Nuevos relatos publicados: 0

Una enfermera y el Instagram

  • 10
  • 13.891
  • 9,41 (39 Val.)
  • 0

En mi vida hubo un antes y un después. Determinar la causa del cambio no es fácil. Quizás fuera un comentario, quizás fuera una imagen del espejo, un vestido que no me quedaba bien… no recuerdo. Pero es cierto que un día decidí cambiar y empezar a cuidarme.

Siempre había sido una chica con algunos kilos de más, que se habían aumentado tras el parto de mi hija. Pero nunca me habían molestado.

Mi trabajo en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla, donde era enfermera, el cuidado de la niña, mi matrimonio… todo eso llenaba lo que era mi día a día. El cuidado que me dedicaba a mí misma era poco.

Sin embargo, llegando a los cuarenta algo cambió. Ya digo que no sé qué fue. Pero empecé cuidando lo que comía.

Siempre fui muy cabezota y cuando empecé a comer diferente y a comer menos me lo tomé muy en serio. La pérdida de peso fue brutal. En poco tiempo tuve que cambiar varias veces de talla de pantalón.

Me sentía mucho mejor. Pero es cierto que, desnuda, frente al espejo no me llegaba a gustar.

Decidí apuntarme al gym para mejorar mi físico. Fue otro cambio en mi cuerpo. Mis piernas y brazos se volvieron más firmes, al igual que culo y barriga.

Me sentía genial

Tras eso empecé a cuidar mucho más otros aspectos de mí. Otro tono en el cabello (más cobrizo) para llamar la atención junto a mis ojos celestes, me pintaba más para destacarlos, la ropa era más cuidada, una limpieza integral y blanqueamiento en los dientes…

En todo ese tiempo pude comprobar como los hombres empezaban a mirarme. Me sentía bien. Estaba feliz en mi matrimonio y no pensaba ser infiel a mi marido, pero que te miraran en la cola del súper, en la calle o en el bar era un gustazo. Además mi marido estaba súper contento también con mi cambio: el sexo con él mejoró. Cuando lo hacíamos era mucho más fogoso, y las ocasiones en las que nos encontrábamos entre las sábanas eran mucho más habituales.

Fue entonces cuando descubrí Instagram. Fue gracias a mi hija. Subí alguna foto y me fascinó el número de likes que recibí. Poco a poco fui subiendo fotografías de los modelos de ropa que tenía y los likes aumentaban y los comentarios llenaban mis publicaciones. Jamás pensé que nadie pudiera sentirse interesado en mí, pero mi número de seguidores sufrió un aumento vertiginoso.

Entonces una modesta diseñadora de la localidad donde vivo se puso en contacto conmigo. Me ofreció que pudiera llevarme ropa de sus diseños para ponérmelas en las fotos que subía, haciéndole mención. Acepté más por tener más posibilidades en las fotos, mi armario estaba acabado, que por creer que nadie pudiera comprarse la ropa porque yo me la pusiera. Sin embargo las ventas de la diseñadora se dispararon. Yo no me lo creía.

Al poco tiempo fueron varias las marcas que se me ofrecieron y eso no hizo nada más que un efecto exponencial. Los seguidores se aumentaron más y más. Yo flipaba.

Una de las últimas marcas que se puso en contacto conmigo era una de zapatillas deportivas, de sneakers, que le dicen ahora. Era una pequeña marca que llevaba poco en el mercado, todo lo vendía por internet. Eran diseños muy coloridos y con estampados geniales. Para mis fotos de looks más deportivos y juveniles me venían genial. Me regalaron algunas zapatillas de mi número y empecé a sacarlas en fotos junto con leggins o vaqueros. Las ventas de la compañía se dispararon de la misma forma que la de otras marcas antes.

Yo seguía con mi trabajo de enfermera, mi vocación. Pero cada vez lo del Instagram me quitaba más tiempo. Pero eso me hacía sentirme viva, feliz, llena.

Mi hija flipaba conmigo y mi marido me animaba a que siguiera, ya que él mejor que nadie veía como disfrutaba con ello.

