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Al pasar los días

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Al pasar los días, me fui dando cuente de que pensaba mucho en Carlos, en él y en lo que habíamos hecho el día en que lo conocí y eso me gustó mucho, de hecho, más de una vez me sorprendí a mí mismo descubriendo una perfecta erección al pensar en é, en su cuerpo y en que me gustaría mucho volver a verlo. Pero esperé prudentemente, tampoco esperaba que él me buscara, pero supe combinar mis quehaceres diarios con mis fantasías sobre cómo sería la siguiente que lo vería.

Llegó el viernes. Salí a caminar en la noche por el centro de Miraflores, un lugar lleno de tiendas, gente y parques, realmente muy agitado y con mucho ambiente los fines de semana. Le mandé un mensaje al móvil. No pasó mucho tiempo y respondió. Me dijo que en realidad si le gustaría verme , pero ya había hecho planes y estaba ocupado, así que tendríamos que dejarlo para el día siguiente. Yo no me preocupé mucho pero igual me sentí un poco frustrado. Esa noche no pude más, pensando en él me masturbé y me quedé dormido, esperando el momento de volverlo a ver.

El sábado me aseguré desde temprano a llamarlo. Me respondió amablemente, le dije que no había podido de dejar en él y que quería verlo de nuevo, a lo que él respondió con tanta urgencia como yo que esa misma tarde nos veríamos. Yo estaba un poco ansioso, y eso empezaba a preocuparme, después de todo, ya no quería encausarme nuevamente en una cosa demente llamada amor o pasión o como se llame, esta y todas las veces siguientes, yo quería siempre mantener el control. Quedamos en que iría a mi casa a golpe de cinco de la tarde.

En la tarde, cerca de la hora pactada, me preparé bien para recibirlo, muy bien duchado y vestido para la ocasión. Me acuerdo de que lo que más tiempo me llevó fue escoger el calzoncillo, no quería que fuera un detalle dejado al azar. Ya casi con la hora a cuestas, me quedé sentado en la sala, hojeando revistas esperando a que suene el timbre. Y llegó, vestido con la simpleza de la confianza pero con la intención de que yo lo deseara más. Estaba hecho un bomboncito, con un jean negro, un polo con doble manga, una gorra que lo hacía ver más varonil y una sonrisa retorcida. Sus armas estaban dispuestas, solo faltaba el encuentro final.

Lo hice pasar, le ofrecí asiento. Como siempre era mi costumbre, tenía cola helada en el refrigerador y una botella de buen ron cubano listos para ser servidos. Aceptó pero sin muchas ganas, confesó que no le gustaba el alcohol, pero que tenía sed y que por eso me aceptaba el trago. Lo vi sentado en el sofá de mi sala y no podía creerlo, no era el chico mas guapo del mundo, pero tenía ese nosequé que lo hacía irresistible, no podía dejar de mirarlo y desearlo, cada detalle de su cuerpo, a pesar de la ropa que traía tan bien puesta era perfecto a mis ojos, y él lo notaba, después de todo, estábamos ahí, sabiendo lo que ocurriría y no había por qué ocultar las emociones, ni eso ni la erección que ya se notaba en mi pantalón. Él se dio cuenta de que me estaba saltando un bulto enorme de la entrepierna y se sonrió, entre agrado y deseo. A quién no le gusta saber que despierta esos deseos tan fuertes en otra persona.

Hablamos poco, yo lo miraba fijamente a los ojos, al punto que él no podía resistir algunas veces y cambiaba la dirección de su mirada. Era delicioso. Sus labios, pequeños y delgados, estaban rojos, encendidos, como anhelantes de ser besados y lanzarse al abismo del descontrol, a la locura de besar a un chico, a uno que realmente deseas, porque así me sentí yo también de pronto, deseado, a su estilo él hacía su juego de seducción propio. Le estiré el brazo y con un gesto le indiqué que fuéramos a mi habitación. Él entendió y fuimos adentro.

