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Noche de pasión en Lisboa (V): Odiseo y las sirenas

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Despierto. Me doy cuenta que estoy abrazado a la espalda de Amália, tal y como solemos dormir juntos. Huelo su perfume en su pelo y noto mis manos agarradas a sus pechos. Un momento, un pecho no está en la posición que debería, tengo mi mano con la palma hacia el frente y noto el pezón en ella. Entonces recuerdo donde estoy y vagamente lo que ha ocurrido. Veo en la esfera de mi reloj que son las 04:30, y recuerdo. Tengo mis normas, jodidas normas que me obligan a salir ahora de esta cama y proteger una reputación.

No pretendas amable lector que haga un relato de lo ocurrido desde que cerré la puerta. Para los jóvenes de hoy en día, un trío con dos mujeres posiblemente sea algo más o menos normal. Pero a mi edad, y en mis tiempos, eso era algo así como si el Cielo te diese un anticipo del Paraíso. Sencillamente, no ocurría. Por lo tanto solo recuerdo que al cerrar la puerta todo fue un maremágnum de cuerpos y movimientos. No sabría decir quien hizo qué, ni a quien se lo hizo. Lo último que puedo hilar con una cierta claridad, ocurre a partir de que nos dispusimos a dormir. Amália hizo valer sobre su hermana sus derechos. Ana María pretendía que yo durmiese entre las dos, pero mi amiga dijo que de eso nada, que el trío se había terminado, así que colocándose ella en el medio, me dio la espalda, pasando mi brazo bajo su cuello y llevando mis manos a sus pechos. Pero casi fue peor el remedio que la enfermedad. Su hermana se dispuso a dormir colocándose de lado pero enfrentada a ella. Yo ya había roto mis normas y por mí, se podía acabar el mundo, así que con la mano más cómoda, la extendí y agarré uno de los pechos de su hermana, tenía ambos a tiro. Amália, cogiéndome la mano, la volvió a llevar a su pecho y dio un golpe de cadera hacia atrás, golpeándome en el vientre con sus nalgas. Repetí la acción y ella volvió a repetir la suya, dejándome claro que yo era solamente suyo. Pero por lo que veo, durante la noche, he conseguido dormir agarrado a un pecho de cada hermana.

Me estoy dispersando, centrémonos. Tengo normas, hay que proteger una reputación.

Me levanto de la cama y me pongo la ropa que llevaba ayer en la cena. Tengo que ir al cuarto de Ana María y traer la ropa que ella llevaba puesta. Al llegar al pasillo noto que huelo a una mezcla de perfume de mujer, sudor y no quiero saber qué más cosas. He de ducharme antes de continuar con la puesta en escena.

Entro en el dormitorio de Ana María y constato que la cama está sin deshacer. En este momento podría tomarla en brazos y traerla, acostándola en su lecho. Pero me puede el miedo a como responda si la despierto ahora.

Veo su ropa en el suelo y la recojo. Los tejanos, la blusa de cuadros y un sostén más un tanga a juego. Observo la ropa interior de color azul cielo, transparente, con unas flores bordadas, lo que le da un aspecto como de pieza de cristal decorado. Parece que el buen gusto en ropa interior, también es patrimonio de la familia. Me dirijo a la puerta y cuando estoy llegando… ¡los zapatos! Vuelvo atrás y tomando los zapatos del suelo, me dirijo de vuelta a mi dormitorio. Hago un montón con la ropa de Amália en el suelo, respetando más o menos el orden al desnudarse y lo mismo hago con la ropa de Ana María.

Entro en nuestro baño, cierro la puerta y me doy una ducha. Vuelvo a vestirme y, haciendo el mínimo ruido posible, bajo al salón. Mientras voy yendo, me doy cuenta de que no le he comprado nada a Amália por su cumpleaños. No conozco bien la zona, así que se me ocurre que mañana le pediré a Amália que me deje a Paulinha por la tarde, con cualquier disculpa, y que la niña me sirva de Cicerone.

Al entrar en el salón, me dirijo a un sofá Chesterfield, con capacidad para cuatro personas, en el que quiero que me encuentre el servicio por la mañana. Creo que me he desvelado y me va a costar dormirme. Jodidas normas.

Nada más poner la cabeza en uno de los cojines, mi cuerpo se desconecta automáticamente y caigo dormido como un bendito.

