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La hermana de un amigo me obliga a masturbarme

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A mis 18 años, la hermana de mi amigo Enrique era mi más hondo deseo. Ella tenía 4 años más que nosotros. Lo recuerdo perfectamente porque cuando todo pasó ella estaba en el cuarto año de la universidad y yo recién entrado en la facultad.

Verónica se llamaba. Vamos... y se llama. En aquel entonces tenía un novio de 24 o 25 años. Un melenudo con camisetas de Nirvana y un Ibiza rojo.

Verónica no sólo era la musa para mis pajas. Era la musa para más de una paja a los chicos de mi edad. A nuestra edad, acompañados por nuestro acné y nuestras revolucionadas hormonas, el cuerpo de aquella chica era toda un imán que nos llamaba a voces.

Curvas marcadas, culo prieto y bien formado, tetas grandes para esa cintura que se gastaba... todo ello acompañado por una bonita sonrisa, ojos marrones claros y pelo rizado castaño.

Toda una tentación que provocaba que las tuberías de nuestras casas casi se colapsaran con todo el semen que echábamos en las duchas pensando en aquel cuerpo.

Yo, sin experiencia real apenas con chicas, y con una experiencia de unos años de pajas a mis espaldas, soñaba con besarla, con metele la polla en la boca, entre las tetas, en el coñito... Y así un día tras otro.

Los padres de mi amigo eran médicos del centro de salud de la localidad, por lo que él tenía muchas horas en la que estaba solo. Para compensar eso, parece, que los padres lo mimaban en exceso. Capricho que quería el niño capricho que tenía. Así consiguió la consola que en aquellos tiempos estaba de moda. Y con ella uno de los primeros Fifa del mercado, el noventa y tantos. En esos tiempos no había juego online. Los amigos quedábamos a jugar y lo hacíamos juntos, en la misma habitación. Y aquellos Fifa eran para eso geniales (en aquella época, claro).

Aquel día había quedado con Enrique sobre las 17, tras comer y tal. A esa hora me fui para su casa, en la misma calle que la mía y llamé al timbre. Me abrió Verónica, que llevaba un vaso de leche en la mano. Me dijo que su hermano estaba arriba en su habitación. Cerró la puerta, y se puso delante de mí en la escalera para subir. Mis ojos se pusieron como platos. Iba sólo vestida con una camiseta. Descalza. Andando casi de puntillas. La camiseta, que era blanca, no le llegaba a tapar todo el culo. Por lo que marchando un par de escalones por detrás pude ver perfectamente su blanquito culo apenas tapado también por unas braguitas rosas que se le recogían hacia la rajita del culo. Mis ojos sólo hacían recorrer, mientras subíamos, aquel cuerpo. Desde el talón del pie a la cola donde tenía recogido el rizado pelo y vuelta atrás.

Creo que subí aquellos escalones con el corazón sin latir y, además, sin respirar.

Llegamos arriba y ella sin girarse entró en una habitación que usaba como mini salón: un par de sofás y una tele.

Yo seguí por el pasillo hasta la habitación de mi amigo. Miré mi polla y vi que estaba morcillona pero no erecta y que no se notaba demasiado. Así que llamé y entré en la habitación.

Estuvimos jugando a aquel Fifa. Un Fifa recuerdo qué solo tenía selecciones. Partido arriba, partido abajo, coca cola arriba, coca cola abajo.

Pasaron casi dos horas.

Llamaron al timbre de nuevo. Al rato se asomó la hermana a la habitación para decirnos que había llegado su novio y que estarían en el salón de abajo.

A nosotros allí jugando nos importaba poco eso. La verdad. Seguimos jugando al Fifa entre risas y goles.

Tras otro partido nos habíamos quedado sin Coca-Cola. Enrique dijo que iría al súper que estaba tres casas más abajo por una botella fría. Así que pusimos cada uno la mitad del dinero y él fue por ella dejándome allí sentado mirando la tele.

Lo escuché decirle donde iba a Verónica y al novio en la planta de abajo y salir. Unos segundos después una fuerza me empujó al pasillo. Lo recorrí completamente. La puerta del mini salón donde antes estaba Verónica estaba abierta. Allí no había nada. Las voces, hablando, se escuchaban abajo. Seguí adelante. Al fondo estaba la habitación de Verónica con la puerta también abierta. Me asomé. Obviamente no había nadie.

