Nuevos relatos publicados: 18

Lucía (Cap. II): Lucía estaba en sus días

  • 24
  • 3.650
  • 9,75 (4 Val.)
  • 0

De no haber sido porque Lucía es la mujer más hermosa que he visto en mi puta vida, el hecho de que me degradaran en mi trabajo para convertirme en el ayudante de ella, sin duda me habría llevado a renunciar de inmediato. Sin embargo, la perspectiva de convivir de cerca con la bellísima Lucía, al ser su subalterno, (y claro, también pensando en lo mucho que necesitaba el trabajo), fue suficiente como para que aceptara el sitio que me ofrecían, sin que me importara parecer un novato, o peor, un incompetente.

Así comenzó la historia con Lucía, esa mujer guapísima, de lindos ojos negros y deseables labios. Dueña de unas piernas fenomenales y un culito de apretadas y redondas nalgas, levantaditas sin duda por el ejercicio. Con sus 33 años, Lucía era divorciada, la mujer más codiciada de la oficina, pero igualmente, la más difícil de conseguir (había rechazado incluso las invitaciones que le habían hecho los güeyes más “caritas” del trabajo, esos que muchas veces alardeaban de ser todos unos “donjuanes”). Por supuesto que ella se daba cuenta del efecto que tenía en los hombres, pero contrario a lo que casi siempre pasa con ese tipo de mujeres, que acaban creyéndose unas divas, Lucía se comportaba siempre de forma amable con todos, aunque eso sí, guardando religiosamente esa distancia impersonal que le imponía a todo el mundo. Por esa forma de ser, fue que muchos comenzaran a calificar a la guapa Lucía como una “calientahuevos”, lo cual era totalmente injusto, pues ella jamás coqueteó con alguno de nosotros, para luego dejarnos picados con las ganas de cogérnosla. Debo decir que yo me incluía en ese grupo de jueces idiotas, como si fuera posible recriminarle el hecho estar tan buena y no compartirnos aunque sea un minuto de su cuerpo, solo porque se nos antojaba. Pero con el tiempo fui conociendo a Lucía, comprendiendo que aquél modo tan serio de tratar a sus compañeros, era una especie de armadura, una defensa que ella misma levantó en torno a sus sentimientos, tras haber sufrido las peores decepciones en una relación enfermiza con el que fuera su ex esposo y más tarde, con un cabrón que aprovechó su momento bajo para hacerle cosas bastante indecibles.

El trato personal y cotidiano que propició nuestra relación de trabajo, fue dando paso a la amistad y a que Lucía poco a poco fuera bajando sus defensas cuando platicaba conmigo de asuntos privados, lo que me llevó a enamorarme de ella y a desearla al punto de desarrollar una irremediable fijación por su cuerpo, que me obligaba a masturbarme do o tres veces al día pensando en la sensualidad de sus deliciosos muslos cuando usaba esas faldas de oficinista que tan ricas le quedaban, o imaginando sus dulces y carnosos labios rodeando mi verga. Aquellos placeres en solitario constituían la única vía de escape a la atracción que la delicada figura de esa mujer y sus rasgos perfectos ejercían sobre mí. Así que nunca me habría imaginado que la buena suerte fuera a sonreírme y menos en medio de la peor racha de mi vida, permitiéndome coger con Lucía, primero en la oficina y luego en su propia casa. Tal hecho me parecía un sueño, tan sorprendente, que hasta tuve miedo de ser el motivo de una apuesta entre ella y alguna de nuestras compañeras, o en el peor de los casos, el objetivo de una de esas bromas crueles que le hacen a los pendejos como yo en internet. Pero por la mañana, al despertar en la cama de Lucía, con ella desnuda y abrazada a mí, tuve la certeza de que por fin aparecería la luz al final del oscuro túnel en el que se había convertido mi vida tras mi divorcio y mi precario desempeño laboral.

A la mañana que siguió a la memorable noche, Lucía y yo salimos de prisa rumbo a la oficina y apenas hubo tiempo para que ella me presentara a su hija.

Al llegar al trabajo, aparcamos el coche a un par de cuadras de nuestro destino, para que pudiéramos despedirnos a gusto, con un buen beso. –Perdona que no me acerque a ti de este modo durante el resto del día- Expresó Lucía, algo apenada, poniendo una carita de inocencia que jamás le había visto. –De hecho, creo que voy a pedirte que mantengamos la relación como hasta anoche- Me dijo, con eso que sonaba como a despedida –Bueno, eso solo va a ser así hasta que no haya nada formal entre nosotros- Me dijo, regalándome un último y breve beso.

