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La violación de una profesora

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La psicóloga nos llamó a todas las mujeres que habíamos sido obligadas a protagonizar aquel espectáculo. Yo fui la primera en contarle todo lo que pasó ...........

Mi nombre es Inmaculada, aunque todos me llaman Inma,. Abel y yo nos habíamos conocido en la universidad cuando ambos éramos estudiantes. De esto habían pasado ya muchos años. Los dos nos licenciamos juntos, con notas brillantes, lo que nos permitió formar parte del equipo docente de la facultad.

El país se había vuelto inseguro un par de años atrás. La universidad era el centro de oposición de los dictadores, por lo que alumnos y profesores éramos víctimas en ocasiones de las fuerzas de seguridad, que intentaban controlar los focos disidentes.

Llevábamos casados ya diez años. Mi esposo, el profesor Abel Sanchez tenía un enorme prestigio dentro del equipo docente al que ambos pertenecíamos.

Aquel jueves a media tarde la policía se presentó en la universidad. Registraron nuestros despachos y posteriormente nos llevaron a la comisaría donde nos interrogaron con escaso éxito. A sabiendas que aquello podía suceder, todo lo habíamos arreglado para que en los ordenadores y papeles, nada hiciera sospechar que existía algún comportamiento ilegal hacia la dictadura del país.

Quedamos libres ya de madrugada. Amigos y familiares estaban preocupados por la situación que podíamos haber vivido, aunque afortunadamente, no hubo consecuencias aquella detención. Únicamente nos exigieron que durante los dos próximos días estuviéramos en casa por la noche, por si éramos de nuevo requeridos.

El viernes transcurrió con nervios, reuniones y preguntas por parte compañeros y alumnos. Nosotros les tranquilizábamos. Les habíamos dado esquinazo y no habían descubierto nada que pudiera comprometernos. Sabíamos que no podíamos estar fuera de casa después del trabajo, y aunque solíamos salir con los amigos los fines de semana aquella noche estábamos muy cansados, por lo que tampoco nos importó demasiado quedarnos en casa.

Cenamos y pusimos una película en la televisión. Todo transcurría con normalidad hasta que sonó el timbre de la puerta. Ambos nos sobresaltamos, ya que intuíamos quien podía ser.

Abel observó a varios hombres tras la mirilla y la respuesta a la pregunta de quien era no dejó lugar a dudas.

―Policía del gobierno. Abran la puerta¡¡¡

Ambos nos encontrábamos en pijama, y sólo tuve tiempo de colocarse una fina bata por encima. Ni tan siquiera hubo registros, tan sólo nos dieron orden de acompañarles a la vez que nos esposaban.

―A dónde nos llevan? – Preguntó Abel para de inmediato recibir un puñetazo en el estómago.

―Se te dirá después. – Respondió el mismo policía. – No hagas preguntas.

Me asusté. Temía que nos hicieran daño por lo que abracé a Abel, que aún se dolía del golpe y salimos de la casa. Nos hicieron subir a una furgoneta que nos esperaba y nada más sentarnos nos taparon los ojos con unas capuchas en la cabeza.

Entramos en un recinto que parecía una escuela. Había muchos soldados y militares. Después de subir a un ascensor, nos llevaron a un aula donde había dos parejas más. Durante los siguientes minutos entraron otros tres matrimonios.

Ninguno sabíamos qué hacíamos allí. Era de suponer que todos éramos contrarios al régimen. Las parejas tenían una edad que iría de los veintipocos de Patricia y Román, cuyo nombre supimos, cuando dos militares los nombraron los primeros e hicieron que les acompañasen, a los más de cuarenta y cinco, de una de ellas, y muchos de nosotros estábamos en ropa de estar en casa, chándal, camisón y pijama, salvo dos parejas que vestían de calle.

Apenas hablábamos entre nosotros. Había un tenso silencio, esperando que volvieran a buscar una nueva pareja. Fueron Ángela y José Luis, más o menos de nuestra edad. La mujer, morena, muy guapa, delgada y con menos pecho que yo, que vestía un camisón negro, abrigada con una chaqueta del mismo color, salió llorando de la sala, acompañada por su marido, que intentaba tranquilizarla, y los guardias que los escoltaban.

Volví a mirar el reloj. Eran la una de la madrugada. Hacía ya un buen rato que había salido del aula el anterior matrimonio. Fue entonces cuando de nuevo se abrió la puerta y nuestro temido momento llegó.

