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Virgen por un rato

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No pensaba quedarme con las ganas remordiéndome la conciencia cada vez que me acordaba de ella y me la cruzaba por los corredores de la empresa con si indiferencia a ratos mal disimulada.

Y lo peor es que cada día me gustaba más con sus pantalones tallándole ese trasero tentador que sabía menear mientras subía las escaleras para llegar al segundo piso. Que buena que se ponía entre más iban pasando los días. Pero me juré que me la llevaría un día no muy lejano y la iba a poner loca de ganas y me iba a cobrar los deseos inconclusos.

Todo empezó unos veinte días atrás al calor de unos tragos y un baile suave y sensual mientras la temperatura fue subiendo poco a poco y se diluía esa tarde friolenta. Estaba convencido que me la llevaría en un rato a uno de esos hoteles que no conocía sino de pasada. De nuevo mis manos tocaban las suyas y ascendían por sus brazos trigueños. Pero la euforia volcánica estaba en cada beso mientras nuestras lenguas se entrelazaban y se hundían en un frenesí. Por momentos sentía que estaba dentro de ella haciéndole el amor sin quitarle ninguna prenda.

No recuerdo que le dije al final para que aceptara ir conmigo, un rato apenas, me aseguró, porque la esperaban en casa. Pero me costó persuadirla, porque qué diría la gente si la veían entrando a un sitio de estos con un hombre, y mil dificultades más. Antes de pagar la cuenta la esperé mientras iba al baño y la vi alejarse moviendo su trasero redondo cubierto por el pantalón ajustado, semejante a un durazno maduro y alcancé a notar muy leve el triángulo de la dicha que formaba su interior, o tal vez era ya mi imaginación que me llevaba a creerla tendida en la cama mientras la devoraba a besos, descendía por su cuello y mi lengua probaba el melón de sus pechos. La oí taconear mientras regresaba y sentí que cada vez estaba más cerca de ver caer esas ropas y tenerla como la quería ver desde hacía unos días.

Lo que pasó después se volvió el chisme de cada día entre compañeros y amigos: que no había sido capaz con ella. El lunes siguiente en el restaurante de la empresa la vi sentada con unas amigas suyas mientras esperaban el almuerzo y no me prestó atención cuando intenté saludarla. Continúo la charla animada y cuando me empecé a alejar dijo en un tono como para que la escuchara “poco hombre” y sus demás compañeras soltaron una ofensiva y odiosa carcajada.

Tampoco recuerdo como logré quebrantar ese muro de indiferencia para que aceptara volver a salir conmigo. Pero me costó convencerla porque según ella no quería que sus amigas la vieran conmigo. Lo único que me dejaba cierta desazón fue que no acudiera a la cita con sus jeans ajustados al cuerpo que la volvían más deseable a mis ojos. Pero en fin

Tomados de la mano salimos a la calle y recorrimos despacio las dos cuadras que nos restaban para llegar, concurridas a esa hora por gente que se acercaba a los bares, hacía compras o merodeaba por las cercanías. Sentí de cerca su voz nerviosa. Veo que entre más nos acercábamos hacía más lento el paso. Cuando dimos vuelta a la esquina y estuvimos a dos puertas del hotel empezó a resistirse a seguir adelante. Pero esta vez no iba a dejar que pasara, la llevé con calma tratando de insinuarle que no era bueno que nos vieran en la calle. Cuando traspusimos la entrada del hotel supe por fin que ya no se me escaparía.

Subimos escaleras y la miré por momentos, la demora en asignarnos la habitación se hacía eterna. Por fin quedamos solos y me dijo que cerrara con seguro puertas y ventanas, luego se tendió en la cama con sus pies colgando en el borde y se me quedó mirando con una risa maliciosa dibujada en sus labios desteñidos por mi boca.

—Quítame los zapatos —me dijo mientras subía una de sus piernas sobre la cama dejando correr un pedazo de su falda sobre unos muslos trigueños. Era de nuevo ella la que me intimidaba con su risa y su actitud burlona mientras mis manos dejaban al descubierto sus pies grandes pero bien torneados. Ascendí lentamente por sus muslos y la acaricié un buen rato sin quitarle la ropa. La pasión fue encendiéndose poco y fui quien empezó a dejarla al descubierto como quien pela una fruta madura, y bien buena que estaba al quedar al descubierto sus pechos grandes y deseosos, su vientre casi plano pero acogedor y sus piernas de piel trigueña clara. En ropa interior era una constante tentación que me hacía poner a mil por segundo, ya no me resistía la ropa y quería estar sobre ella, sentía que mi pene me daba fuertes espasmos y no resistía que siguiera con aquellos calzones rojos ocultándome la puerta del placer y cerrándome el paso vertiginoso a ese húmedo túnel del placer.

Y bien rico que lo tenía con esa tibia humedad que me hacía deslizar dentro de ella en un arrebato que me hizo desacelerar cada embestida para no venirme en el acto, pero fue ella la que empezó a pedirme velocidad y que me hundiera cada vez más adentro y empezó a gemir como endemoniada y a sacudirse en otro arrebato y pensé que iba morirse allí mismo, solo que de ganas y de lujuria. Por un momento tuve temor que llegaran los del hotel a preguntar qué pasaba pero entendí que ya debían estar acostumbrados a este tipo de ajetreo y continué gozándome aquel paraíso de la dicha hirviendo como un volcán hasta que la sentí quedar exhausta y desacelerar esa especie de maullidos y empecé a descargar todas mis ganas en aquella caverna del goce mientras me dejaba llevar por ese momentáneo y supremo placer hasta quedar como ella, cansado y mojado por dentro y por fuera pegado a su cuerpo.

Así fue el primero, porque llegaron otros dos con más intensidad a la vez que me acordaba que el día de mi primer intento de convencerla me juraba que estaba virgen, pero esto ya no me importaba. Solo me quemaban era las ganas de gozarme esa tarde y hacerla sentir otra vez esa emoción del comienzo y que volviera a desear venir conmigo y repetirlo muchas veces porque la mujercita si estaba bien buena quizá más por dentro que por fuera.

Ya en la calle, acompañándola a esperar el bus mientras la miraba con su cara risueña se me vino a la memoria otra vez lo de su virginidad que me había puesto como barrera la vez anterior y fue cuando caí en cuenta que sus palabras no habían sido dichas en broma, era cierto, estaba virgen del mío.

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