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Confesiones de un aficionado

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Tal como acordamos os mando lo que he vivido en el mundo del D/s, tanto en su vertiente real como en la virtual. Como comprobareis por la primera no es bagaje suficiente para pontificar sobre el BDSM. Mis reflexiones al respecto se basan mucho más en conversaciones a través de Internet con sumisas reales y también solo ciber. No sabéis la cantidad de fieles esposas y madres de familia que subliman sus inclinaciones por este medio. Debo aclarar que la mayoría de ellas lo hicieron con la mayor libertad, bien porque no tenían conmigo ninguna relación de pertenencia, o porque así estaba pactado entre nosotros. Otras lo hicieron bajo la presión del interrogatorio, una de mis prácticas habituales en las relaciones D/s, imprescindible a mi juicio para sacar a la luz determinadas respuestas ocultas. Para mí, conocer todo sobre la sumisa, hurgar en su pasado, extraerle sus más recónditos y oscuros recuerdos, es uno de los actos supremos de la dominación. En algunos casos eso solo es posible mediante una gran presión. Digámoslo claro... bajo tortura. Yo lo practiqué con todas mis sumisas reales y también con las virtuales, pero soy consciente de que solo se pueden obtener resultados satisfactorios y fiables cara a cara.

Como leeréis se trata de una enumeración de hechos y fechas redactada con la concreción que exige la comprensión, pasando de satisfacer curiosidades morbosas. Así y todo comprobareis que puedo haber cargado la tinta en algún pasaje. Si lo he hecho no ha sido con intención de estimular la libido de nadie sino por significar ante todos la intensa emoción que me produjo.

Abandoné para siempre mi actividad como Amo real, justo en el momento en que empecé una relación sentimental estable con la que hoy es mi mujer. Comencé con este rol a consecuencia de conocer a Stella en navidades de 1980; nos gustamos, y al poco tiempo nos hicimos novios más o menos formales. Era bastante más joven que yo, solo 19 años, éramos del mismo pueblo y era una estudiante muy aventajada. Pasado un cierto tiempo comenzamos a introducir juegos sadomasoquistas en nuestras relaciones sexuales. Tanto ella como yo leíamos novelas y cómics de este tema. Siempre he sido sensible a ese mundo pero hasta el momento solo estaba presente en mis lecturas y fantasías. Al principio solo eran ligeras manipulaciones nada importantes; participábamos a partes iguales, pero poco a poco fuimos decantándonos hacia la misma dirección: ella de víctima y yo su verdugo. Las inocentes travesuras fueron haciéndose con el tiempo más y más duras. Conforme fueron ganando en intensidad, ella más gozaba... y yo lo mismo. Hasta tal punto se hizo necesario para ambos este tipo de relación que dejamos de practicar el sexo en la forma común. Ella parecía transfigurarse cada vez que iniciábamos una sesión. En la vida real se comportaba como lo que era: una chica lista y desenvuelta, independiente y algo arrogante, pero en la intimidad de nuestra “cámara de tortura” se convertía en un ser dócil y vulnerable. Solíamos vernos casi cada día como cualquier pareja, pero para las sesiones reservábamos la tarde-noche de cuantos sábados nos era posible. Eran jornadas agotadoras: empezábamos a últimas horas de la tarde y terminábamos a veces casi de madrugada. Durante esos periodos se plegaba sin rechistar a todos mis caprichos. Empezó a llamarme Amo, lo que al principio me divirtió más que otra cosa. A decir verdad antes de esa época yo estaba poco interesado en la D/s. Siempre fui aficionado al sadomasoquismo, ya os lo he dicho, pero esa situación de dominio y poder sobre ella cada vez me gustaba más. Un día entre semana me anuncio una sorpresa para el siguiente sábado. Hacía más de un mes que no encontrábamos una ocasión propicia para nuestro “juego”, así que esperaba ese fin de semana con verdaderas ganas. Yo soy muy, pero que muy curioso pero a pesar de mis esfuerzos no quiso soltar prenda. Cuando quedamos en el bar habitual apareció con otra chica, Teresa, una rubita con pinta de nórdica, veinteañera como ella. Me la presentó como una amiga de la facultad que venía a pasar el fin de semana. Para mis adentros pensé ¡vaya sorpresa de mierda! Así que resignado de nuevo a una tarde tranquila pregunte qué querían tomar. Mi novia pareció no entender nada y me preguntó porque no nos íbamos ya a nuestra “mazmorra”. Llamábamos así al lugar de nuestros encuentros, una casa vacía en el campo propiedad de una tía mía. Ante mi extrañeza me aclaró la situación... ella venía a sumarse al grupo. Resultó ser una sumisa suya (algo también habitual en este mundo del D/s) con la que se veía alguna vez entre semana. Yo ya sabía que mi novia era bisexual pero pensaba que en ese tiempo de vida en común solo existía yo. No me importo demasiado, la verdad. Mi relación con ella había aumentado considerablemente en el aspecto sexual y debilitado en el emocional. La chica era una preciosidad... así que ya os podéis imaginar cómo me sentí. Acepté por supuesto. Esa noche por primera vez en mi vida azoté a dos mujeres frente a frente y espalda contra espalda.