―Inmaculada y Abel. Acompáñennos. – Fueron las palabras escuetas de uno de los soldados que vino a buscarnos.

Ahora no nos taparon los ojos. Volvimos a tomar el ascensor para bajar. Según caminábamos, aumentaba un jolgorio festivo. Fue al girar por el pasillo cuando nos encontramos con la pareja que había salido antes que nosotros.

Vi al marido, semiincosciente, demacrado, que apenas podía caminar. Ángela iba envuelta en una sábana, descalza, y llorando de manera desconsolada. Varios soldados les acompañaban. Uno de ellos llevaba la ropa de la mujer y otros la iban acosando, levantando la sábana e intentando alcanzar sus pechos y su trasero.

Miré a Abel muy asustada. Agachó la cabeza. Llegamos a la entrada de lo que parecía un salón de actos o un teatro. Multitud de chicos, en torno a dieciocho años se apiñaban alrededor de un improvisado bar, donde cerveza, licores y refrescos se servían sin parar. Al verme, los muchachos empezaron a silbar, y alguno a hacer comentarios que pronto iba a entender.

―Tía buena¡¡¡¡ A ver si me como esas tetas. Eso es un culito.

―Saca mi número, preciosa¡¡¡ Quiero hacerte una mujer del ejército¡¡¡ – Gritaban unos y otros.

Había pantallas grandes de televisión, en el bar y en el salón de actos donde nos hicieron entrar. Nos llevaron al escenario, donde había un enorme colchón al que colocaron una sábana. Me quedé en medio mientras que a Abel le situaron al final del altillo, y le colocaron un chaleco con placas metálicas, atándole a una pesada silla de madera, le sujetaron con unos grilletes y amordazaron con una bola de plástico. De frente a él había un biombo opaco para mi marido, pero que permitía a todos los que allí estábamos poder verle.

Se acercó un hombre que vestía de paisano y dijo ser el presentador del evento y que me explicaría lo que iba a pasar.

―Hoy tienen una fiesta estos chicos. Como ves, hay unos ciento veinte jóvenes. De ellos, veintiocho, ya veinticuatro, quieren participar en la fiesta, una fiesta erótica, como protagonistas. ….... Tienes que hacer todo lo que se te vaya diciendo. Es fácil. Si no lo haces, pasará esto..........

Fue en ese momento cuando apretó un botón y mi marido se estremeció con la descarga eléctrica que acababa de propinarle. Grité y pedí que parasen. Los trasiegos de entrada y salida iban parando, a sabiendas que el espectáculo iba a comenzar. El speaker comenzó a hablar y un hombre con una cámara de vídeo subió también al escenario mientras veía mi cara en los monitores.

―Vamos con el tercer acto¡¡¡ – Dijo con una mano en el micrófono y otra en el interruptor conectado a Abel – Como veis, es una mujer muy guapa, rubia, con gafitas, unas buenas tetas, culo prieto. Preciosa, dinos como os llamáis, a qué te dedicas y qué edad tienes.

Estaba estupefacta, mirando a los monitores, que reflejaban mi cara de terror e incredulidad. No respondía, hasta que un grito de mi esposo, seguido de los sádicos jadeos de los jóvenes me hicieron volver a la realidad.

―Me llamo Inmaculada y él Abel, tengo treinta y siete años y soy profesora de universidad. – Respondí con la voz entrecortada.

Trajeron un pequeño bombo, de los que se utilizan para jugar al bingo. El speaker me ordenó en voz baja que sacase una bola y dijese el número en voz alta.

―El veintiuno. – Grité.

Un chico moreno y enjuto salió de entre el público con una tarjeta que mostraba el mismo número que había salido en el bombo. Volví a repetir el proceso como me indicó el presentador. Esta vez fue el cuatro. Un grupo de muchachos situados en la segunda fila empezaron a gritar y uno de ellos salió al escenario con la tarjeta que coincidía con la bola. Era un muchacho rubio, alto y corpulento. Los dos jóvenes se acercaron y respondieron ante el micrófono a las preguntas de su nombre, si yo les parecía guapa y qué era lo que más les gustaba de mi.

―Me llamo Ismael, es una preciosidad y lo que más me gusta son sus tetas.

