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Generación L (Capítulo 1)

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En un principio pensó en el despertador, anunciando las siete de mañana. Era obvio. Pero esta vez fue una llamada por Facebook al móvil.

-Joder…

Carla Meyerhold se revolvió en la cama amodorrada. Tuvo que sacar fuerzas de donde pudo para contestar.

-Carla, diga.

-Oye, nena, soy yo, Ricky. Perdona por llamarte tan temprano, pero luego estaré ocupado todo el día.

-No te preocupes. En el fondo te lo agradezco. Ya me toca ducha y un café bien cargado.

-Sólo quería darte mil gracias por las dos entradas que me conseguiste. Primera fila y con acceso a los camerinos. Mi chica aún sigue flipando. Muchas gracias, nena.

-No es nada. ¿Cuándo sales para Nueva York?

-Cogemos el vuelo de las ocho. Va a ser un momentazo conocer a Mark Knopfler.

-Tu disfrútalo que es lo que cuenta.

-Eres la hostia, Carla. Sólo falta que seas buena en la cama y serías perfecta.

-Corta el rollo. Chao, bambino. –Y Carla colgó riendo.

-¿Quién coño era a estas horas? ¿Llamaba desde China? –se quejó su amiguita, desnuda y acurrucada entre las sábanas.

-Un compi, nada más.

-¿Se le ha estropeado el reloj o qué?

-Sigue durmiendo, anda.

Y lo hizo entre gruñidos. A Carla tampoco le importaba. Era otro chochito más que pasaba por su cama, como sucedía cada noche. Con esta, era el noveno polvo de la semana y sólo estábamos a miércoles. Su compañera de piso no lo llevaba bien, pero la vida son dos días y hay que exprimirla hasta la última gota. Y a quien no le guste que no mire.

Carla se bajó de la cama desnudita y estirando su cuerpo trabajado en el gimnasio. Meada. Ducha. Nuevo Tampax. Bragas limpias. Y a desayunar. Tenía un margen de diez minutos. Un café. Dos donuts. Un chicle de menta a la boca y en busca del metro. Veinte minutos y llegó al campus universitario.

Como siempre consultó la hora.

-Mueve el culo, Carla.

Lo primero que hizo fue hacer una llamada. Tenía más de 200 mensajes entrantes, pero tampoco la sorprendía.

-¿Hola? Soy yo, Carla.

-Ah, hola –habló la voz de un joven.

-Voy para tu aula. Ando cerca.

-No, no, me han cambiado las clases. Estoy en el laboratorio de bioquímica. ¿Sabes por dónde queda?

-¿El del segundo pabellón?

-Ese es.

-Voy pitando.

Corriendo, Carla alcanzó el laboratorio jadeante antes de que llegase el profesor. El chaval la esperaba en la puerta.

-Toma y perdona –le pasó un fajo de papeles grapados.

-No te preocupes. Gracias.

Y otra vez a correr.

Miró la hora.

-Mierda…

Tras una buena carrera, llegó a otra aula. Ella la esperaba casi en el mismo pasillo.

-Hola, perdona la tardanza –se disculpó Carla con la respiración entrecortada.

-Cómo te envidio –evidenció ella con sus muletas.

Hubo risas.

-Toma, aquí tienes –cedió los papeles a la chica.

-Muchas gracias, Carla. Esto es lo tuyo.

Carla recibió un billete y todos contentos.

A la tercera carrera. Tenía ocho minutos para ir de lado a lado de la facultad y llegar a su clase. Parecía que no, pero pudo sentar su culo en su pupitre un minuto antes de que el profesor cruzase por la puerta.

-Hey, Carla –desde atrás la llamó una compañera con un botellín de agua fría-. Para ti.

-Oh, me has salvado la vida, Patri.

-Una mañana ajetreada, ¿no?

-Como siempre –rio Carla acalorada-. Te debo una por esto.

-Bueno, algo habrá que puedas compensarme.

-Lo que quieras, Patri. Tú pide por esa boca.

-¿Lo que yo quiera?

Desparramada en el váter de los baños, Carla estaba pendiente de la lengua de Patri serpenteando entre sus muslos y de la hora de su reloj. Calculó su corrida en dos minutos y medio.

Tiempo. Tiempo. Siempre tiempo. No, no, no, ahora tocaba sexo oral y del bueno, madre mía.

Y su móvil continuaba pitando con mensajes de Facebook, gmail, hangouts o Messenger. No pudo evitar el leer los que pensó más importantes.

Susi pidiendo sexo otra vez. No.

Jessi, una amiga, que le falló la regla. Después.

Óscar Lozano, un desconocido, con un negocio que proponerla. Me gusta. A favoritos.

Carla no aguantó más, gritó y se corrió como una jabata. Miró una vez más la hora. Dos minutos y veintiséis segundos. No está mal. Por cuatro segundos. “Tengo que poner el coño en hora”, pensó Carla riendo.

-¿De qué te ríes? –se desconcertó Patri.

-Quédate con mis bragas, cariño –se levantó Carla de un salto y se marchó.

Investigó a Carlos Lozano por Internet mientras zanqueaba los pasillos. El Twitter desactualizado. En el Facebook más enlaces que posts. Tumblr con imágenes guarronas. Pinterest con mucha carga política. Ley mordaza. Stop capitalismo.

-Vaya, un antisistema. Me gusta.

Al instante, Carla respondió.

OK. En la cafetería a la una. Tú invitas.

Almuerzo gratis.

-¡Yeah!

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