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Sueño eròtico: Alberto y yo

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Tras el agitado ejercicio que habíamos realizado Rebeca  y yo, quedamos exhaustas. Me quedé dormida con la cabeza de mi amiga sobre mis pechos. Fue un sueño plácido, cómo nunca lo había experimentado.

Desperté, un poco confundida y sedienta. La que ahora consideraba mi amante yacía a mi lado. Me senté en la cama  y me quité las medias, pues comenzaban a molestarme un poco. Como todo estaba oscuro, no encontré qué ponerme, así que salí desnuda del cuarto y me dirigí a la cocina a buscar algo frío para beber, recordé que en esa casa siempre tienen refrescos en el refrigerador.

Al salir de la habitación de mi amiga, recordé que la de al lado era la de Miranda, pero pude notar en la penumbra que estaba cerrada su puerta, lo que me dio más confianza para salir como Dios me trajo al mundo.

Sin embargo, al pasar acerqué mi oído para ver si escuchaba algún gemido. El morbo me mataba. Pero no. No se escuchó nada.

Bajé las escaleras y atravesé el recibidor, continué por un pasillo y abrí la puerta de la cocina. Mi vista se había acostumbrado y pude percibir la forma del frigorífico que estaba al fondo, caminé cuidando de no tropezarme con un ante comedor que estaba casi en la entrada y quedaba casi oculto por la puerta cada que ésta se abría, de modo que al llegar a donde se encontraba el refri, la mesa quedó detrás de mí.

Abrí la puerta del refrigerador, la luz interna me cegó un poco y me agaché para buscar un refresco.

-Bonito culo – dijo una voz masculina que provenía detrás mío.

Me incorporé rápidamente, asustada y sorprendida, soltando el envase de refresco que ya tenía en mis manos.

Me volví y observé una figura que encendía un cigarro con un cerillo. Era Alberto. Estaba sentado en el ante comedor. Intenté cubrirme un poco con la puerta del refri. El que yo supiera que era gay, no dejaba de cohibirme. Dejó el cigarro sobre el cenicero de la mesita y se puso de pie. Entonces me percaté que no medía el 1.75 que yo supuse la primera vez, pues yo usaba zapatillas de tacón y por eso lo vi menos alto. Yo mido 1.65. El mide aproximadamente 1.85.

También me di cuenta de que estaba desnudo, y se acercaba a donde yo me encontraba. Era un tipo de cuerpo atlético, de manos grandes. La penumbra ocultaba algunas partes de su cuerpo, entre ellas su pene.

-No te espantes – dijo – Vine a fumar un cigarro porque a Miranda no le gusta que su cuarto se llene de humo, además está dormida. Acababa de sentarme cuando entraste tú.

Me sentía sumamente nerviosa. Se hallaba a un metro de mí. Se acercó aún más hasta quedar cara a cara.

Estar tan cerca de él me puso más nerviosa… y excitada. Ahora la luz del frigorífico lo iluminaba completamente y pude observar lo bien proporcionado que tenía su miembro. Entonces se agachó a levantar el refresco que yacía a mis pies. Al hacerlo, rozó con su cabellera mi vientre y mis rodillas. Mientras se incorporaba, inspiró a la altura de mis muslos.

-Hueles muy bien… -me dijo – Amareto y… Sexo.

Y entonces lamió mi muslo. Vibré. Pensé: " No puede ser, soy una zorra. Deseo que me haga el amor…"

Se puso en pie y su pene rozó mi ombligo. Mis pezones se erectaron más y mi vagina comenzó a humedecerse.  Cerró la puerta.

-Se escapa el frío – dijo.

Quedamos a oscuras, nuestros cuerpos desnudos, pegados. Me acarició uno de los senos con una sutileza que mi nuca se erizó. Su mano descendió sobre mi vientre. Acarició mi ombligo y continuó hasta el pubis. Sin pensarlo, abrí mis piernas, ofreciéndole mi sexo ya mojado. Sabía que me iba a tomar y que me haría suya. Yo lo estaba deseando.

