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Cómo salvé el negocio de mi esposo
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Te contaré mi tremenda historia que sucedió hace año y medio aproximadamente. Me llamo Ana, tengo 41 años y llevo 12 años casada con mi esposo Damián, quien es empresario. Somos un matrimonio feliz con dos hijos, con una vida que ha transcurrido por los carriles normales de cualquier familia de clase media alta.

La cosa empezó a cambiar cuando un par de negocios desafortunados, hicieron caer estrepitosamente nuestro nivel económico. A partir de entonces lo que para nosotros había sido una vida placentera, se convirtió poco a poco en un callejón sin salida y tuvimos que olvidarnos de vacaciones, hoteles de lujo, restaurantes de primera, etc. Las discusiones y el mal humor dentro del hogar, comenzaron a ser la moneda corriente por aquellos días, nuestra vida sexual que siempre habíamos mantenido encendida, también vio afectada hasta casi llegar al desinterés.

Creo conveniente aclarar que ambos nos mantenemos en excelentes condiciones físicas, nuestras amistades siempre nos han dicho que Damián ha tenido la fortuna de tener una mujer tan guapa como yo. Sin falsa modestia me siento atractiva y orgullosa de mi cuerpo, todavía consigo atraer la mirada de los hombres que se dan la vuelta para mirarme cuando voy por la calle, tengo las armas necesarias que cualquier mujer atractiva debe tener.

Después de tres años sin poder levantar cabeza, mi marido tuvo la posibilidad de realizar un negocio de importación que había estado gestionando infructuosamente, de la noche a la mañana renació el interés de la empresa que necesitaba el producto que nosotros estábamos comercializando, si todo salía bien nos darían una importante suma de dinero en forma inmediata, ayudando a las finanzas del negocio por varios años.

Tras algunas idas y vueltas, Damián consiguió agendar por fin una reunión para cerrar las bases del acuerdo, la cita era en la ciudad de San Francisco a la semana siguiente, y me pidió de forma insistente que lo acompañara para cerrar el trato, por fin íbamos a conseguir el fin de nuestras penurias económicas.

El inversionista a quien mi esposo había contactado era de origen italiano, y radicaba en Estados Unidos desde hacía 15 años, su edad pasaba de los 45 años. Él solamente había estado en México un par de ocasiones cuando visitó la Riviera Maya junto a su familia, aunque siempre había tenido interés de buscar alguna posibilidad de negocios en nuestro país, situación que finalmente lo conectó con mi esposo. Este hombre sin saberlo tenía nuestro futuro en sus manos. El mismo día que mi esposo acordó la cita, comenzamos a prepararnos para el viaje, y compramos los boletos en vuelo directo desde la Ciudad de México, para llegar un día antes a nuestra cita, y evitar así cualquier contratiempo que pudiera ocurrir ajeno a nosotros.

El día que arribamos al aeropuerto de San Francisco, estaba atestado de gente procedente de China, parecía que hubiéramos llegado a algún país del lejano oriente. Pasamos el control de migración y la aduana sin problemas, al salir alquilamos un auto austero. Nos dirigirnos hacia el sector de Palo Alto y San José, ubicado al sur de San Francisco. El panorama de este lugar me dejó sorprendida, veía las calles impecables con jardines y edificios de primera. Nos hospedamos en el Hotel The Fairmont, ubicado a tan solo 15 minutos de nuestra cita. Una vez instalados, preferimos descansar el resto de la tarde, pues no habíamos podido hacerlo en varios meses por las responsabilidades que tenemos en casa y el trabajo.

Al día siguiente la cosa se tornó tensa, mi marido y yo no teníamos humor para ir a conocer la ciudad, parecíamos estudiantes en los momentos previos de un examen final, estábamos nerviosos ensayando las cosas que íbamos a decir, o los temas que utilizaríamos para amenizar la cena. Nos vestimos con lo mejor que teníamos para aquella ocasión, Damián con un traje oscuro y camisa al tono sin corbata; yo con un vestido negro de espalda baja, sobrio y elegante, que llegaba un poco arriba de la rodilla, acompañado de una estola roja, la cual me fue de mucha utilidad, pues en aquella temporada comenzaba a haber un leve frío por las noches.

