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Confundiéndolo

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Las circunstancias que se presentan en nuestras vidas contribuyen a realizar acciones que tal vez nunca pasaron por nuestra mente o siquiera pudiéramos imaginar llegarlas a hacer. Después de buscar algunas páginas de confesiones, encontré ésta, donde puedo contar lo que provocaron en mi personalidad dichas circunstancias. Dudé en escribir, dejar para mí estos momentos de mi vida, pero me dio confianza la libertad que ofrece el anonimato, por que a final de cuentas es una confesión, y plasmarla en papel supuso un reto para mí, pues después de contárselo a mi mejor amiga, ésta me propuso que lo escribiera, que reconstruyera este episodio de mi vida.

Soy una mujer de 49 años, casada, con dos hijos. Mi marido tiene 53 años, llevamos 24 años de casados. Él es abogado, tiene un buffete. Yo soy mercadóloga, recientemente me ascendieron como gerente de mercadotecnia en la empresa donde laboro, después de trabajar como gerente de marca y luego como asistente ejecutiva del director de mercadotecnia. La empresa forma parte de la industria farmacéutica.

Para quien conozca este giro debe saber el ambiente social que caracteriza a este tipo de empresas respecto de sus relaciones con los demás y la importancia de la imagen personal. Por ejemplo, es casi una exigencia estar bien presentada, arreglada, bien vestida. Aunque no es obligatorio, la empresa recomienda que las mujeres usemos trajes sastre y en mi caso más ahora con el nuevo puesto que tengo. Ellos de traje, o con saco y corbata, recomendando el uso de camisas blancas.

Creo ser una mujer atractiva. Me conservo bien, a pesar de mis casi 50 años, pues a pesar de lo demandante del trabajo, me doy un espacio para realizar ejercicio durante tres o cuatro días a la semana, asistiendo a un club cerca de mi domicilio; soy muy cuidadosa en mi alimentación y en mis hábitos. Soy conservadora en mi vestimenta, generalmente mis faldas o vestidos los llevo debajo de las rodillas, con pantimedias, nunca sin ellas, pero eso no impide que se rebele mi figura, sobre todo cuando me pongo zapatos con tacón alto pues soy alta: tengo caderas anchas, soy acinturada y mis piernas están bien torneadas, de lo que sí carezco es de un busto grande, más bien es pequeño. Mido 1. 74, soy blanca, con el pelo color castaño.

Creo que por mi estatura y la personalidad que transmito, no soy una mujer que pase inadvertida. Siento la mirada de los hombres, antes me incomodaba y ahora, no lo niego, me gusta, a qué mujer no le complace, pero lo tomo como un halago, siempre y cuando no sienta acoso o me sienta incómoda o me digan palabras con doble sentido. En el trabajo me enteré que decían en los pasillos que era una Milf, no sabía por qué, hasta que indagué su significado y me quedó claro. Soy una Milf y me comporté o me estoy comportando como una Milf.

Por lo anterior, cuando se presenta la situación, soy coqueta pero generalmente mi personalidad es seria y no doy motivos para otras cosas, pero puedo disfrutar cómo los hombres se llegan a poner nerviosos por mi personalidad, por lo que pocos se han atrevido a intentar seducirme y cuando lo insinúan encuentran mi negativa y terminan por retirarse.

La relación con mi marido ha tenido, como en todos los matrimonios, sus altas y sus bajas. Nunca le he sido infiel. He tenido pretendientes, obvio, por mi trabajo y la relación que entablo con ellos, pero nunca he llegado a más, ni siquiera he aceptado una invitación que no tenga que ver con el trabajo, aunque luego la disfrazan. Sé lo que pretenden, y sé que se molestarán muchos al leer lo siguiente: en estos asuntos los hombres son predecibles. Nunca he querido ser una conquista más para los que persiguen una aventura.

Por otro lado, no niego que, después de tantos años de matrimonio, la relación se desgaste y el deseo decaiga, además de la edad, pero esto no implica que busque o haya buscado aventuras o algo parecido. No digo nunca, uno nunca sabe lo que le depara la vida y no sabes qué personas se pueden cruzar por tu vida y alterar tu confort o seguridad.