Hundió su dedo medio entre mis labios que lo recibieron gustosos. Jugó con mi clítoris y yo le agarré una nalga, acercándolo más a mi cuerpo, para sentir de cerca el miembro aún flácido de Alberto.

Me tomó de las caderas, me puso de espaldas a él, colocó mis manos sobre el refrigerador y metió su pierna entre las mías, separándolas, como he visto a los policías hacer. Se puso de rodillas y con sus manos separó mis nalgas lo más que pudo y besó mi ano.

Mis rodillas se doblaban. Empezó a lamer mi culo y el placer que devenía de ello era celestial; conforme mi ojete se fue acostumbrando, Alberto ya no sólo lamía, también mordía, me devoraba. Al final su lengua encontró mi conchita con la que se entretuvo lo que quiso.

Deseaba gritar y lo más que podía hacer era gemir. Cada caricia que me prodigaba era distinta cada vez.

Así fue que me corrí en su boca.

Se levantó. Me puso de frente a él. Me tomó de las nalgas con sus manotas y me cargó, llevándome hasta le mesita y colocándome en el piso me dijo:

-Ahora te toca a ti.

Se sentó y abrió las piernas, dejándome hincada frente a su verga que era inmensa.

Me acerqué y lo tomé con las manos, le advertí que nunca lo había hecho y pareció no importarle; como diciendo ya sabrás qué hacer.

Lo acerque a mi rostro y lo pasee por mis mejillas, mis ojos; lo olí como las gatas en celo suelen oler a su macho antes de aparearse. Finalmente, lo acerque a la boca y lo besé. Al retirarlo un poco, sentí en mis labios un líquido salado. Me agradó el sabor y entonces me decidí e introduje ese mástil en mi boca, sintiendo esa piel tersa como de bebé en mi lengua, causándome un efecto de placer. Mi saliva se hacía agua y cada vez quería sentir esa cosota dentro de mí.

La excitación me hizo chuparlo más deprisa, jugar con sus testículos y lamerlo y chuparlos también. Al hacerlo, su verga creció y se puso durísima. Me excité aún más. Entonces, abrió más sus piernas, dejándome ver su ano. Agarró mi mano y tomó mi dedo guiándolo a su esfínter para que lo introdujera mientras continuaba ordeñándolo.

Era una experiencia extraña y deliciosa.

Se puso tenso, me tomó del pelo para que me apurara y de su falo surgió un líquido que inundó mi boca; traté de retirarme para respirar y escupir el mismo, pero el muy canalla no me lo permitió y me vi obligada a beberlo casi todo. Entonces me liberó, pero uno de los últimos chisguetes mojó mi rostro, entre la nariz, la mejilla y la boca, escurriéndome hasta el cuello y los pechos.

Con un dedo recogió el sobrante de mi cara y lo puso frente a mí. Lo lamí hasta dejarlo limpio. A pesar de todo, me había gustado la experiencia y aún estaba caliente.

-Ponte de pie - dijo aún sentado.  – Date vuelta y siéntate.

Lo obedecí.

Al sentarme su pene me esperaba, abrí mis piernas y el miembro se introdujo poco a poco. Era como si midiera kilómetros. Por más que yo bajaba, no terminaba de entrarme todo. Sentí el tope y comencé a mover mi cadera que era sostenida por una de sus manos, mientras él me besaba el cuello y con la otra jugaba con mis pechos.

Cada vez me movía más rápido. Sus manos llegaron a mi sexo y hundió uno de sus dedos dentro de mi vagina.

El orgasmo llegó mejor que antes, rápido, efectivo. Cerré los ojos. Me quedé sin aire y no pude ni gritar. Le encajé las uñas en los muslos y casi me caigo  de la silla de no haber sido porque Alberto me sostuvo.

Entonces sentí la mano en mi sexo, abrí los ojos y vi a Rebeca jugando con mi conchita.

- ¿Con que Alberto, eh? – Y se rió picarona.

Me besó y volvimos a hacer el amor. Todo había sido un sueño delicioso.

 

Vanesa

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