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Atrapados en el tiempo

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Tenía 18 años cuando empecé a fijarme más en serio en mujeres mayores a mí. Hasta entonces, solo había tenido ojos para la chica guapa de mi clase, o de mi curso, o de mi barrio, con relativo éxito. Siempre chicas en torno a mi edad.

Todo cambió con la llegada de los nuevos vecinos. Vivíamos en una comunidad, dos edificios con jardín común y piscina. Los vecinos de al lado (una pareja de ancianos), vendieron su casa, y llegó una pareja joven, de unos treinta y pocos, con un niño de año y medio.

Era la típica familia conservadora, religiosa, y bien posicionada. Ambos con buen trabajo, y un futuro sin ninguna complicación a la vista.

Era finales de abril. Llegué a casa del colegio y me encontré a mi madre en la puerta hablando con la nueva vecina. Su nombre era Marina, y había pasado a presentarse. Era de pelo castaño claro, recogido en una coleta, ojos de color azul, labios pequeños, nariz normal y pómulos ligeramente marcados. Tenía buen cuerpo (más tarde descubrí que hacía Pilates regularmente), de unos 1,65 cm de estatura, sin curvas excesivas en la cintura, pero con unas tetas de un volumen algo mayor a la media, sin llegar a ser excesivamente grandes. Vestía de forma discreta, aunque con estilo. Cuando tienes un buen cuerpo, trabajado y entrenado, cualquier tipo de ropa puede resultar sexy.

Eran muy amigables, y atentos. Sin duda parte de la “jet set”, bien educados desde niños. Hicieron una fiesta de bienvenida en su casa, con algunos amigos, y nos invitaron a nosotros también. El ambiente era muy pijo, como decimos en España. Yo, que poco pintaba ahí, por edad y estilo, al cabo de unos minutos me puse a pasear por el piso. Siempre me causaron extrañeza los ancianos, antiguos propietarios. Ariscos, esquivos… habían dejado la casa por sorpresa, como con prisa, y se vendió muy rápido. Me invadió la curiosidad y miré en cada rincón. Era la primera vez que entraba en ese piso.

En uno de los baños, encontré una rendija cubierta. Con algo de esfuerzo, conseguí retirar la cobertura. Encontré una piedra, con un raro tono brillante. Me atraía, la cogí, la metí en el bolsillo y me fui.

Lo que inicialmente despertó mi curiosidad fue la bonita cara de Marina. Ese fue el punto inicial que hizo saltar una chispa dentro de mí, hasta entonces desconocida. Posteriormente empecé a fijarme en su cuerpo. Y también empecé a fijarme en otras mujeres mayores a mí.

La piscina abrió a mitad de junio. Para mí fue la culminación de mi corta etapa “voyeur” con Marina. Me había pasado un mes espiándola, cuando me cruzaba con ella, o mirándola desde mi ventana mientras jugaba con su hijo en el jardín. Hasta me entraron ganas de ir a misa los domingos, ya que ellos iban siempre en ese día, solo para verla. Me quedaba mirándola el culo, o intentando ver algo a través de los huecos entre los botones de su camisa, las contadas veces que estaba cerca de ella. Intentaba ser lo más discreto que podía. El primer día de piscina fue una liberación. Marina bajó, sonriente, con su hijo, con un bañador de una pieza, discreto y tradicional, pero elegante. Ese cuerpazo haría atractivo hasta un chándal. Resultó ser asidua a la piscina, para mi felicidad. Normalmente usaba bañadores de una pieza, aunque alguna vez se puso un bikini. Me encantaban sus tetas, y ese culo firmemente trabajado en Pilates. Algunas otras madres tenían piernas menos cuidadas, o se veían algunas estrías. Sin embargo las de Marina no. Parecían bien tonificadas, sin estrías visibles en ningún sitio. Yo, como buen adolescente, me pajeaba como un mono, y el 95% de las veces lo hacía pensando en ella.

