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Gusano 10 - La Rebelión del Gusano

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Aquello de que Jordan se hubiese cagado en mi boca, me superó por completo.  El terrible asco, más que la humillación, despertó en mí una gran rebeldía que casi extinguió en un segundo la adoración que sentía por aquel chico guapo, arrogante, seguro y dominante, que tan bien había sabido someterme aquellos meses.

Esa noche, acuclillado en un rincón del refugio lloré sin detenerme, hostigado por las burlas y los golpes de los chicos, mientras Jordan se torcía de risa y les describía lo bien que se sentía cagarse en la boca de un “gusano hijoputa” que había resultado ser además un “gusano comemierda y mariconazo”.

―¡Venga, gusano mariconazo! – me gritó Wil entre carcajadas – ¡Ponte que yo también me cago en tu hocico!

Me volví a verlo con todo el odio y la rabia que sentía por aquel hijoputa al que tanto detestaba.  Me levanté y traté de írmele encima con todo el deseo de apalearlo. Pero el cabrón me sorprendió con una patada en las pelotas que me hizo caer al suelo gimoteando y sin resuello.

―¡Obedécele a Wil, gusano estúpido! – me ordenó Jordan con un grito.

Esta vez me fijé en él.  Le dediqué una mirada altiva, de rebeldía.  Sentía que lo odiaba por todo lo que me había hecho.  Y aún se le ocurría obligarme a dar mi boca para que el muy hijoputa de Wil se cagara en ella.

―¡Vete a la mierda, hijoputa! – le grité a Jordan con rabia.

Su gesto fue de sorpresa.  Seguramente no se esperaba que yo fuera a salirle a esas alturas con semejante rebelión.  Trató de decir algo pero en cambio de ello escupió en el suelo y mientras Cuter se afanaba en lamer su salivazo, levantó la mano y señalándome la puerta del refugio con su dedo índice me ordenó:

―¡Te largas de aquí, gusano hijoputa!

―¡Sí! – le grité – ¡Me largo!  ¡Me harté!  ¡Ya no voy a ser ni tu gusano, ni tu esclavo, ni nada!  ¡Grandísimo hijoputa!

Intenté entonces recoger mi ropa para vestirme y largarme de allí.  Pero Jordan me lo impidió.  Se levantó de donde estaba sentado y arriándome a patadas me echó del refugio, obligándome a largarme vestido únicamente con aquella ridícula braguita de color rosa y delicado encaje.

Mi furia era tal que ni siquiera sentí los golpes que me daba Jordan y ni tampoco me preocupó mucho que tuviera que irme en tan humillante y ridícula facha.  Al fin de cuentas era muy tarde en la noche y a esa hora en el pueblo no habría nadie que pudiera verme en el corto trayecto que debía recorrer hasta mi casa.

Salí dando zancadas y llorando de rabia y alcancé en menos de un minuto la orilla del parque.  Enfilaba ya hacia mi casa, temblando de ira y sin poder contener mi llanto, cuando de entre unos arbustos alguien saltó sobre mí derribándome en el prado y echándoseme encima para inmovilizarme.

¡Por Dios santo!  ¡Qué desgracia tan infinita la mía!  No me faltaba más aquella noche, luego de todo lo que me había hecho pasar Jordan, sino que algún hijoputa me viniera ahora a atracar.  ¡Y viendo que yo no llevaba encima nada más que aquellas putas bragas de seda rosa!

Sin acojonarme para nada, lleno aún de ira y coraje, intenté defenderme de aquella nueva agresión forcejeando con valentía.  Pero no me duró mucho el empeño, pues le bastó al agresor con un puñetazo en mi barbilla para noquearme por completo.

Debí quedar inconsciente por algunos minutos y cuando volví a abrir los ojos deseé con todas mis fuerzas que aquello no fuera más que la peor de mis pesadillas.  Estaba tendido en el prado, completamente inmovilizado por mi agresor que me sonreía con malignidad, dejándome ver cómo sus blancos dientes brillaban en la oscuridad contrastando con el color moreno de su piel.

¡Había caído en las manos de Jeff!  ¡Ni más ni menos!  ¡Qué desgracia tan infinita la mía!  Empecé a gimotear y dudé si había hecho bien en largarme del refugio.  Seguramente que me habría ido mejor si todos los chicos se hubiesen cagado en mi boca que cayendo en poder del maldito abusón de toda mi vida.  ¡Por Dios!  ¡Qué desgracia tan infinita la mía!

