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La fantasía de mi marido

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Qué rápido pasa el tiempo. Hace rato que no podía escribir nada por estar muy ocupada. Pero eso ya lo contaré luego. Por ahora espero que disfruten de este relato, en donde narro lo que le sucedió a Rebeca, una querida amiga mía, que por cierto es por mucho la mujer más guapa que conozco.

En la historia jugaré el papel de la villana para hacer más interesante la experiencia de compartir con vosotros lo que escribo. Por lo demás, relataré los sucesos que cambiaron la vida de Rebeca tal y como ella me lo contó hace poco. Sin más preámbulos que el desear poder entrar a tu mente y hacerte pasar un excitante y buen rato, te dejo con esto:

Conocí a Eduardo y a Rebeca el día de su boda. Ambos eran viejos amigos de Ramón, mi marido y aunque en los últimos años se habían distanciado, en sus tiempos de preparatoria los tres habían sido inseparables. Sabía que al principio, mi esposo había estado loco por Rebeca, y aunque trató de conquistarla, ella nunca le hizo caso y en cambio, sostuvo un largo noviazgo con Eduardo, hasta que terminaron casados a la edad de 24 años.

Para mi marido el rechazo de Rebeca significó un golpe del que difícilmente se repuso. Bueno, en realidad jamás logró superar que su mejor amigo y la chica de sus sueños fueran pareja y mucho menos que terminaran casados. Sin embargo fue el propio despecho lo que lo llevó a concentrarse en sus estudios y luego en su trabajo. Para cuando yo lo conocí, a un año de haber concluido la universidad, Ramón ya era un hombre independiente, con auto, casa y negocio propios, “un partidazo” para novio, como dijo mi mamá cuando se lo presenté.

Ramón es adicto a su trabajo y aunque por ello casi nunca tenía tiempo libre para mí, yo me sentía bastante bien siendo su novia, pues nunca me han gustado los hombres empalagosos o posesivos. Para cuando me pidió que fuera su mujer, él ya había logrado hacer su pequeña fortuna y tras nuestra unión civil, me instalé con él en una linda casa, dentro de una zona exclusiva de la ciudad.

Como dije al principio, aunque conocía bien la historia de los amigos de mi marido, no tuve el gusto de conocerlos sino hasta el día de su boda. Si bien Eduardo es guapo, su esposa lo es aún más; su rostro tiene las proporciones y el aura de una virgen de porcelana y en su esbelta figura sobresalen tentadores sus hermosos senos. El día de su boda, Rebeca había acomodado su dorada y rizada cabellera en una voluminosa coleta adornada con flores blancas que enmarcaba la perfección de su cara, haciéndola lucir casi sobrenatural. La sonrisa que me dedicó la bella novia cuando nos presentaron, quedó grabada en mi memoria como la postal de la mujer más bonita que he conocido.

Aquella noche, además del padre y el hermano de Rebeca, mi marido fue el único invitado que tuvo el honor de bailar con la novia en el vals que inauguraba la fiesta y luego de eso, regresó a sentarse a mi lado sonriendo de oreja a oreja y me atrajo hacia él para decirme en secreto que Rebeca acababa de contarle que estaba embarazada y quería que nosotros apadrináramos a la criatura, a lo que yo acepté encantada.

Como regalo de boda, mi marido y yo les habíamos obsequiado la luna de miel a los recién casados. Pasarían una semana en Mazatlán con todo pagado y nosotros los alcanzaríamos el último fin de semana de su estadía. Lo habíamos planeado así porque, en la época en que Eduardo y Rebeca se casaron, mi matrimonio, aunque muy feliz y con dos maravillosos hijos, atravesaba una sequía sexual que llevaba casi un año. Ramón y yo atribuíamos nuestra falta de intimidad al estrés de su trabajo más que a cualquier otra cosa, pues desde siempre nos hemos atraído profundamente y tenemos una relación muy armoniosa y sincera.

Así que allá fuimos. Pasamos el primer día en la alberca del hotel con Eduardo y Rebeca y noté que yo no era la única embobada con el pequeño traje de baño de Rebeca, que lucía perfecta y era imposible adivinar que llevaba algunas semanas de embarazo. La mujer era además una divertidísima conversadora, con una voz y una risa tan dulce que invariablemente terminaba fascinándote y aunque por su estado no bebió en absoluto, fue la más alegre de los cuatro.

