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Comenzando el año

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Me desperté como a las 2 de la tarde del primer día de enero, con resaca, sin muchas ganas de hacer algo, pero una llamada de mi amigo Jaime me sacó de la cama y me mandó a la ducha, me propuso salir a la calle a despejar la modorra y ver si encontrábamos a alguien en el Chat. Como ya he contado antes, yo tenía varios meses solo, haciendo de las mías pero solo en realidad. Mi decisión era clara, no buscaría más al amor, éste tendría que llegar solo, así como se fue un buen día de mi vida.

En el momento en que terminaba de ducharme, Jaime tocó el timbre de mi departamento. Me terminé de alistar rápidamente y salimos. La cabina de Internet más cercana estaba a dos cuadras de mi casa. Entramos y nos instalamos en maquinas contiguas para estar en contacto. Nos pusimos de acuerdo en que el primero que encontraba un contacto usaría mi cama y el otro esperaría en la sala para luego ir a comer algo, salvo que pudiéramos concertar un trío.

El primero en contactar a alguien fue él, pero a pesar de ello no lograba concertar que viniera hasta el centro de Miraflores, el distrito en el que yo vivo, cerca al mar, con una vista impresionante del Océano Pacífico. En cambio, yo que pude encontrar a alguien después de él pude concertar antes y yo gané el trato. Le dije al gordo Jaime que yo había ganado, que mi cita a ciegas estaba ya en camino en taxi, por lo que no tardaría mucho en llegar, así que me despedí, pagué mi cuenta y salí rumbo al punto de encuentro pactado, una cuadra de mi casa, en un cruce de dos avenidas muy conocidas.

Sin demoras, Carlos llegó. Era mejor de lo que me había imaginado, y pensar que luego al tenerlo cerca sería aun mejor la impresión. Lo vi bajar del taxi, en la acera del frente, vestía un jean negro, polo marrón chocolate y una gorra beige. Se veía lindo, con una piel trigueña realmente deliciosa y un porte increíble. Alto, delgado, con cara de buena gente y mirada tierna. Nos vimos de lejos y sin más supimos todo. Ese  encuentro estaba escrito en alguna parte, no tengo dudas ahora.

Me acerqué yo y nos saludamos. Caminamos hacia mi departamento para poder estar más tranquilos. Mientras caminábamos, mi pene iba erectándose, lo cual ya era un signo inequívoco de que me había gustado, y algo similar noté en él. Hablamos  cualquier cosa en las dos cuadras de distancia que caminamos y volteamos a vernos unas cuantas veces, un poco extrañados ambos –ahora lo se- por la fuerza que tenía ese encuentro, algo no antes sentido por ninguno de los dos.

En mi depa, se quedó extrañado por mi colección de discos mientras yo seguía contemplando, de pies a cabeza. Mi mente me trajo rápidamente la imagen de algunos de los chicos más lindos que había conocido y con los que había tenido algo en los últimos años y por más que cada uno de ellos  fue en su momento increíble, Carlos los superaba todos, por su piel fresca, su imagen joven y su olor a suavidad. Tenía los labios pequeños, delgados, pero húmedos, piernas firmes y gruesas, y el pecho tenso, se notaba que quería hacerlo ya conmigo, pero se contenía. Pero yo no pude ni tenía por qué hacerlo, así que sin más demora lo tomé de la mano, lo levanté de la posición en cuclillas en que estaba viendo mis discos y le dije ”ven, vamos adentro”. Fue suficiente para él también, se levantó, me miró fijamente, sonrió dulcemente, asintió con un gesto lindo y me siguió. No hizo falta decir más, ni pretextos ni preámbulos. La vida nos había llevado hasta ese punto, simplemente estábamos dispuestos a descubrir la extraña fuerza que nos empujaba al borde del abismo maravilloso del placer.