-“¿Nada formal?”- Me pregunté, antes de decirle a Lucía que estaba de acuerdo en que tomara esas precauciones en cuanto a lo que había pasado entre nosotros. Sin embargo, con aquellas palabras, más que alejarme, me había dejado claro que si yo quería seguir teniendo sexo con ella, o incluso intentar cualquier tipo de acercamiento que fuera más allá de lo profesional, tendría que pedirle que fuera mi novia, o algo por el estilo. Al menos eso supuse, al tratarse de una mujer que no se anda con medias tintas, pues tal como lo descubrí con el tiempo, con ella era “todo o nada”.

Para mí, a pesar de que había pasado casi un año desde que me divorciara de Jennifer, la madre de mi hijo y mi mujer durante 15 años, no me había animado a comenzar alguna relación, principalmente porque soy un sentimental irremediable, que hasta unas horas antes, todavía guardaba la esperanza de recuperar mi matrimonio. Además, nunca fui muy hábil a la hora de ligar y mis ánimos estaban por los suelos. Pero tratándose de Lucía, pensé que debía dejarme de pendejadas y volver “formal” lo que fuera que hubiera entre ella y yo. Aun así, durante el resto de la jornada, las palabras “nada oficial” siguieron rondando mi cabeza.

Ese día pasó como cualquier otro a los ojos de todo el mundo, con Lucía procurando tratarme como hasta antes de que cogiéramos, pero sin poder hacerlo del todo, pues constantemente, pasaba por detrás de mi asiento y me decía alguna cosa caliente al oído, o me sonreía, mordiéndose el labio de forma coqueta, contradiciendo por completo la petición que me había hecho antes de que subiéramos hasta nuestro cubículo y sorprendiéndome sobremanera, pues jamás se había comportado de esa forma seductora. Yo me creí el tipo más afortunado de la oficina y me resultaba imposible no hacer caso al constante cachondeo al que me sometía esa hermosura de mujer, mucho menos después de haber disfrutado de las delicias de su cuerpo, que si ya antes de tener sexo con ella, me volvían loco, ahora que las había probado, terminé excitándome de tal modo, que aquél día tuve que “jalarle el pescuezo al ganso” encerrado en el baño, al menos unas 5 veces.

Cerca del final de la jornada, ya no tenía ninguna duda. Si Lucía necesitaba una relación seria, yo con gusto se la daría, con tal de tener a esa mujer solo para mí. Así que le pedí que me esperara en su coche a la hora de la salida. –Necesito preguntarte algo importante- Le adelanté, sabiendo de antemano que Lucía sentía debilidad por las cursilerías, como las románticas declaraciones de amor.

Hacía tanto tiempo que yo no pasaba por algo semejante, que me sentía ridículo al pensar en lo que le diría a Lucía, e incluso debo aceptar que también me puse algo nervioso, como un chavito de secundaria que se le va a declarar a la morrita que le gusta. Así que más tarde, cuando me adelanté a la salida, como me lo había pedido Lucía, para no dar motivo a los chismes de oficina, me encontré con Filemón, el guardia que se encarga de cuidar durante las noches el edificio donde trabajamos, quien al verme, de inmediato me retuvo para charlar como muchas veces lo hacía, aunque esa noche de viernes yo lo único que deseaba era largarme y poder besar de nuevo a Lucía.

Filemón, el guardia, era un buen sujeto, de esos que tienen anécdotas por millares y habíamos forjado algo parecido a una amistad, por lo que se me hizo algo “mala onda” cortarle la plática sin motivo aparente.

-¿Otra vez tarde, Manolo?- Me preguntó el viejo, a quien le gustaba intercambiar impresiones conmigo de lo bien que se veía Lucía con tal o cual atuendo, pues como yo y cualquier hombre en la oficina, el vigilante del turno de la noche, tampoco era inmune a los encantos de tan espectacular mujer. Luego de liberar nuestro morbo, hablábamos de fútbol, las noticias y demás estupideces.

-Así es, mi buen Filemón. Trabajando hasta tarde otra vez- Le respondí, extendiendo la mano para saludarlo.

-Oye, Manolo- Dijo el hombre de unos sesenta y tantos años, gordito y canoso, haciendo una pausa para abrir la puerta del edificio con el botón que había para ello en el mostrador, pues en ese momento Lucía dejaba el edificio, sorprendida de encontrarme todavía ahí.

