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Bronco

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No sé por qué me entrego de esta manera a este cabrón. Hace conmigo lo que le parece. Y todo lo que le parece me provoca un estrépito de placer que me convierte en un imbécil a su servicio.

Por ejemplo, comienza a chuparme un pezón. Al principio, con suavidad. Pero la succión aumenta poco a poco, porque él es así, de poco a poco. Al minuto el pezón se ha convertido en una enérgica fuente de placer. Y a los cinco minutos, el pezón no es mío, ya no me pertenece.

Mis intentos por apartarle son rechazados. Y no soy ningún jodido enclenque, pero el hijoputa me gana.

Hasta que surge la oferta:

-Te devuelvo el pezón pero te clavo el cipote a saco.

Sus palabras me la ponen completamente tiesa. Y lo sabe.

Rechaza los lubricantes, no los encuentra "naturales". Pero llama a Bronco para que haga el trabajo.

-Venga, Bronco, déjamelo bien suave, como tú sabes.

Después me atraviesa sin misericordia. Y no permite ninguna resistencia.

-Como no te abras, te ataco el pezón otra vez.

Por supuesto que termino abierto; y más bien pronto que tarde.

-Te gusta que te dé por culo ¿eh?

Y mientras se me folla, Bronco mira y gimotea babeando. Estoy convencido de que en su leguaje canino nos dice: yo también quiero.

¡Bronco,perro maricón! Tú empezaste todo esto.

¿De qué manera?

Hace un par de veranos, tenía que estudiar para examinarme en septiembre. Mi padre me lo había advertido:”Si no apruebas, dejo de pagarte la carrera, jodido vago”.

La verdad es que no me esforzaba lo suficiente. Me gusta mucho el deporte y a menudo dejaba de lado estudiar por irme a una competición o a un entreno. Porque estar con todos esos amigos y compañeros de buenas cachas y trato tan llano y rudo, lo es todo para mí. Las tías no me han interesado en mi puta vida. Lo que pasa es que como soy de aspecto bruto y modales a la par, a nadie se le ha ocurrido que lo mío son las pollas y los culos peludos de todos esos chavalotes de los que siempre me he rodeado hasta en la universidad.

Lo que decía, que para preparar los exámenes de septiembre me fui de la city al pueblo de mi padre donde aún vive mi abuela con una tía solterona.

Pero a pesar de todos mis esfuerzos por concentrarme, hubo un problema:

un tío buenorro de no más de treinta tacos al que veía pasar por la calle donde se ubica la casa de mi abuela, acompañado de un rottweiler que le seguía a todas partes. Al pasar, el tío me miraba de reojo con rostro hosco. Pero me miraba. Y yo a él.

Cuando aparecía, mi tía la solterona refunfuñaba. Porque el labriego buenorro pertenecía al clan de los Perlitas, una familia con la que la mía ha tenido pleitos por cuestiones de lindes de tierras.

-Viene a provocar -sentenció ella.

Pero que fuera de los Perlitas y que buscase provocar, no disminuía el atractivo de su trasero, la hermosura de su torso ancho ni la morbosidad de su rostro con trazos de canalla putero ¡Y qué pedazo labios!

Una tarde, con los apuntes de estadística a mi lado, me la casqué más que a gusto imaginando que le metía una comida de rabo estratosférica. Llevaba casi tres semanas sin tocarme la picha y huelgo pronunciarme sobre la cantidad de leche que eyaculé. Lo malo es que justo cuando me estaba corriendo sonó mi móvil.

Me llamaba el capullo de mi padre para recordarme, por si me había olvidado, que me enfrentaba a mi última oportunidad de vivir a su costa.

El orgasmo se me agrió. La lefa se me escurrió cojones abajo. Y encima sólo fui capaz de hablar incoherencias ¡Qué cerca estaba la guillotina de mí, pero qué cerca!

Enfurruñado conmigo mismo y echando pestes de mi progenitor, decidí salir de la casa y airearme.

Me subí los pantalones deportivos de media pierna y los calzoncillos.

No, no me limpié la corrida. No soy habitualmente así de guarro ¿eh? Lo que ocurrió es que estaba tan cabreado que pasé de todo en plan rebelde porque el mundo me hizo así.

Tomé los apuntes de estadística por aquello de aparentar ante mí mismo que me estaba esforzando, y avisé a mi tía que me largaba a dar una vuelta en la bici.

Pedaleando llegué hasta la fuente de los cangrejos, un manantial natural en una peña solitaria, y me senté en una piedra que el capricho de la erosión había esculpido en forma de banco.

Es un lugar fresco y rodeado de arbustos altos.

