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Gracias por la sorpresa, Amo (2 de 3)

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El maldito despertador me arrancó de mi erótico sueño con Amanda. Al extender mi brazo para apagarlo vi que en la mesilla estaban las bolas chinas de mi sumisa, y de pronto imágenes de la noche anterior colapsaron mi cabeza. Pensar en todo aquello me provocó una tremenda erección y me hizo desear que mi perrita estuviese allí para saciar mis necesidades.

Me metí en la ducha y conseguí calmar algo el calentón, pero seguía pensando en ella... mi musa... A pesar de ser yo el amo, ella me atraía como un imán de quinientas toneladas, invadía mi mente y protagonizaba todas mis fantasías.

Una vez trajeado y perfumado bajé al restaurante del hotel. Mis tres socios ya estaban desayunando y al verme comenzaron a gastar bromas y darme palmadas en la espalda.

- Hombre, Javier... ¿qué?, habrás dormido bien ¿no?, menudo bombón subió ayer a tu habitación...

No pude evitar ponerme colorado y sonreí sin regalarles ningún tipo de comentario, lo que hizo que desistieran en su afán por obtener detalles.

A la hora señalada estábamos en la entrada de nuestra empresa objetivo, tras conocer sus instalaciones y funcionamiento decidiríamos si franquiciarla o no.

Cuál fue mi sorpresa cuando vi que la persona que nos recibió no era otra sino... ¡Amanda!. Fue saludándonos uno a uno y, al verme, su sonrisa quedó petrificada. Nos dimos la mano y ella volvió a ocupar su puesto de guía. Llevaba un traje rojo de falda y chaqueta y el pelo recogido en una coleta alta. Observé que mis compañeros se daban codazos entre ellos, pero ninguno la reconoció.

Su forma de comportarse, nueva para mi, hizo que la viese de otra manera, se mostraba segura y fuerte, y aquello, lejos de desagradarme, me excitaba sin remedio.

A media mañana nos ofrecieron un lunch y decidí aprovechar la ocasión para acercarme a ella. La llevé hacia una parte más tranquila de la sala y conversamos disimuladamente.

- Anoche te dejaste algo en mi habitación... – le susurré.

- Sí, bueno... imagino que tendré que volver a recogerlo... – contestó disimuladamente.

- Efectivamente, esta noche a las diez, ¿entendido?

Me miró y contestó un "sí" seco mientras se volvía hacia la mesa. Yo la cogí del brazo y le dije enfadado:

- Sí, ¿qué?

Ella me miro con ojos desafiantes, sus mejillas se encendieron de ira al ver que los demás nos estaban mirando, y soltándose de mi mano bruscamente contestó:

- Sí... amo.

Se dirigió hacia mis socios y con una amplia sonrisa les invitó a pasar a la sala de juntas. Durante la reunión fui incapaz de apartar mi mirada de ella, los demás ojeaban los informes y observaban con atención las imágenes que aparecían en el proyector. Yo me moría de ganas de que llegasen las diez de la noche.

Cuando terminó la visita, Amanda nos despidió con un apretón de manos, yo tenía preparada en la mano una nota que le pasé disimuladamente, en ella le decía: "Veo que aún eres demasiado rebelde, por lo que esta noche tendré que continuar con tu doma. Trae tu maletín de sumisa, vas a saber de lo que es capaz tu amo."

A las diez de la noche estaba esperándola ansioso en la habitación del hotel. Dejé la puerta entreabierta y me metí en la bañera, había llenado el cuarto de baño de velas. Enseguida sentí sus tacones recorriendo lentamente la habitación.

-Perrita, desnúdate y ven aquí – le ordené desde la bañera.

Amanda apareció como una alucinación en la puerta del baño, las llamas de la velas se reflejaban en su morena tez y aún llevaba el cabello recogido en una coleta alta, dejando al descubierto su esbelto cuello y sus tersos hombros. Se desnudó y poco a poco fue introduciendo su cuerpo en la bañera. Quedamos sentados frente a frente, su mirada no era tan sumisa como en las anteriores sesiones, me miraba fijamente, desafiante. Llevé mi mano por debajo del agua hasta su coño y sentí deseos de follarla allí mismo.