―¡Parece que la putita viene de una fiestita con su novio Jordan! – dijo Jeff como para sí mismo al tiempo que sonreía mostrándome sus blancos dientes.

―Po…por…favor….Jeff… – gimotee –…dé…déjame…déjame ir…po…por…favor…Jeff…

―¡Y con lo caliente que yo ando! – dijo el maldito – ¡Qué descortés el chico nuevo no invitarme a su fiestita!  ¡Ni siquiera porque se me ha llevado a mi putita se le ocurrió invitarme a su fiestita ese Jordan!

Yo estaba más que aterrado.  Los sollozos empezaron a ahogarme y aunque intentaba suplicarle que me dejara ir a mi casa, lo único que lograba era hipar y revolverme un poco bajo todo el peso de Jeff, que se me había sentado sobre el pecho asentándome sus rodillas sobre mis muñecas y se dedicaba a darme sobijos con una mano mientras que metía los dedos de la otra entre los encajes de la braguita con la que yo iba vestido.

―¡Pero de todas formas no es tan desconsiderado ese Jordan, que me ha mandado a su putita para que yo también me divierta! – decía Jeff al tiempo que seguía dándome sobijos y acariciando los encajes de mi braguita.

Sus palabras me hicieron entrar en pánico.  ¡¿A qué putas se refería ese maldito abusón?!  Definitivamente habría sido mejor para mí que todos los chicos se cagaran en mi boca.  El sabor de la mierda de Jordan invadió con renovado brío mi paladar y mi lengua y quise gritar pero sólo me salió un gemido.

―¡Y vaya que me ha enviado a su putita vestidita muy sexi!  ¡Joder! – decía Jeff con su voz enronqueciéndosele – ¡Además que la putita del Jordan está mejor que mi putita!

En ese momento el muy cerdo se inclinó sobre mi rostro y sin que yo pudiera hacer absolutamente nada para defenderme, empezó a morrearme tratando de meterme su lengua en mi boca.  El asco y la humillación que sentí superaron incluso los sentimientos que tuve mientras Jordan se cagaba en mi boca.

Cerré los labios y apreté los dientes tratando de impedir que Jeff me introdujera su lengua en la boca.  Pero el muy cabrón estaba decidido y no se resignó a mi rechazo.  Así que agarrándome las pelotas con una de sus manos, me las apretó con fuerza al tiempo que me ordenaba que me dejara hacer.

―¡Me vas a besar como una buena putita! – me dijo en susurros, con sus labios casi pegados a los míos – ¡Y me vas a chupar mi lengua que eso me encanta, putita!

No tuve más remedio que hacer lo que me ordenaba y al tiempo que abría mi boca con timidez y con demasiado asco, Jeff iba introduciéndome su lengua hasta invadirme por completo, manteniéndome muy bien agarrado de las pelotas, como para advertirme de lo que me pasaría si me atrevía a morderlo.

Hice tal y como el maldito abusón quería y mientras iba chupándole, él me lamía por dentro como si quisiera saborearme la boca con su lengua, repasándola por mi paladar, por mis dientes por mis carrillos y por mi propia lengua.

―¡Pero qué amarga le sabe la boquita a la putita del Jordan! – dijo en susurros, con sus labios casi pegados a los míos – ¡Pero cuando te comas mi lechita te va a quedar sabiendo dulce tu boquita!  ¡¿Eh putita?!

De no haber estado en semejante situación seguro que yo mismo me habría descojonado de risa al enterarme que mi boca le sabía amarga a Jeff y comprender que al muy cretino le había tocado saborear los restos de la mierda de Jordan que aún seguiría en mis dientes, entre mis carrillos y en mi paladar.

Pero en cambio de poder torcerme de risa, lo que hice fue arreciar con mis gimoteos al tiempo que las lágrimas me nublaban los ojos, al enterarme que el cabrón tenía la intención de hacerme “comer su lechita”.  ¡No era justo, Dios mío!  No podía ser que a Jeff se le ocurriera precisamente aquello.  ¡Noooo…por Diooooos!

Y sin embargo no me valieron ni oraciones, ni protestas, ni súplicas ni nada.  Porque hasta cuando intenté gritar pidiendo auxilio, Jeff me convenció de no hacerlo estrujándome las pelotas de una manera tan salvaje, que me quedé absolutamente sin ningún rastro de fuerza.