Esa privilegiada situación duró casi un año, justo hasta el final del curso académico en que Teresa volvió a su casa paterna. Mi novia y yo seguimos con lo nuestro todo ese verano. Al poco de reanudarse las clases Teresa reapareció de nuevo con Stella. Las acompañaba otra chica, algo mayor y extremadamente delgada, que resultó ser una profesora de ambas. Así que el grupo era ya de un amo y tres sumisas... no me lo podía creer.

Stella y yo nos habíamos montado una sala apañadita, en la planta alta de la casa, con una estufa de gas, una barra de balancín, un camastro, y nuestro particular potro: un somier inclinado sin malla, que incorporaba muñequeras y tobilleras de construcción casera. No nos faltaban cinturones, algún látigo para caballerías, esposas, etc. Menos mal que mi tía estaba impedida y nadie se acercaba nunca por allí excepto yo.

Pero esta vez el grupo duró poco: mi novia y la nueva se enrollaron por su cuenta y desparecieron... y nos quedamos solos Teresa y yo.

Creo que fue lo mejor que nos podía haber pasado. Desde principios del año 83 en que nos reencontramos tras el paréntesis navideño, mantuvimos una verdadera y prolongada relación Amo-sumisa que duró más de cuatro años. No nos veíamos más que cuando teníamos sesión, como media un sábado al mes descontando periodos vacacionales. Entre nuestros encuentros ella debía seguir ciertas órdenes y rendía cuentas en cada ocasión en que nos reuníamos de nuevo. No voy a explicitar cual era la intensidad ni los detalles de nuestra relación, no es ese mi objeto al contaros mi experiencia, solo deciros que Teresa parecía carecer de límites y yo le daba lo que ella deseaba. Yo sabía que ella salía con un chico, compañero de la universidad. No me podía explicar cómo podía ella justificar las marcas que yo dejaba en su cuerpo. Con ella aprendí a saborear realmente lo que significaba el rol de dominador. Nuestra relación era exclusivamente sexual, ambos lo sabíamos. Cuando quedábamos un fin de semana yo la recogía en la ciudad el sábado tarde y nos íbamos directamente a la casona, a lo nuestro. Normalmente de madrugaba la devolvía a su piso. Apenas hablábamos en los trayectos. Más tarde ella ya acudía con su propio coche y nos encontrábamos allí directamente. Nunca nos vimos para otra cosa que no fuera para someterla. Para cenar yo tomaba un tentempié mientras ella comía y bebía en sus cuencos, como una perra. Cuando terminó la tesis en la primavera de 1987, y casi sin avisar, se fue con una beca de un año a los Estados Unidos, acompañada de su noviete. Y ahí acabó todo. Le perdí la pista... momentáneamente.