Por fin llegó el momento de dirigimos a nuestra cita guiados con el Waze que siempre carga en el celular Damián, sin dificultades llegamos a un elegante edificio llamado Monticello Apartments, en uno de los sitios más lujosos de la zona. Subimos al apartamento donde nuestros anfitriones nos esperaban muy puntuales, y ambos me produjeron una agradable impresión. Diana se veía más joven que su esposo, llevaba un vestido blanco de una sola pieza sin mangas, coronado por un elegante collar, supuse que tendría unos treinta y cinco años de edad, rubia natural de ojos azules, con un cutis que haría envidiar a cualquier actriz de cine. Carlo era un hombre blanco de cabello castaño, un poco más alto que mi esposo, elegante y atractivo, bien cuidado en su aspecto y modales. Ambos hablaban muy bien español con acento latino, ya que habían vivido 10 años en Miami. En su plática se notaba lo distinguidos, amables y cultos que eran, además de ser muy sociables. No tardamos mucho en entablar una amena conversación durante la cena que nos ofrecieron.

Al término de la sobremesa pasamos a la estancia de su apartamento, esta vez la plática giró en torno a los viajes exóticos que habían realizado por el Sureste asiático, nos contaban la impresión que les había causado la cultura de aquellos países tan diferentes a Occidente. Carlo se sentó al lado de mi esposo, tomó un documento que estaba sobre la mesa de centro, y comenzaron a charlar sobre el negocio que pretendían cerrar esa misma noche, nuestro anfitrión parecía tener el manejo de la situación en cada momento, y aunque mi marido era también un hombre acostumbrado a las relaciones comerciales, quedaba relegado en un segundo plano frente a Carlo. Mientras ellos seguían conversando, Diana me llevó a la cocina para mostrarme un bote que tenía varios sobres de yerbas que había adquirido en su último viaje por Asia, seleccionó uno de ellos y preparamos una infusión muy aromática.

A nuestro regreso la estancia se perfumó con el aroma que despedían las tazas, mi esposo y yo quedamos impresionados por aquella novedad, bebimos los extractos agridulces mezclados con un poco de alcohol. El ambiente se tornó más tranquilo, aquella bebida nos había relajado.

—No se asusten, puede que al principio les ocasione algún tipo de sopor, pero les aseguramos que no hay nada que los haga sentir mejor —Nos comentó Diana mientras volvía a llenar las tazas. Ciertamente, me sentía muy bien, quizás un poco extraña, como si estuviera en un ligero sueño.

—Nos alegra contar con su visita, no solemos invitar a personas que acabamos de conocer, con ustedes Diana y yo nos sentimos en total confianza, pues la gente anglosajona es un poco fría en su trato, muy distinta a ustedes —dijo Carlo con su clásica sonrisa. Aquellas palabras sonaron tan cordiales que nos sentimos más a gusto con ellos.

—Ven, quiero que me acompañes al salón —Me dijo Diana tomándome de la mano para conducirme a un salón lleno de cuadros, imaginé que Carlo y mi esposo estaban por conversar algún asunto privado, así que consideré muy prudente irme junto con Diana, no sin antes disculparnos por dejarlos solos. Diana fue mostrándome cada cuadro de su colección de pinturas que ella misma había ido adquiriendo en diferentes galerías, sin duda tenía un estilo de vida muy lujoso que le permitía tener esa afición tan cara. Me explicaba el significado y las cualidades de cada pintura, aunque confieso que me resultaba difícil encontrarle sentido a lo que Diana amablemente me explicaba. Mientras me esforzaba en ello, sentía su mirada fija sobre mí, me incomodaba mucho pues acababa de conocerla, incluso creí que tenía una mala impresión de mi persona. Finalmente volteé a verla tratando de intimidarla, pero ella sin apartar la mirada me dijo:

—Eres muy bonita Ana —al decir esto me acomodó un mechón de cabello detrás de mi oído, acercó su rostro y me plantó un beso por sorpresa, sin darme tiempo a reaccionar. Apenas pude creerlo, al evadirla me respondió tranquilamente:

—Está bien, no te preocupes. Solo aprecio lo linda que eres.

Sin aceptar su disculpa, me regresé hacia la estancia dándole groseramente la espalda, ella quiso tomar mi mano para detenerme, pero se la quité bruscamente. Al llegar nos encontramos a los dos señores bebiendo en animada charla. Diana llamó a su marido y se fueron a otra zona, dejándonos solos. Sin demora Damián preguntó qué me sucedía, pues de inmediato se dio cuenta de lo exaltada que estaba:

—¡Esta tipa me besó! —exclamé sorprendida e indignada.

—¿Qué?

—¡Te he dicho que Diana me besó en la boca!

Damián comenzó a reír un poco incrédulo, como si le hubiera contado algo gracioso, aunque también lo noté preocupado.

—¡Nos vamos ya! —le dije mientras me levantaba rápidamente.

—¿Qué haces Ana? no podemos hacerles una grosería a nuestros anfitriones, menos ahora que estamos por cerrar la negociación. Creo que no has entendido bien —Me dijo.