Al parecer el cabrón estaba demasiado salido de calentura y sin querer aguardar más, me agarró por los pelos y empezó a llevarme a rastras por el parque, hasta que alcanzamos la calle del “Arrimadero” y por allí me condujo hacia su casa, bien sujeto por los pelos y obsequiándome de vez en cuando algún que otro puñetazo por los riñones, como para convencerme de no gritar.

Jeff vivía a las afueras del pueblo en una pequeña casa ruinosa que compartía únicamente con su papá, quien casi nunca estaba allí por haber ido de caza, o por estar emborrachándose en la cantina, o por estar preso en la comisaría cuando lo pillaban robándose algún cerdo o alguna gallina, o por haberse liado a puñetazos con algún otro borracho.

La puerta de aquella covacha sucia y ruinosa crujió con un gemido cuando Jeff la abrió para empujarme introduciéndome en la única habitación.  Ahí olía a moho y a humedad, a ropa sucia y a comida rancia.  Sentí ganas de vomitar pero estaba tan absolutamente aterrado que ni fuerzas ni ánimos tenía para volver el estómago.

Jeff no esperó a nada para empezar a divertirse a mi costa e intentar sacarse su calentura conmigo.  Así que endilgándome un puñetazo que me hizo ir de culo en el suelo mugroso y grasiento, se despojó a la volandas de toda su ropa hasta quedarse en pelotas.  Enseguida se me acercó y agarrándome por los pelos me obligó a ponerme de rodillas ante él.

―¡Ahora vas a ser una putita buena y me vas a comer la polla bien comidita…y yo te voy a dar de premio mi lechita! – me anunció el hijoputa como si me dijera que íbamos a jugar a las escondidas.

Llorando sin consuelo intenté suplicarle que no me obligara a semejante tarea.  Pero Jeff se puso violento y me arrió otros dos puñetazos por los costados, advirtiéndome que le hiciera un buen trabajo en la polla o estrujaría mis pelotas hasta reventármelas.

Sabiendo que no tenía más opción que hacer lo que Jeff quería, me resigné a comerle la polla y a hacerlo lo mejor que pudiera para acabar de una vez por todas con semejante putada.  Así que sin poder parar de llorar, tomé mi posición de rodillas ante el maldito abusón y abrí mi boca disponiéndome a mamarle.

Tuve sin embargo que aguantar la respiración para evitar que la hediondez de su palo me obligara a desistir y aún tuve además que cerrar mis ojos para no ver aquella nata blancuzca que le cubría el capullo al muy cerdo.

Abrí mis labios y Jeff no se esperó para meterme la polla en la boca, quedándose muy quieto al tiempo que me ordenaba que empezara con mi trabajo.  Tenía una verga muy corta pero demasiado gorda, más morena que el resto de su piel y con un sabor tan repugnante, que al solo contacto con mi lengua ya me provocaba arcadas incontenibles.

No pude evitar que me viniera a la memoria la verga de Jordan, que la tenía mucho más larga y aunque no tan gorda como la de Jeff, sí tenía su buen grosor.  Y la mayor diferencia era que aunque la polla de Jordan olía un poco a meo, no estaba ni la quinta parte de fétida y sucia que la polla del maldito abusón al que le estaba mamando ahora.

Por increíble que me resultara, en esos momentos añoré estar arrodillado a los pies de Jordan chupándole su blanca y potente tranca, en vez de estar sometido a la terrible humillación de tener que comerle la asquerosa verga a Jeff.

―¡Venga putita…empieza a trabajar de una vez! – me ordenó obsequiándome un tortazo por la cabeza – ¡Que si lo haces bien te voy a dejar que te comas mi lechita!

Sin más remedio que hacer lo que me ordenaba el abusón, me dediqué a chupetearle la gorda y corta polla, como si estuviera comiéndome un bombón.  Pero al hijoputa aquello no le bastaba y arriándome un nuevo tortazo, me ordenó que al tiempo que le chupaba le lamiera el hediondo capullo.

Por fortuna para mí, aquello no duró demasiado.  En el colmo de su calentura, Jeff me sujetó muy bien por los pelos para sostenerme contra su vientre y antes incluso de lo que yo hubiese esperado, empezó a correrse a chorros, llenándome la boca con una leche espesa y agria que no tuve el valor de tragarme.

No pude resignarme a tragar el asqueroso semen de aquel cerdo y en el momento en que me dio un respiro liberándome, me incliné y escupí todo lo que pude, hasta que mi boca se me quedó seca de tanto babear.  Ni siquiera consideré que Jeff me golpeara por despreciar su “lechita” o que tal vez fuera a querer obligarme a lamer del suelo lo que ya había rechazado.