Tanta abstinencia sexual entre encuentros me era indiferente, aunque por entonces yo también tonteaba con una compañera del trabajo, una mujer recién separada de edad más acorde con la mía. Esporádicamente había algo de sexo, pero nuestra confianza no era la suficiente como para confesarle mis inclinaciones A partir de la marcha de Teresa nuestra relación se intensificó bastante. Un cálido fin de semana entrado ya el verano recalamos en el parador de Sigüenza. El fresco bienestar de la noche en la terraza tras una satisfactoria tarde de sexo invitaba a sincerarnos y conocernos mejor. Estuvimos hasta la salida del sol confesándonos nuestras respectivas intimidades. Yo sentía por ella una cierta atracción sentimental pero por nada del mundo quería renunciar a mi forma de entender la sexualidad, así que si quería que nuestra relación prosperara debía contarle la verdad. Y así lo hice. Para mi sorpresa ella me confesó haber mantenido de soltera una tórrida experiencia de esa naturaleza con un hombre casado, antes de encontrar al que sería después su marido. De eso hacía ya muchos años pero con gusto decidió repetir conmigo. Así que sin comerlo ni beberlo fui de oca a oca.

De nuevo la casa de mi tía se convirtió en cámara de tortura, pero esta vez las cosas funcionaron de diferente forma. Reme, ese era su nombre, parecía disfrutar solo cuando había un duro castigo previo seguido de un sexo violento y salvaje, todo lo contrario a la lenta observación y degustación exquisita de la sumisión de Teresa o de Stella. Reme era sin duda más masoca que sumisa, por cierto algo bastante común. Ya puesto en mi papel de amo intente educarla para que su entrega fuera total, moldearla a mi gusto como hacía con Teresa... pero ella no era Teresa. Además con Reme no estaban claramente separados el plano sentimental con el de sexo-dominio-sumisión. A mi la situación me sabía a poco, y progresivamente la cosa comenzó a perder fuerza. Ella se dio cuenta de que no funcionábamos, así que decidimos dejarlo amistosamente. Solo duramos 4 meses.

Pasó más de un año en que mi vida sexual se redujo a esporádicos encuentros de una noche. Alguna vez intenté sondear a mi partenaire pero la negativa era lo habitual. Eso me quitaba las ganas de seguir la aventura. Un intento casi fructificó pero finalmente la chica se echó atrás. En esa tesitura estaba cuando en mi vida reapareció Stella. No la había vuelto a ver desde su espantada con la profesora. Un frío día de enero vino a verme a mi lugar de trabajo. Había engordado pero continuaba manteniendo para mí un morboso sex-appeal. La acompañaba una chica alta y espigada, de largos cabellos castaño-rojizos, bastante atractiva... y también bastante tímida. Nos fuimos a comer a la playa.

Bueno, pues empezamos a salir los tres casi todos los fines de semana. Stella era (y sigue siendo) una mujer brillante, muy inteligente, culta y gran conversadora. Su amiga aunque callada era muy agradable de trato y transmitía candor y pureza. Supuse después que era su novia porque compartían un pequeño apartamento. Era una relación de abierta y sana amistad. Íbamos mucho al cine, a cenar, con largas tertulias que se prolongaban hasta el alba, alguna excursión, pero... la cabra acaba tirando al monte. Un viernes encontré a Stella sola en casa. Su amiga había ido a ver a la familia a su pequeño pueblo natal, así que el destino quiso que termináramos en la casa de mi tía. Esa sesión fue espeluznante. Ella y yo sacamos fuera toda nuestra represión de años. Nunca que yo recuerde había sido tan sumisa ni soportado tanto... ni yo tan duro y posesivo. Terminamos agotados. Me contó que la otra vez lo dejó por amor pero que ese amor no llegó a satisfacerla. Intentó liarse de nuevo con Teresa a mis espaldas para tratar de reintegrase como sumisa a mi disciplina, pero esta se negó a hacer de intermediaria. Su orgullo le impidió intentarlo directamente conmigo (eso me dijo pero no lo creo). Al poco tiempo le surgió la oportunidad de irse a Cambridge... y se buscó la vida fuera. Al volver de nuevo a la facultad con un contrato de reincorporación Teresa ya no estaba. Poco después conoció a Jo, su actual chica, intimaron y se fueron a vivir juntas. Supo de mi ruptura con Reme y por fin se decidió a verme de nuevo... y las cosas habían salido como tenían que salir.