Unos meses después, en septiembre, Marina cumplía años. Lo celebraron invitando a sus familias, y organizando un pequeño picnic en el jardín. Yo espiaba desde la ventana. Tenía la piedra que cogí de su casa encerrada en mi puño. Llevaba todo el día llamándome, atrayéndome. Había algo extraño en esa piedra. Mientras observaba a escondidas desde mi ventana, vi que Marina se alejaba del grupo en dirección al portal, con una bandeja vacía. Estaba seguro de que iba a subirla a casa. Por alguna razón, salí corriendo hacia la puerta. Era como si la piedra me dirigiese. Salí de casa sin decir nada, y me dirigí a la puerta del ascensor. Esperé, y un minuto más tarde llegó Marina, saliendo de él. Se pegó un pequeño susto al verme, pero enseguida reaccionó con una sonrisa. Qué guapa era.

-Hola! –dijo sonriendo– qué tal? Estamos celebrando mi cumpleaños. Si quieres tarta, baja, estoy a punto de ir a cogerla para llevarla.

-No gracias –dije, algo absorto– Felicidades. Solo quería darte este regalo.

No sabía qué estaba haciendo. No era yo dirigiendo mi cuerpo. Extendí la mano, abriendo el puño, y la ofrecí la piedra, que estaba más brillante que nunca. Marina reaccionó al principio con una mirada confusa, pero al ver la piedra, quedó también atrapada por su influencia. No podía retirar la mirada de ella. Extendió la mano poco a poco, y finalmente la tocó con un dedo.

De repente, todo se volvió de color blanco, ya no había nada más. Unos segundos después, todo volvió a la normalidad, pero ya no estábamos en el edificio. Estábamos en lo que parecía un bosque, rodeado de árboles, y hojas de color marrón y anaranjado cubriendo el suelo, con rocas grandes por aquí y allá. Nos pusimos los dos a mirar a todos lados, sorprendidos. Qué había pasado!!

Marina se puso a preguntarme histéricamente qué había pasado, que dónde estábamos. Cómo si yo tuviese la menor idea. La piedra había desaparecido.

-Qué era esa piedra! Qué has hecho! Donde me has llevado! –empezó a hiperventilar.

-No he hecho nada! –es lo único que pude decir.

Tras unos segundos, Marina echó a correr. Yo la seguí. Gritaba esperando que alguien la escuchase, corriendo entre los árboles. Entonces llegamos a un claro donde se acabaron los árboles. Vi que Marina se detenía, quedando parada, inmóvil. La alcancé y me quedé parado, al lado de ella. Enfrente nuestra estaba un grupo de hombres de cara hosca, vestidos con pieles, de aspecto sucio, algunos con lanzas.

-Qué clase de broma es esta –susurró con un hilo de voz Marina.

El grupo de hombres se acercó. Probablemente habían escuchado el alboroto organizado por Marina. Ellos parecían también sorprendidos. Quienes eran esos extraños, y qué tipo de vestimenta llevaban. Se acercaron curiosamente, sobre todo a Marina. Los dos nos quedamos quietos, inmóviles, paralizados por el miedo. Yo llevaba puesta ropa de casa, pero Marina, que venía del jardín, llevaba puestos unos vaqueros ajustados y botas altas, con un jersey de color amarillo muy vivo, y un pañuelo alrededor del cuello que dejaba medio ver el cuello de una camisa blanca. Los hombres se interesaron por su jersey, y empezaron a tirar del pañuelo, a lo que Marina reaccionó tímidamente apartándoles las manos. Uno de los hombres, que por su apariencia y vestimenta algo más ornamentada, parecía el jefe, reaccionó agresivamente, y la dio un empujón. Yo desperté, y traté de ponerme entre ella y los hombres. La actitud de los hombres cambió, el jefe dio órdenes a gritos, y el resto me redujeron, inmovilizándome. También apresaron a Marina, atándonos las manos a la espalda.