Dom Alfredo… Dom Alfredo… Alguien me agita empujándome un hombro. Entreabro los ojos y veo mi reloj. Las 7:30. Alzo la vista y veo a Marta, la cocinera que me mira con cara de preocupación. Frotándome la cara con ambas manos, me siento en el sofá, dejando las piernas abiertas y los codos apoyados en las rodillas.

- Buenos días Marta. ¿Podría por favor prepararme un café bien cargado?

- Claro que sí, pero perdóneme la pregunta… ¿qué ha pasado para que tenga que dormir en el sofá, y no con la señora?

- Las señoras están durmiendo en mi cuarto. Ayer con las celebraciones del aniversario de Dona Amália, tuvieron un accidente y decidieron dormir juntas – Le explico mientras le hago un gesto señalando la botella de whisky y le guiño un ojo, cómplice. (Según mis normas y en mi escala de valores, es menos grave “borracha accidental” que “adúltera buscona”). Así que las ayudé a llegar a la habitación y me he venido a dormir aquí al sofá. Procuren hacer poco ruido y déjenlas que duerman hasta tarde hoy.

Primer objetivo conseguido. Ahora tengo que lograr hablar con ellas antes de que lo haga el servicio.

Acompaño a Marta a la cocina y me siento a la mesa de trabajo, al tiempo que Marta prepara la cafetera. Mientras se va haciendo el café, la cocinera me pone delante un platillo y un pocillo de café, pequeño. Entonces le digo que ese no. He visto una colección de tazas con asa, de esas que se compran de recuerdo, sobre la encimera, así que me levanto y tomando una, la pongo frente a mí, sobre la mesa. Veo de donde es y como no podía ser de otra manera, leo “Recuerdo de Fátima”. Cuando el café está preparado, tomo la cafetera y lleno la taza de un café espeso y negro como mis pecados.

Estoy tomando el café, sintiendo como la cafeína recorre mis arterias, cuando oigo entrar a Paulinha, que viene cantando una canción de esas que cantan los jóvenes, que ni tiene música, ni tiene fundamento. Escucho como Marta la detiene en el salón y como le dice en voz baja, aunque no lo suficiente:

- Hoje seu Vovô dormiu no sofá (Hoy tu abuelito durmió en el sofá).

- ¿E assim? (¿y eso?).

- As senhoras exageraram celebrando e dormirom juntas (las señoras se excedieron celebrando y durmieron juntas).

- Coitadinho (Pobrecito).

Esto de momento va bien, el personal ya tiene la información que yo quiero.

Mi aspecto debe ser lamentable, no me he visto todavía en un espejo. Me saco la camisa, y allí mismo en la pileta de la cocina, me lavo las manos y la cara. El agua fría de la pileta me refresca y me hace revivir. Mientras me estoy secando la cara con un paño de cocina, siento entrar a alguien en la cocina. Es Paulinha, que me abraza por detrás, apoyando su mejilla en mi espalda mientras me saluda:

- Bom día Vovô (Buenos días abuelito). – Esta niña es un peligro, no tiene filtros.

- Olá netinha (Hola nietecita).

- ¿Durmió bien esta noche?

- Ya lo sabes. Te oí hablar con Marta, no seas arpía.

- ¿Necesita algo de mí? Tengo que empezar con las labores de la casa.

- Ahora no, gracias. Pero luego le pediré a Dona Amália que te permita ir conmigo por la tarde. No le he comprado nada por su cumpleaños y no conozco la zona. Espero que tú me hagas de guía. Pero no le digas a la señora que sabes a qué vamos juntos. Es una sorpresa.

- Vale, yo hago como que no se nada.

- Eso es.

Después de estar estorbando al personal en sus quehaceres por más de una hora, decido que ya es hora de que vaya a hablar con las hermanas. Tenemos que ponernos de acuerdo en lo ocurrido durante la noche.

Subo a mi habitación y entro con cuidado. El espectáculo, si no fuese lo que es, es para película de risa. Amália está boca arriba con los brazos y las piernas en cruz, y el pelo tapándole la cara. Su hermana no está mejor. Está boca abajo, con una mano sobre el vientre de mi amiga, y una pierna doblada pasada por encima de Amália, con todo el culo en pompa, mostrando hasta lo que no tiene. Hasta me daría pena despertarlas, si no fuese porque he roto mis normas y alguien tiene que pagar por ello, y no voy a ser yo.