—El que no ha entendido bien eres tú, esto ya no me gusta y quiero irme. Hemos cumplido con la formalidad de visitarlos y ahora nos vamos –

—¡Espérate mi amor! ¿No te das cuenta que está en juego nuestro futuro?, si nos vamos ahora todo estará perdido y nos iremos con las manos vacías, además nos esperan muchas deudas a nuestro regreso. Ana, compréndelo, debemos quedar bien con nuestros anfitriones esta noche, sea como sea –

Aquellas palabras retumbaron en mi cabeza, comencé a comprender su significado.

—Pero… ¿Qué pretendes Damián… hasta dónde debemos quedar bien con ellos?

—No lo sé, tú nada más llévales la corriente y no digas nada, solo recuerda que tienes mi consentimiento para cualquier cosa, sea lo que sea. Si todo sale bien esta noche, ten la absoluta certeza de que pronto solucionaremos todos nuestros problemas financieros.

Al terminar de decir eso me dio un prolongado beso sin dejarme responder, quedé todavía más confundida y pensé decirle que mejor él se iba a quedar para cerrar el trato, porque yo me iba. En ese momento regresaron nuestros anfitriones.

—Perdón que los interrumpamos, nos complace saber que son un feliz matrimonio que no ha perdido la chispa con el paso de los años, ¿Verdad querida? —Dijo Carlo, quien tenía abrazada a su esposa por la cintura.

Diana nos invitó una copa y nos sentamos nuevamente, traté de olvidar lo que me había ocurrido con ella como si nada hubiera pasado. Minutos más tarde Carlo y mi esposo volvieron al tema del negocio, no tardaron mucho en disculparse con nosotras para irse al despacho, ya que finalmente iban a firmar ese contrato. En aquel momento sentí mariposas en el estómago, la exótica infusión que había bebido, combinada con la tensión del negocio y quedarme nuevamente a solas con Diana me pusieron muy nerviosa. No atinaba a imaginar cómo reaccionaría ella esta vez, aunque también esperaba que se olvidara de lo sucedido entre nosotras.

Ella se sentó a mi lado para disculparse, lamentaba haberme incomodado. Me contó que había tenido encuentros con otras mujeres en algunos de sus viajes, y le apenaba mucho su comportamiento conmigo. Volvió a decirme lo bella que me veía, esperaba que esta vez no lo tomara a mal, que podía sentirme como en casa. Ambas permanecimos en silencio, me tranquilizaron sus palabras y me apenaba no saber qué responder a su honestidad, ella rompió el silencio susurrando a mi oído:

—Eres muy guapa y me gustas mucho, no te molestes conmigo”. Yo me quedé fría casi en pánico, aunque esta vez me contuve en rechazarla de nuevo, al recordar las palabras de mi esposo, sabía que en ese preciso momento estaba firmando ese maldito contrato.

Dejé que continuara, me intrigaba saber hasta dónde sería capaz de llegar. Ella comenzó a jugar con mi cabello haciendo rizos con su dedo, acercó su rostro y exhaló su aliento en mi oído, chupando un poco el lóbulo de mi oreja. Permanecí inmóvil tratando de disimular indiferencia, ella aun así prosiguió en su empeño, sus manos acariciaban delicadamente la piel de mis brazos, y esta no tardó en erizarse. Diana incesante recorría con sus caricias mi rostro, pasaba por el cuello bajando por mis brazos hasta mi vientre, a veces tocaba un poco mis muslos por encima del vestido, el aroma de su perfume era exquisito, sus seductores dotes femeninos después de varios esfuerzos, habían conseguido que poco a poco comenzara a sentir cómo se humedecía mi sexo.

Era la primera vez que una mujer me estimulaba de esa manera, no tengo duda alguna sobre mi preferencia heterosexual, pero en ese momento estaba a mil y sin contenerme más, tomé de su cabello hacia atrás y le dediqué un prolongado beso donde nuestras lenguas se encontraron en un intenso remolino. Por la excitación del momento, me atreví a meter una mano por debajo de su brassier, y sentí la endurecida piel de sus pezones. El rostro de Diana se había sonrojado, creo que no esperaba que yo reaccionara de esa manera, sin embargo, aprovechando la oportunidad, comenzó a tocar suavemente mi entrepierna. Paulatinamente mis piernas se relajaron para dejar que su mano continuara y se deslizara cada vez más adentro en cada caricia, hasta toparse con mi ropa interior.

Sus dedos me sobaban muy rico por encima del delgado encaje que todavía los contenía, y ella sin esperar más se bajó del sofá poniéndose de rodillas, sin decirme nada comenzó a bajarme las bragas, yo sin más le ayudé en la maniobra levantando un poco la cadera.