Filemón y yo nos quedamos mirando el fabuloso culo de Lucía, quien se despidió del velador y de mí, como sin nada. Ese día, Lucía había asistido a la oficina con un pantalón negro, tipo sastre. Que hacía ver su redondo y levantado trasero completamente despampanante, lo que sumado a la blusa blanca y ceñida que había elegido delante de mí aquella mañana, se marcaba la tentadora curva de su estrecha cintura, convirtiendo el atractivo cuerpo de Lucía en el objeto de la mirada de Filemón y por supuesto, de la mía.

-Cada día se pone más buena ¿No?- Le dije al guardia, soltando un comentario como tantas veces hice mientras los dos mirábamos pasar a la inalcanzable vendedora estrella de la compañía.

-Sí… Cada día está más buena... ¿Qué tal se ha de dar sus sentoncitos con ese culo tan rico que se carga?- Preguntó Filemón, mirándome, como si supiera que yo era testigo de que “los sentoncitos” que se daba Lucía, son lo mejor del mundo.

-Bueno, espero averiguarlo un día- Le respondí, haciéndome el pendejo. -¿Por qué no le preguntas a Martín? Dicen que él ya se la cogió- Le cuestioné a Filemón, aludiendo a uno de los jefes, que se había convertido prácticamente en una leyenda, pues se rumoraba que era el único con quien Lucía había salido una vez.

El rostro del viejo dibujó una sonrisa que no auguraba nada bueno, como comprobé en seguida.

-Mira, Manolo. Tengo una consulta que quiero hacerte- Expresó Filemón, recargándose en el asiento de su silla y cruzando los brazos sobre su abultada barriga, mirando luego hacia ambos lados, de forma ridículamente misteriosa. –Tengo un material… Ago que de seguro les interesará a los jefes… y yo creo que a ti también- Me dijo entonces, bajando la voz hasta ser un susurro.

Por un momento tuve la impresión de que el viejo estaba por ofrecerme unos gramos de yerba, alguna pastilla de éxtasis, o una grapa de coca.

-Venga, Fili- Le dije, de modo amistoso -Si estás metido en cosas del narco, o queriéndome vender droga, será mejor que te busques a otro para ofrecer tu “material”- Mi hermano mayor había atravesado varios infiernos en su juventud a causa de sus adicciones, quedando ciego y medio idiota en el camino, por lo que cualquier cosa que tuviera que ver con esto de las drogas, me ponía la carne de gallina.

Filemón rio ante mi postura y al instante siguiente sacó su teléfono del bolsillo. Pulsó algunas veces en la pantalla y lo que mostró a continuación, me dejó son aliento.

-¿De dónde sacaste esto?- Le pregunté, sintiendo un nudo en el estómago cuando quise arrebatarle el teléfono sin consegirlo. -¿Qué chingados… Fili…?- Pregunté, balbuceando. Repasando mentalmente el momento en que Filemón me vio subir con Lucía a nuestra oficina la noche anterior.

El video que Filemón me había mostrado, dejaba ver claramente a Lucía, sin su blusa y sin su sostén, sentada en el escritorio del cubículo que compartía conmigo, sus finos dedos subiéndose la falda para recibir la mamada que le hice a su coño al arrodillarme delante de ella. Las pocas luces encendidas de nuestro lugar de trabajo y la buena calidad de la cámara de seguridad, hacían posible ver el hermoso rostro de Lucía expresando el placer de recibir mi lengua entre sus piernas. El guardia detuvo el video en ese momento.

Sentí que el corazón me dio un vuelco. -¿De dónde sacaste ese video?- Insistí, preguntándole a Filemón, quien solamente se recargó nuevamente en su asiento, en un gesto de autosatisfacción.

Filemón pareció no escucharme -¿Qué te parece el “material?- Me preguntó, con toda malicia, tallándose la verga con desenfado.

-Vas a borrar esa madre, ¡Pero ya!- Amenacé a Filemón.

¿O qué… Manolo? ¿O qué?- Me respondió de vuelta, en tono retador.

La verdad es que tuve miedo de lo que ese pendejo pudiera hacer con el video, así que traté de calmarme y solamente atiné a preguntarle cuántas copias tenía.

-Solo una. La que tengo aquí en mi teléfono.- Respondió el guardia, sonriendo satisfecho –Cambié la cinta de las cámaras justo después que tú y Lucía se fueron anoche. Guardé la evidencia en mi celular y borré una hora de video más o menos. Ya sabes, gajes del oficio. Además es lo que haría cualquier amigo por otro ¿O no?

Miré fijamente al viejo, queriendo adivinar si lo que me decía era verdad. -¿Cuánto quieres por el video?- Me decidí a preguntarle.

-Mira, Manolo. Me lo he estado pensando mucho- Aseguró Filemón, como si en realidad hubiese estado cavilando sobre el asunto –Y he llegado a la conclusión de que este material no tiene precio.