Nos condujeron durante unos kilómetros por el campo, hasta que llegamos a lo que parecía un pequeño poblado. Marina no decía nada, pero se pasó todo el camino sollozando en voz baja, con la cabeza agachada. Todo esto era muy confuso, estaban pasando muchas cosas imposibles, en muy poco tiempo. Marina y yo estábamos desorientados, perdidos. No podíamos entender qué estaba pasando, ni donde estábamos. Ni nuestros cuerpos ni nuestras mentes reaccionaban.

Al entrar en el poblado, compuesto de unas diez chozas, nos condujeron al centro, desatándonos las manos, en donde había una roca de forma cúbica, que parecía una especie de silla o trono. Pronto se congregó alrededor una multitud de unas 40 personas, incluido mujeres y niños. El jefe se adelantó, y empezó a hablarnos en un lenguaje incomprensible, haciendo gestos, señalando a Marina y después a mí.

-No sé qué dice, qué es esto! –dijo medio llorando Marina, como dirigiéndose a mí.

Marina tenía unos 13 o 14 años más que yo, pero por alguna razón, inconscientemente esperaba que yo solucionase todo esto que estaba pasando. Miré al jefe, y le dije con voz firme que no entendíamos nada de lo que decía, ni de lo que estaba pasando. La gente, que por primera vez nos oía hablar claramente en voz alta, quedó boquiabierta.

A pesar de su primitiva mente, el jefe comprendió que no entendíamos qué nos quería decir. Tras unos segundos de silencio, se giró hacia el resto, y empezó a señalar. Por primera vez les miré con ojo más crítico. Me di cuenta de que se dividían en pequeños grupos, como familias, uno o dos niños con un padre y una madre. Entonces señaló al otro lado, donde estaban solo mujeres y hombres desperdigados sin aparente relación unos con otros. Ellas vestían con menos ropa que las mujeres dellado de las familias, y en este lado todos parecían más jóvenes también. Entonces, el jefe dio órdenes a un hombre del grupo del lado joven. Este reaccionó inmediatamente, empezó a observar a las otras mujeres de su lado, cogió a una, la llevó a la roca, se sentó, luego ella se sentó sobre él, y empezó a follársela. Tardaron un rato hasta que él se corrió dentro de ella. Posteriormente volvieron a su grupo. Yo ya empezaba a entender lo que estaba pasando. Y, por la cara de terror de Marina, creo que ella también empezó a hacerse una idea.

El jefe nos volvió a mirar, y volvió a hacer las mismas señas que al principio, señalando a Marina, luego a mí, y luego a la roca. Marina se quedó mirándole con los ojos como platos, y un segundo después le soltó un grito cargado de dolor, descargando finalmente toda la frustración e incomprensión acumulada, negándose a obedecer lo que el jefe ordenaba, mientras empezó a llorar otra vez.

Todos se quedaron en silencio, mirándola de forma asustada. Entonces el jefe, se acercó a ella, y cogiéndola del brazo, la empezó a llevar a la roca. Se sentó.

Ahora comprendía lo que pasaba. El jefe no nos estaba ordenando tener sexo. Estaba preguntando si Marina y yo éramos pareja. Al negarse Marina, le había confirmado que no era así, por lo que Marina estaba libre para él.

Me acerqué rápidamente a Marina, y en un tono suave, le hablé al jefe, diciéndole que esperase (aunque no me entendiese). Cogí a Marina del brazo, y ella giró su cabeza para mirarme. Tenía la mirada perdida, la cara con rastros de lágrimas, y sus bonitos ojos azules, húmedos, que junto al reflejo del sol, les daban un aire celestial. Era la vez que más impresión me causó su cara. Esta mujer era preciosa. Quizá era mi corta edad la que me hacía tener sentimientos más exaltados, pero sentí una presión en el pecho. Estaba enamorado de esta mujer que casi me doblaba la edad?

-Marina –empecé a hablarla, de forma algo insegura– creo que nos está preguntando si tú y yo estamos juntos. Si le decimos que no, entonces él quiere estar contigo.

