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Mi adolescencia: Capítulo 6

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Nunca me planteé a mi misma en dónde residía el encanto o la magia de esta fantasía. No sé si era el morbo de hacerme la dormida, el morbo de ver la necesidad y anhelo que tenía Rafa por tocarme, el morbo por percibir su deseo hacía mí, el morbo de que jugase con mi ropa y que la disfrutase fetichistamente tanto, el morbo de que todo tenía que ser en plan muy light con sus limitaciones, etcétera. No lo sé. Solo sé que disfrutaba y me excitaba muchísimo esta situación. Era una excitación más psicológica que física (aunque obviamente cuando me acariciaba los pechos por encima del jersey me excite un poco). Tal satisfacción psicológica me llenaba de placer y agrado, y aunque, lógicamente, en mi fuero interno deseaba que fuera Edu el que lo hiciera, no me disgustaba el estilo y encanto de Rafa que supo conducir siempre la fantasía por los caminos que yo más disfrutaba. 

Tras tan grata experiencia quedó patente que volveríamos a repetir, ¿por qué no? A ambos nos encantaba esta fantasía y sobre todo valoraba la discreción de Rafa de llevarla siempre clandestinamente sin que nadie se enterase de lo nuestro. No quería que nadie lo supiese. En público ante los demás mi relación con Rafa seguía siendo de la misma indiferencia y desdén que como siempre. Ambos fuimos unos actores excelentes que supimos fingir en todo momento que apenas nos conocíamos y que nunca había pasado nada entre ambos. Era un juego un poco tonto y pueril, pero a mí me gustaba, y más que me iba a seguir gustando. 

Por otro lado, el tonteo de la gorda y desagradable Angélica con Edu no cesó los siguientes fines de semana. Aunque pronto percibí que no era solo con Edu, era con cualquiera, pues estaba tan desesperada que tonteaba patéticamente con cualquiera. Como muy bien dijeron en esa época mis amigas Ana y Jennifer: “el comportamiento de esta tía degrada a todas las mujeres y es una vergüenza el descarado mamoneo, peloteo y tonteo con los chicos, es rebajarse al máximo”. Me disponía a secundar estas opiniones con fiereza y contundencia y cuando abrí la boca lo único que dije “Siempre en todas las pandillas hay una puta, que se le va a hacer”. Me sorprendí a mí misma por los tenues y desapasionadas que fueron mis palabras. Pensé que aprovecharía esa oportunidad para despotricar sin piedad contra ella y, sin embargo, fui muy comedida.

¿Sería que ya no me molestaba tanto el tonteo con Edu y los demás? ¿Se me estaría quitando el influjo y obsesión de Edu sin que yo me hubiese dado cuenta? ¿Influiría mi aventura fantasiosa con Rafa en el hecho de que ya no pensaba tanto en Edu al tener la cabeza en otra parte? Fuese lo que fuese lo cierto es que me alegré. Me puso contenta el saber que este tonteo con Rafa era más importante de lo que pensaba a primera vista. Ahora lo único que me importaba es que me encantaba este juego e iba a seguir jugándolo. 


El fin de semana siguiente fue mi cumpleaños. Cumplí los 17 y me sentí muy mayor ya. De hecho lo era. En los últimos tres años había madurado mucho y ya me consideraba una mujer, aunque una parte de mí seguía siendo una niña con obsesiones indignas de mi edad, como la que me unía a Rafa. Ese sábado, al ser mi cumpleaños y la protagonista, no nos pudimos escapar al chalet. Tuvimos que esperar al siguiente. La espera mereció la pena, pues ambos lo cogimos con muchas más ganas y entusiasmo. 

De nuevo, en la soledad del chalet nos dispusimos a recrear de nuevo la fantasía. Fue todo prácticamente igual que siempre: me quitó lentamente el pañuelo que llevaba alrededor del cuello, subió el jersey hasta la altura de mis pechos y empezó a jugar con mi camisa. Como siempre murmurando para sí mismo las frases habituales que tanto me gustaban: “umm, que bien te queda este jersey amarillo con esta camisa blanca”, “que guapa estás con estos pantalones negros”, “eres una preciosidad, estás buenísima, me vuelves loco”, etcétera.

Esa noche mientras me acariciaba por encima de la camisa me dio por pensar que nunca había tenido yo realmente deseos físicos por un chico. Es decir, nunca tuve la necesidad y el deseo de querer desnudarlo o acariciarlo. Nunca. Es extraño. Disfrutaba tantísimo viendo como me anhelaba y deseaba a mí que no necesitaba nada más. Esa mezcla de fetichismo por mi ropa y por acariciar mi cuerpo era más que suficiente. Y, aunque a veces con sus caricias me excité, esa excitación fue solo un deseo de que él siguiera jugando conmigo sin necesidad de tocarle yo a él. 


Esa noche, de repente entre jadeos de deseos murmuró: “joder, me encantan como quedan tus tetas en esta camisa, me vuelven loco” y sin previo aviso me desabrochó un botón. Él ya sabía muy bien que eso sobrepasaba los límites y que no iba a permitírselo, pero antes de que me diera tiempo a replicar empezó a hablar: “que pasada, me encanta, mientras te toco los pechos puedo verlos un poco por el canalillo de tu camisa”. Esa mezcla de inocencia y deseo al decirlo me gustó. Por lo que seguí que siguiente masajeando mis pechos todo el rato que quiso. Excusa decir que acabé excitándome, tanto que mi respiración más de una vez sonó como un jadeo. Finalmente Rafa dijo: “¿puedo quitarte del todo el jersey, por favor?”. Mi respuesta inmediata fue: “¿por qué?” a lo que velozmente respondió: “porque quiero verte solo con la camisa, estás preciosa con esta camisa”. Ese anhelo fetichista siempre me encandiló, por lo que no me puede negar a que me quitará el jersey. 