Las despierto como puedo, y cuando más o menos logran comprender de qué se está hablando les digo:

- Escuchadme: Ayer noche os pasasteis bebiendo, os empeñasteis en dormir juntas y yo os ayudé a llegar a la habitación, os metisteis juntas en la cama y a partir de ese momento, no sabéis nada más.

- Alfredo, cariño, no te entiendo - dice Amália dando un bufido para sacarse el pelo de la cara.

- Jijijijii No es así como recuerdo yo la noche – dice Ana María, moviendo el culo provocativamente.

- Centraos de una vez y escuchadme – Digo con el tono más duro que consigo emplear.

- Ana María, creo que Alfredo está hablando muy en serio.

- Eso es. Ahora se trata de que hagáis lo que yo os digo. Os hago un esquema: borrachas-habitación-dormir las dos juntas y solas. Y no os salgáis del guion.

- Pero cielo y entonces tú ¿Dónde has dormido? – Me dice Amália.

- Eso es lo primero que debéis preguntarme cuando bajéis. Pero aseguraos de preguntármelo delante de las chicas. Ya hablaremos más tarde con tranquilidad y lo entenderéis.

- De acuerdo – dice Amália.

Me voy de la habitación, procurando que no me vean ni Paulinha ni Marta y salgo de la casona, a pasear por la finca un rato.

Cuando veo que las dos hermanas se sientan a la mesa de la terraza, me dirijo hacia ellas para continuar con el guion de la representación. Al tiempo que yo me voy acercando, sale Paulinha de la cocina con el servicio del desayuno y llegamos al mismo tiempo. Paulinha me pregunta:

- ¿Va a desayunar con las señoras?

- Si, por favor, tráeme otro servicio.

Paulinha se retira para cumplir con en el encargo y le doy un repaso visual a las hermanas. Santo Dios que espectáculo. Parece que les haya pasado por encima un camión y de remate, un terremoto. La cara de ambas es un poema. Aprovecho para decirles:

- Ahora cuando venga Paulinha, me preguntáis donde he dormido.

- No hace falta, ya nos lo ha cascado. Dice que te ha encontrado Marta durmiendo en el sofá cuando llegó a trabajar. Yo creo que hasta se ha enfadado – Dice Amália.

- Ya sabes cómo es Paulinha, no se lo tengas en cuenta – Dice Ana María.

- ¿A qué viene todo esto, Alfredo? No entiendo nada – Dice Amália.

- Piensa en que pasaría si nos encuentran a los tres juntos en la misma cama – le digo.

En la cara de Amália, de repente se refleja la comprensión de las implicaciones de lo que estoy diciendo. Ana María todavía no ha caído en la cuenta. Así que para que no meta la pata, se lo explico:

- Ana María, la relación entre Amália y yo, es pública y notoria, pero tú eres una mujer casada y hermana de Amália. Tu reputación quedaría muy mal parada y le darías armas a tu marido de cara a un posible divorcio.

- Tienes razón, no había caído en eso. Pero cuando te levantaste, en lugar de irte a dormir a la sala, podías haberme llevado a mi habitación.

- Créeme, lo pensé. Pero sabía que despertarte e irme contigo, sola, a una habitación, no era buena idea. Esta mañana al despertar, me lo has confirmado. Te faltó tiempo para menear el culo delante de mí. – Jodidas normas… ¡que culo!

Pasó la mañana, las hermanas subieron a sus habitaciones y con la maestría propia de las mujeres volvieron a recomponer los estragos causados por los excesos nocturnos. Cuando bajaron para comer volvían a ser las dos mujeres de bandera que todos conocíamos.

Tomábamos café Amália y yo solos, ya que su hermana se había retirado a hacer una siesta. Le dolía la cabeza del resacón que arrastraba. Lo cierto es que ayer el que menos había bebido era yo. Un par de copas de vino blanco con la cena y la única copa de coñac que me serví al principio de la velada. Lo de ellas había sido distinto. Además de asistir al palo con el vino de la cena, se habían beneficiado entre las dos la botella de whisky. Esta mañana comprobé que apenas quedaba un chupito en el fondo. Aunque me temo que el reparto de la botella no fue equitativo y que Ana María se había llevado la parte del león. Amália estaba mucho menos perjudicada hoy que su hermana. En este momento, aproveché para pedirle que me dejase salir con Paulinha unas horas.

- Amália me haría falta salir unas horas con Paulinha para hacer unas gestiones. No conozco la zona y me vendría bien como guía.