Una vez que logró retirarlas, abrió de par en par mis piernas dejando al descubierto mi sexo, con la yema de sus dedos empezó a tocar sutilmente mis lubricados labios, incrementando gradualmente su ritmo haciendo círculos. El que una mujer me estimulara de esa forma fue una experiencia completamente nueva para mí, me asaltaban algunas dudas sobre si debía seguir con ello, pero el deleite que me daba dejó que continuara. Diana inesperadamente deslizó uno de sus dedos hacia el interior de mi vagina, me electrizó sentir la forma en que lo sacaba y lo metía; mi esposo muchas veces me había estimulado de esa forma, pero en esa ocasión fue más intenso, quizás por la sensación de tabú que me producía esa experiencia. Justo cuando mi cuerpo comenzaba a contorsionarse de placer, Diana se detuvo súbitamente.

Abrí los ojos para ver qué sucedía, y ella con su mirada juguetona me dijo dominante:

—Aún tienes que esperar querida.

Se levantó para dirigirse al sitio donde se encontraban nuestros esposos, quienes en silencio nos miraban fascinados desde la puerta, al otro lado de la estancia. No supe qué hacer en ese instante de lo avergonzada que me sentí, solo atiné en bajarme rápidamente el vestido; Diana sin el menor sentido de pudor caminó felina hacia Carlo, lo jaló de su camisa y se regresó al sofá conmigo, mientras Damián fue a sentarse al sofá individual de enfrente, y con la cabeza me hizo un gesto de aprobación. Diana sentó a mi lado izquierdo a Carlo, mientras ella y se colocó en el otro lado del sofá. Su esposo le preguntó:

—¿No es realmente bella cariño?

Y ella respondió —Claro que es muy bella. Hazla tuya esta noche, quiero que la hagas gozar como lo haces conmigo mi amor.

Sus palabras me dejaron sorprendida, tuve la sensación de haber sido utilizada sin que siquiera hubieran pedido mi consentimiento. Entendí perfectamente que yo había sido parte de la negociación entre mi esposo y Carlo, pero también debo admitir que me gustó la idea de sentirme deseada por un matrimonio de desconocidos que eran muy atractivos, me invadía el morbo de involucrarme en esa aventura en la que me habían metido, y decidí seguir en el juego. Diana había preparado muy bien el terreno para su esposo, pues no me había abandonado del todo la excitación que me habían producido sus dotes femeninos.

El socio de mi esposo comenzó a desabotonar su camisa de forma sensual para mí, bajó también su pantalón quedándose solamente en ropa interior. Aunque no era atlético me pareció un hombre muy atractivo. Se acercó a mí y me acomodó de espaldas a él, de forma delicada empezó a deshacer el peinado que yo llevaba puesto para aquella ocasión. Me encantó la forma en que introducía sus dedos entre mis cabellos para desanudarlos, me masajeaba tan rico que me estremecí todavía más al sentir la piel de su abdomen que tocaba mi espalda, cuando comenzó a besarme por el cuello. Al mismo tiempo sentía encima de mí la mirada de mi esposo, quien sólo se limitó a ser un simple espectador.

Carlo continuó su labor acariciando la piel de mis hombros y mis brazos, continuando así lentamente hasta mis pechos, para apretujarlos suavemente, mientras su boca sutilmente estimulaba mi cuello el lóbulo de mi oreja. Con una involuntaria respuesta, la piel de mis brazos estaba completamente erizada cuando Carlo la acariciaba suavemente. Continuó su recorrido para tocar apasionadamente mis caderas, en ese momento me incliné hacia adelante para ponerme en posición de cuatro. Él siguiendo con sus sensuales movimientos levantó mi vestido, dejándome así desnuda de la cintura para abajo. Mi respiración se había tornado más agitada cuando sus manos masajeaban mis nalgas, dejando entrever la entrada de mi sexo.

Él sin perder más tiempo, bajó la única prenda que aún tenía puesta, y de inmediato su verga brincó como un resorte por la tremenda erección que tenía, me sorprendió su tamaño pues la tenía un poco más larga que mi esposo. Me enloqueció sentir la temperatura de su miembro cuando empezó a restregarlo entre los pliegues mojados de mi coño, me incliné un poco más y le ordené:

—¡Carlo, métemela ya que no aguanto más!…

La cabeza de su miembro comenzó abrirse paso dentro de mí, fue delicioso. Un intenso gemido se escapó de mi boca, creí morir de placer, no sé como pero en un momento la tenía metida hasta el fondo.

