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Historia del chip (039): El club (Enko 003)

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Nadia esperó pacientemente a que Enko volviese con los cafés. No iban en el jet privado como era habitual. Estaba de pie, en medio de la sala abarrotada de gente. Su minifalda no desentonaba salvo, quizás, por su extrema cortedad. No se sentó debido a la nueva regla impuesta por Enko, no podía llevar la chaqueta puesta si se sentaba. Como debajo llevaba su top habitual, que mostraba impúdico el lateral de los senos, prefería esperar a un lugar menos concurrido.

Ya sólo faltaban tres meses para la activación del chip. Y como preparación al evento, Enko había encargado un sofisticado ornamento de control que cubría la vagina de Nadia. Toda la zona, los labios vaginales, el orificio, el clítoris, los distintos pliegues quedaron inaccesibles. Un sofisticado mecanismo le permitía a Nadia orinar sin demasiados problemas, pero su posibilidad de acariciarse era nula.

Llevaba tres días con el artilugio y ya no podía aguantarse. ¿Cómo iba a poder estar tres meses sin tocarse? Enko no le dio la misma importancia.

—Después de todo, tienes tus pezones y tus pechos— le dijo cuándo le colocó el muro triangular y esbelto de una aleación recién creada.

Nadia reconoció que no le faltaba razón. Eran pocas las ocasiones en las que Enko la tocaba entre las piernas, y si lo hacía era más para comprobar su estado de excitación que por acariciarla. No es que le importase mucho, ya que sus pechos eran el centro de placer de ambos.

Miró inquieta a cada lado, esperando que apareciese. ¿Dónde se había metido? Notaba el frescor en los muslos y las nalgas. La falda, también de estreno, era tan ligera como sus tops y por lo que podía apreciar, sus hebras tenían el mismo efecto. Sus nalgas parecían vibrar con el contacto sensual e inequívoco que proporcionaba la tela.

Por fin llegó. Se tomaron el café ahí mismo, dándole gracias al cielo Nadia por no buscar asiento. Con esa falda, sería imposible no dar el espectáculo.

—Tenemos un rato hasta la puerta. Lo siento. No sé por qué hay tanto jaleo.

—Al parecer ha habido un atentado en Miami y están desviando un montón de vuelos. Y también retrasos.

— Pues vamos, antes de que se arrepientan y nos cierren el aeropuerto.

Nadia siguió con aplomo a Enko, que cogió la maleta con ruedas compartida. La cadena empezó a moverse y, como siempre, excitar a los pezones. La tela también. Y como novedad desde ese día, su culo también experimentó el trajín sedoso.

Después de batallar en lo que a Nadia le parecieron horas, por fin llegaron a la puerta de embarque. Con tiempo para poder escaparse a un servicio donde Enko fue puntualmente agasajado. Nadia también disfrutó lo suyo cuando Enko sobó con esmero los pechos con la facilidad de meter la mano por dentro de la chaqueta. La tela de debajo no podía protegerla.

No habría orgasmo. En los últimos tiempos, ya había conseguido moderar mínimamente sus impulsos y la prueba de fuego sería ese viaje, en el que ya sólo obtendría uno al día y siempre que le otorgase un mínimo de cinco a Enko. Como sólo era el tercero del día, Nadia no tenía ninguna expectativa y, por otra parte, Enko sabía exactamente cómo llevarla al borde del clímax en unos segundos.

Nadia había sido modificada, condicionada y entrenada hasta el punto de no distinguir sus impulsos contradictorios. Su química cerebral, -su dopamina-, hacía tiempo que la había convertido en una devoradora sexual. Su enamoramiento enfermizo y adictivo la compelía a cumplir con las expectativas de su amante a costa de cualquier instinto de salvaguardia.

Enko tiró de la cadena que conectaba los pezones. El gesto provocó inmediato dolor en Nadia, que apenas tuvo el ánimo de no llevar las manos hacia sus pechos, consiguiendo que se quedasen a cada lado de su cuerpo. El simbolismo consistía en la afirmación parte de Enko de que había tenido un buen orgasmo y estaba satisfecho con la actuación de Nadia.

Nadia tardó meses en aceptar un dolor tan intenso en los pezones. Su mente, -orientada al placer que los nuevos pechos otorgaban-, se había negado a asumir los nuevos retos e impresiones que Enko proponía. Y entre ellos estaba el dolor implícito cada vez que él tenía un orgasmo. Esa faceta quedó atrás y Nadia casi se sentía orgullosa de permanecer quieta e impasible cuando los pezones eran tironeados con fuerza.

El metal se había fundido con la piel interna de los pezones y los tejidos y los nervios correspondientes se unieron díscolamente. Sentía una leve excitación por el mero peso de la cadena y adoraba la estimulación casi continua que le provocaba el caminar o notar el tejido circulando entre la piel sobrexcitada.

Y no habría vuelta atrás, no sólo por la permanencia de sus nuevos pechos sin posibilidad de cambios, también porque la conexión de los nervios con el metal sería casi imposible de deshacer. Nadia deseaba cada vez más tener orgasmos a través de sus pezones y su clítoris, -huérfano desde hacía tiempo inmemorial-, estaba cada vez más atrofiado, con sus nervios diluidos. El protector vaginal implacable también ayudaba a crear esa sensación, por ahora nueva.