-Cállate! –dijo exaltadamente de repente– Todo esto es tu culpa, qué coño has hecho, qué era esa piedra! Dónde está mi marido, donde están todos! –volvió a gritar entre lágrimas, a la vez que me empujó con fuerza, casi tirándome al suelo. Marina hasta ahora había sido cordial y dulce conmigo. Me quedé callado.

El jefe la agarró del brazo, obligándola a sentarse. Intentó quitarla el pantalón, pero no sabía cómo. Marina entonces, con cara de susto, se levantó rápidamente e instintivamente se agarró a mí. Un grupo de hombres empezó a cercarnos, sacando unos rústicos cuchillos. Marina me abrazó más fuerte, mirábamos a todos lados, estábamos los dos asustados. Entonces Marina se dio cuenta de que no tenía otra salida. Era o uno de ellos, o yo. Giró su cabeza, y me miró a los ojos. Esta vez me miraba de otra forma. Daría todo por saber qué estaba pensando. Yo era un chico con atractivo para mi edad, pero por supuesto ella nunca se había fijado en mí. Esta era la primera vez que me veía de otra forma.

-Siéntate –dijo finalmente en voz baja, mirando al suelo y señalando ligeramente a la roca.

La obedecí. Me acerqué a la roca, ahora vacía, y me senté. Ella se acercó lentamente, mi corazón latiendo como una locomotora. Me quedé mirándola. La habían quitado el pañuelo, y el jersey amarillo quedaba completamente a la vista. A pesar de no ser ceñido, sus tetas marcaban un buen volumen. Me miró, y me dijo que me quitase el pantalón. Ella empezó a quitarse lentamente las botas. Los hombres que se habían acercado, y el jefe, se retiraron y unieron al resto del poblado que nos rodeaba y miraba, en el momento en el que vieron que yo me sentaba en la roca. Parece que era una cultura que respetaba a las parejas.

Me quité las zapatillas y calcetines para quitarme el pantalón, y me quedé con el bóxer puesto, con toda la vergüenza del mundo. Marina se quitó botas y medias, y poco a poco empezó a quitarse el pantalón, sin mirarme en ningún momento. Estaba de frente a mí, y según se bajaba el pantalón descubriendo sus bonitas piernas, vi que llevaba puesta lencería de color rojo muy elegante. Me sorprendió que llevase ese tipo de prenda, no me cuadraba con lo tradicional que parecía ser. Pensé que quizá fuese un regalo para su marido en el día de su propio cumpleaños.

Cuando terminó de quitarse el pantalón, me miró y se dio cuenta que seguía con el bóxer puesto.

-Qué haces, quítate eso ya, quieres que nos pase algo!? –dijo mirándome de forma enfadada.

-No –dije apartando la mirada de sus ojos– pero… tengo un… problema –dije, de forma insegura, sin mirarla, con más vergüenza que nada.

-Qué! –dijo exaltada.

Mi corazón se había acelerado enormemente. Por un lado, me volvía loco el ver desnuda a la que había sido la fantasía para mis pajas los últimos meses. Pero por otro… Me había liado con unas cuantas chicas, e incluso una de ellas me había hecho una paja, sin llegar a correrme. Pero no había tenido sexo nunca. Había mentido a mis amigos, diciéndoles que sí. Me había inventado una mentira, y el sexo se había convertido en un problema mental para mí. Estaba bloqueado y aterrorizado.

-Soy virgen –dije con muchísima vergüenza finalmente– No sé qué hacer, ni por qué no se está levantando –dije señalándome la polla. Había visto 1000 películas porno, y siempre había asumido que la polla se te levantaba en cuanto empezabas a ver a la mujer en pelotas. Es también lo que pasaba cuando me hacía pajas… mi polla estaba a tope de solo pensar en Marina. Pero en este caso, no estaba ocurriendo.

Marina me miró el paquete, sorprendida. Supongo que no se esperaba esta complicación.

-Está bien –dijo ahora más calmada. Tras una pausa en la que parecía estar pensando, dijo con la cabeza agachada sin mirarme– Déjame encargarme a mí de eso, tú haz lo que yo te diga.

