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Dante y Trevor (Parte II)

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Archibald había consolidado más el hábito del retraso que el empeño de la puntualidad durante el último trimestre en Hayburn, y en la espera Octavio Woodworth ofreció vino a sus jóvenes invitados. Mr. Woodworth había pensado en una cena informal, pero la atmósfera era pesada en el recargado comedor, tapicerías y cuadros colmaban la estancia haciendo que los cincelados perfiles de los Allerton resaltaran entre los nublados retratos familiares. Mr. Woodworth celebró la demora de su hijo que le daba un buen margen para interpretar su papel de anfitrión, traspasando los limites de la cordialidad, palmeando las espaldas de los hermanos, palpando los antebrazos de Dante, deslizando suavemente su mano midiendo el costado de Trevor mientras se acomodaban junto al fuego, y el breve contacto dejó en las manos de Octavio Woodworth una huella invisible, el calor corporal de Trevor filtrándose a través del jersey merino de color rojo, el ajuste de las costuras medidas en Savile Row sobre los hombros de Dante. No descuidó la atención del buen gusto que los Allerton habían previsto para la reunión. Los hermanos lucían las prendas con distinción, sabiéndose bellos sin exhibirse, y eso provocó en Mr. Woodworth una reservada admiración que la resplandeciente presencia de Archibald desbordó cuando entró al comedor ataviado con uno de los equipos de caza del propio Octavio W.

Era medianoche, y el calor del fuego, el vino y las risas de los muchachos habían compuesto una deliciosa primera noche en Rowley Hall. Dante y Trevor habían resultado ser tan encantadores, ingeniosos y cultos como había descrito Archibald a su padre. Mr. Woodworth sabía que era el momento de retirarse y dejar a los amigos que degustaran las horas de la madrugada, deseando descanso y buenas noches dejó con una sonrisa radiante a los tres comensales y subió con cierta dejadez hasta su dormitorio. La habitación estaba fría, aun así no quiso ponerse el pijama como acostumbraba, dejando que las sabanas rozaran directamente su piel. Una cálida sensación lo arrebujaba, el bienestar de la cama, la felicidad de tener a su hijo en casa, la jovialidad del encuentro. Sin apenas darse cuenta, su mano, colocada sobre el vientre, bajó hasta la entrepierna, y dejó que las imágenes se dibujaran con exactitud: Los ocultos pezones de Trevor, evidentes gracias a la fina textura de la lana; los rotundos brazos de Dante, forzando ligeramente las mangas de su camisa blanca. El cuarentón Octavio W. no podía creer que estas imágenes le llevaran a sentir lo que sentía, como la excitación mojaba sus dedos y secaba su boca, y echando hacia atrás la cabeza plantándola firmemente sobre la almohada, se abandonó a la jerga que incontrolablemente empezó a articular su lengua… pajote, pajote, pajote sobre la cara de estos Allerton.

Abajo en el comedor sólo el crepitar del fuego rompía el silencio. Mientras Trevor quitaba las botas a Archibald, Dante dejaba que la vibrante luz de las llamas formara sombras sobre la dorada belleza del querido amigo en su regazo. Los Allerton precisaban, tanto como respirar, desnudar a Archibald, despojarlo de las ropas de caza del atractivo Octavio Woodworth.

 

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