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Barbería, Folladero 1 y 2 de Wakandia

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Habían avisado a Cesar que tenía una visita, un amigo de la universidad, ya habían pasado casi veinte años desde que estudiaron juntos, no podía desaprovechar la ocasión de saludarlo, por ese motivo instó al botones que le rogara que esperara un segundo mientras terminaba su entrevista.

—Su edad son 53 años, por lo que veo tiene mucha experiencia en el sector, habla cuatro idiomas, maneja bien la ofimática y es usted universitaria. En una palabra, nos replantearemos su currículum y le informaremos.

—Muchas gracias, tengo puestas muchas expectativas en ese empleo, sé que lo puedo desenvolupar sin problemas, es más, aquí tiene usted mis cartas de recomendación.

—Si claro, en principio tiene usted una buena formación, aunque, insisto, somos quizá en apariencia algo exigentes, pero de ahí nuestra calidad de servicio.

Cesar mandó llamar a su compañero, el cual pudo oír como conversaba con la recién señora encuestada para el empleo y pensó que seguía siendo el mismo de siempre. Entró, el amigo le miró a él, después al despacho y otra vez a él.

—¡Cuánto tiempo Cesar! ¡Esto sí que es un despacho!

—¡Qué sorpresa, pensaba no vendrías! —dijo Cesar mientras se abrazaban de forma efusiva.

—No digas tonterías, tu sabes que te tengo en mucha estima, por eso estoy aquí. Por cierto, veo que no te va mal, sabía que llegarías lejos.

—Solo gestiono el hotel, por algo estudié económicas; y tú, sigues de adjunto en el instituto, supongo, y es que siempre te ha gustado impartir literatura. Por cierto, sabes que está aquí la Merche, la muy lista ha llegado a catedrática en la universidad, pero que no vas a saber, fijo que has venido porque estaba ella —dijo Cesar con acento irónico.

—Ha sido algo de casualidad, aunque la admiro, lo sabes… si, la he encontrado en el hall y se ha sorprendido de verme —dijo en tono disculpatorio.

—Sí, no te preocupes, es la más intelectual, no la conocía muy bien ya que iba tres cursos más adelantada y sé que la admirabas, como hablabais de literatura, ya ves donde está.

—Tú tampoco te puedes quejar, veo que no te va mal, pero no te quiero molestar más, incluso no quería entrar, me he dado cuenta de que tenías entrevistas con gente, incluso he podido hablar con esa señora que esperaba afuera, es todo nivel por la breve conversación que he tenido con ella, me ha contado sucintamente sus metas mientras esperaba que la llamarais y es que se notan las cualidades de una persona con estudios; por no ir más lejos, la que… por cierto aún espera, la jovencita esa, algo descolocada y desabrida, me he dado cuenta al ver de soslayo su curriculum, apenas se podía leer lo escrito. Pero bueno, me estoy poniendo en plan viejo cascarrabias y cotilla, ruego que me disculpes.

—Para nada José, para eso somos amigos, y sí, aquí pedimos mucho nivel, no te quepa duda, por eso hacemos estas entrevistas y solo pasan el corte los más preparados y avezados. En cuanto a la chica de afuera, comprenderás que tengo que tener esa deferencia con la gente, aquí en este país ya se sabe que el nivel de parámetros culturales no es como el nuestro. Me debo al altruismo hacía esa gente y darles información para que algún día tengan una oportunidad en nuestra empresa. Bueno, después nos vemos en el bar —dijo Cesar dándole unas palmadas afectuosas.

A Cesar le fue entregado el curriculum de dicha chica que esperaba afuera, la cual su edad era de 18 años y en profesiones anteriores constaba “kamarera, friegaplatos, cosina y mujer de la limpiesa” constando al final “kiero trabajar de relasiones publicas, no tengo esperiensia aunque si muchas ganas”. Entró, era rolliza de baja estatura lo que hacía destacar más esos abultados pechos desmesurados para su edad; llevaba el pelo desordenado y teñido de rojo, lo que hacía juego con sus generosas mejillas rosadas. Tomo asiento ante Cesar, sus movimientos eran desgarbados, al apoyar las manos en la mesa pudo observar que eran pequeñas y regordetas con unas uñas pintadas de color negro, lo que le daba esa apariencia rara y de desorden de la moda. Cesar una vez sentada la escruto con la mirada sin decir palabra; ellas se movió con brusquedad y nerviosismo. Solo tras un silencio:

—Bu… bu… buenos días… yo vení… venía, por lo del empleo ese de relasi… relasi… perdón, relaciones públicas —dijo al final con la respiración más calmada y la mirada inofensiva.