Y allí estábamos los dos, sucios, sudorosos y saciados de sexo duro. ¿Qué íbamos a hacer en el futuro? Ni yo ni ella teníamos ninguna intención de reanudar otra relación que no fuera exclusivamente la de D/s, pero... en medio estaba Jo, la pelirrojita, y Stella por nada del mundo quería renunciar a ella. Así que decidimos dejar las cosas como estaban y aprovechar cuantas oportunidades se nos presentaran.

Tras una fugaz sesión entre semana después de una prolongada abstinencia, Stella estaba decidida a hablar con Jo y contarle nuestra verdadera relación. Sabía que corría el riesgo de perderla, pero para ella valía la pena intentarlo, y en el hipotético caso de que ella compartiera algo de nuestra inclinación no le importaba lo más mínimo compartirla conmigo con tal de satisfacer su insaciable hambre de ser usada. Yo le aconsejé prudencia, y que reflexionara sobre sus verdaderos sentimientos hacia ella antes de tomar una decisión que podía dar al traste con su idilio, pero no sirvió de nada. Os parecerá extraño mi comportamiento ¿no? ¿Sabéis por qué lo hice? Porque estaba a mi vez enamorándome de esa chica. Si... esa era la verdadera razón de mis recelos. Si había alguna persona más incompatible con el SM esa era Jo, pero hubiera renunciado a todo por conseguirla; lamentablemente nunca me sentí correspondido y nunca lo intenté. Estaba convencido de que íbamos a perderla definitivamente pero nada podía hacer al respecto.

Contra todo pronóstico Jo se mostró receptiva. No sé como pero Stella la convenció. Me llamo por teléfono entusiasmada. El próximo sábado; sí, el próximo... Jo estaría con nosotros. Respire hondo... no sabía si era mejor o peor. Mi primera reacción fue pensar que estaba muy enamorada de mi ex y por ella sería capaz de cualquier cosa pero... ¿por qué no podía ser como nosotros? ¿Acaso sentía desprecio por mí mismo y me negaba a admitir que la persona de la que estaba perdidamente enamorado fuera otro saco de vicio? Pensé en dejarlo y negarme pero... ¿era esa la solución? ¿Iba a arreglar algo? Cuando nos vimos el sábado tarde yo estaba resignado a lo que viniera.

Sin apenas cruzar palabra, cosa rarísima, subimos al coche y nos dirigimos a la mazmorra. Jo parecía tranquila aunque ensimismada. Bajamos en silencio y subimos a la planta alta. Como siempre hacíamos, las sumisas tenían que quitar el polvo y asear la sala. Después se retiraron a una habitación para prepararse; yo las esperaría en el salón poniendo a punto los artefactos habituales. Convencionalmente empezábamos del mismo modo: me gustan las sumisas ataviadas con lencería blanca y sofisticada, siempre con medias blancas y ligueros, sin joyas ni abalorios. Cuando apareció Jo por poco me cae el alma a los pies: estaba preciosa con un corsé sin tirantes con sus ligueros incorporados sujetando unas medias de puntillas; unas minúsculas braguitas transparentes delataban que era pelirroja de verdad. Sus largas piernas caían rectas arrancando de unas caderas todo lo curvilíneas que permitía su delgadez. La conocí pasado el verano... nunca la había visto así y tuve inmediatamente una fuerte erección. Recuerdo que llevaba el pelo recogido en una cola, la cara alta, el cuerpo erguido, pero... ya las lágrimas amenazaban brotar por sus ojos.

Y dudé...