―Me llamo Carlos. Me gusta mucho Inmaculada y que sea profesora.

Llevaba una fina bata de raso y un pijama estampado de algodón, con la chaqueta abotonada por delante. No llevaba sujetador, puesto que cuando nos sacaron de casa nos íbamos a acostar y nunca lo usaba para dormir. Sabía lo que iba a suceder y no podía dar crédito a que aquello estuviera pasándome. Antes de empezar, el cámara me colocó un pequeño auricular con micrófono, imagino que para que todos pudieran escucharme.

―Muchachos, jóvenes protagonistas. Qué queréis que haga Inmaculada para vosotros?

Ismael pidió que bailase y empezara por quitarme la bata. La música sonó y cuando volvió a apretar el botón de las descargas, empecé a mover mis pies y a soltar el nudo de mi bata. Cuando me la quité, el propio presentador, seguido del cámara la situaron en un perchero junto a mi marido.

Respiré profundamente y fui consciente que tendría que hacer todo lo que me pidieran. Podría negarme inicialmente pero mi esposo pagaría las consecuencias, por lo que debería colaborar sin oponer resistencia.

Los chicos se movían a mi lado y empezaban a acariciar mi cuerpo. Me sentía mareada, pero a la vez consciente de todo. Fue Carlos quien llevó su mano entre mis piernas, y yo, respondí cerrándolas todo lo que pude. El speaker ordenó parar y me colocó frente al público palpándome desde la espalda hasta los muslos.

―Inmaculada lleva tres prendas, la chaqueta del pijama, el pantalón y las bragas. No lleva sujetador. Tenía tanta prisa en venir aquí, que olvidó ponérselo. – Dijo bromeando ante el jolgorio de los jóvenes. – Para darle más morbo, propongo que se quite el pantalón. Carlos, haz los honores.

Todos aplaudieron al speaker. Me hicieron colocar las manos detrás de la cabeza mientras el joven me agarraba por la cintura y sus manos fueron bajando hasta mis muslos, para llegar, por debajo de la chaqueta al inicio del pantalón. Estiró las gomas y de manera lenta, ante el griterío de los espectadores, fue bajando el pantalón hasta llegar a los tobillos. Sentía frío en las piernas, mientras me veía en los monitores, que de repente se fueron a Ismael que llevaba la prenda al lado de mi marido. La chaqueta me llegaba hasta el inicio de los muslos, lo justo para cubrir mis bragas.

La música se tornó lenta y Carlos empezó a bailar pegado a mi Besaba mi cuello, pasaba la lengua por toda mi cara. Los compañeros le jaleaban y estando yo de espaldas a ellos le pidieron que me subiera la chaqueta del pijama. Lo hizo hasta la mitad de la espalda, y azotando divertidamente mi culo. Todos aplaudieron su osadía y el presentador, con su sonrisa burlona, que se la habría arrancado de una bofetada, volvió a parar para colocarme en frente del público e invitar a Ismael a quitarme el pijama.

Quería morirme. Respiraba con ansiedad pero no tomaba aire. No iba a permitir que hicieran más daño a Abel ya que de todos modos terminaría haciendo todo lo que quisieran. El joven recluta me acarició las piernas y pasó sus manos por encima del pijama, hasta introducirlas por mi escote y tocar descaradamente mis pechos. Sacó sus manos y uno a uno empezó a desabrochar cada uno de los botones de la chaqueta del pijama. El presentador fue describiendo todos sus actos, que no sólo llegaban a los jóvenes presentes, si no a mi esposo que aunque no me veía, escuchaba el relato de lo que sucedía.

Al abrir la chaqueta y retirármela unos enormes gritos obscenos hacia mis pechos salieron de la platea. Ahora fue Carlos quien llevó la chaqueta ante mi marido mientras Ismael, seguía detrás mía tocándo y pellizcando mis pechos Intentaba acercar mis manos a las suyas, para apartárselas y cubrirme, pero temía que les enfadase. Abel sabría ya que estaba con las pequeñas bragas que usaba para dormir, delante de más de cien chicos totalmente desbocados y salidos.

La tensión hacía que mis pezones estuvieran erectos. Tan sólo mi sexo estaba tapado por una braga negra que sabía que me la quitarían enseguida aunque no de la forma tan cruel como iba a suceder. Antes de continuar, Carlos se acercó a mis pechos y pasó la lengua por cada uno de ellos. Sus manos pellizcaron mis pezones y las bajó por mi estómago hasta palpar la única prenda que me quedaba puesta.