-¡Dime cuánto quieres por el puto video, chingada madre!- Le exigí, completamente fuera de mí.

-No te ofusques, Manolo. Somos amigo ¿O a poco no? Yo haría lo que sea por ti… y por Lucy- Me aseguró Filemón, de forma burlona y dejando su asiento para acompañarme hasta la puerta, como lo haría en cualquier día de trabajo. –La neta, Manolito, es que no hay dinero que pague lo que pasó anoche ¿No crees?- Dijo el guarda, burlándose de mí cuando le dije la cantidad que estaba dispuesto a darle –Pero hay un favorcito que puedes hacerme- Filemón pasó su mano sobre mi hombro, supongo que para disimular ante las cámaras del vestíbulo que estaba casi forzándome a salir. –Puede ser que convenzas a Lucy de dejarme ocupar tu lugar- Soltó el guardia. –Solo una vez ¿Qué dices? ¿Puedes hablar con ella?- Jamás hubiera pensado que Filemón pudiera ser tan hijo de puta –Tienes hasta mañana, antes de que termine mi turno para darme buenas noticias, Manolo. No vaya a ser que mi material termine en internet, o en las manos del jefe Damián o el licenciado Orozco- Sentenció Filemón, aludiendo a mi jefe directo y al dueño de la compañía.

La aseveración del vigilante me dejó sin palabras. No podía creer que Filemón fuera capaz de tal chantaje ¡Eso solo pasa en las películas porno! ¿O no?

Repasé en mi mente todas las posibilidades que pude imaginar, buscando una salida, pero no encontré alguna solución. Por supuesto que jamás le pediría algo semejante a Lucía, no solo porque ella se negaría rotundamente a formar parte del grotesco plan de Filemón, sino porque podía estar seguro de que la perdería para siempre. El vigilante me tomó del brazo, decidido a sacarme del edificio: –Yo también quisiera recibir unos sentoncitos de Lucía, de esos tan ricos que se dio anoche contigo.

Quise matar a golpes a Filemón. Supongo que él lo sabía, porque noté que empuñaba el mango de su pistola de descargas eléctricas mientras miraba mi reacción. En mi desesperación, pasé de la violencia al sometimiento, hasta que patéticamente le supliqué al vigilante porque me entregara el video, o que lo borrara. –Piensa en Lucía- Le pedí -Esto hará mierda su reputación y su carrera. ¿Cómo puedes ser tan culero?

Pero él parecía disfrutar mucho con mis ruegos y no cedió la más mínima parte. –Ya sabes, mañana me dices lo que vamos a hacer, Manolo. Depende de ti. Solo convence a Lucy de hacer lo que pido- Dijo al final, forzándome discretamente a salir del edificio. –Yo nada más quiero ayudar. Así que ¿por qué no me ayudas tú también?

Finalmente salí del edificio. Avancé cabizbajo las dos cuadras que había hasta llegar a donde Lucía había dejado su coche. Pude ver a lo lejos que ella estaba recargada en la puerta del conductor, atendiendo la pantalla de su celular. Me dirigió una sonrisa muy dulce cuando me vio caminando hacia ella y yo me maldije por ser un pendejo y maldije a Filemón por ser tan hijo de perra. Todo parecía desmoronarse delante de mí, justo cuando había conseguido llevarme a la cama a la espectacular Lucía, pero lo que más me dolía era sin duda, saber que había perdido mi única oportunidad de tener algo más con ella y todo por culpa de Filemón y su enfermiza necedad de cogerse a Lucía.

-¿Por qué esa carita?- Me preguntó Lucía, dejándome las llaves de su coche.

-No es nada- Le mentí, inventando luego cualquier pendejada para justificar mi semblante preocupado.

-Tal vez estás de mal humor porque tienes hambre ¿Cenamos juntos?- Propuso Lucía, antes de entrar al coche por el lado del acompañante.

-¿A dónde te gustaría ir?- Le pregunté, dando un resoplido para intentar calmarme, mientras daba marcha al auto.

-Es viernes y mi ex pasará por Mary a las 10. Se la lleva a pasear casi todos los fines de semana- Dijo Lucía, refiriéndose a su hija adolescente, a quien había visto casualmente aquella misma mañana, que ahora parecía tan lejana. –Así que si no te importa, podemos cenar en mi casa. Pedimos pizza o algo y así me haces esa pregunta tan importante- Me dijo, con un dejo de infantil emoción. –A menos que quieras preguntarme ahora mismo. Sólo tienes que animarte.