Mi titubeo duró muy poco pero lo suficiente como para que Stella se apercibiera. Tenía que tomar la iniciativa. Yo era el Amo y tenía que demostrarlo. No importaba otra cosa. Olvidé por completo mis sentimientos hacia ella. Estaba allí por su propia voluntad y debía obtener lo que esperaba que yo le diera. Recuerdo perfectamente los detalles: di orden a Stella que esposara a la nueva aspirante y la hiciera arrodillar a mis pies. Yo estaba sentado en un sillón de mimbre montado sobre una especie de tarima que habíamos construido. Dócilmente Jo fue esposada y se arrodillo en la alfombra frente a mí. Me levante y cogí mi fusta favorita. En el huerto había un cañizal de bambú. Yo usaba varias cañas finas, más o menos flexibles según lo tiernas que estaban. Desprovistas de los agudos nudos hasta dejarlos casi romos eran un material perfecto para todo uso. Me acerque a ella, puse la caña en su barbilla haciéndole alzar el rostro y enderezar el tronco. Le di golpecitos al busto y a los hombros para que lo pusiera todo lo erguido que diera de sí. No hacía calor en absoluto pero desde la base del cuello hasta el escote tenía su piel perlada de sudor. Pensé para mi que era tan puta como Stella: cualquier resto de duda desapareció de inmediato. Yo tengo un pene bastante normalito, tirando a pequeño, pero de la tremenda erección que sentía pensaba que en cualquier momento podía saltar la cremallera de la bragueta. Entonces introduje la fusta por dentro del escote del corsé entre sus pequeños pechos, hundiéndola poco a poco. Cuando asomó la punta por el vientre di un tirón hacia arriba sacándola, dándole sin querer en su barbilla. Debió dolerle porque gimió. Sin darle un respiro le di un fustazo no demasiado duro pero seco en su torso para enderezarla de nuevo. Volvió a gemir con más fuerza e inició un sollozo pero logro reprimirlo a duras penas. Me sentía verdaderamente su amo. Yo creía que me correría en cualquier momento. Stella observaba el espectáculo con satisfacción. Sin hacer ningún caso a los débiles gimoteos de Jo me puse a sus espaldas. Metí ahora la punta de la caña bajo el elástico de sus bragas y la hundí muy despacio entre sus nalgas. Dándole un empellón agujeree sus bragas. Lo repetí varias veces hasta romperlas, quedando colgadas de los tirantes del liguero. Libres sus genitales de todo obstáculo sentí la necesidad de comprobar lo mucho que debería estar gozando, así que me agache y hundí mis dedos con violencia en la profundidad de su sexo... que estaba tan seco como la arena del desierto. Jo gritó de dolor... nada más apartar mi mano rompió en incontrolable llanto. Lo hizo de tal forma que llegué a asustarme. Cuando pudo calmarse, entre sollozos balbuceó: “no puedo hacerlo... perdóname pero no puedo seguir... lo siento, lo siento”.

Tome las llaves y yo mismo quite sus esposas. A pesar del sudor estaba helada. La ayude a levantarse y puse mi anorak sobre sus hombros, y le pedí a Stella que la ayudara a vestirse. Las lleve a casa y las dejé solas.

Deje pasar unos días para reflexionar sobre lo ocurrido. Evidentemente me había dejado llevar, por Stella primero, pero también por mi ego asumiendo mi rol sin cuestionarlo. Debí haberla interrogado sobre su verdadera disposición a ser dominada en lugar de justificarme con hipotéticas coartadas. El viernes por la tarde había tomado una decisión. Las llame por teléfono para decirles que iría a hablar con ellas. Cuando llegué a su casa, Jo estaba esperándome sentada en el alfeizar del portal. Cuando la vi allí, cogiéndose las rodillas con las manos y apoyando su barbilla en ellas me sentí muy culpable por el daño que le había causado. Estaba sola; increíblemente Stella había salido y tardaría en volver al menos un par de horas. Subimos al apartamento.

Después de unas inconexas disculpas, sin extenderme demasiado ni dejar que replicara le expuse claramente mi situación: yo no podía seguir con el trío porque estaba enamorado de ella y continuar de la forma que fuera me hacía daño. No quería interferir entre ellas y tampoco deseaba seguir la relación de dominación con su (y mi ex) novia porque significaba tenerla a ella presente aunque fuera de forma indirecta. Así que me despedí.

Por toda respuesta Jo acercó hacia mí su boca y me besó en los labios. Primero con un beso fugaz, para seguir con otro profundo y prolongado. Era su forma de justificarse... había ido a la casa por mí, no por ella. No había nada más que explicar.

Ahorro todas las vicisitudes que pasamos Jo y yo hasta estabilizar nuestra relación. Hubo problemas –y muchos- con Stella. Jo jamás volvió a pisar la casa de mi tía. Yo tampoco lo hice rechazando todas las insistentes peticiones de mi ex novia. Resistí la tentación a pesar de contar con el consentimiento expreso (incluso la recomendación) de Jo a que lo hiciera. En estos momentos Jo es mi mujer, y Stella es ahora una amiga muy querida de ambos.