Entrando al cuarto, sólo cerré la puerta y me puse frente a él. Se sacudía una pierna, tal vez de nervios, tal vez de ansiedad, pero yo también sentía acelerado el pulso y quería  ya tocarlos. Lo tomé de las manos, toqué su rostro, miré sus labios y lo besé. Correspondió de una forma tierna, como si también hubiera estado esperando ese momento toda su vida. Nos besamos y nuestros penes clamaban salir de sus prisiones, pero todavía no sería así, teníamos mucho más por hacer. Además, yo tenía en mente hacer tiempo con los juegos previos y tener buen sexo, después de todo estaba resaqueado y eso me indicaba que sólo podría tener un orgasmo, con suerte dos pero con un reposo prolongado, a causa del alcohol que todavía sentía en la sangre.

Nos seguimos besando y lo comencé a acariciar por debajo del polo,  toqué su espalda, toqué su pecho, toqué sus nalgas por encima del jean y sentía cómo él disfrutaba cada una de mis acciones. Me empezó a quitar el polo y me dejé. Su iniciativa era buena, quería besar mis tetillas, luego pasó al pecho todo, y bajó hasta el obligo, me hizo dar un gemido ahogado de placer. Yo besaba mientras tanto su cuello, le pasaba la lengua por la manzana con suavidad, como comprobando que mis plegarias habían sido escuchadas, la vida me había puesto delante un ejemplar maravilloso. Era muy varonil, joven, fresco, trigueño, delgado y pasivo. No podía pedir más.

Continuó  se descenso y llegó a mi pantalón, recuerdo que era un bermuda color beige que aun ahora conservo y que suelo usar en verano. Me quitó la correa y me bajó el cierre. Me quedé en  boxer y yo hice lo mismo con él. Lo dejé en calzoncillos, eran perfectos, excitantes, color blanco, pequeños, con un paquete memorable que latía húmedo en su interior. Y lo mío estaba también cargado de ansias. Cada uno de mis 18 cm estaba tenso, venoso, queriendo ya explorar las cavidades internas de este pequeño animal  herido que la tarde del nuevo año me estaba regalando.

Casi desnudos, nos echamos en la cama para acariciarnos más. Y fue así como empezamos un juego delirante de caricias y placer que no tenía cuando parar, ya que a ambos nos estaba gustando demasiado. No queríamos dejar de besarnos, con fuerza y con ternura a la vez, como si fuera la última vez cuando apenas era la primera. Su ojos estaban cerrados, lo recuerdo bien y los míos entrecerrados, quería disfruta pero también quería estar al tanto de sus gestos y no quería perderme ninguno de los detalles de este encuentro delicioso. Su cuerpo era perfecto, no había dudas, sus piernas eran velludas, su ombligo tenía el sabor de las cosas agradables, un lugar para el reposo, un sabor a mieles eternas, un remanso de paz, una frescura indescriptible, y su pene, la imagen perfecta de lo bello. Su verga era imponente, no por gruesa o larga, que lo eran, tenía 20 cm que inspiraban placer, sino por lo  estético de su figura, con dos testículos precioso, lisos, suaves y perfumados que colgaban armoniosamente de su entrepierna. Una controlada cantidad de vellos cubrían ese lugar mágico donde quise sumergirme para acariciar, contemplar y besar. No se opuso, aunque me dijo que prefería ser él quien hiciera eso. Acepté. Me dio una mamada de antología, espectacular y que casi termina con mi semen en ese mismo instante. Felizmente pude controlarme y detenerlo en el momento preciso.  De pronto, tuve una visión, era acaso este pequeño animal herido un adonis enviado de las tierras mágicas para que me acompañara la vida entera. No lo sabía pero de pronto una electricidad recorrió mi espalda, como dándome una señal corpórea de que estaba por entrar a una campiña nueva, un terreno dulce para residir eternamente, una costa verde y calma pata reposar hasta la muerte. Decidí voltearlo con fuerza y colocar mi cara tras sus nalgas. Casi enloquecí en ese ano maravilloso, tenía la frescura de las flores del campo, olía a hombre y sabía a sexo. Era una experiencia jamás vivida por mí ni por él, no por inexistente en nuestras memorias sino por lo que estábamos sintiendo en ese preciso momento. Estuve dándole placer con la lengua tanto que ya no la sentía, aunque hubiera querido eternizar ese momento. Me dejé llevar hacia el éxtasis con el sabor de su ano, suave y joven, y la visión de sus bolas colgando también suaves y tersas. Le toqué el pene para masturbarlo mientras le metía le lengua en el recto. Gemíamos de placer, era indescriptible la sensación que teníamos ambos.