―Inmaculada. Quiero que elijas a uno de estos dos muchachos para que te quite las bragas. Carlos o Ismael, Ismael o Carlos – Expresó con sorna.

Intentaba mantener la calma, pero aquello me descolocó. Tener que pronunciar el nombre de uno de los chicos era humillante, sobre todo pensando en mi marido, pero si tardaba demasiado le darían otra sacudida eléctrica, y además, tendría que terminar diciendo un nombre.

Miré a los dos muchachos, al monitor, al speaker, a los chicos que abarrotaban el salón de actos. Ismael me miraba con una sonrisa que no soportaba lo que hizo que pronunciara el otro nombre.

―Que sea Carlos – Dije, arrepintiéndome en ese mismo instante al ver el bullicio que originaron sus cinco amigos que comenzaron a jalearle y al ver la ocurrencia del presentador.

―Carlos. Por qué no invitas a tus amigos a que lo vean en primera fila? Chicos, sentaros alrededor de Inmaculada para que no tapéis la vista al resto de público.

El afortunado comenzó a bajar mis bragas hasta los tobillos, ante el regocijo de todos, sobre todo de sus amigos, que de inmediato intentaron tocar mi sexo, cubierto por una fina línea de vello. Al intentar esquivarlos, mis pies se enredaron con las bragas y caí al suelo, lo que provocó las risas de los asistentes. El speaker las tomó y se las llevó también a mi marido.

Colocaron un pequeño taburete al borde del escenario y me hicieron sentar en ella con las piernas abiertas. El cámara se sentó abajo, junto a los amigos que me rodeaban y pude ver mi vagina abierta en un primer plano a través de uno de los monitores.

―Mastúrbate. Quieren verte. Acaríciate, métete el dedo.

Era humillante, pero debía hacerlo. Me insultaban, me llamaban puta desde la platea pero yo sólo quería que no le hicieran daño a Abel. Tocaba mi clítolis, jugaba con él y metía el dedo. Los dos jóvenes comenzaron a acariciar mi pelo, mi espalda, los antebrazos, piernas y muslos. Mis lágrimas rodaban por mis mejillas pero no les suplicaba, aguantaba y deseaba terminar lo antes posible.

Ismael me entregó un vibrador. Estaba manchado, por lo que supuse que lo habían utilizado ya con otra mujer. Carlos se situó detrás mío y me agarró la cabeza con una mano, mientras con la otra me tocaba los pechos. Ismael dirigió la mía con el vibrador ya en movimiento hacia mi sexo. Giró el botón y lo puso al máximo. Después empujó mi mano para introducirlo en casi su totalidad.

Tenía espasmos. Me movía al ritmo del aparato eléctrico pero no disfrutaba. Intentaba mantenerme distante, que el tiempo pasara y toda aquella pesadilla terminase.

Veía lo que me estaba pasando a través de uno de los monitores. Dos de los amigos de Carlos separaban mis rodillas y éste me dejó caer y me colocó en horizontal, sólo apoyado mi trasero en el taburete. Ismael me quitó el vibrador y comenzó a manejarlo él mismo, moviendo su dedo pulgar alrededor de mi clítoris. Después lo dejó. Vi que varias manos acariciaban mi cuerpo. Al abrir los ojos me di cuenta que los compañeros del protagonista me estaban tocando. Llevaron dos de ellos sus dedos a mi sexo y los introdujeron en la vagina. Los otros tres chicos me tocaban por donde podían, piernas, pechos, estómago, cara...............

Supongo que les harían una señal, porque los dos jóvenes pararon a la vez y me levantaron. Quitaron el taburete y arrastraron el colchón hasta el borde. Los dos chicos empezaron a quitarse sus pantalones, quedando desnudos de cintura para abajo.

Los amigos de Carlos habían vuelto a sus butacas no sin antes el speaker, haberles agradecido los servicios prestados. Ismael estaba de pie sobre el colchón e hizo que me pusiera junto a él. Puso su mano en mi hombro y me arrodillé. Su miembro fue a mi boca.