—¿Talla de pecho? —pregunto Cesar.

—¿Co… com... cómo dice? Perdón, no he oído bien —responde ella algo descolocada.

Cesar se quita las gafas y las limpia con un Kleenex con parsimonia y se las vuelve a colocar y con los ojos muy abiertos tras las gafas recién limpiadas dice:

—¡Que tienes unos melones muy grandes para ser tan joven! —y rompe a reír a carcajadas.

—Uso una 110 D —dijo arqueándose y marcándose más a través de la camiseta roja que llevaba enfundada en la cintura de sus raídos vaqueros.

—Anda, ¡enséñamelas, libéralas!, me pica la curiosidad.

Algo desconcertada la chica se levantó, se sacó la camiseta de dentro de los pantalones y la subió hasta encima de su sostén dejándola en el cuello, quedando a la vista dos pechos voluminosos enfundados dentro del sujetador.

—¡Súbete el soporte, la virgen! —dijo refiriéndose al sujetador.

Una vez levantado salieron dos protuberancias mamarias, como si fueran expulsadas cayeron rebotadas sobre su vientre, eran semejantes a dos peras enormes con unos pezones grandes en su parte baja.

—¡La hostia puta! Vaya dos torpedos que me gastas tan joven. Levántalas y las bamboleas.

La chica disciplinada empezó a moverlas en vaivén de un lado para otro siendo compactas y blandas a la vista de Cesar.

—¿Has hecho nunca una cubana?

—No sé qué es…

—Siéntate otra vez y estrújatelas —dijo Cesar al mismo tiempo que se desabrochaba el cinturón.

Una vez sentada, con los pechos juntos pudo ver como Cesar estaba delante de ella con el pene completamente erecto y se lo sacudía. Se agacho e introdujo el pene por la parte baja hasta quedar encajada contra el esternón y oprimida por las ubres. Empezó un sube y baja con golpes de ingle.

—Oh, oh, oh… esto está algo seco, babea un poco encima de ese glande que te sale por arriba, esto funciona como un motor, debe tener lubricación.

La chica babeo encima, los movimientos de Cesar se volvieron más rápidos, parecía un conejo, pequeñas tacadas hasta que se ponía de puntillas. Jadeaba, ronroneaba.

—¡Bambolea de arriba abajo, no tardaré en correrme!

Las manos de ella subían y bajaban dando impulso a sus pechos.

—¡Cuando salga la primera descarga que ya no tardará, no quiero que pares, sigue hasta que te diga basta!

Nada más decirlo salió la descarga de semen con mucha propulsión impactando en el ojo derecho de ella, la segunda le alcanzó los labios y en el crescendo la barbilla y cuello escurriéndose en la canaleta de sus pechos y donde aún estaba situada la polla de Cesar. El cual lanzo un bufido de búfalo y quedose estático mientras ella seguía con los movimientos. Al apartarse de su cara y pechos estaban embadurnados de leche. Cesar se acercó y le lamió la cara recogiendo en su boca su semen y después le dio un morreo con lengua haciendo el traspaso de mercancía hasta la boca de la chica. Se subió los pantalones, se puso tras su mes y tiro los Kleenex a la chica.

—Admitida, la semana que viene empiezas.

José, la citada Merche y su marido ya se encontraban en el bar cuando Cesar fue a saludarlos, su charla era de tono literato, al percatarse de la presencia de Cesar hicieron las correspondientes saludaciones. Recordaron viejos tiempos universitarios y Merche les presentó a su marido, un señor que rebasaba la cincuentena, erudito y también catedrático el cual pintaba con las manos su charla de corte intelectual. Cesar les enseño las instalaciones, haciendo hincapié que como gestor del complejo era un gran reto, el lugar lo merecía e intentaban inculcar al personal empatía hacía sus clientes. Constaba de un hotel, jardines y una piscina de proporciones considerables, en la cual terminaron el recorrido.