Tuve la certeza de que Lucía necesitaba de alguien que le diera afecto, antes que cualquier otra cosa. Necesitaba de un hombre que fuera más allá de la obvia atracción que a cualquiera le despertaba con su notable belleza. Comprendí que gracias a que yo jamás tuve el valor para intentar ligármela, ni aun cuando nos hicimos buenos amigos, fue que Lucía terminó eligiéndome para poder mostrarse en toda su fragilidad. Creo que nunca agradecí tanto mi poca habilidad con las mujeres. Y si para disfrutar de Lucía, debía de hacer a un lado el miedo ridículo de comenzar una relación tras mi divorcio, estaba más que feliz de hacerlo, así que se lo propuse en ese mismo momento.

-Por supuesto que quiero- Respondió, lanzándose a abrazarse de mi cuello y luego de darme un tierno beso en la boca, puso su mano en mi pierna y me quedé maravillado con lo guapa que se veía a la luz de las lámparas de la calle. La expresión en sus grandes ojos negros parecía prometerme un nuevo comienzo y sus sensuales labios confirmaron las intenciones de la hermosa mujer, al dejarse besar profundamente durante un buen par de minutos y de una forma tan excitante, que terminé teniendo una fuerte erección.

Entonces, como si me leyera lamente, sentí los dedos de Lucía abriendo mi cremallera.

-¿Me dejas hacer una locura?- Me preguntó, en tono divertido, mordiendo luego su labio inferior.

-¿No tienes miedo?- Le pregunté. Sorprendido por verla tan dispuesta a complacerme en plena vía pública.

Como única respuesta, Lucía echó su largo cabello a un lado de su cara, se agachó hacia mi entrepierna y al instante siguiente, me dejó sentir los hábiles movimientos de su lengua, acariciando mi glande, lamiendo como si saboreara una paleta.

Lucía encerró mi miembro entre sus carnosos labios y comenzó a subir y bajar al cabeza. Lo mamaba endemoniadamente bien, entreteniéndose a ratos para lamerme la punta, otras, llevando mi pene hasta el fondo de su garganta.

-No cierres los ojos. Tienes que ver si alguien se acerca- Me dijo, mirándome hacia arriba, con su boquita embarrada de saliva y líquido preseminal.

-Aunque quiera, no podría cerrar los ojos- Le respondí, acariciando su cabello –Me gusta ver cómo me lo chupas.

-¿Sabes algo?- Me preguntó, haciendo una pausa con su boca. Se acomodó sentada a mi lado, rompiendo el glorioso momento, pero continuó masturbándome lentamente y con fuerza. –Hace mucho que fantaseaba con mamar tu verga en mi coche- Confesó, con esa sonrisa tan suya, entre la inocencia y la sensualidad. –Me gustas mucho.

-¿De verdad?- Pregunté, incrédulo. –No hace falta que te diga que yo estoy loco por ti desde que te conocí. Así que ya podrás imaginarte las ganas que tenía de que hicieras esto. Tienes una boquita muy sexi.

-Pues ahora la podrás tener cuando quisieras. Ahora que soy tunovia, si tienes ganas de que te mame, solo tienes que pedírmelo.

Lucía volvió a besarme. Hacía tanto tiempo que una mujer no me daba a probar el sabor de mi propio instrumento en sus labios, que ni siquiera recordaba la última vez que Jennifer, mi ex lo había hecho.

-¿Sabes lo que más me excita de esta fantasía que tenía contigo?- Me preguntó Lucía tras nuestro beso, envolviendo mi verga con sus delicados dedos. –Que cualquiera que vaya pasando se dé cuenta de lo que estamos haciendo.

Reí, nervioso y excitado –Creí que no querías que se dieran cuenta de lo que pasaba con nosotros- Le dije –Además, nunca me imaginé que a una mujer tan seria como tú le gustaran las emociones fuertes.

-Bueno, ahora ya soy tu novia y no me molestaría que alguien supiera que a tu novia le gusta chupártelo en el coche- Dijo, con su voz cachonda –Además, si por mí fuera, me montaría en tus piernas para que me cogieras aquí mismo- Dijo luego, lamiendo de forma ardiente mi boca. –Pero estoy en mis días y puedo ensuciar las vestiduras del coche- Completó, riendo.

-No me importaría ¿Sabes?- Le aseguré, queriendo probar mi suerte.

-Mejor relájate y déjame complacerte. Después de todo, te debo el oral que me hiciste anoche- Respondió, con tono coqueto, para al instante siguiente, volver a bajar su cabeza y seguir con la riquísima mamada que me estaba dando.

