble. A no mucho tardar he sentido como me llegaba al orgasmo. Le he chillado que continuara, que no parara, que me diera más fuerte, que me diera más y más. Me he corrido de forma explosiva mientras Sebas me bombeaba con todas sus fuerzas. Después del primer orgasmo ha continuado follándome con fuertes arremetidas y, a los pocos segundos, he vuelto a sentir como todo mi ser se estremecía. He llevado mis manos a mis pechos y los he apretado con fuerza mientras me alcanzaba el segundo orgasmo de la mañana prácticamente después del primero. Si durante toda esta semana creí que no había ninguna sensación superior a un orgasmo, ahora sé que me he equivocaba. La mejor sensación son varios orgasmos seguidos.

Ha sido absolutamente increíble. Cunado mi cuerpo ha dejado de sufrir los espasmos del segundo orgasmo, he comenzado a arquear la espalda y a subir las caderas de nuevo, mientras volvía a llegar al clímax. Sebas continuaba follándome mientras disfrutaba de mis orgasmos. Yo ya no podía más. Mi cuerpo estaba exhausto. Justo en el momento culminante de mi tercer orgasmo, Sebas ha empezado a jadear y a golpearme de forma irregular. Yo sólo hacía que gritarle que me follara, que me diera. Me ha dicho alarmado que no se había puesto el condón, que se le había olvidado, a lo que le he contestado que me daba igual Que siguiera follando, que se corriera, que quería su leche dentro, que no parara. Sebas ha descargado toda su leche en mi interior, corriéndonos juntos, mezclando gritos y jadeos, intercambiando fluidos.

Nos hemos quedado juntos, abrazados. Yo notaba como todo su semen se escurría de mi interior. Me ha dicho que no debíamos haberlo hecho sin condón, que lo sentía. Le he dicho que no se preocupara, que podíamos pasar por una farmacia a buscar una pastilla anticonceptiva de urgencia. Que había sido fruto del momento y que me gustaba sentir su semilla dentro de mí.

Después del polvo mañanero, hemos recogido las fotos que Sebas había colgado por la habitación y hemos ido a desayunar a la playa, dejando los restos de las velas y las flores. Nos hemos sentado en una terracita junto a la arena. Mientras tomábamos un café con leche y unas tostadas bañados por el calido sol de primavera, y con el ruido de las olas de fondo, me he sentido la mujer más afortunada del mundo. He mirado a Sebas y le he dicho lo perfecto que había sido todo. Que había conseguido arrebatarme mi virginidad tal y como siempre había soñado. Que estoy enamorada de él y que es lo mejor que me ha pasado nunca.

Camino a casa hemos parado en una farmacia de guardia a comprar la llamada pastilla del día después. La dependienta nos ha mirado con mala cara, pero nos la ha vendido sin muchos problemas, no sin antes advertirnos de los riesgos que conlleva. Le hemos dicho que había sido un accidente, y que se nos había roto el preservativo. Ha dicho que sí, que como a todos los jóvenes que venían a buscarla un sábado por la mañana, pero nos la ha dado.

Sebas me ha dejado en casa y me he tomado la primera píldora. Espero no quedarme embarazada por una noche de desliz. También sería mala suerte que me ocurriera la primera vez. Pero me daría igual. Porque le quiero. Le quiero mucho. Es el amor de mi vida y ahora sé se que siempre estaremos juntos.

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