Y para mi menor infortunio, al parecer el abusón había quedado tan satisfecho con el trabajo que le hice sobre la polla, que ni siquiera dio muestras de percatarse de que yo había escupido su corrida en el grasoso suelo de su ruinosa casa.

Suspiró unas cuantas veces mirando al techo y luego de tomarse algunos instantes para recuperarse de su orgasmo, se arrodilló frente a mí, asentando sus rodillas sobre el charco de semen y baba que yo había escupido y empezó a acariciarme, la cara con mimo al tiempo que sonreía con gesto de estúpido.

―¡Eres buena putita…! – me decía en susurros –  ¡Seguro que ese Jordan te tiene bien entrenadita pa’ que mames como ternera!  ¡Algo bueno debía tener ese hijoputa del Jordan!

El asco que me producía Jeff, el tenerlo allí tan cerca de mi rostro y sus palabras tan hirientes, me dieron el valor suficiente para jugarle una trastada de la cual sin embargo salí mal librado.

Mirándolo con odio eché un poco mi cabeza hacia atrás y le lancé un salivazo que le dio en la cara y aunque lo que salió de mi boca tan solo fueron unas cuantas gotas de baba espesa, sentí una pequeña satisfacción por mi gesto de rebeldía.

Pero el muy cerdo en vez de ofenderse por mi gesto, sonrió con malignidad, sacó su lengua y se relamió las gotas de baba que le habían caído sobre los labios y agarrándome por una oreja me espetó con un susurro:

―¡Pero si es que a la putita le gustan los baños bien guarros!

Y sin que yo tuviera tiempo de adivinar a qué se refería el muy cerdo, se levantó manteniéndome agarrado por mi oreja y haló obligándome a ponerme de pie.  Enseguida me arrastró rumbo a la desordenada cama que había en un rincón de la estancia y me anunció con su ronca y susurrante voz:

―¡Ahora nos vamos a dar un bañito bien guarro, putita…así como te gusta…!  ¡Y lo bueno que la vamos a pasar…que a mí también me ponen bien burro estos bañitos guarros…!

―¿Qué…qué…me…me…me…vas a…a…hacer…? – le pregunté empezando de nuevo a ponerme lloroso.

―¡Vas a ver que la pasamos bien bueno mi putita! – me respondió el muy cerdo – ¡Yo primero te voy a bañar pa’ que aprendas y luego tú me bañas bien bañadito!  ¡¿Sí putita?!

Yo no entendía nada de nada y el maldito abusón, sin esperar ni siquiera a que yo aventurara alguna respuesta, me obligó a tenderme sobre un montón de ropa sucia que había sobre la cama y haciéndome estirar completamente, se dedicó a lamerme por todo el cuerpo, dejándome la piel completamente empapada de su asquerosa y espesa saliva.

No hubo rincón de mi cuerpo que Jeff no lamiera.  Me metía su lengua por las orejas, me las chupaba, me las mordisqueaba suavemente.  Hasta que pasó a lamerme la cara, por las mejillas, la frente y la nariz y volvió a morrearme obligándome a comerle de nuevo la lengua.

De ahí bajó a lamerme el cuello y sin entretenerse demasiado tiempo, pasó a darme lametones por las tetillas, en las que sí se aplicó por algunos minutos.  Me obligó a levantar los brazos y se concentró entonces por un rato a lamerme los sobacos con verdadero empeño, hasta que fue recorriendo mis brazos con su húmeda lengua para terminar lamiéndome las manos y dándome chupetones en los dedos.

A esas alturas estaba tan asqueado y humillado que no dudé en soltarme a llorar con descaro.  Jeff parecía estar tan entretenido lamiéndome que ni se enteró de que yo hipaba con cada sollozo.

Bajó de nuevo por mis brazos y se entretuvo por unos momentos más lamiéndome los sobacos, antes de seguir a repasarme de nuevo su lengua por las tetillas, para enseguida bajar hacia mi vientre.

Y cuando su nariz se encontró con la seda rosa de las braguitas que mal me cubrían la pinga y las pelotas, paró por un instante con sus lametones, levantó su rostro para verme y casi entre gemidos y con su voz ronca me dijo:

―¡Joder, putita…qué bueno que huelen tus braguitas!  ¡Huelen a puro coñito de hembrita rica…joder, putita…que ya se me está entiesando la polla de nuevo…me calientas mucho putita!