Se dio la vuelta, y pude ver que la lencería roja era un tanga. Estaba casi seguro que era el regalo para su marido. No podía ser que llevase lencería tan sexy todos los días. El tanga se perdía hacia la mitad de su culo entre sus glúteos. Tenía un culo firme, tonificado, hacer Pilates daba resultado.

Dubitativamente, puso sus manos en los extremos del tanga, y empezó a bajarlo, poco a poco. No creo que su intención fuese calentarme, la lentitud en sus movimientos serían más bien por vergüenza y pudor. Era una mujer tradicional, y se estaba desnudando enfrente de 40 personas, y a 1 metro de un chico 13 años menor. Pero el resultado fue muy sexy, y sentí con alivio que mi polla, aunque flácida, dio un pequeño salto. Me quité entonces el bóxer. Una vez su tanga cayó a sus tobillos, se lo quitó levantando los pies uno tras el otro. Seguía vestida de cintura para arriba, eso no parecía que fuese a cambiar.

Poco a poco, sin mirarme, caminó hacia atrás. Cuando sus piernas contactaron con las mías, las abrió ligeramente, para acercarse más. Su culo quedó a escasos centímetros de mí. Mi corazón se iba a salir de mi pecho, y respiraba fuertemente. Mis manos temblaban. Se empezó a agachar, y sin mirarme, echó su mano derecha hacia atrás, para buscar mi polla. Antes de encontrarla, tocó mi bajo vientre con sus dedos. Parece que se llevó una sorpresa. Yo estaba depilado al 100%, también la polla. A pesar de no ser activo sexualmente, me gustaba depilarme, como veía que hacían los actores porno.

Para Marina, esto debía de ser algo nuevo. Giró por primera vez la cabeza para mirar, y noté su cara de sorpresa cuando vio que estaba depilado. Tras unos segundos, volvió su cabeza al frente, finalmente sujetó delicadamente mi flácida polla con la mano, que estaba temblorosa. Para ella esta situación era una pesadilla. No podía pasar algo así. Tenía un marido, un hijo, esto que estaba haciendo era tabú. Aun así, era lo único que podía hacer. La mejor de las malas opciones. Si no era yo, sería uno de esos bárbaros. Noté que ella también respiraba agitadamente, y su cuerpo temblaba.

En aquella incómoda posición para ella, sin mirar, Marina empezó a pajearme, lentamente. Su mano agarraba mi polla, subía y bajaba. Esta sensación era (casi) nueva para mí. A pesar de mi nerviosismo y miedo, la sensación de una mano (su mano, en particular), pajeándome lentamente, era maravillosa. Yo apoyaba mis manos en la roca, y Marina quedaba suspendida en el aire frente a mí, con la mano derecha pajeándome, y la izquierda como único apoyo de su cuerpo, sobre la roca. Me fijé en esa mano. En el dedo anular llevaba un tradicional anillo de casada.

Mi polla había perdido cierta flacidez, pero seguía sin estar lo suficientemente dura para poder metérsela. Tras un minuto, giró su cabeza mientras me seguía pajeando, y preguntó con cara de cansancio, que por qué no se me levantaba. Otro minuto y Marina no aguantó más. Se levantó para descansar el brazo. Entre la gente, que seguían observando, se empezaron a oír voces. Si esto no funcionaba, alguno de esos se follaría a Marina, y no sé qué ocurriría conmigo. Parece que Marina pensó lo mismo, porque rápidamente, se dio la vuelta. Quedó de frente a mí. Ya no me quedaba duda de que esa noche tenía algo especial preparado para su marido. Estaba también depilada completamente. No creo que fuese lo habitual. Su coño era bonito, se veía algo rosado. Daban ganas de comérselo.

Se arrodilló, volvió a coger mi polla, y esta vez mirándome a los ojos, con cara angustiada, dijo.

-Como no se te levante, estamos perdidos. Qué te pasa?