Pensé por unos minutos en las diez mil maneras en las que me gustaría acabar con mi viejo. Después de ejercicio tan estéril, saqué los apuntes y volví a la cruda realidad: estadística.

Pues bueno, cuando ya me había concentrado y parecía que por una vez el estudio me cundiría, escuché un ladrido.

De los arbustos salió un perro: un rottweiler.

-¡Un momento ! -me dije- ¿Este no es el chucho que siempre acompaña al buenorro que se pasea frente a la casa de mi abuela?

El perro se me quedó mirando. Olfateó en mi dirección y con pasos de esos que llevan los chuchos cuando van a jalarte un mordisco, se fue aproximando.

Me asusté, tengo que decirlo. Y me preparé para recibir el ataque del bicharraco. Si así sucedía le atizaría una patada en los morros que lo mandaría al otro mundo.

Pero el animal, a pocos pasos de mí, se quedó quieto olisqueando el aire en mi dirección y empezó a gemir lastimero. Lo mismo que cuando estás comiéndote un bocata y se te planta un puto perro enfrente a ver si le sueltas algo de tu papeo.

-Lo siento, perrito, pero no tengo comida -hablé en tono de amigo de los rottweiler de toda la vida- Si te apetece hincarle el diente a unas ecuaciones... Bueno, las gráficas tampoco tienen mala pinta.

El bicho se relamió. Lo juro, se relamió.

La tensión inicial entre ambos se disipó. Le tendí la mano y el can se me acercó dócil. Pero tras hacerle un par de caricias en el cuello, metió el hocico en mi entrepierna y comenzó a pasarme la lengua sobre la tela de los pantalones.

Traté de apartarlo pero no había manera. Estaba empecinado en chupar y chupar.

Con tanto lameteo, la polla se me iba empinando.

Quise alejarlo de mis partes pero no me hacía el menor caso ¡Y tóma legua una y otra vez!

-¡Bronco,cabrón, ven aquí! -escuché una voz.

Levanté los ojos y me encontré que de los matorrales salía el Perlitas.

-¡Que vengas aquí! -volvió a ordenar al rottweiler.

Este abandonó mi entrepierna a regañadientes y acudió donde su amo.

-¿Te ha molestao? -me dijo el buenorro en tono de disculpa.

-No. Me gustan los perros ¿Es un rottweiler?

-Me lo dieron y ni pregunté la raza -contestó acariciando el lomo de su mascota- Lo único que puedo decir con toda seguridad es que es un perro maricón.

-¿Qué?

-Lo que te digo. Le gustan las pollas más que a un crío un chupa-chups.

No pude refrenar una risotada.

-¿En serio?

El Perlitas se medio sonrió sin dejar de observarme y se acercó hasta la roca erosionada tomando asiento a mi lado.

-¿Estudias?

-Tengo examen en septiembre -respondí con los apuntes en las manos- Me han quedado tres de la carrera. Una mierda. Mi viejo ya no me da más cancha y amenaza con cortarme el grifo. Y los huevos.

El perro se zafó de las manos de su dueño y me vino a dar otra vez con el hocico en mis partes.

-Bronco, deja al chaval en paz.

-Joder, se me va a poner tiesa -bromeé.

-¿Te has hecho una paja hace poco?

-¿Perdón? Creo que no he oído bien.

-Sí que me has oído -se sonrió burlón- Se te mete en la entrepierna porque huele a lefa.

Se me subieron los colores a la cara.

-La lefa es lo que más le gusta -explicó el Perlitas sin abandonar la mueca de burla- Ya te he dicho que es un perro maricón ¿Te has hecho una paja sí o no?

Aquel puto labriego me buscaba. Pero no tenía nada claro si era para joderme o para follarme.

-¿Y de dónde le viene la afición por la lefa? -le mantuve la mirada.

-Te gustaría saberlo ¿eh?

Hablaba quedo, como si nos encontráramos en un lugar donde nos pudieran descubrir en la peor de las situaciones, y se llevó la mano al paquete.

El morbo me tenía atrapado.

-Me hice un pajote. Un buen pajote. Tranquilo, sin prisa.

La mano sobre el paquete se movía tan despacio como debió de moverse para la masturbación que refería. Las venas que la surcaban estaban pletóricas de sangre. Sangre cargada de testosterona.

-¿Y qué ocurrió?

-Entonces Bronco sólo era un cachorro de no más de seis meses. Se quedó alelao frente a mi polla ¿Verdad, Bronco? El mariconazo no le quitaba ojo y jadeaba. Cuando me corrí, se acercó y se lamió toda la leche. Y cuando acabó, me lamió la polla porque quería más.