-Ponte a cuatro patas y enséñame el culo, perra.

Su terso culo quedó ante mi, cubierto de agua y restos de espuma. Cogí el consolador de goma que había preparado y se lo metí violentamente por el culo. Lo saqué y lo volví a meter una y otra vez. De su boca no salía gemido alguno y aquello me ponía nervioso, así que le propiné un par de azotes. Seguía con la boca cerrada y decidí cambiar el consolador por mi polla. Me puse de rodillas y se la metí de una estocada. Mis huevos chocaban contra su concha con cada embestida, yo la tenía agarrada por las caderas para moverla a mi antojo. Cogí el consolador y se lo metí por el coño. En otra ocasión aquello le habría hecho gemir de placer, pero seguía totalmente muda. Le propiné unos cuantos azotes, esta vez con más fuerza, su piel comenzaba a enrojecerse. Le agarré de la coleta y la follé salvajemente. Cuando sentí que iba a correrme le saqué la polla y le ordené que se diese la vuelta. Quedó a cuatro patas, con mi verga apuntándole a la cara. Le di una suave bofetada para que entendiese la indirecta pero se mantuvo inmóvil. Le agarré de la nuca y me follé su boca como un salvaje. Me miraba fijamente mientras su lengua se mantenía inerte, deseaba tanto que reaccionara que le di un par de bofetadas. Le agarré de la coleta y tiré de su cabeza hacia atrás sacándole mi verga de la boca, entonces me la empecé a menear en su cara y cuando me corrí llené de leche su preciosa carita. Sin soltarle de la coleta metí su cabeza debajo del agua para limpiar su cara. Aclaré mi cuerpo con agua caliente y el suyo con agua bien fría. Sabía que aún tenía el consolador metido en el coño así que dirijí el chorro del agua fría hacia su clítoris, era una especie de castigo por su frialdad. Sabía que me encantaba oirle gemir y había recibido su castigo por no intentar agradar a su amo. Sequé su cuerpo tembloroso con una toalla y le ordené que me siguiese a cuatro patas.

Me tumbé boca a bajo en la cama y le ordené que me diese un masaje. Ella abrió su maletín y cogió un tarrito con aceite esencial, se untó una generosa cantidad en las manos y fue amasando dulcemente todo mi cuerpo. Cuando llevaba unos cuantos minutos a merced de sus manos sentí que un placentero sueño me embriagaba...

No se cuánto tiempo había pasado cuando me desperté. Al intentar incorporarme me percaté de que estaba amarrado a la cama. Tenía las muñecas y los tobillos atados a cada extremo de la cama con los pañuelos de seda que solía utilizar para atar a Amanda. Giré la cabeza hacia ambos lados con nerviosismo pero a pesar de sentir su presencia no conseguía ver a mi esclava.

-¿Dónde estás Amanda? ¿Por qué haces esto?

Sentí sus pasos y se colocó a un lado de la cama para que pudiese verla. Se había puesto su traje de sumisa, un vestido negro con una cremallera en cada costado. En las manos llevaba el consolador con el que le había sodomizado yo antes en la bañera. Me miró con gesto altivo, de la misma manera que lo hizo por la mañana cuando le exigí que me llamase amo.

-Suéltame, eres una perra demasiado rebelde, no se qué voy a hacer contigo...

-Lo siento amo... pero esta vez voy a ser yo la que te va a castigar a ti...

-¿Qué? Estás loca...

-No voy a consentir que vuelvas a poner mi imagen profesional en evidencia. Soy tu perra, pero en los negocios no admito amos, ¿entendido?

-Mmmmmmmm... me vuelves loco perrita... – contesté sonriendo – está bien, respetaré lo que me estás pidiendo. Venga, suéltame.

-No, antes necesito estar segura de que lo has entendido...