Por la tarde, Rebeca y yo salimos de compras y nuestros hombres se quedaron jugando tenis en el hotel.

Estábamos en una tienda de ropa y sin querer, ambas elegimos el mismo vestido corto blanco y no lo notamos hasta que nos encontramos en el probador.

—Ojalá se me viera tan bien como a ti —Le dije a Rebeca, que reía divertida por la inesperada casualidad de verme con el mismo vestido que ella.

—Te queda hermoso —Me dijo, parándose junto a mi frente al espejo— Deberíamos comprar el mismo vestido ¿Qué dices?

—No estoy segura. ¡Mírate! A ti se te ve espectacular. Y a mí… Bueno… —Aunque me siento a gusto con mi cuerpo y hago de todo para seguir delgada, no dejo de extrañar la apariencia que tenía antes de mis dos hijos. Ahora tengo la cadera más ancha y eso me da algunos problemas a la hora de elegir qué ponerme.

—Pero si te ves muy guapa, Dalia. Además mira qué buen trasero tienes —Me dijo dándome una palmadita en una nalga.— Anda, vamos a vestirnos iguales para sorprender a los chicos ¿Qué dices?

Cautivada por su inocencia casi infantil, le dije que sí y luego nos fuimos a buscar unos zapatos también iguales. Rebeca parecía una niña emocionada por vestirse de la misma forma que su mejor amiga y cuando estuvimos de vuelta en el hotel, me llevó de la mano hasta su habitación, apresurándose por vestirnos y aparecer frente a nuestros maridos.

Salimos los cuatro a cenar y aunque al principio me sentía un poco tonta yendo vestida igual que Rebeca, al poco rato no me importó y disfruté increíblemente la velada.

Esa noche luego de cenar, Ramón y yo hicimos el amor dos veces seguidas, como cuando éramos novios. Estábamos tan ebrios y calientes, que terminamos fornicando en el balcón de nuestra habitación ante la mirada de unos cuantos curiosos que caminaban a esa hora en la playa. Ninguno de los dos nos habíamos quitado la ropa para coger y cuando la calentura nos llevó al balcón, mi marido me tenía inclinada contra el barandal y me penetraba desde atrás mientras yo me levantaba la falda y le ofrecía mi culo alzándolo tanto como podía.

—¿Te gusta mi nuevo vestido, mi amor? —Le pregunté mientras él me penetraba.

—Te ves riquísima, Dalia. Hiciste que la tuviera parada toda la noche solo de verte —Me contestó mi amoroso marido.

Yo sabía que su mirada había estado más ocupada en el escote y las fabulosas piernas de Rebeca, pero le agradecí sus palabras. Y es que aunque Ramón es un tipo discreto, durante la cena le resultó imposible no echar varios vistazos al cuerpo de su futura comadre y no lo culpo, si Rebeca fuera menos inocente sería capaz de volver loco a cualquiera.

Mientras mi marido me atravesaba frenéticamente haciendo chocar mis nalgas contra su cuerpo, pensé en lo mucho que le hubiera gustado al pobre echarle mano a la mujer de su amigo, de sentir las redondas y firmes tetas de Rebeca aunque fuera un momento, así que llevé las manos de Ramón a mis senos.

—Estas son para ti, papito —Le dije metiendo sus manos bajo mi vestido en mi busto. Y Ramón comenzó a jadear, próximo a eyacular.— Vente todo, papi. Relléname —Gemí, imitando lo mejor que pude la dulce voz de Rebeca y viendo lo mucho que eso prendía a mi esposo, suspiré de nuevo con voz de nena— Me duele, papi. Pero no pares… No pares.

Parecía que nuestra vida sexual retomaba su frecuencia, pues durante el fin de semana que pasamos con los recién casados, Ramón y yo tuvimos sexo varias veces por día. Y así seguimos por un tiempo luego del viaje, hasta que otra vez nuestros encuentros se volvieron esporádicos.

Cuando Rebeca cumplió seis meses de embarazo, organicé un “baby shower” en mi casa. Mi hija Tatiana estaba encantada y se encargó de adornar la sala y preparar los bocadillos. Cuando Rebeca llegó a mi casa, quedé maravillada con lo guapa que le hacía ver su embarazo. Además, se notaba que sus senos estaban listos para amamantar, pues si de por sí eran grandes, ahora lo eran aún más.