Toda relación de pareja, o evoluciona o acaba agotándose. Jo y yo mantuvimos vivo el fuego del sexo durante años... hasta que las llamas pasaron a ser brasas primero y cálidos rescoldos después. Supongo que podrían escribirse libros sobre ese fenómeno que afecta a 99 de cada 100 parejas. A nosotros nos queda el amor puro acompañado de una tierna, cariñosa y cómplice amistad... y el sabor agridulce de la convivencia diaria. A favor de ella he de decir que siempre está dispuesta para el sexo; el problema soy yo. Jo mantiene un envidiable físico y con el inmenso atractivo que posee no tendrá nunca problemas en encontrar lo que yo le doy a cuentagotas. Que lo haga es cosa suya, y si lo hace no se lo puedo reprochar. Antes, recordaba nuestro encuentro en la casa y mi cuerpo reaccionaba inmediatamente. Ahora lo que necesitaría es repetirlo... pero lamentablemente para ambos el final sería el mismo. Quizás sea una asignatura pendiente pero eso está por ver todavía.

En estos años de casado yo le he sido fiel... a mi manera. Desde 1985 trabajo con ordenadores. Poco después de casarme cambié de trabajo. Lo hago desde mi propia casa. Decidimos ir a vivir en el campo y nos trasladamos a un minúsculo pueblo de Girona, a una vieja casa de payés que restauramos con esmero. Jo ganó unas oposiciones en una población cercana y trabaja solo por las mañanas, así que a excepción de los jueves que voy a Barcelona, paso solo gran parte de los cuatro días de la semana. Os cuento esto porque es fundamental para explicar mi actual situación.

Ante mi progresivo desinterés lujurioso por Jo intenté poner remedio haciendo algo que siempre había deseado: escribir... convertir en relatos mis obsesiones y fantasías de dominación y BDSM, con ella de protagonista. No dio resultado pero me aficioné hasta tal punto que tengo varios publicados por algunas páginas. Una de mis mañanas laborales poco intensas estaba escribiendo un pasaje bastante escabroso. No pude evitarlo... en mi mente Jo cedió el puesto a Teresa. En una pausa tuve una idea: busqué su nombre en el Magallanes (entonces no existía el google). Y la encontré. Figuraba en un artículo publicado recientemente en Nature. Con suerte estaría todavía en los Estados Unidos, en una Universidad del este. Le mande una carta certificada a su atención, donde figuraba mi correo electrónico. Al cabo de 5 días recibí un mensaje suyo. Ese fue el comienzo.

Por primera vez Teresa y yo nos comunicamos. Había roto con su novio al poco de estar en América. Estuvo tentada en volver pero debía agotar la beca postdoctoral si quería hacer algo en el mundo de la investigación. Se había concentrado en su trabajo obteniendo unos resultados brillantes y había decidido quedarse. Había rechazado docenas de pretendientes. Su vida sexual se limitaba a masturbarse recordando sus años de sumisa. Lo había echado de menos todos los días desde la última sesión que mantuvimos. La mayor alegría de toda su estancia en USA fue recibir mi carta.

Iniciamos una intensa relación por el mail. Todos los días nos enviábamos dos correos, a veces hasta tres. El paso siguiente estaba cantado: iniciamos nuestra primera relación ciber. A pesar de los inconvenientes del correo electrónico y de la inicial falta de nivel tecnológico, fueron sin duda unos meses maravillosos. En los últimos tiempos de nuestra renovada relación empezamos a utilizar el chat y las primeras versiones del messenger. Ella disponía ya de una de aquellas sony mavica digitales. Mi disco duro se llenó de imágenes suyas que me abstengo de describir, pero... pasada la primera etapa no era lo mismo. La relación se fue enfriando. Desgraciadamente como he podido comprobar en estos años las relaciones virtuales tienen una duración limitada, incluso con la actual tecnología audiovisual. Eso ocurrió con Teresa. Poco a poco se fueron espaciando nuestros contactos. Un día me comunicó que volvía a España, y que esperaba verme de nuevo en las circunstancias que yo eligiera. Le dije que eso no era posible. Fue una de las decisiones más difíciles de mi vida. No he vuelto a saber de ella.

