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Días de lluvia

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Era una de estas noches antes de navidad en las que el cielo descarga con toda su fuerza truenos y agua a partes iguales. Habíamos aparcado en los estacionamientos de un gran centro comercial, ahora vacíos por lo avanzada que estaba la noche. Estábamos los dos sentados en los asientos de atrás de mi coche, mirándonos. No era la primera vez que íbamos allí a jugar a las manitas. Normalmente los juegos no solían pasar de besos y alguna que otra mano por debajo de la camiseta.

Nos conocíamos desde hacía bastante tiempo, siempre habíamos sido buenos amigos y charlábamos a diario por el ya anticuado messenger. Ninguno teníamos pareja y nos encantaba jugar a proponernos cosas picantes que nos haríamos el uno al otro. Ella siempre fue una chica con un pensamiento muy liberal, aunque no promiscua por ello. Se jactaba de que podría hacerme tener un orgasmo sin si quiera llegar a desnudarse.

Empezamos a tener las conversaciones en persona en parques en los que quedábamos, cada vez más subidas de tono. El primer día que nos quedamos solos en el coche, aparcados en un arcén de una carretera perdida de la mano de dios, fue precisamente por eso, una apuesta. Me dijo que si era capaz de pararme allí mismo y dejarme hacer, pero no llegamos tan lejos aquel día. Las caricias y los besos sí que llegaron a casi todas las partes de nuestros cuerpos.

En la noche en cuestión a la que antes me remití, la broma había sido la misma. Ya habíamos intimado de maneras similares en parques y demás sitios públicos, pero aquel día el coche nos pareció bastante más privado y acogedor.

Las luces del aparcamiento estaban apagadas. Encendí un poco la calefacción antes de que nos pasáramos al asiento de atrás ya que no quería tocarla con mis manos heladas. Aquel día ella llevaba unas mallas con falda corta y una chaqueta de cuero con una camisa debajo.

Ambos estábamos esperando a que el otro iniciara algún movimiento. Me encontraba yo absorto en mis pensamientos mirando por la cada vez más empañada ventana observando la lluvia cuando sentí como su mano se posó en mi pierna. Yo suelo llevar siempre pantalones estilo chándal por lo que pude sentir la presión de su mano perfectamente. Mientras me miraba fijamente fue subiéndola cada vez más arriba hasta llegar a mi miembro. Yo me sentía bastante intimidado porque lo normal es que yo iniciara y ella me siguiera en el juego. Pero esta vez tenía la mirada decidida y yo no podía más que dejarme llevar.

Puso una rodilla sobre el asiento y se echó sobre mí para besarme. Yo la complací y puse mi mano sobre su mejilla para poder controlar mejor el beso. Mientras lo hacía, fui sintiendo como apretaba con su mano mi entrepierna. A esas alturas yo estaba fuera de mis casillas. Paró de besarme solo para colocar su otra rodilla, quedando sentada encima de mí. Coloqué mis manos suavemente en sus mejillas y la atraje hacia mí para besarla de nuevo. Ella se quitó las mallas y yo me bajé los pantalones, quedando otra vez en la misma posición pero piel con piel. Podía sentir las caricias de sus muslos en los míos mientras se acercaba y alejaba para besarme. En una de las idas la abracé y la dejé pegada a mí. Comencé a besarla en el cuello mientras mi mano descendía por su espalda y llegaba por debajo de la falta a su ropa interior. Hice de tripas corazón y me aventuré a bajar sus braguitas un poco para poder meter la mano por el interior y acariciar su culo.

Las sensaciones que me llegaban me invadían por completo, ya no era dueño de mí mismo. Ella, sin dejar de besarme, bajó su mano hasta mi entrepierna, metió la mano por debajo de mi ropa interior y comenzó a masturbarme lentamente. No vi otra salida, había que terminar lo empezado. Me incorporé un poco y bajé mis slips hasta las rodillas. Acto seguido ella se quitó su chaqueta y las braguitas, se abrió la camisa y se volvió a colocar encima de mí de la misma forma. Agarró con su mano mi sexo y lo puso junto al suyo, luego descendió un poco. Podía sentir el calor y su humedad en mi entrepierna. Fue bajando cada vez más a la vez que se entregaba a mí en un abrazo. Con su cabeza en mi hombro podía disfrutar del olor de su pelo mientras ella hacía que nos fusionásemos en uno.

Al fin, cuando pudo estar relajada sobre mí, comenzó sin dejar de abrazarme a mover sus caderas en un movimiento suave de vaivén. Yo sentía su respiración entrecortada muy cerca de mi oído. Al poco tiempo, decidió poner los codos en mis hombros y con sus manos me atrajo hasta su pecho, ahora al descubierto. Ella nunca llevaba sostén, pero eso yo no lo descubrí hasta ese día. Comencé a besarla por todo el pecho y a apretarla contra mí. Tras unos instantes ella se echó hacia atrás y comenzó a subir y bajar sus caderas, agarrada en las cabeceras de los asientos.

Y ahí la tenía yo, frente a mí, gimiendo. Su camisa abierta, sus pechos y su cuello brillantes del sudor, haciéndome el amor como jamás pensé que sería posible.

Cuando terminamos, los cristales del coche estaban tan empañados que pareciese que siempre habían sido blancos y opacos. Diría que fue una noche bastante especial, si no fuera porque ahora la repetimos cada noche con lluvia.

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