Pasamos la tarde con los juegos típicos del evento. Los únicos hombres que estarían presentes serían mi marido y Eduardo, quienes ya entrada la tarde, desaparecieron y no volvieron hasta la media noche, algo alegres por lo que se habían escapado a beber.

—Compadre. Mejor quédense en la casa. Ya es tarde y además así podemos pasar otro rato todos juntos ¿Qué dices? —Propuso Ramón y ellos aceptaron la invitación a pernoctar en nuestra casa.

Estuvimos platicando y bebiendo hasta la madrugada junto a Tatiana, mi hija, que tiene edad suficiente para consumir alcohol.

Luego de divertirnos con mis futuros compadres, mi marido y yo nos fuimos a la cama. El beso de buenas noches que acostumbramos, se convirtió rápidamente en un intenso manoseo.

—Déjame mamarte, Dalia —Me pidió mi marido entre beso y beso. Yo me quité la ropa y me acomodé en la cama con las piernas abiertas para recibir en mi vagina la lengua de Ramón. Aquella noche me devoró la vagina y tuve un orgasmo riquísimo. Así que quise devolverle el favor a mi esposo, y me acomodé para hacer un 69 antes de que le pidiera que me cogiera.

Me puse en cuatro para recibir el miembro de mi marido, que me estuvo taladrando fuerte desde el principio, haciéndome gritar de gozo. Entonces recordé lo que había puesto en práctica en nuestro viaje y usando el tierno tono de voz de Rebeca, empecé a hablarle, mezclando palabras cariñosas con algunas suciedades que me venían a la mente, hasta que me perdí en mi cachondés y le pedí que apagara la luz.

—Quiero que me cojas como si fuera Rebeca.

—¿Qué dices? —Preguntó Ramón deteniéndose en su labor de darme placer.

—Lo que oíste. Apaga la luz y dame como le darías a Rebeca. Sé cuánto te gusta ella. —Pensé que tal vez había ido demasiado lejos. En nuestros años de casados habíamos cumplido algunas fantasías, muy típicas de las parejas de nuestra edad. Pero yo sabía las ganas que mi esposo le tenía a la guapa Rebeca y quería que él fantaseara con eso. Así que tomé la iniciativa y apagué la luz de la lamparita de noche y luego de animar con mi boca el miembro de Ramón, me tumbé boca abajo en la cama y con mi mejor parodia de la voz de Rebeca, le pedí que me cogiera.— Pero despacito, cariño, no quiero que Eduardo ni tu esposa nos escuchen.

Ramón me penetró en seguida, aceptando ser parte de la fantasía.

—Siempre quise que me cogieras así —Le decía yo, al tiempo que alzaba el culo, ofreciéndole mi vagina y pidiéndole que no me hiciera gritar o mi marido sabría que otro hombre me estaba cogiendo.

Ramón acabó llamándome por el nombre de nuestra querida amiga cuando más tarde, me monté en él, dándome unos sentones riquísimos, gimiendo como lo haría Rebeca al recibir tremenda verga en su vagina estrecha.

Durante los meses que faltaban para el parto de nuestra futura comadre, Ramón y yo seguimos frecuentando mucho a la pareja y sabía que esas noches al volver a casa, me tocaba jugar el papel de la jovencita dulce que tanto se le antojaba a mi marido. Ramón se calentaba mucho cuando veía a Rebeca y algunas veces, yo le ayudaba a desahogarse masturbándolo a escondidas mientras él veía a la chica. A mí todo eso no me molestaba, como pudiera pensarse; al contrario, encontraba un placentero morbo al hacerlo. Tanto, que un día decidí comprar una peluca rubia de rizos como la melena de Rebeca, para usarla en mis juegos maritales. A Ramón le encantaba que le diera sexo oral con la peluca puesta y claro que estaba fascinado cuando lo hacíamos de perrito y él tomaba el cabello postizo de mi nuca para obligarme a recibir toda su carne mientras me llamaba por el nombre de nuestra amiga.

Al cabo de un tiempo, tal como nos lo habían pedido, Ramón y yo apadrinamos al hijo de Eduardo y Rebeca. Y al final de la fiesta me había obsesionado tanto con la imagen de mi marido y mi comadre copulando, que ideé un plan para conseguirlo. Estuve hilando la idea durante algunas semanas después. Y cuando platiqué del asunto con mi marido, él se rehusó tajantemente. Pero al final fue cediendo y logré convencerlo al decirle que para mí era muy importante que él sacara de su mente a esa otra mujer que competía conmigo en su corazón y que la única forma de lograrlo era cerrando el ciclo.