Fue emocionante tenerlo cerca de mí, parado, excitados los dos. Lo que hice fue muy claro, lo besé. Con una mezcla no conocida por mí mismo de dulzura y pasión, acariciando sus suaves labios, tan húmedos que me hacían sentir una electricidad en la espalda, y más cuando sentía su inflamante lengua en mi garganta, buscando descubrir mis secretos, y yo sin detenerme a provocarle lo mismo. Me alejé de los labios y me detuve en el cuello. Siempre me han gustado los cuellos, y éste era perfecto para mi gusto, largo, un poco grueso, marcado por venas masculinas y coronado por un hueso de manzana que solo hacía que me excitara más. Mordisqueaba su cuello y él castigaba mi oreja con suaves embates, dándole una humedad a mi pabellón que no había conocido antes. Las cosas estaban claras para ambos, el sexo para nosotros era mucho más que solo chupadas y metidas, mucho más que condones y lubricantes, y estábamos a punto de llegar fuera de los límites de la pasión, quién sabe si eran terrenos poco o nunca explorados por nosotros, zonas en las que intervienen otros sentido, en las que el corazón suele gobernar de vez en cuando.

Y con la misma intensidad de los besos y mordiscos iniciales, pasamos el pecho. Levanté yo primero su polo de doble manga que lo hacía ver como un muchachito, pero a la vez con una imagen de desvergonzado, combinado todo muy bien para mí. Mientras bajada por su pecho hasta ubicarme en su tetilla iba sintiendo su aroma de hombre joven, fresco, natural, ese olor a pastos tiernos y tierras húmedas, sumergiéndome en sus pectorales ligeramente duros y formados, sintiendo todo aquello que él también iba sintiendo mientras yo le brindaba esa experiencia de placer que no había conocido antes, estaba seguro de eso.

La magia de una tetilla dura, erecta, plácida, así la sentí. Y me abalancé sobre ella para morderla, succionarla, extraer todo su sabor de macho anhelante, como me gustaba tanto. De hecho, estas cosas las había pensado muchas veces, pero no había tenido al oportunidad de sentir que eran adecuadas. Y era Carlos quien estaba disfrutando de esto, y me gustaba que fuera él. Su mirada se congeló dentro de mí, sentí sus gritos callados de éxtasis que venían desde dentro de su alma, atravesaban mi piel y llegaban a mi corazón, ahogándolo, apretándolo, haciéndolo suyo. Me quedé en el pecho, no quería salir de él. Y por su lado lo mismo, me pasaba la lengua por el cuello, la oreja, o me daba suaves caricias por el cabello con sus manos, convalidando mis movimientos y mi forma de amar.

Le saqué la polera de un tirón. Y él completó lo mismo con mi polo. Se despojó mi pecho de la ropa y él se lanzo a besarme en ombligo, mi emoción fue tal que me estremecí. Estaba ansioso de que siguiera bajando, pero debía tener calma para poder desarrollar toda la performance que había pensado, no con detalles pero si con el solo objetivo de conseguir en él el máximo placer, eso me daría a mí la mayor felicidad. Toqué su verga por encima del pantalón y sentí como su enorme animal palpitaba erecto y venoso, me imaginé cómo anhelaba salir, pero solo el hecho de sentirlo y saber que Carlos estaba excitado me dio a mí más placer en ese momento. Nos sacamos los pantalones, pero dejamos los calzoncillos. El placer estaba por entrar a nuevos niveles.

Con nuestros cuerpos casi desnudos, nos echamos en mi cama. Lo miré fijamente y lo besé. Fui abarcando cada espacio de su cuerpo con mi lengua, era delicioso darle placer y mas placer. El se dejaba llevar, solo me miraba de vez en cuando y me hacía entender que estaba bien, que todo estaba de lo mejor para él. Besarlo en todo el cuerpo fue una experiencia exquisita, no solo por el olor tan rico que exudaba su piel mora sino porque de rato en rato subía mi fuerza para aplicarle más energía a alguna zona, como su entrepierna, sus pies o su pecho, y sentía cómo se doblaba de placer, rígido como un tronco y después sueva como una nube de algodón. Pero descubrí que sus axilas eran una zona especial, igual que sus nalgas. Me quedé un rato en las primeras y descubrí que el placer era indescriptible para mi también, con la cantidad de vellos precisa y necesaria, ni mucho ni poco, lo justo para ser sensual, como un potro joven que lucha con las amarras para ser libre. Y las emociones descubiertas esa tarde noche nos hicieron libres a ambos. Libres, hombres y animales a la vez, fuertes, eternos.

