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Pasión de dos cuerpos

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Decía que solo lo miraba a los ojos mientras estaba desnudo sobre ella. El en cambio le encantaba mirarla desde las uñas pintadas de sus pies hasta llegar a sus cabellos encrespados. La miraba con lentitud queriendo detener las horas y acaso los instantes. La miraba mientras la desnudaba poco a poco acariciando su cuerpo por encima de cada prenda mientras la iba deslizando despacio entre más diminutas las prendas iba más lento, era una sensación de palpar otra piel, la que le inspiraba acariciar la tela antes de deslizarla. Cada una era una apertura a un placer diferente. Las blusas de seda eran como una enorme cortina que le daban entrada a una habitación iluminada. Las faldas cayendo lentas le trasmitían un acelere en el pecho como si cada latido retumbara dentro de las cuatro paredes del cuarto. Lo placentero llegaba al contemplar sus muslos dentro de las medias que ella siempre cuidaba escoger para ese momento. Eran su otra piel que ella le reservaba como preludio del amor. Era empezar en serio las caricias desde sus pies hasta ascender despacio con sus manos hasta la entrepierna que se abría lenta dejando entrever una leve humedad oscureciendo el borde de sus calzones nuevos a veces rojos, negros o blancos. Recorrerla con sus manos una y otra vez sobre esos muslos torneados que presagiaban una piel más fina que los hilos de las medias, luego con su rostro sintiéndose acariciando la suavidad de cada recorrido acercando sus olores sutiles y ese tibio placer de sentirla sobre su rostro y sus manos muchas veces.

La contemplaba en la quietud de sus muslos encogidos sobre ella y empezaba a quitar sus zapatos de tacones afilados que daban un aire de sensualidad en cada paso. Ahora era tocar sus pies de bordes arqueados y sentir de nuevo ese recorrido de sus manos sobre los muslos tibios y empezar por fin a deslizarlas hacia abajo con lentitud hasta verlas correr hasta sus rodillas y desaparecer luego por sus pies y las contemplaba entre sus manos antes de dejarlas a un lado y empezar a tocar por fin la anhelada piel de sus piernas y besar una y otra vez cada breve espacio hasta acercarse al lugar de la dicha, encubierto por la breve prenda guardadora del tesoro más codiciado y, después el lento ascenso por su pubis y su vientre liso como un cristal y se acercaba a la hora de desabrochar el brasier, la prenda que no mataba tanto su deseo y más bien le gustaba hacer desaparecer pronto y se le enredaba entre los broches por la ansiedad de ver emerger el milagro de sus pechos grandes y ardorosos sobre su cara para luego tenerlos entre las manos y acariciarlos con ternura y pasar suave su lengua por el contorno hasta llegar a la punta de sus pezones y tocarlos con el borde de la lengua mientras ella con sus manos sabia comunicarle que pasara de uno al otro y decía que se mojaba con más rapidez. Entonces tomaba una de sus manos entre las suyas y la colocaba en su entrepierna para que empezara a acariciar el borde de la dicha y empezara a encender sus deseos con más fervor y la convirtiera en una hoguera de líquidos tibios.

Sin embargo se resistía otro rato a dejarla en toda su desnudez. Acariciaba la redondez de ese culo blando y tentador escondido aun ente la tela suave como cáscara de mango. Era entonces cuando ella subía sobre su cuerpo tendido y hacia un recorrido menos minucioso que él suyo con beso intercalados por su piel y llegaba hasta su pene erecto y acercaba sus labios ardientes a la cabeza endurecida y los rozaba una y otra vez antes de introducirlo a su boca de saliva caliente, lo deslizaba entre su palada. Luego lo dejaba con lentitud y otra vez sus manos ascendían por el vientre hasta acercarse a su pecho y volvía a erguirse acaballada sobre el hasta rozarse su abertura del placer con la del hombre y agachaba su tronco para que volviera a acariciar y chupar sus senos erguidos como dos torres de placer antes de pegar su cuerpo al suyo y rozar la sensualidad de sus pieles que ya empezaban a arder, entonces volvía quedar sobre ella y empezaba a deslizar la tela de su interior con los dientes a la vez que ella levantaba un poco las nalgas para facilitarle y subía las piernas mientras el dejaba el calzón a la altura de sus rodillas y devolvía su cara hacía la puerta del placer que empezaba a abrirse a sus deseos y estampaba varios veces a sus labios húmedos y acercaba su lengua hasta sus vulva tibia y se encontraba una humedad insabora y se molestaba un poco con la aspereza de sus bellos y volvían sus labios a subir por el vientre y ella estiraba una mano hacia abajo para quedar ahora si bien desnuda y abrirse de forma libre hacia los lados hasta que la boca de él llegaba de nuevo a sus pechos candentes y los chupaba por un breve lapso. Luego sus bocas se encontraban en un apasionado beso que se enlazaba con sus lenguas ardiendo y se abrazaban mientras sus sexos que parecían buscarse con despacio se encontraban y el pene hacia su entrada en el arco del triunfo de su abertura del goce y sus calores y humedades iban eferveciendo a medida que se movía dentro de ella y el mundo parecía desaparecer para ambos.

Después, ya desocupado dentro de ella, la abrazaba y la acercaba a su cuerpo y ya no quería mirarla. Ella le decía con la voz medio ahogada por quejidos tardíos, te amo, no sé hasta cuándo.

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