El proceso de quitarme el jersey fue como todo un ritual, como lo saboreó y disfrutó. Me lo quitó muy lentamente al mismo tiempo que no paraba de decir: “estas preciosa con este jersey amarillo pero ni punto de comparación con lo guapa que estás con esta camisa blanca”. Fue muy excitante A mí me encantó cómo lo hizo, tanto que me dieron ganas de que me lo volviera a poner para así podérmelo quitar otra vez. Rafa estaba disfrutando más que nunca, yo lo percibí en sus ojos, la mirada de deseo brutal que tenía me encantaba. Pero sobre todo me gustaba que a pesar de tener tanto deseo y líbido acumulada debía seguir manteniendo el control porque la fantasía debía seguir siendo en plan light. Me encantaba el poder controlar así sus ansias y deseos, y tenerlo sometido en cierta manera. Era todo esto un juego muy excitante y sensual, psicológicamente hablando.

Estaba sumida en mis pensamientos cuando fui a decir algo y Rafa me lo impidió poniendo su dedo índice sobre mis labios. Sigilosamente se acercó a mi oído y dijo: “tranquila, déjate llevar, no digas nada”. Acto seguido cogió mi pañuelo que había colocado en la silla de al lado y lo estiró. Yo desconcertada seguía con mi mirada sus actos paso a paso, en silencio, expectante. Cogió el pañuelo y lo puso sobre mis ojos y rápidamente lo anudó por detrás de mi cabello. Mi expectación hizo que no dijera nada, aunque en realidad tenía muchas cosas que decir. Recordé como en nuestra anterior visita al chalet bromeó con el tema de vendarme para así hacer más interesante la fantasía. Ahora podía cerciorarme de que no se trataba de ninguna broma. 

El estar vendada me hizo aglutinar en mi interior toda una serie de sensaciones abrumadoras: desconcierto, miedo, inseguridad, escalofríos, expectación, desamparo y, sobre todo, mucha confusión ante esta nueva situación. Solo por el hecho de estar vendada la fantasía parecía radicalmente distinta. La sensualidad y fascinación de la situación subió muchos enteros y yo me quedé tan perpleja que no repliqué nada a Rafa. ¿Me gustaba aquello? Pues sí, vaya que sí me gustaba, aunque nunca lo hubiera llegado a imaginar, pero la oscuridad de mis ojos otorgó mucho más encanto, curiosidad e interés a todo lo que estaba sucediendo. 

Rafa no se hizo esperar y nada más vendarme siguió acariciándome los pechos por encima de la camisa. Las caricias eran como siempre, pero la situación era distinta, por lo que sentí mucha zozobra y escalofríos al hacerlo. De hecho al principio no me gustó y hasta me plantee quitarme el pañuelo de los ojos, pero, poco a poco, fue relajándome esta condición de ceguera y me adapté. Es curioso como funciona el alma y la psique humana, pues fue el momento más erótico y excitante de todos los vividos hasta entonces. Noté como esa excitación fluía por todo mi cuerpo y, cuando Rafa empezó a desprender mi camisa por fuera del pantalón, llegó a su cenit máximo.

Siempre me encantó lo de desprender la camisa poco a poco del pantalón, pero nunca como hasta esa noche me excitó y fascinó tanto. Fue erotismo puro y duro. Tenía 17 años y había alcanzando en esa noche las cotas más altas de sensualidad conocidas por mí hasta entonces. El embobamiento de todo lo que estaba ocurriendo me embriagó y me relajé hasta tal punto que tarde unos segundos en darme cuenta que Rafa estaba besando mis pechos por encima de la camisa. Al principio besos tímidos y casi prohibidos, pero luego abriendo la boca como si se estuviese imaginando que se comía mis pezones. Mientras los besaba y chupaba no dejaba de tocármelos, acariciándomelos con mucha pasión y fuerza, casi como por instinto. Yo quería parar estas acciones porque nos estábamos desmadrando mucho, pero no fui capaz, aquella no era yo, era una mujer de 17 años disfrutando su sensualidad en todo su esplendor. 

En ningún momento dejó de acariciarme los pechos pero sí que los besos y chupetones fueron bajando poco a poco hasta sobrepasar mi cintura. Yo respiraba aceleradamente. Cuando me quise dar cuenta estaba besándome la entrepierna por encima del pantalón. Yo no dije nada. Parecía que en vez de tener vendado los ojos, tenía amordazada la boca. Estaba bloqueada psicológicamente y solo disfrutando el momento. Finalmente las caricias de sus manos sobre mis pechos se intensificaron, me tocó a gran velocidad y él susurró: “ummm, esta camisa, esta camisa, joder, me encanta” y empezó a desabrochármela. Me di cuenta perfectamente de ello y empecé a decir “no, no, no”. Me quité la venda y volví a repetir: “no, ya sabes que no, déjalo”. 

Rafa paró en seco. Su mirada denotaba un poco de agresividad mezclada con pasión frustrada. Me miró con un poco de rencor y tensión. Al final, su respiración fue cogiendo un ritmo normal y también cambió la expresión de su rostro hasta que consiguió forzar una sonrisa: “sí, lo cierto es que nos hemos desmadrado un poco, lo siento, pero es que ha sido todo tan…”. Yo terminé la frase: “intenso, la palabra es intenso”. A lo que él asintió y volvió a sonreír. No me podía quejar en absoluto de Rafa, estaba siempre siendo un caballero ateniéndose a las normas y a los límites que yo había impuesto, y que nunca había que sobrepasar.

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