La compañía de las zapatillas empezó a salir en medios de comunicación por el éxito de sus ventas. Pero nuestra relación seguía adelante. Me empezaron a invitar a fiestas que organizaron para lanzar nuevas colecciones, que luego yo iba subiendo con fotografías a Instagram.

Precisamente tras el lanzamiento de una colección para la primavera fue cuando conocí a Alex.

Era uno de los diseñadores contratado por la marca de zapatillas. La marca decidió que yo podía aportar para el diseño que ya se preparaba para el verano. Alex sería la persona que tendría que llevar mis ideas a los estampados de las zapatillas.

La primera vez que quedé con él fue en las dependencias de la marca. Era un chico algo más de 24 años. Con barba y un gran flequillo de pelo castaño y ojos azules, aunque más oscuros que los míos. Tenía un cuerpo tonificado, ya que luego me dijo que era jugador asiduo de fútbol. Vestía informal, con vaqueros y una camisa de cuadros que, con las mangas recogidas, dejaba a la vista un gran tatuaje en un brazo.

Ni me gustó ni me disgustó al verlo. Podía ser mi hijo o el novio de mi hija. Era alguien con quien tenía que trabajar para sacar adelante aquella colección que me ilusionaba.

La segunda vez que quedé con él fue tomando un café para trasladarle mis ideas y sugerencias iniciales.

A partir de ahí fuimos enganchando encuentros de trabajo. Empecé a notar que yo, deseaba que esos encuentros, llegaran. Es más, alguna vez lo llamaba para quedar con la excusa de contarle alguna supuesta idea.

Me empecé a dar cuenta que en las horas muertas en el trabajo miraba el facebook de Alex y su Instagram. Comprobé que salía con una chica de su edad, morena y de ojos oscuros.

Creo que me había obsesionado con él. Era una locura, pero quizás por eso me ponía tan cachonda pensar en Alex. En la ducha me masturbaba pensando en él. Y más de una vez, mientras mi marido me follaba, cerraba los ojos y pensaba que era el chico de la barba y el flequillo.

Pero no había nada más que trabajo conjunto e intercambio de mensajes por esa causa.

Una mañana que yo no trabajaba, quedamos en mi casa puesto que habían llegado las primeras pruebas de las zapatillas. Eran preciosas. Alex había conseguido plasmar los diseños que habíamos creado entre los dos.

Me dijo que las zapatillas eran mi número para hacerme algunas fotos con ellas para que las vieran en la central. Le dije que me dejara cambiarme para ponerme algo más apropiado para las fotos. Fui a mi habitación y elegí uno de los pantalones cortos que usaba en el gym. Quería incitar a Alex, o por lo menos intentarlo. No me reconocería en esa imagen pero era lo que hacía.

Con una camiseta muy ceñida y los pantalones cortos me bajé de nuevo al salón, donde estaba Alex a la espera.

Vi, con placer para mí, como Alex me repasaba a mi bajada con la vista. Empezamos a hacer las fotos. Él dirigía las fotos pidiéndome que pusiera el pie en una u otra posición.

-La verdad que han quedado genial estas zapas. Son colores geniales. Yo creo que van a dar fuerte en ventas.

-Has hecho un trabajo increíble Alex. Has conseguido unos diseños súper llamativos y que van bien con todo.

-A ver si es verdad jeje A tí te quedan genial desde luego. Tienes unos tobillos muy bonitos que se realzan completamente con estas zapatillas.

Vi una oportunidad y me lancé

-Ohh! Gracias! Pero sólo los tobillos tengo bonitos?

Vi como la frase conseguía su objetivo y Alex titubeó.

-No no. Claro que no.

Seguimos con las fotos adelante. Cuando Alex me decía que me pusiera ahora en tal o cual posición lo hacía mal para que el tuviera que tocarme y ponerme en la posición que él necesitaba.

Estaba excitada y el solo sentir su piel sobre mi pierna para situarme, sólo sentir su colonia me estaba haciendo lubricar.

La sesión llegó al final y Alex empezó a recoger. Pero yo no pensaba dejar que se fuera, así que me lancé.

-Estoy sola en casa y si te vas me obligarás a ponerme a ver la tele o algo hasta que almuerce. Quédate un rato. Si quieres te invito a un café o a una cerveza o lo que te apetezca.