El Perlitas agarró a su mascota y le hizo unas cuantas caricias por el lomo. Pero sus manos bajaron hasta los huevos del rottweiler y se los sobó.

Aquella acción me turbó.

-¿Es o no un perro maricón?

-¡Vaya con Bronco!

Le puse una mano en la cabeza al perro, que volvió a atacar mi entrepierna.

-No te dejará en paz hasta que no le des lo que escondes.

El Perlitas me conducía hacia una situación caliente y extraña. Traté de resistirme y presenté mis objeciones:

-¿Y si no quiero?

-Tú te lo pierdes. Porque seguro que después te ataca la polla y te aseguro que da bastante gusto.

Bronco, molesto de tanto toparse con tela, lanzó un ladrido de frustración y después levantó una de sus patas delanteras para empujarme el pantalón hacia abajo.

-Pero si no quieres... te dejamos que sigas con el estudio -dijo el labriego tomando al perro por el pescuezo y apartándolo de mí.

-Venga, Bronco, que nos vamos.

Al instante, sentí que perdía una situación única.

-¡Espera! -se me escapó.

La duda me desazonaba. Y el Perlitas lo sabía.

-¿Pero cómo me voy a sacar mis partes para que me dé lengüetazos un perro? -me revolví nervioso- ¿Y si me arranca los huevos de un mordisco?

El labriego, sin apartar sus ojos de los míos, se desabrochó los pantalones raídos que vestía. Cayeron hasta las corvas junto con los calzoncillos. Sus piernas peludas de anchos cuádriceps, me hicieron salivar.

Vi que no tenía la polla tiesa, pero aun así le colgaba un suculento cipote sobre unos huevos gordos y hermosos.

Se me puso dura como un palo.

Bronco dio saltitos de alegría en cuanto su amo se despelotó los bajos. Meneaba contento el muñón de su rabo y emitió un par de ladridos medio ahogados.

-¿Qué pasa, Bronco?¿Quieres un poco de lo tuyo? -le dijo el Perlitas sacudiéndose el pijo hasta engordarlo.

-Mira, perro maricón, ya sale golosina para ti.

Una gota de preseminal apuntaba en la zona más alta de su capullo sonrosado.

-Si quieres más, gánatelo.

El labriego se sentó otra vez en la piedra a mi lado, todo espatarrado y ofreciendo su caliente verga al can. Éste, entusiasmado, lo lamía con verdadera fruición justo en el frenillo, donde el placer es máximo.

-¡Uf, qué bien sienta! ¡Mira que me lo ha hecho veces y no me canso! ¡Y él tampoco!

Su muslo derecho golpeaba el mío. Y en mi interior una voz me decía: dále una hostia al chucho y haz tú su trabajo.

-Eso es, Bronco, cómeme el cipote. Que vea este chaval lo bien enseñao que estás.

Mi erección era imparable. Mi deseo, un tsunami. Ya no había defensa frente a ese hombre. Y él lo sabía. Hasta el perro lo sabía.

El muy cabrón se desabrochó la camisa de faena. Me descubrió un par de pezones oscuros y duros. Se pasó las manos por ellos.

-Tócalos.

Sin darme tiempo a procesar la órden, me cogió una mano y la puso sobre su poderoso torso.

-Venga, tócalos.

Contuve la respiración y pasé mi mano por su pecho. Tenía vello en el centro y alrededor de los pezones. El tacto de la piel velluda de otro hombre me parece una de las sensaciones más hermosas que existen en este mundo.

-Pínzalos. Tú tienes los dedos fuertes. Aprieta bien.

El perro le chupaba el rabo, yo le oprimía los pezones. Y el Perlitas resoplaba de placer.

Entonces vi que el rottweiler estaba completamente descapullado, con su pijo, de un color rojo sucio,brillando de humedad. ¿Tenía razón el Perlitas?¿Bronco era un perro maricón?

Aquél apartó inopinadamente al perro de su cipote.

-Para, cabrón, que me corro.

Yo retiré las manos de sus pezones. Pero me las cogió. Sentí con claridad la fuerza que tenía.

-Te toca -me dijo- Ya ves que no se llevará tus huevos de un mordisco.

“El perro,no. Pero ¿y tú?” pensé.

Me bajó los pantalones y enseñé mis credenciales ya dispuestas para lo que hiciera falta.

-Tienes buen cipote, chaval -y me lo agarró- Un cipote gordo, con un buen capullo.

Entonces descubrió los restos de lefa del pajote que me casqué antes de salir de casa.