En las nalgas me detuve más tiempo. Era obvio, ahí podría quedarme todo el tiempo que quisiera. Y fue delicioso. Volver a sentir su olor de suaves manzanas, esa frescura de fruta abierta, de piel viva. Abrí con mis manos sus nalgas para tener su ano solo para mí. Dispuse mi lengua para empezar a comerme ese bocado irrepetible. Y me lancé como estúpido a ese pozo perfumado de aguas frescas. No recuerdo cuánto tiempo estuve metiendo mi lengua ni cuanto líquido arrojó su pene erecto o el mío de tanto placer, pero sé bien que no fue poco. No quería dejar de besar, arrancar, succionar, morder y más en ese hueco perfecto, y su cuerpo nadaba en el mar de la felicidad, a un ritmo de música celestial, se estremecía entre las sábanas anaranjadas de mi ancha cama y me entregaba su culo precioso a cada movimiento, diciéndome en el lenguaje poético de los amantes que era mío y que podía hacer con él lo que yo quisiera. Y así me quedó, clarísimo, sin duda alguna, tenía que hacerlo mío de todas las formas posibles, como tantas veces quise, como siempre lo soñé, como tantas películas me enseñaron, y las fantasías me dijeron. Esta vez tenía que hacerlo mío para siempre, de un modo que no quedara sino huellas en el alma, marcado en la fragua de mi hombría y con mi nombre en su alma.

Y así pasó la noche. Cabalgando sobre el aire, quebraba su espalda, levantaba el culo, se abría con las manos sus nalgas para que yo pudiera entrar más. No había más nada que hacer. Había llegado el momento. Ambos lo entendimos al unísono. Se puso de rodillas y yo también, mojó mi pene con sus dedos, dándome su propia saliva, jugando con mis huevos, apretándolos, haciéndolos suyos. Y sin pensarlo más lo clavé, fuerte y sin aliento, para que supiera siempre que era mío y de nadie más, pasara lo que pasar entre los dos. Arremetí tantas veces que yo mismo me sorprendí, con ritmo, energía y placer, pero con la dulzura del amante comprensivo. Nos movidos juntos tantas veces y varias poses. Era un placer que empezaba a doler en el alma. No se puede describir el hambre que sentí de querer quedarme allí por horas, metiendo y sacando, viendo cómo mi verga dura como un madero encendido se metía en esa piel amante, gitana y perfumada, con nombre propio, con veintiún años solo para mí, con una verga que también brotaba a chorros intensos el sexo más rico que jamás imaginamos.

Y en medio de nuestros pensamientos, nos vinimos juntos, como si lo hubiéramos coordinado. Su leche sobre mis sábanas y la mía en su culo, tan dentro como me fue posible. Sacudiendo mi cuerpo sobre el suyo para acabar con la ultima gota. Y al final, una mirada en el silencio de la noche bastó para decirnos sin palabras que era mío y que me quería para él solo. Con mi mirada le dije lo mismo. Nos tomamos las manos y le di un beso en sus labios, entreabiertos, secos de dolor y ávidos de los míos. Su nombre y el mío se conjugaron en el aliento, en el beso eterno, en nuestros deseos colmados. Bebimos ron con cola. La sed del cuerpo fue calmada y la del alma con otro beso, más corto que el anterior, y por ello más romántico.

Comenzamos a hablar. Descubrimos cosas muy buenas de nuestra conversación. En mi alma, sin decirlo, empezaba a enamorarme de este muchachito loco, que me derretía con su mirada de ternura y su cuerpo maravilloso. Hablamos de cine, poesía y de amor. Hablamos de nuestros pasados, de los amores idos y las vivencias equívocas, los errores y los miedos. Sabíamos que había mucho más por venir. Esa noche el sexo fue intenso, más que una cuestión de piel, era del alma, como sólo las grandes cosas se hacen para siempre. Cada vez que lo miraba sentía que se me paraba de nuevo la pinga, y él me la chupaba un ratito para sentirla en su boca. Lo hicimos toda la noche, porque era obvio que no lo iba a dejar ir, ni esa noche ni nunca.

A la mañana siguiente, desperté antes. Lo miré y lo besé. Descubrimos que somos distintos al despertar, yo de buen humor y él lo contrario, pero un baño juntos, un jugo helado y caminar para conversar nos relajó tanto que sentía que mi búsqueda había terminado, pero no le dije nada, quería conocerlo más. Los días siguientes serían más intensos, incluso esa noche en el Rincón Cervecero del centro de Lima, pero esa es otra historia....

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