Me dispuse a penetrarlo y él se colocó en posición, aceptando que ninguno de los dos quería contenerse más. Y fue el momento más esperado de mi corta existencia. Meterme dentro de él, sentir cómo la piel se recrujía dentro de su orificio, golpeando mis venas, sintiendo su respiración jadeante, cómo latía mi corazón y cómo se balanceaban sus caderas delante mío. Seguí haciendo aquello que por instinto sabemos pero que por placer disfrutamos, meter y sacar, tantas y tan delicadas veces que el cuerpo se me estremecía cada vez, además de que la vista era impresionante, nunca antes como en esa ocasión había disfrutado tanto de estar penetrando a un chico, tenía frente a mí la vista más espectacular del mundo, era ver a mi propia verga clavándose como cabalgata en el delicioso culo de un muchacho de 21 años, piel morena y hambre de sexo. Pero aunque hambrientos ambos, sensibles al placer y al deleite que estábamos viviendo. Y seguí metiendo el pene, cada vez con más rudeza, para experimentar las máximas sensaciones que me fuera posible. Y le gustaba cada una de ellas, las tiernas del comienzo, mientras el esfínter se dilata, y las bruscas después, cuando ya estábamos enloquecidos de placer. No quise detenerme, pero tampoco quería terminar, así que me detenía por momentos, cambiaba de posición levemente para no cansar mis músculos, pero sin distraer lo que estábamos teniendo, no quería que al cambiar de pose se detuviera el ritmo al que habíamos llegado. Un ritmo riquísimo de gusto, en el que mis arremetidas eran fuertes y vigorosas.

Sentía cómo la leche caliente quería ya brotar furiosa desde mis huevos, y lo empujé más hacia la cama para terminar echados, y yo encima suyo dándole mis movimientos más rápidos, vertiginosos y explosivos, no quería terminar sin darle con fuerza toda mi brutalidad, mi pinga estaba a punto de reventar, más gruesa que de costumbre, con la cabeza irritada de tanto placer, y me sobre senté sobre sus nalgas para darle unos últimos empujones. Fue lo máximo sentir sus ligeros gemidos de placer, no estentóreos, lo cual demostraba que eran reales, no fingidos, que de verdad estaba disfrutando como nunca antes.

Y me vine dentro de él. Derramé toda mi leche dentro de su culo, con fuerza, con placer, con velocidad.  Hubo silencio, pero no sin un beso tierno que le di en la nuca, símbolo de lo bien que lo había pasado. No quería que el momento terminara, pero estaba dispuesto a aceptar que fuera así, después de todo no lo conocía y no sabía qué me iba a decir o qué iba a hacer.

Nos sentamos sobre la cama, uno al lado del otro. Nos miramos. Hubo entendimiento, aunque no palabras. Estábamos disfrutando el momento. Nos fuimos al baño a lavarnos. Al regresar a mi habitación comenzamos a hablar. Esa noche no había terminado. Me sorprendió saber que había mucho por hablar, teníamos mucho en común, lectura, cine, sencillez y sensibilidad. Habíamos pasado por experiencias anteriores complejas de pareja y estábamos tranquilos con eso. Me gustó tanto hablar e ir descubriendo que había una persona muy culta, pero tan joven, a mi lado. Y eso sin querer me fue encendiendo nuevamente. Sin saberlo había alcanzado una nueva erección y estaba otra vez acariciándolo como señal de que nos íbamos a meter nuevamente entre las sábanas.

Esa noche, lo hicimos 4 veces. Le había dicho que se quedara conmigo a pasar la noche. Sin darme cuenta me gustó tanto que decidí saber más de él y salir en otro plan. Mi vida estaba por cambiar... para bien.

(10,00)