—Aquí tenéis lo necesario para relajaros y si necesitáis nada, solo tenéis que pedirlo —dijo Cesar en tono servicial— Sé que es algo opuesto de donde venís, pero os gustara.

—Tengo entendido que hay bastante naturaleza en los alrededores —dijo el marido.

—Sí, y no solo eso, también podéis disfrutar de la playa arenosa y sus dunas —contesto Cesar.

—Mi marido quiere coger unos apuntes para unos estudios, mañana sin falta le gustaría dar un paseo —dijo Merche.

—Claro que sí, no hay problema, podrán ir.

—Aunque yo bajaré a la playa, me apetece tomar algo el sol —contesto Merche.

—Como queráis, yo pensaba ir con mi amigo José, a ver si le encontramos pareja —dijo con acento irónico Cesar.

—La playa por lo que he leído se presta a observaciones literarias, ese lirismo visual provoca en la mirada esa… —dijo con acento intelectual José.

—¿Por dios! Estáis de vacaciones… ¡Disfruta la estancia! —dijo Cesar.

—Cuánta razón tienes, relájate algo —dijo Merche.

Tras el recorrido se fueron a las habitaciones, el marido de Merche se quedó en la habitación excusando que le apetecía leer los clásicos, su personalidad intelectual y docta en esa materia le llevaba a privarse de otros placeres, en pro de cultivar su creatividad literaria. En tanto que Merche con su pareo accedía al recinto de la piscina. Su físico alto, de pechos grandes, algo amuslada, pero con ese tipo de trasero marcado y algo salido le daba elegancia femenina. Rubicunda y pecosa, tenía la piel muy blanca. Se tumbó en una hamaca, pidió un cocktail y saco uno de sus libros de filosofía. Los chapoteos de la piscina resonaban en el recinto, el sol estaba en todo su esplendor, el olía a cremas solares y cloro de piscina. Al poco rato tenía compañía (se trataba de otra mujer de rostro enjuto e incorpórea amanerada en sus movimientos con un bikini no acorde con la madurez de su edad ya que de apariencia habría rebasado la cuarentena hacía tiempo) no muy lejos de ella. Se acicalo el pelo y se tumbó en la hamaca abriendo una revista de moda. No tardó en llegar el que en apariencia era su marido con una cerveza y una barriga bien presente para decirle que no aguantaba el calor y que iba a la habitación a echarse una siesta. De soslayo miró a la Merche.

—A mi me encanta el sol, en cambio mi marido no lo aguanta —dijo en tono de confidencia al mismo tiempo que se ponía las gafas oscuras.

—Sí, suele pasar…, el mío también prefiere quedarse en la habitación —contesto la Merche.

—Llevamos ya una semana, me gusta lucir el moreno, si se pudiera conservar todo el año —dijo con acento de coquetería juvenil.

—Nosotros hemos llegado hoy —dijo Merche algo molesta por la conversación.

—Mi marido prefiere el yate de su socio, pero a mi me aburre, son tan aburridos, solo piensan en comer y hablar de negocios. Yo soy más de desconectar —dijo en tono arrogante—. ¿Has visto ya las tendencias para este invierno?

—No, la verdad es que soy muy clásica en este aspecto.

—A mi me encanta, de hecho he pedido consejo a una modista reputada. A qué te dedicas? —preguntó con curiosidad.

—Docencia, soy catedrática.

—A mí me aburren los libros, no sé cómo podéis enfrascaros en esos tochos, prefiero las novelas rosas y las revistas de cotilleos, son más divertidas.

—Sí, bueno…, como comprenderás…

—Perdón, no te molesto más…

Había perdido su concentración en la lectura a causa de la latosa relamida que tenía al lado, para más pesar empezaba a venir más gente estridente. Pensó que no era mala idea ir a la playa, aunque no de manera tan descarada dejando entrever que le molestaba la presencia de la señora, aunque bien mirado no sabía ni por qué se preocupaba por tan banal situación. Justo cuando estaba en esas introspecciones personales hizo la aparición ante ellas el clásico chulo piscinas; alto, joven de no más de 25 años en apariencia, de piel caoba, mirada transversal retadora a través de sus gafas de espejo, paso largo empleando toda la planta del pie; se quitó su camiseta procurando que todos sus ademanes fueran flexionados para destacar sus nervudos miembros, para después seguir con los pantalones cortos, dejando a la vista un tanga con estampado de cebra con dos tirantes hasta el cuello, lo que hacía que su paquete resaltara de forma descarada. Desvergonzado y sin pudor pasó delante de ellas hasta zambullirse en la piscina en un elástico movimiento con giro en el agua y otra vez la mirada hacía ellas.