A Nadia todavía le dolían los pezones cuando entraron en el avión, después de atravesar los largos pasillos. Al menos iban en primera y entraron antes. Se quitó la chaqueta y los tacones antes de sentarse y se levantó la exigua falda antes de posar las nalgas. Agradeció el contacto con el cómodo sillón. Era el primer día que llevaba la sensual tela en las posaderas y un poco de descanso era de agradecer. Cruzó las piernas como siempre, lo que implicaba que su cuerpo aparecía desnudo lateralmente salvo una mínima zona en la cadera dónde la falda no podía desaparecer. Todos los pasajeros verían su cuerpo sin problemas. No era algo que a Nadia le fuese a quitar el sueño. Iba con un atuendo parecido desde hacía seis meses y suponía que Enko no cambiaría de criterio salvo que se cansase de verla siempre igual.

No se sentó nadie más en primera, lo que fue un alivio para Nadia, poco acostumbrada a esas exhibiciones en un avión, donde era algo demasiado atrevido. Lo tenía más incorporado en discotecas y algún que otro restaurante de lujo. Y solían ir en la limusina. En todo caso, este viaje sería un martirio en ese aspecto, pues Enko le había explicado que casi todo el rato llevaría exclusivamente su nuevo protector vaginal, como único y exclusivo atuendo.

Nadia sentía algo de humillación sólo con pensar en ello. No le importaba la idea de estar completamente desnuda en una playa si así lo requería Enko. Sin embargo, el protector proclamaba al mundo su castidad. O su desvergüenza, que obligaba a su amante a encerrar su mayor tesoro. Al menos, Enko le permitiría quitarse los aros de los pechos cuando estuviera en público si no llevaba el top.

Enko acarició el largo muslo desnudo y sensual durante el viaje, indiferente a los trajines de las azafatas. En ocasiones, -si no había moros en la costa-, despegaba el top y acariciaba uno o los dos pezones, haciendo que Nadia suspirarse de alivio o de ardor, según la clase de caricia o el grado de crueldad del tejido cuando volvía a su lugar.

Habían repetido esos movimientos tantos miles de veces que para Nadia casi no había otra manera de hacer el amor, salvo cuando Enko la penetraba, algo ahora ya lejano. Y su cerebro prefería mil veces esas caricias fugaces o agresivas, los roces inadecuados del top y las yemas a cualquier otro estímulo. Creada la necesidad, Nadia pedía el contacto y se había convertido en una adicta.

*—*—*

Jamaica era preciosa. La limusina estaba esperando a pie de avión y Nadia respiró aliviada al observar el vehículo, sabiendo que no tendría que ser exhibida por todo el aeropuerto. Se quitó la chaqueta antes de entrar en el vehículo, delante del chófer que esperaba con la puerta abierta. Y levantó la falda antes de sentarse. Sabía que el hombre estaba contemplándola. No le resultó difícil o extraño, ya lo había hecho cientos de veces en Nueva York.

En cuanto Enko entró, lo primero que hizo fue levantar la tela y acariciar los pezones, como si llevara siglos sin hacerlo. Nadia entendió el mensaje, mientras Enko levantaba el cristal que les daría privacidad, ella le fue quitando los pantalones y los calzoncillos. A su vez, él le quitó el top, aunque no la falda, que por lo visto no molestaba tanto. Eyaculó jugando con los pezones y haciendo que Nadia tuviese que usar todos sus recursos para evitar su orgasmo mientras le daba el suyo a Enko. No le molestó en absoluto, al contrario, se sintió adulada. Enko le ofreció agua para aclararse la garganta y refrescarse.

—Quítate todo. Vamos a alojarnos en un club al que pertenezco. Debes estar completamente desnuda. Al igual que aquí, ya que la limusina es del club, también. Deja todo lo que lleves, salvo tu bolso, en ese cajoncito y luego lo bloqueas. Sólo el conductor puede abrirlo una vez hayas pulsado el interruptor.

Nadia se quitó el top y los aros para luego levantarse y retirar la falda de las caderas. Introdujo los elementos en la minúscula cabina y recordó los tacones que estaban en el suelo del vehículo. Con todo ya situado en el lugar asignado, pulsó el minúsculo interruptor. Un mínimo ruido y una pequeña pared bloqueó el acceso. Los tacones, -que habían quedado por encima-, se veían perfectamente ya que la parte superior era transparente. Para Nadia, podían estar en la luna.

Sólo quedaba su protector de castidad imposible de retirar y que no se consideraría vestimenta. Ajustó las piernas cruzándolas como siempre. Enko acarició de nuevo el muslo. No parecía cansarse nunca.

— Descansa un poco. Tardaremos bastante en llegar.

Se recostó junto a él y se durmió.