-¡Pero si estás lleno de semen!¡Joder, con razón tienes al perro enloquecido! Mira, Bronco, lo que hay aquí.

Y sin que me diera tiempo a poner la más mínima objeción, el chucho se me lanzó a los huevos glotón como él solo. Su lengua no sabía hacia adónde tirar, si a mi capullo, a mis testículos o incluso a mi perineo, también manchado de leche que no se había secado.

-Déjale hacer.

Seguí el consejo del amo y al poco supe que Bronco estaba más que bien enseñado; y que su lengua te podía transportar muy, pero que muy lejos.

-¡La hostia! -dije- ¡Qué gusto me da!

La tibia lengua del rottweiler me calentaba los motores rumbo a una corrida bestial.

El Perlitas se puso de pie a mi lado. Su polla palpitaba frente a mi jeta.

-¿Qué, sabe o no sabe lo que hace?

-Sabe -respondí suspirando de placer.

De la punta de su picha colgaba una gruesa gota de preseminal.

-¿No se la ofreces a tu perro? -dije señalándola.

-Está muy entretenido contigo.

-Es una pena que algo tan suculento se caiga al suelo.

-¿La quieres tú?

Me aproximó su cipote a la boca. Olí su aroma sucio de semen, sudor y babas de perro. Si abría la boca y me tragaba aquello, el Perlitas tendría argumentos para tratarme como si fuese su otra mascota.

Me encontraba a punto de cruzar la línea, cuando Bronco se alzó sobre sus patas posteriores y le sacudió un lengüetazo a la chorra de su amo. La gota de preseminal desapareció.

Era un verdadero glotón.

-¡Será maricón! -se me escapó.

El Perlitas se sonrió y me propuso una variante del juego:

-¿Quieres que nos la chupe a los dos a la vez?

-¿De qué manera?

Se sentó en la piedra de nuevo. Sus muslos desnudos se ensancharon. El tío me gustaba cada vez más.

Tuvo que apartar al perro que ya se lanzaba otra vez a trabajarle el tieso cipote.

-Ven, ponte encima de mí.

Le miré. Me miró.

-Siéntate, hombre -insistió.

-Tendré que quitarme los pantalones.

-Por aquí no viene nunca un alma. Venga, quítatelos y siéntate encima. Nos lo vamos a pasar de puta madre, ya verás.

El perro no dejaba de mover el muñon de cola mutilada. Y seguía descapullado.

Me quité los pantalones y la ropa interior. Me aproximé al labriego.

-¡Qué buen culo! -dijo palmeando mis nalgas- Ahora, siéntate.

Me aposenté sobre sus muslos pegando mi espalda a su pecho. Me quitó la camiseta dejándome en pelota total. Su verga caliente y tiesa presionaba mis glúteos.

Recuerdo que pensé: “como se le ocurra sobarme el rabo, no me podré contener ni un segundo”.

Por suerte, no lo hizo. Me levantó hasta que su cipote asomó por mi entrepierna bajo mis huevos;el recorrido por la zona me provocó una subida de esperma hasta la punta del cipote. Al momento,Bronco se abalanzó sobre él y dio comienzo la fiesta, con la lengua del animal viajando de mi cipote al de su dueño una y otra vez.

Las manos del Perlitas me atrapaban los pectorales. Sus labios se posaron en mi cuello. Oí su respiración agitada.

-¿Qué te parece?

No podía contestar. Sólo dejarme llevar.

Aprovechó mi entrega al placer para tomarme de las piernas y levantarlas. De resultas, mi culo dio la cara rodeado de los muchos pelos que lo contornean. Situó su polla a las puertas como un ariete dispuesto a iniciar el asalto.

-Vamos, Bronco, chupa ahí, chupa ,chupa.

El animal pasó su lengua por mi ojete e incluso lo forzó con el hocico.

De mi garganta empezaron a escapar la misma clase de gemidos que Bronco emitía al suplicar que le diesen lefa.

-Tío ¿qué me estás haciendo? -alcancé a decir medio ido.

Sentía la lengua del perro entrando en mi culo y la verga del amo chocando contra sus contornos.

Haciendo uso de su gran fuerza, el Perlitas me levantó lo suficiente para que su cipote quedase contra mi ojete y después me dejó caer penetrándome sin remedio.

Dí un respingo. Pero el muy cabrón no permitió que me separase de su tranca.

-Quieto, chaval. Ya te tengo.

-Sácamela, tío.

-Ni muerto. Te voy a dar por culo hasta que no me quede ni una gota de leche en los cojones.

-Me duele.

-No seas nenaza ¿Eres un tío, sí o no?

Me la clavó hasta los huevos. Noté los latidos de su polla embutida en mi culo.