En estos años de matrimonio nunca sentí o descubrí que mi marido me engañara, tal vez lo habrá hecho pero nunca me di cuenta, si es que así fue, sin embargo, en algunas etapas de nuestro matrimonio mi marido ha pretendido ponerle chispa al mismo y me ha llegado a decir, en los momentos de intimidad, si me gustaría estar con otro hombre, yo le pregunto porque me dice esas cosas y solo responde que le excita imaginarme disfrutando con otro hombre; no lo entiendo, yo le digo que no.

También me ha propuesto que diga cosas “sucias” en la cama o que le confiese si tengo fantasías sexuales y cuáles son. O si alguna vez le he sido infiel o lo he pensado o si coqueteo en el trabajo con los hombres. También me proponía que me vistiera menos recatada y “enseñara más”, pero no lo podía hacer, me costaba trabajo.

Sí, son más de 20 años de matrimonio, sin embargo, puedo decir que mi vida sexual ha sido satisfactoria, y que a estas alturas la aceptó como es. Ya sin tanta pasión o deseo, rutinaria. Sé que ya no es igual, las relaciones son menos frecuentes. Tal vez mi marido quiera algo más y no se sienta satisfecho, no lo sé; más bien creo que los hombres son diferentes en ese sentido. También empezó a decir que la monogamia no era natural y otras cosas por el estilo.

Hace unos meses empecé a notar diferente a mi marido, me dio la impresión de que estaba saliendo con otra mujer y creo que por eso la razón de preguntarme esas cosas en la intimidad, como la de proponerme estar con otro hombre. No sé si se sentía culpable o qué. Ni por agradarlo le respondí positivamente, me parece perverso. Decía que percibo que sale con alguien por una serie de cambios que ha manifestado, como llegar tarde a casa, arreglarse más o salir de viaje por más días de lo normal.

Una mujer posee la intuición para sentirlo y saber diferente a su pareja, sobre todo, después de tantos años de conocerse. Lo he observado cómo está pegado al teléfono, escribiendo y leyendo mensajes como adolescente. Nunca se separa del teléfono, hasta cuando se mete a duchar, en una ocasión entré al baño y vi como recibía mensajes, pero él se percató de mi presencia y salió inmediatamente.

Sin poder constatarlo al 100% me empecé a sentir mal, dolida, deprimida, no lo enfrenté directamente, tal vez ese fue mi error. Con el ascenso al puesto sustituí lo que me pasaba, pues para mi desarrollo profesional fue muy importante el puesto que tengo. Así que empecé a distanciarme un poco de él, y manejé mi molestia de otra manera, no discutiendo ni pidiéndole el divorcio (a estas alturas, me decía, sería absurdo, los hijos, la casa, etc.), mucho menos buscando una venganza siéndole infiel con otro hombre, como sí sé que lo hacen muchas mujeres, aquí les puedo decir que cada vez más mujeres engañan a sus maridos y sobre todo con hombres jóvenes. Y ellos ni cuenta se dan…

Mi plan fue otro, y de acuerdo a mi formación de mercadóloga, me plantee ser estratégica, provocándole cosas, como la incertidumbre y la confusión. Empecé a cambiar yo misma, con esfuerzo, aunque contribuyó el ascenso y sus implicaciones en mi autoestima, por ejemplo en lo exterior, me pinté el cabello, empecé a vestirme más provocativa, con faldas y vestidos arriba de la rodilla, ajustados al cuerpo, de colores llamativos, comprándome nueva ropa interior, no tangas porque no me gustan pero sí más sexis, como las de Victoria Secret.

Empecé a llegar tarde a la casa. Al club empecé a ir en leggins ajustados y en colores color pastel o blancos. Generalmente mi marido no es celoso, pero sí me preguntó porque me estaba vistiendo así (a pesar de que antes me lo proponía), le dije que por el nuevo puesto y por los compromisos que llegaba a tener como comidas, desayunos o reuniones de trabajo y que los leggins para hacer ejercicio los había comprado por sugerencia (una mentira) de mi nuevo instructor en el gimnasio.