—Tienes que hacer tuya a Rebeca y yo te voy a ayudar.

Cuando el bebé ya había cumplido medio año, entramos en acción. Invité a Rebeca a una noche de chicas con mis amigas. Salimos a bailar a un lugar de moda y sobra decir que Rebeca causaba furor entre los hombres que estaban en el antro que visitamos. A cada pieza que comenzaba, mi comadre era la primera a la que invitaban a bailar. Mis amigas y yo bromeábamos con ella diciéndole que había acaparado toda la mercancía para ella sola. Esa noche nos acompañó mi amiga Julia, una divorciada hiperactiva que convenció a Rebeca de presentarle a un muchacho muy apuesto con el que acababa de bailar. Por el final de la noche, todas brindamos al ver que Julia había conseguido besar al musculoso galán y cuando vaciamos los tragos, Rebeca se acercó para decirme al oído que estaba muy borracha.

—¿Y cómo no, comadre? Si llevas horas baile y baile y tome y tome —le contesté riendo.— La última y nos vamos —Le propuse. Pero esa última copa se convirtió en una larga serie de tragos que terminó cerca de las 2 de la mañana.

De acuerdo al plan, mientras Rebeca y yo nos divertíamos, mi marido y Eduardo estarían en la casa de la feliz pareja haciendo de niñeras y viendo el fútbol en la televisión. Mi hijo y mi hija habían acompañado a su papá, para que según palabras de Tatiana “una mujer se hiciera cargo del bebé y no un par de borrachos”.

Cuando Rebeca y yo salimos del lugar en donde habíamos estado de fiesta, le envié un mensaje a mi marido, como lo habíamos pactado, para que pasara por nosotras y nos llevara a mi casa. Todo estaba saliendo bien, excepto por la borrachera que pescó mi compadre Eduardo, por lo que mi marido me envió un mensaje diciéndome que no dejaría a mi compadre borracho y solo con el bebé y mis hijos. Así que decidí llamarle.

—¿Por qué dejaste que se emborrachara? Seguro tú estás igual, tonto. Lo vas a echar a perder, todo por briago —Lo regañé cuando respondió mi llamada.

—¿Y yo qué iba a saber que ustedes iban a tardar tanto, eh? ¿Ya viste la hora? Toma un taxi y nos vemos aquí. Y para que lo sepas, yo me tomé dos putas cervezas en toda la noche —Me respondió mi marido, que parecía arrepentirse de seguir con el plan en el último momento.

—Espera, no te enojes, estoy pensando en algo para salvar la noche… —Era una idea tonta, pero que funcionaría si mi hija ponía de su parte.— Dile a Tatiana y a Omar que me emborraché con mi comadre y que se van a tener que quedar en la casa de Rebeca a cuidar al bebé en lo que tú vienes por mí.

Mi esposo hizo silencio al otro lado de la línea, pensando en lo que le acababa de decirle. Luego, escuché cuando le preguntó a Tatiana si estaba de acuerdo y ella dijo que si había leche para el niño, con mucho gusto se quedaba a cuidarlo.

—Pero nada más en lo que vas por la borracha de mi madre —Escuché que contestó mi hija.

Al poco rato, Ramón llegaba por nosotras al antro. Rebeca no estaba perdidamente ebria, pero sí lo suficiente como para necesitar ayuda al subir al auto.

—¿Me llevan a mi casa? —Preguntó cuando las dos nos sentamos en el asiento trasero.

—¿A poco ya te quieres ir Rebe? Mejor aprovecha que mis hijos y tu marido cuidan al bebé. ¿Qué te parece si nos tomamos algo en mi casa y luego te llevamos con Eduardo?

—¿En serio?... Bueno ¡Gracias! Y perdónenme. Pasé mucho tiempo sin salir a divertirme, hoy es mi noche.

—Ya lo sé, guapa —Le dije, apoyando su decisión.

Nos tomó un poco de tiempo, pero al llegar a mi casa, entre mi esposo y yo dejamos a Rebeca lo suficientemente borracha como para no rechazar a Ramón cuando éste la abrazó mañosamente en el sillón. En ese momento, yo me levanté de mi lugar para ir a la cocina y dejarlos solos.