-No lo sé, estoy muy nervioso. No me había pasado nunca –dije. Como si lo hubiese hecho antes… creo que es una de las frases más comunes de la humanidad.

-Pues tienes que relajarte –contestó, mientras empezó a pajearme otra vez.

Esta vez el ritmo de la paja fue más rápido. También estaba en una posición más cómoda para ella. Aunque la polla se levantó algo más, tenía todavía algo de flacidez. No había manera. La gente se estaba impacientando, y el jefe empezó a gritarnos. Esto no iba bien…

Marina, viendo que la situación era casi desesperada, tomó una decisión que había evitado todo lo más que pudo. Torció el gesto, susurrando un “dios mío…”, una lágrima cayó por su mejilla. Acercó su cara, y abriendo la boca, se metió mi polla medio flácida dentro. Cerró los labios, y los deslizó por todo lo largo hasta la base. Esta situación sí que era nueva para mí. Qué delicia, un calambre recorrió todo mi cuerpo. De repente se me olvidó donde estábamos, ni cuanta gente estaba mirando, ni si estaba nervioso. Gracias a que su pelo estaba recogido en una coleta, podía ver claramente cómo su boca recorría mi polla. Me di cuenta de que tenía los ojos cerrados.

Con su mano derecha sujetaba la base, mientras que la izquierda, la del anillo, reposaba sobre la roca. Iba a un ritmo medio, sus labios recorriendo el largo de mi polla hasta tocar los dedos que la sujetaban en la base, y volviendo hasta casi la punta. Su objetivo no era darme placer, sino levantarme la polla lo antes posible, por lo que empezó a acelerar el ritmo aún más. De reojo, vi que la gente volvió a callarse, sus caras de asombro. No debían saber qué estaba pasando. Esto nos iba a dar algo de tiempo. La brutal mamada que Marina me estaba dando empezó a dar resultados. Mi polla empezó a levantarse más que antes. Para desgracia de Marina, tenía un buen miembro.

Ligeramente más largo de la media, pero sobre todo, más grueso. Noté cómo se dio cuenta de esto, porque en cierto momento, según mi polla iba creciendo dentro de su boca, abrió finalmente los ojos y me echó una mirada, como mitad sorpresa, mitad reproche, que duró un par de segundos. Esa imagen era imborrable. La tradicional y conservadora madre de familia Marina, con esos bonitos ojos azules, húmedos, mirándome, mientras mi voluminosa polla salía y entraba en su boca.

Era el momento, ahora o nunca. Se sacó la polla de la boca, algunos hilos de saliva conectando mi miembro con sus labios. Tras unos segundos en los que parecía que se había quedado hipnotizada por mi polla, sujetándola y mirándola, a unos centímetros de ella, recuperando la respiración tras semejante mamada a tal voluminoso aparato, se levantó, se dio la vuelta otra vez, hizo el movimiento para sentarse sobre mí, cogiendo mi polla, esta vez sí bien erecta. Con cuidado, siguió descendiendo, sujetándola firmemente.

Sentí cómo la punta tocó su cuerpo, momento en el que dejo de bajar. Tras un momento en los que me pareció que Marina trataba de acoplar mi polla a su coño, finalmente soltó la mano para apoyarla también sobre la roca. Mi polla sin embargo no se movió. Como me había dicho Marina, me estaba dejando llevar. Ella era la que estaba dirigiendo. Poco a poco, empezó a descender otra vez, sentí que la piel se retiraba y mi polla quedaba envuelta, caliente. Era una sensación extraña, pero excitante. Sentí cómo mi miembro se enterraba dentro de Marina, con poco esfuerzo. Era como si su coño estuviese lleno de lubricante, empapado. Supongo que sería lo normal.

Esta sensación era demasiado para mí. Marina seguía descendiendo, mi polla seguía enterrándose dentro de ella, su coleta cubría mi cara, el olor de su perfume, la cercanía de su cuerpo, su espalda en mi pecho. Sus muslos tocaron los míos, sentí su culo en mi bajo vientre. No podía más. Solté un gemido de placer enorme. Como asustada, Marina se levantó ligeramente, y girando rápidamente la cabeza para mirarme de reojo, dijo:

-No te puedes correr dentro de mí, en cuanto sientas que te vas a correr, avísame.

