Nuevos relatos publicados: 0

Una situación embarazosa en Urgencias

  • 6
  • 10.169
  • 9,94 (18 Val.)
  • 0

Soy un joven de 18 años, sin mucha experiencia sexual. Tengo novia y hasta hace bien poco ella no ha querido hacerlo conmigo. Que si somos muy jóvenes, que si quiero llegar virgen al matrimonio y bla, bla, bla. Excusas para no querer hacerlo.

Yo la verdad, soy un poco cortado y además mi pene no estaba circuncidado, por lo que me sentía mal porqué una mujer me viese así.

Una vez tuve una reacción alérgica a un antibiótico y el glande se me puso como si me hubiera ido de putas.

Afortunadamente el medico sabía que a mi edad era virgen, por lo que lo que veía en mi glande no era producto de una e.t.s., bueno entonces no se llamaban así, pero siempre habían existido. Recuerdo que en la peli de Drácula de Francis Ford Coppola, el personaje de Abraham Van Helsing decía:

-Civilización y Sifilización siempre han ido juntas.

Bueno el caso es que me mandó una crema antifúngica y yo me la echaba por allí abajo.

Con el tiempo conseguí que mi glande quedará al descubierto. Las pajas así eran mucho mejores que antes y mis orgasmos también.

Conocí a mi novia un tiempo después. A los 6 meses yo quería acostarme con ella y ella que no, y yo que si, y por fin llegó el día en que la convencí.

Mi primer polvo fue algo mal. Me corrí pronto, lo típico y ella no sintió nada y final tuvo que hacerse un dedo hasta que consiguió llegar al orgasmo.

Después de acabar mi polla estaba flácida.

Al día siguiente me dolía la polla y la piel del prepucio no se echaba bien para atrás.

Mi chica me recomendó ir al médico.

Mi médico no tenía cita hasta dentro de una semana y decidí ir a urgencias.

Llegué a la recepción.

-Tarjeta sanitaria, me dijo una tía un poco borde en recepción.

Se la entregué.

-¿Qué le pasa? Me preguntó.

Me daba vergüenza decirle lo que me pasaba, pero finalmente se lo dije.

-Pase y esperé ahí.

Entré en una sala de espera no muy grande con gente con todo tipo de patologías. Uno tosía, al otro le dolía un brazo, una pierna o lo que fuera.

Al cabo de un rato me tocó entrar.

Entro y ¡ostras que corte! Es una doctora. Le cuento lo que me pasa y claro, me hace tumbar en una camilla y me dice que me baje los pantalones y los calzoncillos. Yo estoy un poco nervioso por la situación, pero me dejo hacer. La doctora me coge el pene, tira de mi piel, pero no consigue descapullarme. Sigue igual que antes.

Entonces coge un gel y me lo unta por el pene. Así consigue que mi glande quede al descubierto, pero me duele un poco.

-Esto no anula el problema, me dice. Vamos a tener que operarte de fimosis.

Vaya por dios, pensé. Eso me va a doler.

Me lleva a un quirófano y allí me anestesia. Me operó en poco tiempo y me recetó unos antibióticos y me citó para un mes después. Antes, tendría que quitarme los puntos, claro.

Pasó el mes y fui a la consulta. La doctora era la misma y me recibió muy amablemente.

-¿Qué tal? ¿Cómo vas?

-Bien doctora.

-¿Has tenido alguna erección desde entonces?

-No, ninguna.

-¿Algún sueño erótico?

-No, que yo recuerde.

Me hizo sentarme en la camilla y me hizo desnudarme de cintura para abajo de nuevo. Yo estaba algo nervioso.

Se puso los guantes y me examinó el pene. Miró también donde habían estado los puntos.

-Todo parece perfecto. Pero me gustaría comprobar una cosa. Como queda tu pene en erección y si la piel no tira.

Me puse rojo como un tomate. Ella debió de darse cuenta.

-Aquí no tengo ninguna revista ni nada por el estilo.

Se quedó pensando un momento.

Entonces se quitó la bata y la dejó sobre su silla.

-No puedes decir nada de esto. Si se enteran, me despedirán.

Se quitó la blusa y la falda y se quedó en ropa interior delante mía. Creo que yo había empezado a temblar.

Al ver que no reaccionaba, se quitó el sujetador y dejó al descubierto sus pechos. Eran preciosos y mi pene se enderezó un poco.

-No es suficiente todavía, afirmó.

Entonces se inclinó y se bajó las bragas. Se las quitó del todo y las tiró al suelo.

Su triangulo de pelo, no depilado al completo, dejaba un fina linea, apuntaba hacía mi.

No pude mas y me pene se enderezó del todo.

Desnuda como estaba, se acercó a mi y empezó a ver como descubría mi glande. Agachada así como estaba, tenía sus tetas pegadas a mi cara y mi polla se puso aún mas dura. Casi me dolía.

La situación era súper morbosa. Ya no sentía corte, solo excitación. Un deseo enorme.

Ella siguió manipulando mi pene, viendo que todo había quedado bien.

Después de acabar, se levantó y se me quedó mirando.

-Tampoco podemos dejarte así, me dijo.

Se giró y entonces me mostró su culo que hasta ahora no había podido ver.

Cogió el jabón ese que ahora vemos en todas partes para desinfectarnos las manos y echó unos chorros en mi pene. El rabo me iba a reventar.

La doctora comenzó a meneármela. Era una experta. A mi solo me salía que eso no estaba bien, que me iba a correr enseguida y que, por favor, me dejara. Pero en realidad, estaba disfrutando como un loco y gozaba y gozaba.

Su novio o su marido, si es que estaba casada, debían disfrutar como un loco con esas pajas. Yo estaba en el cielo y no me importaba que alguien abriera la puerta y nos pillara. Ni siquiera me preocupaba por el trabajo de ella.

Unas cuantas subidas y bajadas de sus manos por mi pene y me corrí como un loco.

Mi semen saltó a sus tetas preciosas y a ella no le importó nada.

Pensaba que se levantaría y limpiara sus tetas, pero no fue así. Se arrodilló y se metió mi polla, ya flácida en su boca.

Sabía mamarla también como nadie. Mi novia nunca me había hecho nada de esto, la muy recatada y la doctora cumplía todas mis fantasías.

Pese a que acababa de correrme, en cinco minutos mi rabo estaba otra vez a cien.

Ella seguía mamando y mamando, como si no hubiera un mañana.

No aguanté mucho mas, pese a que acababa de correrme y un nuevo impacto de mi semen, esta vez con menos chorros, cayó en su cara.

-Échamelo en la cara. Me había dicho justo antes de acabar.

Cuando le hice una seña de que me iba, sacó mi polla de su boca y agarrándola, apunté a su cara y le eché toda mi leche, como un cerdo, en su cara.

Recuperé la respiración y ahora si, nos limpiamos.

Nos vestimos y volvió detrás de la mesa, como una doctora cualquiera.

Me hizo una receta y volvió a repetirme:

-No puedes decir nada de esto.

Asentí con la cabeza y me levanté y me fui.

Antes de salir por la puerta, la eché un vistazo y pensé que la próxima vez me apetecería follármela...

(9,94)