Lo desequilibré, no sabía qué decir. Lo empecé a sentir diferente, desubicado, pues también en ocasiones lo llegaba a rechazar deliberadamente cuando deseaba tener intimidad. Le decía que estaba cansada o que mi apetito sexual iba a la baja o que la menopausia, siempre tenía excusas, pero al mismo tiempo lo provocaba arreglándome más y de manera diferente a como era antes.

Esto lo empezó a poner mal, así lo sentía y a pesar de esto, sentía que continuaba con su aventura, luchaba contra su propio ego. Ahora que hacía lo que me había propuesto antes, como la vestimenta, no lo estaba procesando.

Pero hubo un evento que lo dejó atónito y que preparé en mi imaginación detenidamente. Se programó la convención anual de ventas de la empresa, cuatro días tres noches, en un resort, en la playa. En algunas ocasiones llegó a acompañarme o llegaba el último día y aprovechábamos algunos días de estancia. Me preguntó si no quería que me acompañara, le dije que iba a estar muy ocupada, por mi nuevo puesto y que no podría dedicarle el suficiente tiempo. No insistió mucho, supongo que quería aprovechar mi ausencia para irse tranquilamente con su amante.

Llegó el día del viaje. Esa noche no dormí bien, pues repasaba una y otra vez mi plan, para ejecutarlo como lo había planeado y no descuidar ningún detalle.

Le pedí que me fuera a dejar al aeropuerto, que no quería irme sola en Uber. Ese día amaneció radiante, como yo lo esperaba. Me metí a la ducha y me afeité el pubis al bañarme, salí de ducharme y me desnudé de manera deliberada frente a él; me miró en conjunto y detuvo su mirada en esa parte de mi cuerpo, le llamó la atención mi pubis afeitado, no dejó de mirarlo pero no me preguntó nada. Desnuda me puse crema y perfume, luego, como excepción, una tanga espectacular que me había comprado y que él no me había visto.

Luego me puse un vestido blanco, que estrené ese día y lo escogí cuidadosamente para mi plan, ceñido en la parte superior y un poco suelto hacia abajo, corto, cinco dedos arriba de las rodillas, llegué a dudar en comprármelo pues para una mujer de mi edad estaba muy corto, no me puse brassier y por supuesto me puse unos tacones altos, de cinco centímetros, por lo que llegaba casi al 1. 80. Mi marido mide 1.85. Me recogí el cabello y procedí a maquillarme.

Sentía su mirada, mientras él se vestía con un pants para irme a dejar ese sábado. No dejaba de mirarme, luego se acercó a mí por atrás y me abrazó, sentí su miembro en mis nalgas, moví un poco mis caderas y sentí como crecía su miembro, me gustó esa sensación y en unos instantes tenía esa cosa restregando mis nalgas, dura y grande, pues mi marido está muy bien dotado. Lo sentí excitado, me besó el cuello y me dijo que olía muy rico, que le parecía excitante mi pubis sin bellos.

Me llevó a la orilla de la cama, me dejé llevar, después me pidió que subiera mis rodillas en la orilla de la cama (ya sabía lo que quería), lo hice, me hice hacía adelante y recargué las palmas de mis manos en la cama, en cuatro, como dicen, como tantas veces me ha puesto así en más de 24 años de casados; entonces subió mi vestido y sentí sus ojos contemplándome en esa posición, yo me incliné más hacia adelante para que se agrandarán mis caderas y se excitara más. Luego acerco su bulto a mis nalgas y me lo restregó. Sentí sus dedos y sin ningún trabajo, hizo a un lado la tanga y empezó a acariciarme, para luego intentar deslizar su dedo en mi vagina, pero le dije que estaba reseca.

Fue al cajón y buscó el gel que usamos cuando tenemos relaciones (aquí hago un paréntesis para decir que estoy casi en la menopausia y que estar reseca es común en las mujeres de mi edad) pero yo dejé de estar en esa posición, me bajé el vestido y le dije que no había tiempo, que ya se me hacía tarde, que tenía que llegar con anticipación al aeropuerto. El accedió, pero molesto, me dijo que estaba muy excitado por cómo me veía y que lo había dejado a punto.