Pese a todo, la erección no me había decrecido ni un milímetro.

El perro no paraba de lamernos. Hasta se levantó con su feo pijo apuntando también hacia mí trasero. Por un momento temí acabar sodomizado por los dos a un tiempo.

-Bronco, tú a lo tuyo -le ordenó el perlitas- ¡Chupa, chupa!

Las carnes ya se me habían acostumbrado a la invasión y de mi verga se desparramaba tanto seminal que parecía que me estaba meando.

-La cosa va bien ¿eh? Te está dando gusto, mariconazo. No me digas que no porque lo que te sale dice lo contrario.

Y se lió a follarme.

-Te pone que te den polla ¿verdad? Pues estamos de suerte, porque si a ti te va que ten den polla, a mí me vuelve loco trincarme un culo como el tuyo.

Bronco no cesaba de pasar la lengua por mi convulsa verga. O por mi perforado ojete.

Su amo me la metía contundente y me mordía cuello y nuca.

Una ráfaga de viento tiró al suelo mis apuntes de estadística y se los llevó hasta los arbustos.

Fue cuando dejé de resistirme y me entregué al ritmo de martillo pilón que el Perlitas me aplicaba.

Me puse a resoplar y a berrear. Creo que ya no sabía ni quién era.

El amo de Bronco se emocionaba por momentos. Me hincaba sus dedos en las carnes y el daño que me ocasionaba me estimulaba todavía más.

Y de pronto todo se quedó en blanco y noté como si los huevos me estallasen y la onda me llegase hasta el cráneo con intención de hacerlo pedazos.

No sé los chorros de leche que saltaron de mi verga. Pero al menos un par acabaron en mi cara y creo que en la del labriego.

Bronco se me subió encima para jalárselos.

Su pijo me ensució la piel.

Pero ya me daba igual.

El Perlitas me presionó contra sus huevos mientras se corría gruñendo algo así como “toma leche,hijoputa”.

No tuve descanso. Nada de vamos a frenar un momento ahora que nos acabamos de echar un polvo.

El puto treintañero llamó al perro:

-Bronco, limpia aquí -le dijo al rottweiler.

Porque de mi culo taladrado goteaba su esperma.

El animal, encantado, puso su lengua a trabajar.

Su amo me sacó poco a poco el cipote y de mi ojete se escapó buena parte de su corrida. No permitió que me moviera hasta que su mascota se dio por satisfecha.

Cuando por fin me pude incorporar, el Perlitas empezó a acariciar al perro.

-¿Te ha sabido rico? -le preguntaba.

El perro se refrotaba contra él. Después se tumbó panza arriba como diciendo: ahora dame lo mío.

El labriego le puso un pie desnudo en le pijo masturbándole.

-¿Tú también te quieres correr, perro maricón?¿También quieres diversión?

Yo estaba en pelota en ese paraje viendo lo que le hacía a su mascota y... ¡ pareciéndome de lo más normal !

-Mira qué cachondo se pone -me dijo sobre el animal- Anda, acércate.

Y me acerqué.

-¿Has visto que se te quería follar cuando te la he metido?

El pie del Perlitas se deslizaba sobre el pijo del can. Y me dijo con una voz que me sonó a puro vicio:

-¿Te hubiera gustado?¿Tener mi polla y la de Bronco en tu culo?

Una zozobra extraña, negra y pútrida me encogió las entrañas.

-No -contesté en un tono ahogado.

En ese momento, el perro se convulsionó y soltó su lefa canina. Al momento se afanó en limpiarse.

Me di la vuelta asustado de las sensaciones que el Perlitas me contagiaba; tomé mi ropa y tras vestirme recuperé los apuntes dispersos. Una de las hojas había caído en el manantial y estaba empapada.

-¿Ya te vas?

-Está anocheciendo.

El Perlitas se me puso detrás y me atrapó con sus brazos.

-Tómate una cerveza conmigo -volvió a hablarme quedo.

-¿Le gustará a tu familia?

-Que le den por culo a mi familia. Y a la tuya. No te soltaré hasta que me digas que sí.Además tenemos que hablar. Porque quiero repetir. Bueno, yo y Bronco. Le gustas.

El perro se nos había aproximado y con la cabeza me golpeó suavemente en una mano buscando mis caricias.

No se las negué.

Y acepté la cerveza.

De eso ya hace tres veranos.

Entre nosotros han ocurrido muchas cosas en cuestión de sexo.

Y cuando digo entre nosotros, incluyo a Bronco, el perro maricón.

Pero esos sucesos... tengo prohibido comentarlos.

(9,80)