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Ferdinand

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Recuerdo especialmente cuando tenía 29 años. Estaba a punto de casarme con un chico llamado Ricardo. Era muy guapo. Y muy normalito en la cama. Pero eso no me importaba.

Mi madre siempre me contaba que antes de casarse tuvo una experiencia sexual maravillosa. Fue con un hombre negro.

Faltaba un mes tan sólo para mi matrimonio y conocí a un chico negro en una academia de estudios. Era enorme. Alto. De un metro y noventa y ocho centímetros. No era bien parecido pero su presencia física me enervaba. Algunas mujeres nos damos cuenta de las medidas del pene de un hombre. A lo largo del día tenía varias erecciones que se marcaban en su pantalón de una forma exagerada. Cuando se daba la vuelta nos fijábamos también en su abultado, ancho y masculino culo. Ferdinand que es así como se llamaba tenía unos 35 años.

Una noche de fin de semana nos dio a todas las compañeras por salir a tomar una copa y bailar. Yo soy muy extrovertida y enseguida me puse a hablar con Ferdinand que es más bien callado pero con cierta gracia en su forma de comportarse. Sabía dar réplicas perfectamente.

No tardamos más de una hora en reírnos, hablar, terminar abrazados, y sentarnos en un rincón para besarnos y meternos mano.

Sentí su cuerpo musculoso y fuerte. Sus pectorales eran muy pronunciados y sus brazos enormes. Mis fosas nasales recibían un fuerte olor masculino. Me besaba con fuerza en la boca, metiéndome su boca y haciéndome tragar su aliento. Sudaba con fuerza.

Me di cuenta de que sus manos eran asombrosamente grandes. Me encantaba agarrarlas y acariciarlas.

La excitación y un orgasmo que tuve me obligaron a pasar la mano por la tela de sus pantalones hasta llegar a tocar su pene. Desde luego era el más grande que conocí jamás.

Me cogió de la mano y me llevó a su piso.

Vivía solo aunque meses atrás había estado con una rubia.

Primero me desnudé yo y me senté sobre la cama encendiéndome un cigarro.

Ferdinand no fumaba.

No era guapo pero al quitarse la camisa me cautivó. Su tórax era firme y sus brazos musculosos. Parecía un toro. Su cuerpo de ébano estaba duro como una roca. Le oía resoplar.

Al bajarse los pantalones, el sudor le resbalaba por las piernas. Su slip estaba mojado. Tuve otro orgasmo. Su voluminoso cuerpo me triplicaba. Se bajó el calzón y su polla saltó completamente erguida. Mediría casi unos treinta centímetros. Esa cosa me hizo correrme de nuevo.

Se sentó en el suelo. Sus piernas eran dos columnas robustas.

Se puso a masturbarse. Nos pajeábamos los dos. Yo mirándole y él sentado.

El sudor le resbalaba desde las axilas. Su polla que estaba cargada de leche sonaba con los movimientos de su mano. Aquella deliciosidad enorme me hacía gozar como una loca.

Se levantó. Se puso a tocarme con mucha suavidad. Era un hombre muy experto. Me acariciaba el coño y las tetas con el dorso de las manos. Me acarició el clítoris y me metió un dedo.

Terminó penetrándome. Su polla estaba empapada y no hizo falta lubrificarla. He de reconocer que al principio me dolió bastante. Comenzó moviéndose muy despacio durante unos 10 minutos hasta que notó que me estremecía de placer. Mi coño goteaba agua. A partir de ese momento comenzó a moverse más acelerado. Notaba todo su peso. Su presión en mi vagina. Su sudor cayendo sobre mi cuerpo. Su olor a negro.

Sus gemidos terminaron convirtiéndose en gritos de macho. Mi novio Ricardo siempre quería disimular esas muestras de placer porque pensaba que escondiendo su voz viril demostraba ser más hombre. Reprimiendo sus gritos, sus suspiros, sus gemidos pero a Ferdinand no le importaba. De vez en cuando daba algún berrido. Parecía una bestia mugiendo. Con una polla de caballo clavándose en mi coño. Los gritos eran reales porque el tamaño de su pene y la estrechez de mi vagina le producía ese placer. Su grito era como un lamento bravo. A los 20 minutos de follada, el mete y saca era vertiginoso y brutal. Estaba enloquecido. Se nos escapaban varios pedos.

Los orgasmos que me producía, todos eran intensos, vaginales, fortísimos.

Cuando Ferdinand se corría no dejaba ahí su tarea. Me devoraba el coño con su lengua el tiempo que se lo pidiese.

Estaba a punto de correrme porque aquel culo negro me tenía ciega. Le daba cachetes y se lo comía metiendo mi lengua en su ojete. Incluso llegando a tragarme sus pedos. Tenía nauseas. El sexo siempre es asqueroso.

Hacíamos el amor a cualquier hora del día. Su sudor, su impresionante físico, su tremenda fuerza, sus olores. Su lascivia. Su forma de berrear.

Se me olvidaba contar que Ferdinand se ponía siempre un preservativo. La locura que sentía por él me hizo cometer el mayor de los disparates. Le pedí que se quitará el condón. Me folló de esa forma tan rápida. Sintiendo descargas vaginales. De pronto lo hizo con tal fuerza y maestría que me provocó un orgasmo interminable provocando que las paredes de mi vagina temblasen lo que le provocó un orgasmazo a su sensitiva y enorme polla. Parecía que no dejaba de soltar y soltar semen mientras gritaba. La sensación de la corrida dentro de mí fue indescriptible. Una hora después me sentía desolada por la locura que acababa de cometer. Estaba segura de que tendría un embarazo. Pero he de reconocer que acababa de vivir los mejores momentos de mi vida.

Decidí no casarme con Ricardo.

Meses después supe que estaba embarazada. En el último momento decidí no abortar. Y concebí a mi hijo Alejandro.

Al muy sinvergüenza de Ferdinand no le he vuelto a ver.

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