- ¿Y por qué no voy yo contigo? Total no voy a hacer nada esta tarde.

- Preferiría ir con ella. Si no te molesta.

- ¿No te ha llegado con lo de anoche y quieres anotarte otra mujer de la casa en tu cuenta? – Me dice bajando la voz y en plan de broma.

- Supondría un cambio con respecto a lo que ha pasado durante la semana ¿no crees? Además es simpática y me tiene aprecio – bromeo yo a mi vez.

Entonces ella, sin duda a causa del embotamiento que arrastra todavía, comienza a tomarse en serio la insinuación

- Alfredo, si es una niña – Me dice, dudando todavía y no queriendo creer que me la quiera beneficiar.

Jodidas normas. Me las he saltado y alguien tiene que pagar por ello, y no voy a ser yo. Así que continúo la farsa y me quedo mirando a Amália con cara seria, sin decir nada. Ella, viéndome, Achina los ojos, furiosa y entre dientes me espeta:

- No te atreverás. No serás capaz.

Yo continúo sin decir nada y pongo cara de “no tengo que dar explicaciones”. Ella se da cuenta y me dice:

- Perdona, no soy quien para pedirte explicaciones de nada. Puedes servirte de Paulinha el tiempo que necesites – remarcando el “servirte”.

- Por cierto, ¿podríais prestarme un coche para esta tarde? El mío es incómodo y tengo la espalda rota del sofá.

Sin inmutarse, me pide que la siga al garaje. Entramos y veo dos automóviles Mercedes Benz. Una berlina moderna de la que no soy capaz de identificar el modelo a simple vista y un 300 SL “alas de gaviota” del año 1.954, color negro con la tapicería en blanco fileteada de negro. Amalia me dice:

- Escoge. El 300 SL fue legado directo de mi abuelo, ese al que yo afeitaba como te afeité a ti. Fue el último coche que condujo en su vida. El otro es el coche de mi hermana.

El cuerpo me pide coger el 300 SL y salir a quemar kilómetros como un loco y no aparecer con él de vuelta hasta el domingo. Es un sueño de automóvil. Su valor en euros, en ese estado, es de siete cifras. Pero le contesto:

- Para lo que yo lo necesito hoy, creo que el coche de tu hermana es más adecuado.

Es cierto que si quieres vengarte matando a tu enemigo, es mejor que caves dos tumbas. Cuando Amália me da las llaves de la berlina, puedo ver sus ojos anegados. Se me partió el corazón y estuve a punto de tirarlo todo por la borda, pero seguí adelante con la farsa.

Paulinha me llevó a Nazaré después de preguntarme que era lo que quería comprarle a la señora. Le dije que quizás algo de ropa o complementos y me llevó a una boutique bastante bien surtida y muy elegante.

Después de que me mostrasen una serie de prendas, escogí para Amália un chal de lana de alpaca en color beige, al que mi amiga sabría sacarle todo el partido, sobre todo en las noches de entretiempo. Mientras me lo envolvían para regalo, le pregunté a Paulinha si había algo que le gustase en la tienda y me contestó que el tipo de ropa era “de mujer mayor” y que además ella no tenía ropa con qué lucir algo de lo que había allí. Entonces cogí un pañolón azul metálico, de seda, que me habían mostrado anteriormente y le enseñé que podría utilizarlo como pañuelo de cabeza, al cuello o puesto sobre los hombros. Solicité que me lo cargasen también en cuenta y cuando lo metieron en la caja y lo iban a envolver para regalo, pedí que lo dejasen así. Le dije que era para ella, un regalo de su abuelito español, para que tuviese un recuerdo, y en agradecimiento por haberme ayudado a buscar el regalo para Amália. Cuando se lo di, y lo iba a coger, lo retiré de repente de su alcance y le dije:

- Con una condición.

- Dígame cual.

- Necesito que cuando lleguemos a la casa, te lo pongas sobre los hombros y que se lo enseñes a las señoras, y muéstrate todo lo ilusionada que puedas por el regalo. Pero si las señoras te preguntan por qué te lo he dado, da las explicaciones más vagas que se te ocurran.

- Pero… así se van a creer que me lo ha dado a cambio de algo inconfesable. Yo no quiero hacerle daño a Dona Amália.

- Eso es lo que quiero. Confía en mí. Te garantizo que a partir de hoy, al menos Dona Amália te va a tener mucho más aprecio y consideración.