La contertulia latosa se quedó muda, en apariencia admirada por el ejemplar. Empezó a toquetearse el pelo teñido de rubio con ademanes nerviosos. Se levantó sin apenas saludar y permanecer delante de la piscina disimulando descaradamente. El fastuoso macho daba brazadas a lo largo de la piscina como si batiera el récord mundial de los cien metros, para cuando llegó al final volver a acechar con la mirada cual era la pieza a cobrar. Viéndola de pie como si buscara algo con la mirada divisó el objetivo en la vecina pomposa y en un ladeo de cabeza hizo una especie de indicación al mismo tiempo que salía del agua. Caminaron por caminos divergentes hacía la playa.

—Señor director, tengo que consultarle una cuestión importante —dijo el botones a Cesar.

—¿Qué te pasa tan nervioso?

—¡Se han levantado a la mujer del de la 503, la petarda esa! ¡Ya se la lleva! ¡Sé que es lo normal, pero el marido baja a la piscina!

—¡Cago en dios! ¡Abra que distraerlo, bajo para la piscina enseguida! ¿Dónde la lleva?

—Al folladero 1, al más cercano, entre las dunas de la playa.

José, que en esos momentos acompañaba a Cesar estaba atónito, asombrado no pudo más que dar su impresión.

—¡No me lo puedo creer! ¡Y tú te prestas a ese juego!

—Mira, José, la cosa no es lo que parece, el servicio está incluido, no de manera directa en nuestra oferta, sé que no es políticamente correcto, pero la propiedad es la que manda y hay que hacer lo que se le ordena a uno —aclaró Cesar.

—Todo esto en tan cutre y hortera…, no tengo palabras —contesto José.

Merche vio como Cesar entraba al complejo de la piscina acompañado de José, ante más agobio opto por dar un paseo sobre la playa y desconectar un poco del bullicio. La caminata le fue agradable, la brisa marina le daba esa sensación de plenitud. No había mucha gente, pero aun así opto por adentrarse en las dunas colindantes a la playa. No paso mucho tiempo al llegar a la loma de la duna, olía a mar y salitre, el sonido de las olas se mezclaba con un ligero sonido de persona, jadeos en apariencia, los cuales provenían de la parte baja a la otra parte de los matorrales. Picada por la curiosidad se acercó y vio lo que suponía de antemano: el gigolo de la piscina y la mujer que había visto en la piscina. La estaba montando, pudo ver como la bombeaba con mete-sacas sonoros y eléctricos, su culo mulato subía y bajaba en vaivén con giros circulares para empotrarla una y otra vez; ella jadeaba, arañaba su espalda y le oprimía las nalgas abrazando su espalda con sus piernas en un éxtasis continuo, ronroneaba y en suspiros entrecortados pudo oír palabras como “sí, no pares, que bueno eres, dame más, más, más”, no tardando en rectificar su posición y colocando las piernas de ella sobre sus hombros.

Ahora si tenía una plena visión de los testículos y el pene cuando entraba y salía de la vagina, tal era la intensidad de su empuje que en cada penetración las nalgas de ella se hundían en la arena. El miembro salía viscoso, los testículos colgaban bamboleantes en cada final de tacada; por la respiración entrecortada y los estertores dedujo que la culminación del coito estaba tocando a su fin. Fueron las últimas penetraciones las más intensas y potentes, sus nalgas se contrajeron cuando dejo su pene clavado dentro y rugió como un toro bravo en señal de que había vaciado dentro. Ella emitió un suspiro quedando paralizada.

El autobús les llevaba al pueblo cercano, la excursión turística era para dar a conocer las costumbres del país, José, aún consternado por la actitud de Cesar del día anterior no dejaba de pensar en ello. Las mujeres estaban charlando de las compras que iban a realizar, el cambio de moneda era propicio y les salía muy a cuenta. Por otra parte los hombres hablaban del estadio de fútbol y el pequeño casino, así como las licoreras. Extrañado José, por la obsesión de su vecino de asiento para poder ir a una peluquería, ya que mostraba una buena calva. Habían mantenido una pequeña charla con el señor, contaba unos cincuenta y pico largos de años, era ingeniero y su mujer había preferido quedar en el complejo, así como la Merche y su marido. Cesar le aconsejo el recorrido por la localidad. El ingeniero no paraba de mirar por la ventanilla al llegar, sus facciones se volvieron firmes y vivaces.