No pude dejar de mirar hasta donde se encontraba mi marido. Con la cabeza agachada, sin querer mirar al frente, aunque los cristales fueran opacos. El presentador daba cumplida cuenta de todo lo que yo hacía, y la felación, la narraba como si se tratase de un partido de fútbol.

Le notaba excitado. Comía su pene que me llegaba hasta la garganta. Suponía que se correría en breve dentro de mi boca. Me daba un asco atroz, pero cuando pensaba que eso iba a suceder, agarró mi cabeza y me apartó de él. No quería tener aún un orgasmo.

Aquello hizo cambiar el turno, y Carlos, que ya tenía su miembro fuera, lo acercó a mi boca para repetir lo que había hecho su compañero instantes antes. Mientras realizaba la felación empezó a gemir, y lanzar insultos hacia mi persona.

―Zorra, chupa, chupa......... Así, así.........

El speaker retransmitía de la forma más erótica posible. Comentaba la forma en que mi boca cubría el pene de Carlos y cómo este disfrutaba de ello, y se excitaba.

Mis lágrimas rodaban sobre mis mejillas, pero no quería que le sucediera nada malo a Abel. Miraba a veces al monitor y veía la imagen irracional de mi cara, manteniendo sexo oral con los jóvenes. También miraba al público, en el que alguno de los muchachos mantenía su miembro fuera y se masturbaban sin ningún tipo de pudor.

Cuando pensé, al igual que anteriormente, que el joven iba a eyacular en mi boca, paró y me apartó de él. Fue cuando el speaker les dio la idea que me pareció terrible. Una doble penetración.

―Espectadores¡¡¡¡ Carlos e Ismael harán una doble penetración ante todos vosotros.

Estallé a llorar y supliqué pero sin negarme a nada, a sabiendas de lo que sucedería si no les obedecía. Fue el presentador quien me situó. Carlos se tumbó en el colchón y después me hizo colocarme encima de él.

Noté como su miembro se introducía en mi vagina. Jamás había sido infiel a mi esposo, y aunque éramos bastante activos sexualmente hablando, desde que le conocí, no había vuelto a tener relaciones con otro hombre.

Agarró mis cachetes con las manos y los separó para que su compañero Ismael tuviera vía libre para que su miembro se introdujese en mi ano. Notaba como su prepucio se colocaba junto a mi ano. Me preparaba para sufrir un dolor intenso, ya que el joven tenía un miembro considerable.

De una fuerte embestida clavó su pene por detrás. Ahora dos jóvenes estaban dentro de mi. Mis pechos colgaban y sentía como las manos de Ismael y la boca de Carlos se turnaban para besarlos y acariciarlos. Mis pezones se mantenían erectos.

Chillé, chillé mucho, tanto que los espectadores jalearon mis gritos. Me horrorizaba que mi marido estuviera también escuchándolo. Los dos estaban muy excitados. Notaba que sus miembros y sus jadeos crecían, y fue en mi ano, donde primero noté un chorro caliente,

Ismael empujó mi espalda, lo que hizo que mi cara se juntase con la de Carlos que tomó mis mofletes, y sin importarle las felaciones que había realizado, metió su lengua en mi boca mientras se agitaba aún más,

Carlos se quedó sólo. Estaba encima de él, pero se incorporó y me hizo colocar en posición horizontal, cara arriba, para realizar la posición del misionero. Fue el cámara quien quiso tomar un primer plano y vi con detalle, a través del monitor, como su miembro se introducía en mi sexo.

―Veis como mete la polla en su coño? – Dijo el presentador animando la fiesta.

En este momento miré hacia el cuarto donde estaba Abel. Habían retirado el cristal, y ahora podía ver como era penetrada por aquel muchacho. No quería mirarle, por lo que giré la cabeza y miré hacia el público. Tampoco era agradable ver como los jóvenes espectadores estaban entregados con su compañeros por lo que cerré los ojos.

No tardó mucho. No quiso correrse dentro de mi. Supongo que deseaba que sus amigos lo viesen y en el momento en que iba a llegar, sacó su pene y el semen impregnó mi vientre y sobre todo mi vello púbico.

El speaker dio las gracias a los dos jóvenes y a los amigos de Carlos que habían colaborado en el espectáculo. Retiró la sábana y me la iba a entregar, cuando uno de los guardias que nos habían llevado allí le dijo algo en voz baja.