- Bueno, si usted lo dice…

- Confía en mí. Y por favor, no digas nada del regalo que le hemos comprado a ella. Necesito que me guardes el secreto.

Cuando volvimos a la casa, mientras yo dejaba el coche en el garaje, Paulinha cumplió con su parte. Entró en el salón corriendo, con el pañuelo sobre los hombros y luciéndolo como una modelo, se lo enseñó a las dos hermanas. Yo entré y subí directamente a mi habitación y dejé el regalo de mi amiga sobre la almohada de la cama, del lado que ella acostumbra a dormir.

Al entrar al salón Amália estaba sola. Su hermana había salido. La miré y tenía los ojos rojos y cara de tristeza. Me senté a su lado y me dijo:

- ¿No podías haberla respetado a ella? Si es una niña, por Dios. Hiciste mucha más fuerza para respetar a mi hermana. Creí que te conocía mejor.

- ¿Me acompañas a nuestro dormitorio?

- ¿Es que todavía no has quedado satisfecho? ¿O es que quieres comparar? – Cada vez le costaba más aguantar las lágrimas.

- Ven conmigo al dormitorio, por favor, Amália.

- Vamos, pero no te conozco.

Al abrir la puerta, lo primero que vio fue el regalo sobre la almohada. Se giró hacia mí y me inquirió:

- ¿Qué es eso?

- Tu regalo de cumpleaños, que ayer no te regalé nada. Paulinha estaba de acuerdo conmigo en ayudarme a escogerlo y le pedí que se comportase como lo hizo. Has de saber que ella no quería. Bajo ningún concepto quiere hacerte daño.

- ¿Por qué me has hecho esto? ¿Por qué me has hecho pasar este mal trago?

- Porque tengo normas. Normas que hacen que cuando me las salto alguien tenga que pagar por ello. Y ayer noche hiciste que me las saltase.

- Ayer noche no pusiste muchas pegas. No seas cínico.

- Ayer noche deberías haberme arrancado los ojos cuando accedí a vuestra petición.

- Perdóname Alfredo.

En ese momento, ya no pudo más y enterrando la cara en mi pecho rompió en llanto. Ella no me podía ver, pero yo también hice uso de mi propia tumba. Por mi cara rodaban las lágrimas en silencio. Jodidas normas.

Separándose de mí, entró en el baño y se retocó el maquillaje. Volvió a la habitación y de un cajón de la mesilla sacó un frasquito de colirio, y me pidió que se lo pusiera en los ojos. Una vez recompuesta y todo en orden, procedió a abrir mi regalo.

Cuando vio el chal, se lo probó delante del espejo del armario de todas las formas posibles, sobre los hombros, dejándolo caer por la espalda, sobre la cabeza cruzando las puntas sobre un hombro, sobre el otro. No creí que se pudiese utilizar una prenda de tantas formas diferentes, pero yo no soy mujer. Saliendo apresurada de la habitación, me dijo sonriendo con alegría, por encima del hombro:

- El chal es precioso, voy a enseñárselo a las chicas.

Volvía a ser la Amália alegre que yo conocía. Y yo volví a aterrar las dos tumbas. Pero la muy ladina se había olvidado de agradecerme el regalo con un beso, al menos. Bajé tras ella al salón.

Al entrar veo que ahora es Amália la que luce su regalo paseándose y posando delante de las otras tres mujeres y Paulinha desde detrás de ella me interroga con la mirada, consultándome si lo ha hecho bien. Yo le contesto con un asentimiento imperceptible de mi cabeza y le sonrío agradecido. Veo que la niña sonríe tranquila y contenta por haber cumplido bien con su parte de la sorpresa.

Amália mira hacia mí y se me acerca. Camina remedando a una modelo en la pasarela y cuando está a mi altura acerca la boca a mi oído y me pregunta:

- Si fuisteis a comprar mi regalo ¿Para qué diablos necesitabas el coche de mi hermana?

- Amália, cariño. Recuerda que mi coche no tiene maletero.

- El mío sí, y no quisiste llevarlo.

- El tuyo, al igual que su dueña, era demasiada tentación.

Cuando se retiró viéndome a los ojos, la abracé con un brazo por la cintura, le puse una mano en la nuca, y acercando mis labios a los suyos, le estampé un “beso asesino”. Por supuesto no funcionó, ni yo soy Amália, ni ella es Alfredo. Soltó una carcajada socarrona y me dijo:

- Cariño, tienes mucho que aprender, todavía. – Y se alejó sonriendo.