Llegaron a la localidad, olía a fritangas, ese día el mercado estaba abarrotado. José iba tras el vecino del autobús intentando entablar conversación, le había hablado de su trabajo, sus merecidas vacaciones. Sus pasos eran rápidos no paraba en mirar los souvenirs y productos de la región. Al final de la calle el señor como un autómata giro hacía el letrero de peluquería. José pensó que dadas las circunstancias podría cortarse un poco el pelo, se lo comentó, contestó él con un “no lo lamentara”. Al entrar por el portal vio que el señor no estaba más tranquilo, pero si más alegre. Fueron recibidos por una señora gorda y vivaracha, aprestándoles a decirles que servicio querían y sin más dilaciones José le dijo que un afeitado. Como si le explotara en la boca el otro señor exclamo que quería el servicio completo. Entonces fue llamada una joven bajita de aspecto aniñado y invitó al señor a pasar a través de una cortina. Y sin más dilación entró apresurado. José pregunto en tono ingenuo que tipo de corte o esteticien se hacía que tan apresurado había entrado el otro. Le dijo que su hija hacía servicio especial, que si quería verlo podía observar, pero tenía que quedar entre ellos. Picado por la curiosidad accedió y a través de un agujero en la pared que le indico la señora, excusándose que dicho agujero estaba por si había problemas, no se pensara mal, eso sí, por eso le pidió un dinero extra. Por no discutir José abono el importe.

Era una pequeña sala con un butacón como el de un dentista, vio que el señor se había quitado los pantalones y los calzoncillos junto los zapatos. Sentado presentaba una erección considerable y apreciable a su vista ya que se posiciono con sus piernas sobre los reposabrazos como si de una embarazada ante un ginecólogo se tratará. Con sus testículos peludos colgando y su pene erecto esperaba. Apareció la chica con pantalones de chándal y camiseta, llevaba una botella de aceite corporal y le impregnaba su miembro al mismo tiempo que preguntaba:

—¿ Cómo lo quiere?

—Cúrralo todo niña, pon ganas en la parte del ojete, aunque no olvides de trabajar las bolas y el fierro.

El aspecto del señor en esa posición con las piernas levantadas y los calcetines puestos impresionó a José. Pudo observar que la chica empezó a aplicar un leve pajeo de arriba abajo unidireccional, para después pasar a pajeo con volteo circular de pene, como si fuera el mando de una vídeo consola. Los ojos del ingeniero se volvieron estrábicos, sus manos intentaron tocar a la chica, la cual algo molesta dijo “a ver si se creía que era una puta”. Ante tal actitud no sabía qué hacer con sus manos y agarraba sus propias piernas. Pasó la chica a frotar su glande y después agarro la bolsa testicular y la apretó por su parte alta quedando marcados y tensados los huevos. Empezaron los bufidos y pequeños suspiros por parte del ingeniero. Volvió a coger el aceite y le impregno la parte de su ano para después introducirle un dedo hasta el tope. En esa posición empezó a pajearlo una vez más. Empezó a berrear de gozo:

—¡Sí!...¡si!… ¡si!… ¡Así!… ¡si!… ¡Qué gustazo! ¡oh! ¡oh!…

—¿Gusta usted que acabe así?

—¡Usa la boca! ¡Usa boca antes de que descargue!

Empezó lengüeteando el glande, bajando al tronco, una vez en los testículos los absorbió uno por uno, lo miraba a los ojos, el ingeniero se retorcía de gozo, volvía a berrear de forma sonora y estridente. Bajo hacía la zona anal y lamió el ano.

—¡Oh!… ¡Oh!… ¡Sigue!… ¡No pares!… ¡Cómelo más!

La chica le abrió las nalgas y metió su lengua a fondo de manera que su nariz quedaba aplastada con el escroto. La iba sacando y metiendo a fondo una y otra vez.