-Vale –dije como pude, en otro suspiro.

Marina volvió a retomar el movimiento, subiendo, sin llegar a sacarse la polla. Bajaba hasta que su culo tocaba mi cuerpo, y volvía a subir. Mi polla entraba y salía de su coño sin ningún problema. Cada vez subía y bajaba con más velocidad. Sentía que su coño apretaba mi polla, gruesa como era, por lo que la sensibilidad era aún mayor. Siguió su movimiento en el que se metía la polla hasta el fondo, para sacársela casi hasta la punta. Estuvimos un tiempo así. Yo ya estaba en el cielo. La mujer que había estado espiando, me estaba follando sin contemplaciones. Entonces me pareció que Marina soltó un pequeño gemido, que no volvió a repetir.

Sus brazos empezaban a cansarse, y me pidió que la ayudará, colocando mis manos bajo sus muslos. Puse una mano debajo de cada muslo. El contacto con su suave piel era increíble. Al principio intenté poner las manos sin tocar su culo, pero era más incómodo. Al final cedí, y retrasé las manos para ayudar más efectivamente. Casi la totalidad de mis manos estaban sujetando su culo. Ella no dijo nada, seguía subiendo y bajando. Ahora sí que escuché un jadeo más constante por su parte. Jadeaba con cada metida, su coño lubricando para ayudar a mi polla a deslizarse dentro y fuera, mis manos sujetando ya sin rubor su trabajado culo, que golpeaba mi bajo vientre cuando descendía. No podía más.

-Me voy a correr! –dije

Parece que no me hubiese oído, porque siguió bajando y subiendo apasionadamente, jadeando ahora sin disimulo, echando la cabeza hacia atrás, enterrándose mi polla con fuerza todo lo dentro que podía, para subir otra vez. Tuve que repetir que me iba a correr, era como si con todo el movimiento no me pudiese oír. A la tercera vez que lo dije, ya casi corriéndome, se levantó rápidamente y se dio la vuelta mirándome la polla con cara de susto. Estaba algo colorada, y note alguna gota de sudor en su frente.

-Te has corrido!? –dijo alarmada

-No, pero casi –contesté. Era una sensación dulce y dolorosa a la vez. Había parado justo en el momento en el que me iba a correr, por lo que el esperma no llegó a salir.

El jefe se acercó, y mirándome, vio que no me había corrido. Habló en tono agresivo. Hizo gestos con la mano, como diciendo que tenía que correrme. Marina le contestó que no podía ser, a lo que el jefe, visiblemente agresivo, la cogió del brazo, la empujó a la roca, me tiró de ella, se sentó él, y se dispuso a follársela.

-No! –grité, sacando fuerzas de no sé dónde.

Me levanté, cogí a Marina del brazo, y la aparté de él. Inmediatamente unos hombres vinieron.

-Está bien! –gritó Marina con cara asustada, haciéndoles un gesto con el brazo para pararles– Siéntate otra vez en la roca –me dijo mirándome esta vez a los ojos.

El jefe se quitó, y me senté yo. Mi polla seguía prácticamente erecta. Marina se acercó otra vez, se volvió a sentar de espaldas, sujetando mi polla otra vez con la mano. Solo tuvo que pajearla 5 segundos para que volviese a su máxima erección.

-Marina, qué vas a hacer? –dije con voz temblorosa.

Ya con mi polla a plena capacidad, Marina empezó a descender. Mientras lo hacía, giró la cabeza y me dijo:

-Escúpete en la polla lo más que puedas. Sigue lo que yo haga sin decir nada.

Obedecí sus órdenes. Vi que ella también se escupió en la mano, la del anillo. Siguió bajando, sujetando mi polla, hasta que mi polla tocó su cuerpo. Esta vez sin embargo, noté que estaba algo más atrás. Tras unos segundos, oí susurrar entre un sollozo a Marina, un “lo siento”. No creo que estuviese hablando conmigo.