Si os soy sincera… creo que Alex sabía lo que yo buscaba. Y yo temía que teniendo la novia que tenía no quisiera nada conmigo.

Pero accedió. Me dijo que una cerveza estaría bien.

Fui a la cocina y le traje un botellín. Yo no suelo beber cerveza, pero cogí otro para acompañarle. Nos sentamos en el sofá y entre trago y trago estuvimos hablando de gilipollez. Creo que sólo hacíamos tiempo hasta que nos lanzáramos a lo que él y yo sabíamos que iba a ocurrir. Yo quería que me follara en ese mismo sofá. Que me follara en la cama. O donde fuera. Pero quería follar.

Me quité las zapatillas que tenía tras la sesión de fotos. Llevaba las uñas de los pies pintadas de amarillo, un color que hasta hace poco odiaba pero que ahora usaba. Y en un momento dado llevé mi pie a la entrepierna de Alex. Al instante los botellines estaban sobre la mesa, Alex estaba sobre mi y su lengua buscaba en mi boca sacar todo mi sabor.

Notaba sus manos en mi cuerpo. En mis tetas, en mi culo, en mi entrepierna… tocando, apretando, sobando.

Nos desnudamos y follamos allí, sobre el sofá. Tenía una polla normal, la de mi marido era mucho mayor, pero fue un buen polvo. Para mi gusto se corrió rápido pero no me quejo. Tras algunas posturas de las que nos permitía el sofá le pedí que se sentara para ponerme yo encima y fue así, tras un par de movimientos de mis caderas, cuando noté su semen derramarse dentro de mí. Yo no me corrí. Pero había conseguido lo que tanto ansiaba: follarme a Álex y sentirme deseada por un veinteañero. Y fue una mezcla maravillosa de deseo, de miedo, de pasión, de ganas, de fuerza… sexo descontrolado.

Cuando se fue Alex lo noté cortado. Pero yo pensaba que era normal.

Luego recogí algo el salón para no dejar huellas y me fui a la ducha para quitar su olor de mi cuerpo. Allí me masturbé para correrme mientras el agua arrastraba por mi cuerpo y hasta el desagüe los restos del olor, del sudor y otros fluidos de Álex.

Al día siguiente esperaba un mensaje de él. Pero no llegó nada.

A los dos días nos citaron en la sede de las zapatillas. Vi que Alex me rehuía. Tras decirnos desde la compañía que la colección era maravillosa y que sería la producida para el verano nos fuimos. En la calle, paré a Alex.

-Alex, que te pasa? No me vengas con tonterías. Lo de ayer pasó. Y yo por lo menos no me arrepiento de ello. Lo pasé bien. Y será nuestro secreto. Si temes que pase algo raro tras lo el polvo… no pasará nada. No te quiero. No estoy enamorada de ti. Pero quería follar contigo. Y eso hicimos.

Alex parecía algo mejor.

-Y te digo más, Alex. Tengo familia y no quiero estropearlo todo por un polvo. Somos adultos y lo que pasó, pasó, porque lo deseábamos. Y listo. Y te digo más… si quieres me gustaría repetirlo. Tienes mi número. Así que cuando te decidas a pasarlo bien me llamas.

Lo besé en la mejilla y lo dejé allí plantado.

El jueves y el viernes no pasó nada. Pero el sábado por la mañana me llegó un mensaje. Quedamos para un café en un centro comercial. Al rato estaba yo abierta de piernas, en un polígono industrial solitario, en la parte de atrás del coche de Álex.

Desde entonces hemos follado en muchas ocasiones. Los polvos de Alex son diferentes a los de mi marido. Mi marido sigue haciéndomelo a su manera y me gusta. Incluso algún día me lo he montado con los dos, uno por la mañana y otro por la tarde. Sigo enamorada de mi marido. Pero también me gusta el morbo de follarme a Álex, de tener ese secreto entre él y yo. Follarme un yogurín, ese cuerpo joven y tonificado y hacerlo en polígonos en el coche, en hoteles, en las casas cuando las tenemos vacías, incluso en algún baño de centro comercial, me hace sentir viva. Me hace sentir deseada. Me hace sentirme bien.

Me hace sentirme como quiero sentirme.

(9,41)