—¡Asiiií… toooda… qué rico!

Su pausado movimiento se fue incrementando hasta llegar a un ritmo frenético, mientras sujetaba fuertemente en mis nalgas, para penetrarme de forma más intensa. No había estado con otro hombre desde que conocí a Damián, pero la escena fue más todavía más morbosa para mí, pues ni siquiera me había imaginado hacerlo frente a otras personas. Sentía las agudas miradas de Diana y mi esposo, aunque no pude atreverme a ver sus caras, solo me importaba en aquel momento seguir gozando de ese enorme palo que me clavaban.

Cuando probamos otra posición, esta vez decidí hacerme dueña de la situación; me levanté del sofá y me puse frente a Carlo, quien se quedó sentado a la orilla, lentamente comencé a quitarme el vestido y a desabrochar el brassier, solamente me dejé puesto el collar, Carlo quedó asombrado al contemplarme completamente desnuda, lo empujé hacia atrás para que se recostara, y me acomodé encima de él para montarme, viendo hacia su rostro, tomé su miembro y lo coloqué dentro de mi coño, fue delicioso sentir como su calor me llenaba nuevamente. Esta vez yo puse el ritmo de nuestro encuentro, moviéndome sensualmente de arriba a abajo, a veces meneando mi cadera haciendo círculos; por fin volteé para ver a mi esposo y le dije:

—¿Te gusta verme así mi amor? ¿No estás celoso de verme asiií, asiiií, gozando?… mmmm, no sabes que rico me están cogiendo

Él no quitó sus desorbitados ojos de la escena que tenía enfrente, su erección trató de ocultarla cruzando una pierna, creo que la imagen de Diana lo había excitado también, quien en ese momento tenía levantado el vestido con las bragas echadas a un lado, masturbándose compulsivamente y gozando al vernos coger frente a ella. No pude más, creí que iba a desmayarme de tanto deleite, el orgasmo que tuve fue impresionante pues no me cohibí en dejar salir unos fuertes gemidos de placer. Carlo no demoró mucho, su palpitante miembro por fin explotó derramando un ardiente semen dentro de mí.

Quedé exhausta flotando en aquel ambiente ahora confuso. El beso de mi esposo en mis labios me devolvió a la realidad, levantó mi vestido del piso y me acompañó al baño que nos prestaron para que pudiera ducharme. Sin alargar la despedida, nuestros anfitriones me dijeron que era una mujer fantástica, y agradecieron mucho el que hubiéramos aceptado vivir aquel encuentro tan intenso.

Esa noche mi esposo pudo firmar el contrato que consolidó a nuestro negocio, que en menos de una semana nos devolvió la estabilidad económica que tanto deseábamos. Damián ocasionalmente tiene comunicación con Carlo, en tanto yo no volví a saber nada de ellos. Mi esposo nunca me platicó nada de cómo fue el acuerdo en el que me involucraron, pero he llegado a la conclusión de que las cosas ya estaban decididas, incluso antes de abordar el avión de ida. Aunque han pasado varios meses, entre mi esposo y yo no hemos vuelto a tocar ese tema, si bien he intentado hablar de ello en un par de ocasiones, él siempre sale con evasivas.

La semana pasada que fue mi cumpleaños recibí una carta, cuál no fue mi sorpresa al saber que era de Diana y Carlo, me encantó saber que no lo habían olvidado. La tarjeta decía: “Desde aquí te recordamos con afecto y cariño, deseamos que en este cumpleaños tu vida este colmada de abundancia. Gracias por habernos regalado una noche tan espléndida e inolvidable”. Dentro del sobre encontré también una tarjeta de memoria, con mucha curiosidad encendí la computadora para ver su contenido y no creí lo que veían mis ojos. Era un video que habían captado dos cámaras de vigilancia en su apartamento, durante la noche que tuvimos nuestro encuentro. Detuve la reproducción del video hasta el cuadro donde Diana me conducía a su galería. Decidí continuar con mis actividades y terminar de una vez con todos los pendientes que aún tenía en casa.

Al anochecer me di una ducha y me encerré en la recámara para ver el resto del video, el cual duraba más de una hora en total. Fue impresionante revivir aquella aventura, apenas podía creer que yo era la protagonista de aquellas escenas. Sentí como se aceleraba mi pulso al contemplar aquellas imágenes, tenía la boca seca y el aliento entrecortado. Al ver en el video como me cogía Carlo por detrás mientras yo gemía, volví a sentirme húmeda, y sin poder contenerme más comencé a masturbarme como hace mucho tiempo no lo hacía. Espero que Damián llegue pronto a casa, esta noche tengo una sorpresa muy especial para él.

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