Una cama con un edredón rosa. Un escritorio. Una estantería de libros. Y un buen montón de ropa aquí y allá desparramada. En un segundo decidí, empujado por mis hormonas, hacer lo que hice. Abrí el primer cajón de su mesita de noche. Bingo. Su ropa interior. Pufff. Durante el camino a la habitación mi polla se había puesto de nuevo morcillona, pero aquella visión de aquellas telas que protegían lo más íntimo de Verónica me la terminaron de levantar. Saqué una de las primeras braguitas que había en el cajón. Aspiré su olor buscando el más íntimo olor de Verónica. Aunque, la verdad, que sólo aspiré el perfume del suavizante. Me bajé los pantalones y empecé a masturbarme allí. Para mí era una situación muy morbosa que, además con la visión que había tenido hacia pocas horas del cuerpo de aquella chica, hizo que mi erección fuera enorme.

Allí estaba yo tocando la zambomba de forma incontrolada cuando sentí algo detrás de mí. Oculté mi polla antes de girarme. Era el melenudo del novio. Miró mi erección, poco oculta en mis pantalones, me dijo en voz baja que coño estaba haciendo y de un manotazo me quitó las bragas que todavía tenía en la mano.

Yo no sabía qué hacer. Lo único que hice fue sonrojarme, pasar entre él y la pared e ir a la habitación de mi amigo.

Allí temí lo que me esperaba. Me veía al novio y a Verónica subir para echarme la bronca. Pero no pasó afortunadamente. Luego temí al escuchar que volvía Enrique que se lo dirían. Pero no pasó afortunadamente. La tarde siguió con otro partido de Fifa, aunque pronto le dije a Enrique que tenía que irme.

Luego temí que se lo dirían a los padres de Verónica. Pero no pasó. Luego que se lo dirían a mis padres. Pero tampoco...

En lo que quedaba de semana no volví a pisar la casa de Enrique pese a sus invitaciones. Me inventé un par de excusas y no fui.

Llego el finde y todo se precipitó. Era el sábado por la mañana cuando venía caminando hacia mi casa. Alguien me habló por la espalda. Era el melenudo. Me dijo que no había olvidado lo que pasó el otro día y que era una asquerosidad. Que se lo había dicho a Verónica y ella estaba muy enfadada. Que no se lo habían dicho a nadie pero que pensaban decírselo a sus padres y que si yo no quería que eso pasara que esta tarde fuera tras comer a la casa de Enrique.

Yo escuché todo eso sin hablar. Acojonado solo asentí con la cabeza. Aquella mañana la pasé encerrado en mi habitación, luego apenas almorcé. Luego le dije a mi madre que saldría un rato.

Con pasos temblorosos me dirigí a casa de Enrique. Al llamar al timbre se abrió la puerta. Era el melenudo. Me dijo que subiera arriba al mini salón. Temí entrar arriba y que toda la familia estuviera esperándome para destrozarme moralmente.

Pero sólo estaba Verónica. Verónica y el melenudo, claro, que venía detrás de mi.

Ellos dos se sentaron en uno de los sofás y yo en el otro. Yo miraba al suelo, y notaba que estaba sonrojado.

Verónica me dijo que el novio le había contado lo que yo había hecho. Que estaba muy defraudada. Que me conocía desde hacía años y que nunca me hubiera creído capaz de hacer aquella guarrada.

Yo no alzaba la vista del suelo.

Luego estuvimos todos un rato en silencio.

Abrió ella de nuevo la boca para decirme que se lo iba a decir a sus padres a la noche cuando llegaran. Que estaban con Enrique en Sevilla comprando unas cosas pero que esta noche en la zona sabrían lo que yo había hecho.

Mi corazón estaba a mil y sentía ganas de llorar.

-Pero tienes una posibilidad de que no se enteren.

Yo alcé la vista y la miré. Vi que el novio sonreía.

-Levántate y bájate los pantalones.

Yo no creía lo que me estaba diciendo. Casi ordenando. Pero lo hice.

Me puse de pie y me quité el botón del vaquero que llevaba. Luego me bajé unos slips azules que llevaba. Mi polla asomó con la mata de pelo joven y rizado que la rodeaba. Estaba erecta, aunque yo no me había dado cuenta.

Vi que ambos me miraban con sonrisas.

Verónica se levantó también. Llevaba unos shorts rosas. Se los desabrochó y los dejó caer a los pies, se los sacó por encima de unas sandalias planas de tiras blancas que llevaba. Se había quedado con una camiseta de tirantes blanca y unas braguitas blancas también. Para mi sorpresa se dejó caer también las braguitas a los tobillos. En su lugar apareció una mata de pelo oscuro. Sacó los pies de la braguita, la agarró y me la lanzó al sofá que estaba a mi lado. Ella se volvió a sentar.

-Esa si huele a mí. Cógela, y si no quieres que toda la gente se entere de lo que estabas haciendo... pajeate para nosotros ahora.

Yo no daba crédito a lo que oía. Pero reaccioné agarrando las braguitas. Mi corazón estaba desbocado y mi polla apuntaba al cielo toda surcada por venas y venas.