Esperaba que me fueran a dar la sábana, pero de repente, vi como dos soldados las hacían añicos. Me dieron un pequeño retal para que me limpiase y posteriormente un pedazo un poco mayor, en torno a un tercio de ella, para que me cubriese.

Intenté colocar el resto de sábana para cubrirme lo máximo posible, pero sólo conseguí cubrir mis pechos, desde un poco más arriba de mis pezones hasta un poco más abajo de mis caderas.

Dos guardias tomaron a mi esposo y le esposaron por detrás, otros dos me llevaban agarrada de mis antebrazos y un quinto tomó mis ropas. Los seis salimos por el mismo lugar donde habíamos entrado. Los espectadores se habían levantado y se dirigieron hacia el bar, no sin jalearme al verme pasar junto a ellos.

Según nos íbamos alejando del bullicio, los soldados que nos acompañaban se fueron envalentonando. El que llevaba mi ropa se la iba enseñando a sus compañeros, sobre todo mis bragas brasileñas. Al girar una esquina nos quedamos solos, y fue entonces cuando descaradamente comenzaron a tocarme. Intentaban meter sus manos por debajo de la sábana, entre mis piernas, algo que lograban sin demasiada dificultad, tocando mi sexo a su antojo e introduciendo a veces sus dedos dentro de mi. Fue entonces cuando se repitió la escena, a la inversa, que vimos cuando íbamos hacia el salón de actos. Otra pareja, que se encontraba con nosotros en el aula se cruzó con nosotros. A vernos, vi la cara de terror del matrimonio. Creo que con mi mirada, y con los tocamientos que realizaban los soldados, explicaban claramente lo que les iba a suceder.

En uno de los movimientos, la pequeña sábana que me cubría cayó al suelo y no me dejaron recogerla. Unos pocos metros más tarde entramos en un pequeño cuarto donde aún se encontraba la pareja que habíamos visto hacía un rato, Ángela y José Luis.

La mujer, estaba totalmente desnuda, llorando, humillada. Los mandaron a una sala contínua y le dieron mi ropa. Intenté decírselo pero su respuesta fue tajante.

―Calla zorra. Ahora me toca a mi. A esta me la follo yo.

―Que? Esperad – Intenté apartarme de los soldados que me rodearon.

Dieron un fuerte golpe a Abel y me tumbaron entre cuatro en el suelo separando mis manos y mis piernas y quedando a disposición del que había hablado.

Sin contemplaciones introdujo su miembro en mi vagina y empezó a penetrarme. Me tenían sujeta. Uno agarraba mis manos y otros dos mantenían mis piernas separadas además de tocarme con la mano que les quedaba libre.

El hombre, mayor que los que participaban en la fiesta disfrutó de mi cuerpo, metiendo y sacando su miembro durante al menos diez minutos. Yo intentaba no mirarlos, girando y ocultando la mirada mientras el resto hacían comentarios obscenos hacia mis pechos.

―Yo soy mejor que esos niñatos que están en el teatro. Verdad que si, preciosa?

Dijo aquello justo cuando había terminado. Nos dejaron con un guardia y se marcharon los demás. Esperaríamos en torno a media hora después de todo aquello, hasta que la pareja que nos acabábamos de cruzar apareció. Al igual que me había sucedido a mi, los soldados intentaban abusar de ella.

Me entregaron un camisón que me quedaba pequeño, que reconocí como el de Ángela, y me ordenaron ponérmelo. Estaba ridícula pero sólo quería irme a casa.. Después, los mismos hombres que nos habían detenido nos llevaron al coche que se encontraba en el aparcamiento, y de nuevo, nos colocaron unas capuchas para que no viésemos nada.

En la furgoneta nos colocaron en filas distintas de asientos a Abel y a mi. Me situaron en el asiento de atrás y me subieron el camisón hasta la cintura y me separaron las piernas, agarrándolas con las suyas. Intentaron sacar mis pechos por encima, y terminaron rompiendo el camisón. Durante el trayecto hasta nuestra casa, me manosearon. Tocaron mi cuerpo, mis pechos, mi vagina a su antojo. Lloraba pero lo hacía en silencio. Ellos no hacían comentarios, sólo reían.

Nos subieron hasta casa, nos abrieron la puerta, ya que eran ellos quienes se habían quedado con las llaves y se marcharon, no sin advertirnos que no denunciásemos lo que había pasado aquella noche.

(9,75)