Le pedí la caja del gel, la tomé en una de mis manos y nos bajamos al comedor. Desayunamos rápido y le reitere mi urgencia de llegar, pues me tenía que encontrar en el aeropuerto con el nuevo asistente ejecutivo de la dirección de mercadotecnia, recién contratado. Él asumió este detalle sin ninguna importancia.

En el trayecto al aeropuerto, en el automóvil, sentada en el asiento del copiloto, mientras manejaba, crucé mis piernas, me decía que se me veían muy bien, mejor que con pantis, así desnudas, yo simplemente le respondía que gracias pero que las tenía muy blancas, que les faltaba sol. Luego me las tocó y las acarició con una sola mano, pues con la otra mano conducía; yo dejé que lo hiciera pero de reojo miraba cómo crecía su miembro en el pants.

Me agradó, entonces acerqué mi mano izquierda, toqué suavemente su miembro y después lo masajee un poco. Estaba sumamente excitado. Retiré mi mano y le dije que tenía muchas expectativas con la nueva adquisición que había hecho la empresa, que era un joven de 40 años, con mucha personalidad, con iniciativa y que además yo había tenido que ver con la contratación. Me preguntó si era guapo, le dije que más o menos, pero que era atractivo, atlético y lo más importante, estaba joven, con mucha energía.

Llegamos a la terminal aeroportuaria, le dije que no hacía falta que entrara en el estacionamiento, que me dejara en la línea aérea pues ya me esperaba este joven con el pase de abordar, pues ya había realizado el chek in digitalmente.

Nos despedimos con un beso y me acaricio nuevamente las piernas pero intentó meter su mano entre mis piernas y tocarme en medio de ellas, lo dejé que lo hiciera, mientras le sacaba el miembro de sus pants y le pasé mi lengua por su glande, luego metí toda la boca. Me dijo que siguiera, yo me detuve y le dije que ya me tenía que ir.

Entonces me separé de él y le dije que me incomodaba un poco la tanga que traía puesta, pues no estaba acostumbrada; abrí mi bolso y le mostré que traía otra, más cómoda, la miró y se sonrió, pero ya no tanto cuando vio que traía el gel para lubricar en mi mano y que “aventé” en el bolso con una sonrisa pícara. Me quité la tanga y se la puse en sus manos. Le toqué nuevamente el miembro y le dije que se le notaba mucho el bulto, se rio y me dijo “es que tú lo provocas”.

No creía lo que estaba haciendo. Estaba sorprendido, sin saber qué decir o hacer. Le dije que la otra me la pondría en el baño del aeropuerto. Se bajó del auto y camino hacia el maletero, lo abrió, sacó mi maleta y me la dio, quiso abrazarme, yo me hice para atrás y le di un beso en la mejilla. Me despedí diciéndole “te envió un mensaje cuando esté a punto de abordar”.

Me puse mis gafas oscuras, en esa mañana soleada y emprendí el camino hacia la terminal, con mi vestido blanco de algodón, corto, con mis tacones de 5 centímetros, sin ropa interior y moviendo un poco de más mis caderas. Voltee a mirarlo, se subió al auto y me siguió con la mirada, voltee un momento a verlo nuevamente y encontré un rostro irreconocible, confundido.

Más tarde le envié el siguiente mensaje: “Ya estoy en el avión, a punto de despegar…” y él me respondió “Que tengas buen viaje, sigue tu imagen en mi mente, con ese vestido blanco y tus piernas cruzadas en el asiento, me dejaste muy excitado, si vieras mi bulto…”. Yo le respondí “Pues parece que lo mismo le sucederá a mi asistente, quien va sentado a mi lado y de forma discreta no deja de mirarme de reojo las piernas.

Como yo también le veo de reojo su entrepierna y cómo va creciendo su bulto. Pero no te preocupes, él no imagina algo que tú si sabes: que no traigo ropa interior, bueno, hasta ahora no lo sabe… no sé si ir al baño del avión y ponerme los calzones. Que me sugieres?”. Despegó el avión y activé mi teléfono en modo avión.

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