*—*—*

Enko la despertó cuando llegaron. Acarició los pezones para recordarle lo mucho que la quería y esperó a que el conductor abriese la puerta. Nadia salió del vehículo tratando por todos los medios de no sudar ante la emoción que sentía. El chófer no dejó de mirarla y Nadia casi se apiadó de él: parecían faltarle ojos. Un recepcionista o algo parecido, se hallaba junto al bordillo. El lugar era lo más parecido a un hotel de cinco estrellas, pero sin clientes salvo ellos.

Nadia se sintió más desnuda que nunca al estar descalza en el asfalto y algo cohibida por su tanga protector. Hubiera dado cualquier cosa por cambiarlo por unas zapatillas, aunque en teoría eso la hubiera dejado más desnuda. Porque la idea de que todo el mundo supiese que llevaba una especie de cinturón de castidad le resultaba muy humillante. Más teniendo en cuenta que estaba muy húmeda. Al menos el dispositivo limpiaba continuamente la zona sin que nadie pudiese darse cuenta. Notó que todos los empleados llevaban una pegatina impresa con un número de tres cifras.

—¿Por qué un número? —quiso saber mirando a Enko que había dado la vuelta para recogerla, acogiendo protectoramente la cintura serpentina.

—Es mejor para todos. Recuerda que tienen libre acceso a ti. Es difícil no enamorarse si un hombre puede sacar lo mejor de tu cuerpo, un día tras otro. Asociándolos a un número, te resultará más fácil mantener las distancias.

A Nadia no le convenció la explicación, pero ya le había ocurrido en otras ocasiones con Enko. Una chica vino a su encuentro.

—Hola, yo soy Emma.

—Nadia.

—Hola, Emma— dijo Enko.

—¡Qué agradable sorpresa, Enko!

Se acercó a él. Enko, sin ningún reparo, puso la mano en el vientre de la chica y Nadia puso notar que le acariciaba el clítoris hasta acercarla al orgasmo. La propia Emma agitó llevó la cabeza hacia atrás, quizás señalando que estaba a punto de soltarse. Enko retiró la mano y condujo un dedo a la cavidad entre las piernas de Emma. El dedo quedó impregnado de una sustancia blancuzca y olorosa.

— Abre la boca, Nadia.

Sin nada de ganas, Nadia acogió el dedo y lo limpió, intuyendo lo que se deseaba de ella. No se consideraba lesbiana, salvo por unos pequeños escarceos hacía años. Emma no se tomó a mal su falta de ganas. Le golpeó ligeramente la nalga.

—Vamos, te enseñaré tu habitación. Los hombres no saben cómo hacer estas cosas.

A Nadia le hubiera gustado saber si se refería al magreo, la exhibición o a la falta de educación por hacerlo delante de todo el mundo. La habitación estaba en el primer piso y las escaleras de piedra eran frías. Era amplia y espaciosa pero la pared se componía de cristal. Estuvo a punto de soltar una exclamación.

—A todo el mundo le pasa igual, la primera vez— explicó Emma. —El cristal es de doble capa, insonoriza mejor que una pared. No tendrás problemas para dormir.

—¿No hay lugares más íntimos?

—Las habitaciones de los hombres, pero hay muy pocas. Casi todos duermen con una mujer. Si duermes con Enko, sí podrás disponer de un lugar recogido.

—¿Si duermo con él?

—Aquí vienes a ser compartida, Nadia. A aprender a quitarte los celos, la manipulación y todas esas cosas que se nos atribuyen a las mujeres.

Hubiera protestado. No tenía sentido.

—¿Y a los hombres no les molesta no tener intimidad?

—Están con las mujeres de otros. Son trofeos. Somos intercambiables.

Nadia fue usada esa noche por varios de los trabajadores del club, mientras Enko durmió con Emma. No había nadie más en el centro. Por la mañana, se llevó una sorpresa, después de desayunar. La condujeron a un atracadero, donde Enko ya se hallaba en una zodiac, vestido con unos pantalones cortos, una camiseta holgada y unos zapatos prácticos.

—Amor, entra.

Con ciertos reparos, Nadia se introdujo en la embarcación, su cuerpo desnudo destacando. Estaban al aire libre y temía que alguien no perteneciente al club pudiera verla. Y la cadena colgando de los pezones y el pubis encerrado no ayudaban.

—Con soltura, Nadia. Actúa como si estuvieras vestida.

Para calmarla, le dio un beso. Mientras tanto, uno de los acompañantes dejó un par de bolsas con la ropa de Enko y la comida para unos días. Enko le dio las gracias y se dispuso a arrancar la embarcación.

—No vamos muy lejos, a una isla en esa dirección. A una hora de navegación, aproximadamente. Es un sitio formidable. Te encantará. Siéntate aquí y trae las piernas.

Nadia se acercó y alargó las piernas para que las acariciase a su gusto. El triángulo en el pubis aparecía como una especie de tanga si se estaba lo suficientemente lejos, lo que tranquilizó un poco a Nadia. Sólo la cadena era demasiado llamativa para un paseo al aire libre. No sabía por qué, pero le parecía distinto a estar en una playa. Quizás porque Enko estaba totalmente vestido.

No se quedó demasiado rato centrada en esos pensamientos, las caricias en los muslos eran demasiado insistentes.

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