Un enésimo sollozo me sacudió ante su comentario.  Recordé que para tratar de congraciarme con Jordan, creyendo que él iba a usar las bragas de mi hermana para correrse una paja, había tomado aquel par de prendas del cesto de la ropa sucia, con lo que los minúsculos y delicados calzones conservarían aún el olor y los flujos del coño de Carla.

Eso pareció volver loco a Jeff, pues no paraba de lamer la seda rosa con que estaba mal cubierta mi entrepierna, metiendo incluso su lengua por entre el encaje y repasándomela por la ingle y por las pelotas que me asomaban un poco por los lados.

Lejos de calentarme aquellas asquerosas caricias del abusón, me sentía aún más humillado y sucio que nunca.  Y peor aun cuando el muy cerdo me obligó a levantar mis piernas ofreciéndole el culo, el cual se dedicó a lamer a conciencia, por no menos de diez minutos, hasta que decidió seguir adelante y me lamió también los mulos y las pantorrillas, completamente salido y morboso, dedicándole incluso húmedos lametones a mis pies.

Luego de volver a lamerme completamente, esta vez desde mis pies hacia mi cabeza, sin olvidar repasarme de nuevo su lengua por el culo y por sobre mi entrepierna, el muy cerdo me había dejado completamente empapado de su asquerosa baba.

Al fin pareció darse por satisfecho y entonces se tendió sobre la cama a mi lado y volviéndose a verme con esa sonrisa suya que parecía tan franca, pero que era nada más una mueca igual a las que hacen las hienas, me anunció:

―¡Venga, putita…que ahora tú vas a bañar a tu macho Jeff…!

Sentí una terrible náusea y un mareo que me impidió moverme ni un milímetro.  Me quedé tieso como una momia, como si la baba de ese cerdo me hubiese inmovilizado además de asquearme como no lo había estado ni siquiera cuando Jordan estaba cagándose en mi boca.  ¡Y aquel hijoputa de Jeff pretendía que ahora yo lo lamiera por todo su moreno y sudoso cuerpo!

El muy hijoputa debió tomarse a rebeldía mi inmovilidad e hizo lo que mejor sabía para convencerme de hacer lo que me estaba indicando: se puso violento y mientras me apretaba nuevamente mis pelotas con una de sus manos, con la otra se dedicó a darme puñetazos en el costado, mientras susurraba en mi oído:

―¡Pero es que a la putita del Jordan le gusta que la obliguen…la tiene mal educada a su putita ese Jordan! – decía con sorna – ¡Pero hasta por eso me gustas más putita…que me calientan las putitas así de rebeldes…!

Aguijoneado por el dolor que me causaban sus malos tratos, hice un gran esfuerzo para darme vuelta hacia él y empezar a lamerle.  Y aunque estuve a punto de vomitarle encima cuando sentí el sabor ácido de su sudor, me vi obligado sin embargo a hacer lo mejor posible la tarea que el cerdo me había impuesto, ya que agarrándome él mismo por los pelos, fue conduciendo mi cabeza para que le repasara mi lengua por toda su piel.

Tener que chuparle las orejas y morrearlo comiéndole la lengua era ya demasiado, pero lo peor fue tener que lamerle sus sobacos olorosos y peludos, que tenían un sabor ácido, casi amargo.  Aunque mientras le comía los pelos de allí, aún no imaginaba lo que sería tener que lamerle su asqueroso culo.

¡Dios mío…y yo que me había rebelado contra Jordan sólo porque el chico había querido usarme para cagarse en mi boca!  A esas alturas hubiera deseado estar en el refugio, para que Jordan volviera a cagárseme encima y yo tener la oportunidad de comerme sus zurullos.

Aquello era mucho menos asqueroso que tener que meter mi lengua en el culo peludo, fétido y pringado de mierda de Jeff.  ¡¿Por qué putas me pasaba eso?!  ¡Seguramente ese era mi castigo por haber tenido la osadía de rebelarme contra mi Dueño!

Y a fe mía que tuve que dejarle el culo impecable al maldito cerdo, logrando además que se calentara tanto que antes de obligarme a continuar con el baño de lengua que le estaba prodigando, optó por hacerme mamarle la polla hasta que de nuevo se corrió como un animal en mi boca.

Aquella noche no pegué el ojo.  Claro que Jeff tampoco lo hizo, pues cuando no estaba obligándome a lamerlo por todos lados, estaba morreándome, o metiéndome la polla en la boca, o dándome de tortazos, o diciéndome lo buena putita que había hecho de mí “el cabrón del Jordan”.

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