Mientras Lucía me deleitaba con la fricción de sus labios en mi verga y la suavidad de su lengua paseando por mis bolas, pensé que Filemón podía irse a la mierda con todo y su video. Lucía era mía ahora y ningún chantaje pendejo, por comprometedor que fuese, me haría poner en riesgo lo que había comenzado a surgir entre Lucía y yo. Ya encontraría la manera de salir, ya habría tiempo de pensar en todo eso, Me dispuse a disfrutar lo que la hábil boca de Lucía continuó haciendo, mamando mi verga de una forma deliciosa, hasta tenerme a punto de eyacular. Sujeté entonces la oscura cabellera de esa lindura, que se veía incluso más bella con mi verga llenándole los labios. Empujé la cabeza de Lucía para clavar su boca hasta el fondo cuando sentí que me venía y ella no solo no se inmutó, sino que comenzó a frotar la parte de debajo de mi miembro con su lengua, de una manera infernal, hasta que su saliva, que escurría desde hace rato por mis ingles, se vio acompañada por mi semen, lo que llevó a Lucía a sorber ruidosamente, como si tratara de tragar lo más posible.

Llegamos a la casa de Lucía una media hora después de que me sacara hasta la última gota de leche con esa mamada de locura que me había hecho. Al abrir la puerta nos encontramos en la sala con Mary, la linda hija de Lucía, acodada pecho tierra en un tapete, delante del televisor. A pesar de ser una chiquilla todavía, se notaba que la hija había heredado la preciosa genética de Lucía, pues era fácil ver que faltaba muy poco para que sus curvas florecieran, magníficas como las de su madre.

Mary nos vio entrar sin dejar de masticar el bocado de palomitas de maíz que tenía en la boca. Me sonrió al saludarme. Sin duda, encontrarme dos veces el mismo día en su casa hizo que intercambiara una mirada de complicidad con Lucía, quien al momento, me invitó a pasar hasta la cocina, donde me acomodé en un banco cercano a la barra, justo en el mismo instante en que sonó el timbre, anunciando que el padre de María había llegado para llevársela.

Cuando la bonita muchacha se acercó para despedirse, pude apreciar cuánto se parecía a Lucía, solo que claro, unos 20 años más jovencita y con el cabello lacio y castaño, en lugar de la oscura y ondulada melena que acentuaba el atractivo de mi nueva y sensual novia.

Lucia sirvió un par de copas de vino, que bebimos mientras esperábamos a que llegaran con la pizza que habíamos pedido. Sentados cada quien a un lado de la barra de la cocina, charlamos durante un largo y agradable rato, que se vio interrumpido solamente por las insistentes llamadas de mi ex mujer, (todavía vivíamos juntos y a pesar de todo, llevábamos las cosas en paz) Jennifer, que no dejó de marcar mi número hasta que le envié un mensaje diciéndole que esa noche tampoco llegaría a casa.

-Ojalá Roberto se preocupara así por mí- Dijo Lucía, refiriéndose con cierta nostalgia a su ex marido. –Si no fuera porque los viernes pasa a recoger a Mary, creo que no habría vuelto a saber de él.

Me detuve para no preguntarle el motivo de su separación y en lugar de eso, le respondí que ahora me tenía a mí para preocuparme por ella.

-¿Sabes que eso es algo que me gusta mucho de ti?- Me preguntó, repartiendo por mitades el último trozo de pizza que quedaba. –Eres un hombre con el que una mujer quisiera tener una relación larga y no para una sola noche.

Yo no supe si sentirme halagado o como un pendejo, pero pensé que Lucía tenía razón. Siempre he sido un tipo tranquilo y algo soso, la verdad y como además crecí viendo a mis padres en su matrimonio perfecto, supongo que de forma inconsciente buscaba tener algo así con una mujer. Lástima que fue eso mismo lo que terminó aburriendo a Jennifer.

Así comenzamos a indagar en el pasado del otro. Lucía me confesó que yo era apenas el cuarto hombre en su vida. –Mi primer novio fue también mi primera vez. Tendría la edad de mi hija cuando tuvimos sexo, aunque él andaba por los 22 años- Me dijo riendo, algo apenada. –El segundo, Roberto, mi ex esposo… Por mucho, mucho tiempo, el único con el que estuve- Siguió relatándome. –Luego, un pendejo que me trató como a una ramera. Supongo que yo misma me lo busqué por querer vengarme de lo que me hizo Roberto- Continuó, hasta llegar a mí en su conteo. –Ahora tú dime tu número mágico.

Le dije la verdad, pues se notaba que Lucía había sido sincera.