Se acercó a su maletín de sumisa y cogió un tarro de vaselina. Estaba tirado en la cama a su merced, con las piernas y los brazos en forma de aspa, y comencé a ponerme nervioso.

-¿Qué vas a hacer puta?. No hagas ninguna tontería o tendré que ser realmente severo contigo, sabes que puedo ser el más cruel de los amos...

-Sí, lo se... Pero yo puedo ser la más rebelde de las esclavas...

Me untó completamente el ano de vaselina y colocó la punta del consolador en la entrada. Yo apretaba el culo todo lo que podía, pero lo había lubricado tanto que me consiguió meter el consolador hasta el fondo. Cogió tres cojines y me los puso debajo de las caderas, entonces vió que estaba empalmado y me dio un azote en el culo.

-Veo que voy a tener que ser realmente dura contigo para que me entiendas...

Volvió a abrir el maletín y sacó las pinzas con las que suelo castigar sus pezones. Me colocó una en los huevos y otra en el capullo. El dolor hizo que gritase y la insultase como un loco, entonces me agarró del pelo y me susurró al oído.

-¿Sabes para qué sirve esa mordaza que tengo ahí... amo?

Inmediatamente cerré el pico y asentí con la cabeza, no tenía ninguna curiosidad de saber lo que se sentía con aquella bola metida en la boca. Al ver mi reacción tan sumisa, me soltó el pelo y me dio una palmadita en la cabeza.

-Mucho mejor así... amo...

Cerré los ojos intentando amortiguar el dolor, y de pronto sentí que algo recorría mi cuerpo. Era la fusta de siete puntas, el corazón comenzó a latirme a mil por hora, no podía creer lo que estaba pasando. Cuando sentí el primer fustazo en mi nalga tuve que apretar mi cara contra la almohada para no gritar. Continuó castigándome la espalda y las piernas, a pesar del escozor la situación estaba comenzando a excitarme de verdad. Deseaba soltarme y follar a mi esclava como un animal. De pronto los fustazos cesaron y sentí que mis huevos y mi capullo eran liberados de las pinzas. Entonces Amanda se sentó con las piernas abiertas en la almohada, ofreciéndome su delicioso coñito, me lo restregó por la cara y yo comencé a lamerlo y succionarlo con ansiedad.

-Amo... deseas correrte ¿verdad?

-Sí...

-Prométeme que no volverás a hacerlo...

-Te lo prometo.

Me dio un cálido beso y se deslizó hacia mis tobillos para desatarlos. Quitó los cojines de debajo de mis caderas y giró mi cuerpo boca arriba, de tal forma que mi miembro miraba al techo desafiante y mis brazos se cruzaban por encima de mi cabeza.

Comenzó a repartir besos por todo mi cuerpo, el cuello, los hombros, el pecho, el abdomen... me lamió las ingles haciendo que mi verga buscase desesperada su boca. Muy lentamente sus labios fueron dando paso a mi polla, se ayudaba de las manos para acariciarme los huevos y apretar la base del pene. Yo estiraba el cuello hacia delante para ver la deliciosa vista. La mirada de Amanda volvía a ser tierna y sumisa. Jugaba con su traviesa lengua por mi capullo, mis huevos, mi perineo... Cuando vió que mi polla se convulsionaba sacó la lengua y sin parar de menearla recogió toda la leche como una perrita buena.

Inmediatamente después de correrme desató mis muñecas y aguardó en posición de sumisa mi reacción. Yo masajeé mis muñecas y la miré intentando decidir qué hacer. Miraba hacia el suelo, arrodillada al pie de la cama. La verdad es que no podía creer de lo que había sido capaz aquella pequeña zorra. Lo que sí sabía, y ella también, es que no podría hacer como si nada hubiera pasado.

-Puedes irte esclava.

Amanda me miró con su carita de niña buena, y deseé que se quedase conmigo toda la noche, pero debía ser fuerte.

-Por favor amo, deja que me quede contigo, es tu última noche aquí...

La miré y no pude negarme.

-Está bien, quédate si quieres, pero atente a las consecuencias.

-Sí, amo... gracias...

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