Cuando volví con las tres copas llenas de vino, encontré a mi marido besando apasionadamente a Rebeca mientras ella se dejaba acariciar las piernas por debajo de la mini falda que llevaba. Ella abrió los ojos y tardó un poco en reaccionar cuando me vio de nuevo sentada en el sillón. En ese momento, la tímida Rebeca Intentó apartar de sí a Ramón.

–Esto… Esto no está bien. Perdón, estoy muy borracha. Ya quiero irme… Perdón —Dijo ella, un poco alterada.

—Oh, no digas eso, guapa. Estamos pasándolo muy bien. Quédate otro poco. ¡Vamos a brindar! —Le dije y le extendí una de las copas. Ella la tomó sonriendo apenada y luego Ramón le hizo beber la copa de un trago.

—Hay que bailar —Propuse— ¿Por qué no bailas con Ramón? Anda.

Rebeca apenas si podía estar en pie y mi esposo no tardó mucho en aprovechar y comenzar a bajar sus manos de la cintura al culo de Rebeca, quien bailaba de forma descompuesta. Mi esposo se acercó para besar el delicado cuello de nuestra amiga, y aunque ella lo rechazó al principio, terminó inclinando la cabeza para dejarse hacer. En eso, sonó mi celular. Era Tatiana, preguntando si ya íbamos en camino a la casa de Rebeca.

—No hija. Rebe tomó de más y a tu papá lo paró el alcoholímetro. No vieras el dineral que nos sacaron los policías —Le mentí, sin apartar la vista de mi marido y Rebeca, que a esas alturas ya era muy poco consciente de que Ramón estaba manoseándola mientras bailaban.— ¿Crees que puedas cuidar al bebé? No me gustaría salir de nuevo a la calle. Nos harías un gran favor.

—Claro, má, pero eso vale un permiso para salir el próximo sábado. —Dijo mi hija aprovechando su oportunidad y luego agregó— El nene sigue durmiendo, como el borracho de su padre, que se encerró en su cuarto y se ha puesto a roncar.

—Está bien, hija. Cuando amanezca, tu papá irá por ustedes ¿Está bien? Si necesitas algo, nos avisas.

Con el asunto del bebé resuelto, Ramón y yo seguimos disfrutando de la presencia de Rebeca, que apenas reaccionaba al intenso manoseo de mi marido, y no dijo nada hasta que Ramón hizo a un lado su tanguita y le metió un dedo en la vagina. “No, eso no. No, por favor”, dijo la chica, segundos antes de que mi esposo cubriera los carnosos labios de Rebeca con su boca.

Mi marido entonces despojó de su vestido a Rebeca y la sentó en sus piernas. El primer embarazo de nuestra amiga no había dejado ni un rastro en su hermoso cuerpo y su abdomen era tan plano y firme como aquellos días en Mazatlán. Ramón lamía alucinado los rosados pezones de la chica, que forcejeaba un poco, intentando colocarse de nuevo el sujetador.

—Estoy tan ebria —decía ella entre gemidos— No soy una puta.

—Cariño, está bien —le respondí y me levanté yendo hacia ellos para quitarle el pantalón a mi esposo. Su pene estaba duro y conduje una mano de Rebeca hasta él.— ¿Lo quieres, guapa? ¿Quieres esto? —Le pregunté, notando que Rebeca se negaba a tocar el miembro de mi esposo.— Ven aquí, princesa. Vamos a mamárselo a mi marido —le ordené.

Logré poner a Rebeca de rodillas frente a mi esposo y encaminar su boca hasta el enardecido miembro que nos esperaba, en donde nuestras bocas y nuestras lenguas se encontraron. Sentí un irrefrenable impulso de besar a Rebeca cuando sentí sus hermosos labios tan cerca de los míos. Aunque ella no me correspondió el beso, yo comencé a tocarla. Nunca había sentido a otra mujer, pero Rebeca era tan tentadora y tan inocente, que no pude contenerme y comencé a recorrerla por completo, aprovechando para quitarle las braguitas blancas que llevaba esa noche.

Luego de estar hincada en el piso junto a ella, me acomodé en el sofá al lado de Ramón, que en ese momento forzó a Rebeca a recibir su carne en la boca nuevamente. Los hermosos labios de Rebeca se ajustaron alrededor del miembro de Ramón y él la obligó a moverse, tomándola de sus rubios rizos, moviendo su cabeza hacia arriba y hacia abajo. Entonces Ramón comenzó a besarme, supongo que eso lo excitó más, pues al poco rato, sujetó a Rebeca por la nuca e hizo que ella se atragantara con su miembro e intentara zafarse, pero él no se lo permitió, y la obligó a mamar más rápido, haciendo que su rizada melena se moviera con violencia. Era increíblemente sensual ver la hermosa cara de Rebeca con la verga de mi marido entrando en su boca y escucharla gemir despacito mientras intentaba respirar.