Solo agarrar sus braguitas noté su olor. Incluso noté que estaban algo caliente. Pero fue su olor lo que me fascinó. Era una mezcla de un olor dulzón pero fresco, con algo de olor a sudor e incluso de pis. Mirando a la pareja que me miraba desde el sofá me la llevé a la nariz con una mano. Mi otra mano ya recorría mi polla. Aspiré fuerte el olor de las bragas de Verónica e inicié mi paja. Siempre me ha gustado hacérmelas de forma dura y aquello hacía, empujado por la costumbre, sí, pero también por la excitación del momento.

Ellos ahora estaban besándose mientras me pajeaba. Vi que las manos de él se metían debajo de la camiseta de ella y que ella no llevaba sujetador. Dos perfectas tetas de color blanquecino lechoso aparecieron cuando él le quitó la camiseta. Ella lo desnudó entonces a él. Un cuerpo más peludo que el mío asomó, con otra polla erecta y dura.

Empezó a comérsela, él de pie y ella sentada en el sofá. Yo no perdía ojo. Había bajado las bragas hasta mi glande y ya estaba manchada de líquido preseminal. Frotaba la prenda contra mi polla imaginando que era el propio coño de Verónica.

Verónica se levantó y vino hacia mí contoneándose y sonriendo. Llevaba agarrado al novio de la polla. Al llegar a mí, me hizo apartar la mano que sostenía la braga que frotaba en mi polla y dejó caer un largo hilo de saliva sobre mi polla. Me dijo que ya podía seguir y colocó al melenudo junto a mí. Ella se puso de rodillas delante de él y siguió con la mamada. Sentía los gemidos de él al sentir lo que le hacía. Yo lo único que sentía de ella eran los restos de saliva en mi polla y su mano que estaba sobre mi zapatilla deportiva apoyada. Seguí con mi paja, ahora de forma más bestia.

Al momento ella se levantó y cogió de nuevo al novio por la polla. Se fueron hacia el sofá. Ella se tumbó y abrió las piernas dejando ver ese coñito peludo que tenía. Bajo los pelos se veían los sonrosados labios. El melenudo se colocó entra las piernas y la penetró. Ella gemía ante la follada. Sus pies, todavía calzados con las sandalias, descansaban en los hombros de él y se movían ante cada embestida.

Yo seguía con mi paja, viendo desde detrás como la polla del tío entraba en el cuerpo de la hermana de mi amigo, escuchando sus gemidos, sus gritos de placer. Viendo como su mano se aferraba a la funda del sofá. Viendo como su piel se sonrojaba ante los roces de la otra piel.

El melenudo fue el primero en correrse. Lo hizo con un gruñido y encogiéndose sobre el cuerpo de Verónica. Imaginé su leche llenando el interior de aquella chica a la que yo había visto convertirse en mujer. Ufffff

Yo seguí con mi paja. Me faltaba muy poco ya. Alguna gotera incluso había caído ya al suelo de la habitación.

El tío sacó la polla de ella y la chocó varias veces contra el pubis de Verónica dejando un rastro de semen en el pelo.

Yo había dado un par de pasos adelante.

Verónica se incorporó allí tendida en el sofá, abierta de piernas sobre sus codos, y me dijo que me acercara. Así lo hice, viendo como el melenudo estaba allí sentado mirando también.

Verónica me miró a los ojos y me dijo que quería mi leche en sus tetas. Se apoyó contra el sofá y juntó aquellos pechos. Sus pezones estaban erectos. Eran rosados como sus pequeñas aureolas. Uno de los pechos tenía marcados en rojo los dedos del novio todavía.

Miraba aquellos ojos que me miraban dilatados. Aquella boca que se mordía el labio inferior...

Apoyé mi glande contra aquellas tetas que ella apretaba una contra otra. La primera descarga de semen salió de mí, sobre su canalillo. Al igual que la segunda y tercera. Veía resbalar mi leche en su piel. Vinieron una cuarta y quinta descargas que fueron sobre la teta derecha.

Ella me seguía mirando a los ojos, taladrándome con aquella mirada. Yo gemía y suspiraba mirándola y viendo además mi leche en su cuerpo.

Le pasé por el pezón, por debajo de donde estaba mi leche, mi glande, siguiendo el círculo de la aureola.

Ella sonrió. Cogió un rollo de papel que había al lado y me limpió la polla y se limpió algo. Luego se puso de pie, me besó en la mejilla y dando pequeños saltos se fue al baño.

El novio me dijo que me vistiera y que de lo que había pasado ni una palabra a nadie.

Así lo hice yo. Y aunque Verónica luego, al tiempo, lo dejó con el melenudo, nunca le conté a nadie nada de esto. Y nunca más hice nada con ella.

Esta vez es la primera vez que lo cuento.

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