-¡Vaya! ¿Diez?- Me respondió, abriendo mucho sus lindos ojos y luego bromeó diciendo que ella completaba mi “once ideal” (sí, por si fuera poco, a Lucía le gustaba el fútbol)

-Lo mejor siempre llega al último- Le dije, estirando mi brazo sobre la barra para acariciar su mejilla.

-Si te parezco la mejor de tus chicas, no quiero saber cómo estarán las otras- Respondió, riendo.

-¡¿Qué dices?!- Exclamé de inmediato –Por dios, Lucía, eres por mucho, la mujer más guapa que he visto. Y no solo lo creo yo, también todos en el trabajo.

-¡Pfff!- Resopló Lucía. –A mí solo me interesabas tú, desde el principio. Y como eres tan lindo, voy a tratarte muy bien todo el fin de semana.

En ese momento, Lucía rodeó la barra que nos separaba, se acomodó entre mis piernas y comenzó a besarme, de ese modo ardiente que tiene de hacerlo. –Ven, que quiero enseñarte algo- Me dijo, tomándome de la mano para llevarme hasta la misma habitación donde habíamos pasado la noche anterior.

Lucía es una mujer muy romántica, con una idea del amor y del sexo, hasta cierto punto algo cursi, pero por supuesto, también sabe cómo calentar a un hombre. Me pidió que cerrara los ojos en cuanto entramos a su cuarto y yo la obedecí. Sentado en el colchón, comencé a escuchar cómo ella rebuscaba en el interior del clóset. Luego, supe que se estaba quitando la ropa.

-Es una pena que me haya llegado mi periodo justamente hoy. Pero eso no quiere decir que no te haré disfrutar- Sentenció y luego de unos pocos minutos de espera, me pidió que abriera los ojos.

Entonces ví a Lucía mostrando toda su belleza, ataviada con un sensualísimo “baby-doll” de encaje y seda. Una pieza de lencería que ni mandada a hacer para destacar sus largos y torneados muslos, por estar hecho de modo que el borde tan solo alcanzaba a cubrir el triangulito de la tanga que llevaba, en la que sobresalía el borde blanco de su toalla femenina. La prenda tenía un tajo a un costado, que en cualquier momento me haría perder la razón. Los espectaculares pechos de Lucía no podrían verse más perfectos, apretándose uno contra el otro por el escote de encaje, que sostenido de sus finos hombros por dos delgados tirantes, dejaba adivinar las aureolas de sus pezones. Pero sin duda, lo que le daba un toque aún más excitante al asunto, era el detalle con delgados cordones, que dibujando equis por los costados del talle de Lucía, hacían de su cintura un verdadero milagro de tan delgadita que se notaba.

Lucía había atado su cabello en una coleta a la altura de su nuca, lo que hacía verla en verdad preciosa. Se acercó a donde yo estaba, pasmado ante tal hermosura. Se arrodilló delante de mí y como si de una modelo profesional se tratara, me regocijó posando con su más cachonda sonrisa, desabrochando mi cinturón, al tiempo que me dejaba contemplar la línea que dibujaban sus tetas, de una forma tan irresistible, que no pude evitar llevar mis manos a tan glorioso lugar, amasándolas, estrujado, hasta que Lucía sacó mi miembro del pantalón y sin dejar de verme a los ojos, con esa expresión cachonda, acomodó mi verga erecta entre las deliciosas masas de sus pechos para masturbarme.

Luego de un rato, me llevó a recostarme en la cama. Lucía abrió sus maravillosas piernas para montarse y comenzar a frotar su vulva en mi pene. Me sujetó de las manos y se inclinó para que la besara todo lo que quisiera.

Al parecer no fui el único que se calentó de forma demencial con los atascados besos de lengua que nos dimos, y con la fricción de nuestros sexos, separados a penas por la tela de la tanga y la toalla íntima, pues en un momento, Lucía comenzó a dejar escapar unos excitantes gemiditos mientras yo le comía la boca de una forma casi obscena.

-¿Por qué no te quitamos esto y me dejas penetrarte como dios manda?- Le pregunté, jugando con el hilo de su tanga, haciéndolo descender sobre la piel de sus firmes glúteos.

-¿No te da asco?- Me preguntó, sin dejar de moverse sobre mí –Está saliéndome mucho… Así es mi primer día. Siempre que me baja…

-Sólo quítate esto- La interrumpí, deslizándole la tanga hasta la mitad de sus muslos.