Mi ruptura con Teresa no significó el fin de mi actividad como amo virtual. Fui perfectamente consciente de que necesitaba una vida paralela a mi relación con Jo. Empecé a buscar compañeras de juegos o de pura discusión en los chats y también entre lectoras que me han escrito a propósito de mis cuentos. Con muchas de ellas he llegado a mantener relaciones de D/s virtual, siempre advirtiéndoles de mi rechazo al contacto real. También he tenido excelentes comunicaciones con sumisas sin relación alguna de pertenencia. Precisamente estas últimas han resultado ser bastante más duraderas y profundas que con sumisas virtuales. Me he llevado muchos chascos. Hay mucha mentira y engaño en este mundo de la dominación ciber. Me blindo lo que puedo, de ahí que cada vez me resulte más difícil establecer contactos medianamente serios. Impera el aquí-te-pillo-aquí-te-mato con quinceañeras que chatean desde el instituto, de ahí que ya no use el chat como medio de trato.

Cuando conozco a alguien que responde a los parámetros básicos (mayor de edad, preferente de 25, interés y/o curiosidad por el BDSM, cámara web, horario de mañana y por último un rostro que me diga algo) hago todo lo posible por interesarla para intercambiar opiniones, experiencias, observaciones... siempre sobre sexo con sadomasoquismo. Me gusta profundizar en asuntos como las fantasías tempraneras, la adolescencia, los primeros síntomas en materia de perversiones ocultas... pero también doy pie para que me repregunten a su vez con entera libertad. Normalmente a la segunda o tercera conversación barrunto si tengo al otro lado a una persona interesante y que además es una potencial sumisa, aunque ella nieguen su adhesión a ese tipo de relación. Pero he dicho “normalmente” porque me equivoco más de una vez.

Cuando nuestros diálogos fructifican en ese interés mutuo y pasamos al estado Amo-sumisa nos fijamos ambos un periodo de tiempo. Hasta ahora nunca me ha hecho falta establecer un convenio previo, porque tampoco me lo han pedido. Para mi esta relación tiene mucho de teatro, de juego de imaginación. Son importantes las formas porque contribuyen a la idealización de escenas en nuestra mente, a mi juicio el órgano sexual por excelencia. Ese periodo de prueba yo lo llamo de aprendizaje. En él la aspirante a sumisa aprenderá a ser usada a mi manera; conocerá mis obsesiones, mis gustos, mis filias y fobias... y deberá adaptarse a ello y entregarse en la forma que yo requiero. Elemento fundamental de esa iniciación es el interrogatorio. En su vertiente virtual reconozco que su utilidad es relativa aun con una cámara web. La pupila es sometida a una presión –en algunos casos extrema- para contestar mis preguntas que versan sobre su infancia y adolescencia, su despertar sexual, su vida. Yo deseo saber TODO sobre ella y utilizo la tortura si es necesario. Cuando ese periodo se da por finalizado por ambas partes (a propuesta siempre mía) celebro una ceremonia de iniciación como sumisa. Esa liturgia contiene mis manías respecto a vestimenta, aspecto físico, rituales, comportamiento público y privado... y también régimen de castigos, objetos para aplicarlos y forma de hacerlo, según se trate de acciones punitivas o de entrega para mi placer. Soy consciente de la imposibilidad absoluta de que estas prácticas puedan sustituir a las relaciones D/s físicas, pero para personas que no pueden permitírselas hay que intentar estimular al máximo la imaginación y la fantasía, única forma de hacerlas medianamente satisfactorias.

A partir de ese momento la vida sexual de mi sumisa es exclusivamente mía. Dejo volar mi imaginación con el fin último de mantener a mi sumisa en estado de excitación lo más intenso y permanente que me sea posible. A veces me cuesta mucho esfuerzo, otras no tanto. La relación es interactiva... dependemos el uno del otro para lograrlo. Si llamáis a eso complicidad, pues somos cómplices. Y así hasta que llega un día en ambos nos damos cuenta que esta relación se agota. Entonces solo queda que ponerle the end.

Gabriel

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