—¡Come!… ¡come!… ¡Come culo!…

Empezó a asomar una gota de semen, después un leve hilo se deslizó por su tronco y un lanzamiento a chorro que le llego a la barbilla del mismo ingeniero, seguido de otro a la altura de su ombligo. Emitió al mismo tiempo un rugido gutural de alivio.

Ya de vuelta y llegando otra vez al complejo hotelero el ingeniero se mostró más parlanchina, edulcorado y reactivado. Una vez que ya llegaron vio como una señora de su misma edad se abrazaba a él y le anunciaba que había reservado una mesa para toda la familia.

A la mañana siguiente comían los cuatro juntos —Merche, su marido, José y Cesar —; el marido de Merche divagaba sobre lo que posiblemente sería un pequeño libro sobre el lugar, daba según él esa vertiente lírica y esa misma tarde la víspera de su partida la emplearía en analizar mediante el terreno algunos pasajes. Por su parta Merche la ocuparía en tomar el sol.

Una vez levantados de la mesa José y Cesar se tomaban una copa en el bar.

—Espero que no me guardes rencor, pero comprende que las circunstancias y mi gerencia condicionada de la empresa —dijo Cesar.

—No te reprocho nada, solo que no sé cómo te prestas a ello, eso de tapar la coartada de una mujer frívola invitando a beber a su marido y encima se te veía tan real, no me cabe en la cabeza. No sé qué impresión le habrá dado a Merche y su marido esto. En el mercadillo ayer, sin ir más lejos… Es bochornoso. Lo siento por Merche, vale tanto, no está acostumbrada.

La Merche acostada en su hamaca observaba el bullicio de la piscina, ese olor a cloro, el sol le cegaba, no podía tomar mucho el sol sus pecas se remarcaban más. Tenía un cuerpo protuberante, macizo aún su sedentarismo. No tardo en irrumpir en escena y otra vez colocándose en el mismo lugar el chulo piscinas de la otra vez. Con la penetrante mirada de cazador a través de sus gafas de cristales de espejo le hizo un ademán con la cabeza a modo de saludo. Volvió a su ritual y se volvió a despojar su camiseta para quedarse con su tanga de tirantes, para coger carrerilla y en carrerilla lanzarse en la piscina. Una vez allí su vista volvió a evaluar las posibilidades mirando a Merche. Hubo cruzamiento de miradas y en un ladeo achulado machote le hizo una indicación.

La inteligencia humana no comprende la continuidad absoluta del movimiento. Las leyes de un movimiento cualquiera solo son comprensibles para el hombre cuando examina de forma separada las unidades que lo componen. Pero al mismo tiempo la mayoría de los errores humanos emanan del hecho de aislar de un modo arbitrario, para observarlas aparte, las unidades separadas del movimiento continuo.

En ese mismo momento el botones corría hacía el despacho de Cesar.

—Oiga tengo que decirle algo —dijo el botones con la respiración entrecortada.

—¿Qué te pasa tan nervioso otra vez?

—¿Se… se… se han levantado a esa señora que usted conoce, la…!

—¡¡No Jodas!! ¿Pero llevan intenciones? ¡Si es así no me lo pierdo!

—¡Pinta jodienda con la señora esa que conoce, la orgullosa, la relamida!

—¿Dónde te parece que van?

—Fijo que en folladero nº2 el más apartada. He visto como ella iba tras él; ¡La jodida tiene hasta pecas en culo! ¡Lo dicho, casi seguro que se la va a trajinar en el 2!

José, estaba tendido en la arena a pocos metros el ingeniero y su mujer, le había saludado, mal que le pesara, no le caía muy bien desde lo de la excursión del autobús. Miraba al cielo cuando vislumbró a Merche que caminaba como sonámbula en dirección a las dunas. Se levantó para ir a saludarla, en ese instante ya tenía detrás al ingeniero.

—¿Habrá suerte?… Creo que sí, el jamelgo se levanta muchas —dijo el ingeniero.

—No sé a qué se refiere —dijo en tono de confusión José.

—No me diga que no ha visto el piel de ébano que va delante de ella —dijo el ingeniero apuntando con la mano hacía el horizonte —. Desde luego está brava la jamona que va tras el podenco, algo pecosa, pero ya verás…

—No malinterpreta las cosas, ella… ella… no es de esa clase baja de gente —respondió en tono molesto y airado José.

