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Reunión con el jefe

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Tal como mi jefe lo pidió, cerré la puerta de su despacho al entrar. Él me esperaba en su amplio sillón, y la luz que entraba por las enormes ventanas de ese piso del edificio destacaba su redonda e imponente silueta.

Noté que al detenerme sus ojos me recorrieron de arriba a abajo. Eso me puso más nerviosa.

—Veo que trajiste la falda más corta después de todo.

—Fue lo que usted me solicitó, señor.

—Así me gusta, Luna. Que entiendas la importancia de las instrucciones. Con esa actitud llegarás muy alto.

No pude evitar cerrar los puños y juntar un poco las rodillas.

Dije entonces: —¿Tiene alguna otra instrucción para mí, señor.

—De hecho, sí —respondió acariciándose el bigote. —Acércate, por favor.

Caminé hacia su escritorio, pero no me quedé frente a él, sino que lo rodeé y, frente a mi jefe, me senté sobre el mueble. Él sonrió, y pasó una de sus manos sobre mis piernas.

—Dime, nena… ¿Alguna vez te han dicho que tienes un rostro muy bonito?

—Nunca. Gracias por decírmelo —contesté con una falsa sonrisa.

—Me sorprende en verdad. Esos ojos coquetos y tus pecas son un encanto. Es un placer para mí verlos.

Me puse de pie.

—Entonces, hay algo que puedo hacer por usted.

Y, despacio, me puse de rodillas ante él. Mi jefe se puso de pie, me vio con suma atención, aunque fue probablemente por la vista que tenía de mi escote en ese momento. Manteniendo la sonrisa con mayor dificultad, le bajé el cierre de su pantalón. Una pequeña risa surgió del hombre cuando metí mi mano para liberar su pene aprisionado. Lo observé largo y duro, y su dureza se incrementaba gracias a las caricias que le daba con un dedo de un extremo a otro.

Él bajó su mano y acarició mi cabeza por unos segundos antes de hacer que me acercara a su miembro. Le di un pequeño beso a la punta, y dirigí la mirada hacia arriba. El rostro del viejo sonreía sobre su prominente barriga.

—Tenías razón. Te ves mucho mejor así —comentó.

Sin dejar de mirarlo a los ojos, abrí la boca e introduje su pene ahí, comenzando a succionarlo con lentitud. Luego, un poco más rápido. Escucharlo gemir con suavidad no hizo más que aumentar la fuerza y la velocidad con la que seguía mi faena. Los minutos pasaron, y lo notaba cada vez más excitado. Llegó el momento de frotar. Con una de mis manos, empecé a acariciarle desde la parte central hasta la base, y el tono de sus gemidos empezó a cambiar. Le encantaba… Así que aumenté la velocidad y la fuerza, para hacerle sentir una excitación incontrolable. Un rato después, volví a chuparle, pero con más fuerza y usando mi lengua esta vez. De repente, sin mayor aviso, un chorro de su semen fue lanzado directo a mi boca. Me alejé, y un segundo chorro fue hacia mi rostro.

Tras un sonoro suspiro, mi jefe comentó: —Tal como lo deseaba. Tu carita se ve más bella así.

Caí sentada hacia atrás y cerré de inmediato las piernas, tras temer haber mostrado mucho mi ropa interior. Mi jefe me ayudó a ponerme de pie.

El habló: —Lo que acabas de hacer ha sido… Magnífico. Digno de recompensarlo. ¿De cuánto necesitas tu aumento? ¿Quinientos está bien?

—Sería lo ideal, señor.

—Muy bien. Lo tendrás de inmediato. Y puedes tomarte el resto del día libre. Te lo mereces.

—Muchas gracias por eso —respondí, mientras él me extendía unos pañuelos desechables.

—Limpia esa carita, preciosa. Cuídala mucho.

Al salir, no pude ocultar una sonrisa. Porque aunque lo que acaba de hacer no era ético en absoluto, fue algo que terminé disfrutando en gran manera.

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