La sensación era diferente. Marina no soltó mi polla, la mantenía agarrada, mientras intentaba descender. No entraba esta vez tan fácil, no entiendo por qué. Miré más detenidamente y me di cuenta.

-Te la estás metiendo por el culo! –dije sorprendido.

-Silencio!! Te he dicho que no hables! No se pueden dar cuenta, tienen que pensar que me estás follando por delante y que te corres dentro por ahí! –dijo violentamente entre los dientes– Voy a poner una mano entre mis piernas, para que no vean bien. Me tienes que ayudar desde ya con tus manos a moverme.

Tras un segundo, reaccioné, y puse mis dos manos otra vez en su culo. Marina tenía una mano por delante entre sus piernas, mientras con la otra sujetaba mi polla, haciendo fuerza para metérsela dentro. Poco a poco, empezó a entrar. Soltó pequeños gritos ahogados de dolor, respirando agitadamente. Yo veía claramente cómo mi grueso miembro entraba, lentamente. Cuando ya estaba casi a la mitad dentro, soltó mi polla y apoyó su mano en la roca. La sensación era diferente. Me apretaba más la polla, y no era tan fácil de deslizar.

Aun así, estaba muy cerca ya de correrme. No llegó a metérsela entera. A poco más de medio camino, empezó a subir ligeramente, despacio. Antes de que se me saliese la polla de su culo, Marina volvió a bajar, también muy despacio. Creo que esta vez los dos éramos vírgenes. Para ella esto era algo imposible. Algo que en circunstancias normales, no hubiese ni pensado hacer. En situaciones de estrés cuando tu integridad física corre peligro, hacemos cosas inimaginables. Marina decidió en unos segundos que la diese por el culo, algo que nunca en su vida hubiese ni pensado hacer, ni siquiera con su marido.

Pero no estaba siendo fácil. Llevábamos casi minuto y medio, y solo se la había metido y sacado dos veces. Marina empezó a llorar, mientras se metía la polla por tercera vez. Esta vez, ya fallándonos las fuerzas a los dos, se dejó llevar y bajó más, entrando mi polla completamente dentro, chocando su culo contra mi bajo vientre y huevos. Marina soltó un grito.

-Córrete ya desgraciado. Tienes una polla enorme, me está matando! –dijo desconsoladamente.

Yo estaba a punto de correrme. Saqué fuerzas de donde no había, la levanté agarrando con fuerza su culo. La dejé caer hasta que mi polla entró a la mitad. La volví a levantar, y cuando volvió a bajar, sentí un calentón en los huevos, mi polla reaccionó violentamente y sentí como expulsaba una catarata de esperma. Con la adrenalina por las nubes, fui yo el que empezó a mover frenéticamente la pelvis, empujando y sacando mi polla con violencia en el culo de Marina. Solté un grito de liberación, y me corrí unas tres veces más. Marina gritó, sonó mitad a dolor, pero me pareció que el grito tenía un componente de placer. Cayó al suelo, quedando bocarriba con su mano todavía ocultando su coño. Mi polla con restos de corrida.

El jefe y otros hombres se acercaron, miraron ligeramente, y empezaron a celebrar, marchando toda la tribu a seguir con sus labores, dejándonos solos a los dos. Parece que se habían creído el engaño.

Yo quedé de pie, respirando acelerada y profundamente. Marina, tumbada a unos centímetros de mí. Respiraba también de forma acelerada, y me miraba a los ojos, sin decirme nada. No conseguía descifrar esa mirada. Era fija, penetrante, extraña. Pasó a mirarme la polla, que aún voluminosa, empezaba a perder la erección. La observó, ya sin ningún reparo ni disimulo. Me sentí intimidado. Otra vez me gustaría saber qué estaba pasando por la cabeza de esa mujer, que podría ser casi mi madre.

(9,11)