La primera vez que cogimos, estando en la oficina, Lucía me había dicho que le gustaba ir arriba, así que mientras ella se despedía de su tanguita y su paño sucio de sangre, la esperé tumbado boca arriba en la cama, recibiéndola sobre mí a los pocos segundos, ansiosa por ensartarse en mi verga, pues en cuanto acomodó sus piernas a mis costados, me sujetó el miembro y lo encaminó a la estrecha entrada de su vagina.

Puse mis manos en la riquísima cadera de Lucía y alzando mi pelvis, la penetré de un solo golpe, yendo hasta el fondo de su túnel, lubricado con el producto de su menstruación y los fluidos que su excitación le hacían producir. La hermosa treintañera, abrió su boquita cuando me sintió dentro de ella, e inhaló aire ruidosamente, como quien recibe una repentina sorpresa.

-¿Seguro que no te molesta que lo hagamos así?- Me preguntó Lucía, comenzando a moverse para que la cogiera, despacio y muy firme.

Yo solo le sonreí, la sujeté del cuello y empecé a darle, sintiendo cómo ella subía y bajaba el culo, de forma golosa, haciendo que mi verga resbalara dentro de su estrechísima vagina con tanta facilidad y de un modo tan excitante, que tuve que apretarme los huevos para no venirme a los 20 segundos.

Como me lo había dicho Lucía la primera vez que cogimos, le gustaba más estar arriba, pues alcanzaba su orgasmo con más intensidad y rapidez. Cuestión que comprobé a los pocos minutos de tenerla montando, ensartándose mi miembro, gimiendo de una forma deliciosa, llevando mis manos a sus tetas, a la delicadeza de su cintura y a sus espectaculares muslos, marcados tenue y voluptuosamente por el ejercicio. Ver su expresión de goce cada vez que se venía fue una experiencia de las mejores, tan solo comparable con la deliciosa visión que me regaló, cuando un rato más tarde, cansada de tanto placer, Lucía se acomodó en el colchón en cuatro, para dejarse coger de perrito.

Tomándola de la cintura, le di una cogida gustosísima. Lucía gritaba pidiendo más –Ay, papito, me entra mucho- Sollozó, mirándome totalmente cachonda por encima de su hombro, para extender sus brazos sobre la cama, de modo que sus pechos sobresalían por los costados de su figura, mientras sus hermosos glúteos chocaban contra mi cuerpo y su vagina, apretada como la de una jovencita, me invitaba a cada metida a verter mi leche en su interior.

No sé cuántas veces cogimos esa noche, en la cama de Lucía, en su baño. Terminamos durmiendo a eso de las 5 de la mañana en uno de los sofás de la sala, totalmente exhaustos.

Abrí los ojos unas dos horas después, sintiendo un desagradable sobresalto en medio de tanta felicidad.

-“Filemón, hijo de perra”- Pensé, al recordar que el viejo me había dado un ultimátum para convencer a Lucía de ceder en su retorcido chantaje. Temí que al no presentarme al final de su turno, Filemón estuviera ya subiendo el video a internet, o enviándoselo a alguno de los directivos de la compañía. Tuve entonces la irrefrenable necesidad de ir a las oficinas.

Me levanté, procurando no despertar a Lucía, pero sin conseguirlo.

-¿A dónde vas?- Me preguntó, con sus bonitos ojos entrecerrados por el sueño postergado.

-No tardo… Yo…- Dije lo primero que me vino a la mente –Olvidé por completo que tengo que llevar a mi hijo a su partido de fútbol.

-Llévate mi coche- Ofreció Lucía, no sin dejar ver algo de decepción por mi repentina partida.

Conduje a toda prisa aquella mañana de sábado, llegando en tiempo récord hasta el trabajo.

Bajé del coche, preparado para lo que fuera, tan concentrado en lo que le diría a Filemón, que no noté, sino hasta que me encontré de pie frente a las puertas acristaladas del edificio, que en el lugar había al menos una decena de personas, entre policías, hombres de traje y un par de ¿Médicos?

-No puede pasar, jefe- Se acercó a decirme uno de los policías, para en seguida mirar a uno de sus colegas y recriminarle que no hubiera puesto ya la cinta amarilla para delimitar lo que llamó “la escena”.

Luego, todo pasó muy de prisa. Uno de los hombres de traje me señaló. Otro, se acercó para asegurarse que yo era el mismo que el de la foto que sostenía frente a sus narices. Un policía me esposó.

-Queda detenido como sospechoso por el homicidio del señor Filemón Martínez- Sentenció alguien a mis espaldas.

Lo que pudo ser el mejor fin de semana en la historia de la humanidad, se convirtió entonces en una pesadilla que ya contaré después.

Saludos, camaradas

(9,75)