—¡Ja, ja, ja! ¡Ahora lo veremos!

Caminaban por la empinada duna, ya no se vislumbraba a Merche, estaban algo desorientados; José se desentendió del ingeniero y quedo rezagado no le gustaba su presencia, vago solo entre las dunas una media hora. De pronto, al bajar otra loma de la duna vio como el ingeniero estaba algo agazapado y mirándolo le dijo:

—¡Ves! Qué te decía yo, incluso el cabrón sabe que lo estamos mirando, mira como ladea la cabeza.

Estaba en lo cierto el ingeniero y era natural que un hombre que no conoce el funcionamiento de una máquina humana como era el caso y creía que al verla en actividad se resentiría, pero se retroactivo y le dio ese plus de actividad. Era consciente que tras él lo estaban observando y arriba, agazapado el José era otro espectador.

Merche arrodillada mamaba el manubrio, sacado por un lado del bañador de tirantes los testículos estaban ladeados y en miembro apuntaba de frente la boca de Merche, la cual intentaba abarcarlo sin poder abarcarlo todo. Entonces, al sentirse observado el chulapo empezó cañoneo bucal, atenazándola por la nuca y empujando hacia adentro hasta que todo el cipote era engullido. Salía espuma por la nariz de la Merche, salivaba y babeaba; sus mejillas estaban hinchadas como globos. Era una especie de huracán en su boca, solo podía respirar por la nariz, se atragantaba. El macho sequía erguido y achulado. Viendo que la Merche no podía mamar más le dio un descanso en el cual se cogió sus testículos ladeados y se los hizo comer y lamer.

Cesar oteando desde arriba pensaba que un hombre, (ese gigoló que le aplicaban una mamada, o bien podría decirse que le follaba la boca) siempre que se movía adjudicaba una meta a su movimiento. José sabía que ni siquiera se había quitado el bañador y ella aún estaba con el suyo puesto; pero era una señal de hombría y varonilidad por parte del chulo.

Una vez acabada la lamida de huevos con una inusitada energía y velocidad despojo del bañador a la Merche (Facilidad encomiable ya que no llevaba bikini, sino un bañador de una pieza) quedando desnuda al completo al mismo tiempo que daba vueltas alrededor de ella.

—¡Dios, como la chulea! —Exclamo el ingeniero agazapado.

—Yo, yo… yo… me… iré. Nunca hubiese imaginado… —respondió José.

—¡Ni se te ocurra! Vas a levantar la pieza. ¡Ni te muevas! —ordeno el ingeniero.

Merche estaba desnuda con sus generosos senos algo caídos; era una mujer ajamonada, pero no flácida, su culo era marcado, sus pecas ocupaban la mayoría de su cuerpo. Fue tumbada en la arena y abiertas sus piernas, aplicándole un cunnilingus veloz. El gigolo se arrodillo en el suelo y la miró con un matiz de marcialidad y la mirada fija en ella le levantó las piernas hasta sus hombros. Alineó la dirección coño-polla y la penetro de una tacada dinámica, potente y decisiva dejándola clavada hasta el fondo para después pasar a un cañoneo constante. Fue follada a propulsión y no tardo en convulsionar entre jadeos y dejándola a medio correrse y en voltereta estática circular semiesférica a polla sacada y erecta la posiciono en cuatro patas con una inmediatez impresionante para empezar a cañonearla por atrás y en un reflejo autoestático posicionado alineó la polla con el ano y la clavo de forma sonora. En esta posición y la Merche cogida del pelo y con muecas de dolor, pero placer al mismo tiempo le cañoneo el culo. Merche no tardo en venirse hasta tal punto que orinó al mismo tiempo. Entre ronquidos de toro y aullidos de tigre el gigoló saco su polla y en otro movimiento acrobático (circular esférico otra vez) alcanzo la boca de ella y descargo al mismo tiempo que la dejaba un rato dentro de la boca hasta el punto que Merche le entraron arcadas.

Era el día de la despedida, Cesar les dio el buen viaje y que volvieran pronto. En un aparte mientras el marido de Merche y José recogían las maletas la Merche le dijo “ha estado muy bien, pero no es lo mío estos ambientes, soy más de ciudad. Entonces Cesar contesto. Qué más quieres TE HAS IDO FOLLADA Y CULEADA.

 

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