Acomodamos a nuestra invitada de rodillas en el sofá y con los brazos recargados en el respaldo, dejando el hermoso culo de Rebeca empinado, totalmente indefenso. Su vulva estaba depilada y se veía hinchada como la de una hembra en celo clamando por recibir a su macho, pero ella seguía oponiéndose a seguir y suplicaba

—No, por favor ¿Qué le voy a decir a mi marido?

Ni aunque me pasara la vida intentándolo, podría imitar los gemidos de Rebeca cuando mi esposo la penetró; la chica se quejaba placenteramente y cerraba los ojos por momentos, cuando Ramón aceleraba el ritmo con el que empezó a cogérsela, así como su perra “No tan fuerte ¡Me duele!” decía entre sus quejidos, que al poco rato se convirtieron en gritos cuando alcanzó un orgasmo que le hizo temblar las piernas convulsamente. La visión de su éxtasis me provocó tanto, que comencé a tocarme frente a ella y luego me acerqué para besarla de nuevo. Esta vez no me rechazó y mientras la besaba, sentía su respiración agitada por la implacable furia con que mi marido se la estaba cogiendo y en un momento, sus labios rodearon mi lengua y se pusieron a chuparla como si se tratara de un pene.

—Quiero sentirla, Ramón. Quiero sentir su boca aquí —Le dije a mi marido introduciéndome dos dedos en la vagina.

Mi esposo me complació y acomodó a Rebeca en el piso poniéndola en cuatro, yo me recosté frente a ella y abrí las piernas, dejando mi sexo al alcance de su boca. “Vamos, guapa, hazlo con tu boquita” tuve que acercarme aún más para que ella comenzara a darme placer. Rebeca se negaba al principio, pero cuando tuvo de nuevo el miembro de Ramón dentro de ella, comenzó a besar y lamer mi vagina.

—Oh, no. ¡Por ahí no! —Dijo de pronto Rebeca y su intento por escapar fue anulado por Ramón, que recargó su peso sobre ella y logró penetrarla por el culo, haciendo que Rebeca gritara de dolor.— Oh, dios, es muy grande ¡me vas a lastimar! —Pero Ramón no se detuvo y luego de escupir en donde su sexo y el ano de Rebeca se unían, le dejó ir todo su pene.

—Qué estrecha estás Rebeca, me lo vas a arrancar —expresó Ramón cuando su verga se perdió en las entrañas de mi comadre, que no paraba de gritar.

Ella comenzó a llorar, pidiéndole que parara, pero Ramón la sujetó de los brazos e inclinando el culo de la chica hacia arriba, comenzó a bombear como un loco, hasta que tras varios minutos eyaculó, llenando el culo de Rebeca con su leche.

Ha pasado un año desde entonces y hasta ahora Rebeca no sabe qué pasó exactamente, porque a la mañana siguiente, despertamos las dos desnudas en la sala. Ella estaba confundida y desorientada. Luego de calmarla, le expliqué que las dos habíamos tomado de más y habíamos terminado revolcándonos en el piso.

—Pero está bien, Rebeca. Yo nunca había estado con una mujer y la verdad, me gustó mucho —le dije fingiendo sentirme igual de confundida que ella.

—¿Pero qué hicimos? —Preguntó y luego dijo— Me duele todo. Eres una malvada.

—¿Ah, sí? Es que tú misma lo pedías. Me pediste que te metiera los dedos por atrás —Rebeca se cubrió la boca, llena de pudor— Que no te dé pena. De verdad me gustó mucho. Ojalá un día lo repitamos.

—¿Está mal que te diga que sí quiero? solo que espero no estar tan ebria, quisiera recordar la próxima —Me dio un abrazo y nos dimos un breve beso en los labios.— Voy a vestirme, tengo que ir a casa, Eduardo me va a matar.

—No te preocupes. Le avisamos que te quedarías con nosotros. No tengas prisa, yo te llevo a tu casa, Tatiana y Omar se quedaron cuidando a tu bebé y a tu marido, que al parecer también bebió de más y se quedó dormido.

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