Durante la cena hemos estado conversando las dos hermanas y yo. Mientras que noto a Amália un poco más melancólica y tierna conmigo, su hermana parece que se ha calmado bastante, y me trata como a un cuñado. Si no se tuerce nada, las cosas van encauzándose razonablemente bien. Ana María me comunica que su marido ha hablado con ella por teléfono y que me tranquilice, ya que no va a haber demanda de ningún tipo por la agresión. También me informa de que la madre de Héctor ha contactado con ella por teléfono y le ha pedido que me agradezca las disculpas, en su nombre y el de su marido. En el fondo, la buena señora sabe la prenda que tiene en casa, e íntimamente, la compadezco.

Terminamos de cenar y tomando café les pregunto a las chicas si les apetece tomar una copa y antes de que pueda contestar Ana María, Amália con cara de espanto, me contesta:

- Vade retro, Satanás.

Mientras me río a carcajadas, me sirvo para mí dos dedos de coñac en un balón y me siento de nuevo junto a ellas, con la intención de seguir conversando. Pero mi amiga comenta que con el ajetreo de estos días (sin hacer mención explícita a la noche anterior) se encuentra cansada y que se va a retirar ya.

- Alfredo, cariño, espera veinte minutos antes de subir, por favor.- dice dándome un beso.

- De acuerdo, en veinte minutos estoy contigo.

Ana María aprovecha que su hermana se retira y me anuncia que ella tampoco está en las mejores condiciones para seguir la velada, así que se va a retirar también. Y dándome un beso en la mejilla, sube a la par de su hermana hacia las habitaciones.

Me tomo la copa mientras voy haciendo balance mental de la semana y llego a la conclusión de que he conseguido que al menos una mujer de la casa no me haya tirado los tejos. Mejor, porque según mis normas, Marta entra en la categoría de jovencitas y está de muy buen ver. Me río de mi propia tontería y terminando la copa, me dirijo a mi dormitorio.

Abro la puerta con cuidado, suponiendo que Amália está ya en la cama durmiendo y la veo reclinada en la butaca, con las piernas cruzadas, completamente desnuda, con zapatos de tacón y el chal que le he regalado echado sobre los hombros. Al verme entrar me dice:

- ¿No creerías que iba a dejar sin estrenar tu regalo, verdad?

Y levantándose se dirige hacia mí, me desabrocha la camisa y nos envuelve a ambos en el chal, al tiempo que nos besamos. Me desnudo y nos echamos en la cama, uno junto al otro. El chal que era la disculpa, ya está en el suelo junto al resto de nuestra ropa.

Con la semanita que llevo solo me apetece estar con mi amiga abrazados y haciéndonos carantoñas. Ella lo intuye y no hace nada para ir más allá. Realmente he rebasado con creces mi ración de sexo, piensa amigo lector, que ya no tengo veinte años. Amália me agarra una mano y la lleva a su sexo y me pide que la masturbe lentamente, mientras me arrima un pecho a la boca. Así lo hago y mientras le beso y chupo el pecho, ella toma mi miembro y me corresponde con una masturbación lenta también. Estas maniobras al final dan como resultado que consigo una erección. Cuando ella lo nota comienza a mover su pelvis con más rapidez y en poco tiempo mordiéndose los labios, gime y tiene un orgasmo prolongado. Cuando ha terminado, viendo que yo estoy excitado todavía, se sube estirada sobre mí, me abraza con una mano por la cintura, pone otra en mi nuca y me estampa un beso asesino.

- Me corrrooo, puñetera.

- Ya te dije que tenías mucho que aprender todavía, cariño.

Fiel a su costumbre, me dio la espalda, puso mi brazo bajo su cabeza y mis manos en sus pechos y con voz somnolienta, me dijo:

- Por favor, no vuelvas a hacerme pasar por lo que me hiciste pasar hoy. Te quiero demasiado.

- Descuida, cielo, no lo haré.

- Boa noite, meu bem (Buenas noches, mi bien)

- Boa noite, meu amor (no necesita traducción).

En esa misma postura despertamos por la mañana. Y nadie llamó a la puerta esa noche.

CONTINUARÁ.

Agradezco mucho sus comentarios, tanto a favor como en contra.

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