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La violación de una mujer de cuarenta años

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La psicóloga volvió a recibir a otra mujer que participó obligada en aquel espectáculo dantesco. En este caso, Ángela, una mujer morena con el pelo rizado y media melena, delgada, pecho moderado y de 40 años. La mujer comenzó a relatar...........

José Luis, mi marido, había sido expulsado del ejército meses atrás, del que había sido oficial, ya que era contrario al régimen, y por su posición, en muchos casos averiguó que detendrían a ciertas personas. Yo, que trabajo en una pequeña empresa de distribución, conseguía localizarlos y avisarles para que abandonaran el país.

Los superiores se enteraron de sus actos, y le acusaron de varios delitos. Afortunadamente, gracias a alguno de ellos, consiguió que los más graves no trascendiesen y así tras un par de meses en una prisión militar, fue puesto en libertad, y eso si, expulsado del ejército. Alguno de sus superiores le apoyaron, pero otros, la mayor parte, le consideraban un traidor.

El miércoles, poco antes de cenar, llegaron unos policías a casa y nos hicieron acompañarles. Llevábamos tiempo sin incurrir en actividades ilegales salvo alguna entrevista de mi marido a algún periódico extranjero. Por ello, sólo nos ocasionó el problema del trauma que le causó a nuestro único hijo, de 15 años, que al detenernos en nuestra propia casa, se asustó enormemente. En el interrogatorio, nos trataron de manera muy correcta y un par de horas después nos devolvieron a casa, ordenándonos que a partir de las diez de la noche, permaneciésemos en casa, sin invitados, por si era necesaria nuestra presencia hasta pasado el fin de semana.

Veíamos difícil que pudieran venir a buscarnos de nuevo, pero ante el susto de nuestro hijo, decidimos que lo mejor era que se fuera unos días a casa de mis padres, por si aquellos hombres volvían a visitarnos.

El viernes llegamos pronto a casa, me duché y me coloqué un moño en la cabeza y el camisón. Me había dejado puesto el sujetador, que me retiraba justo al meterme en la cama. Mi esposo hizo lo mismo. Cenamos algo ligero y me puse a ver un rato la televisión, mientras que José, se quedó mirando el ordenador.

Estaba absorta en un programa de cotilleo cuando sonó el timbre. Mi corazón se puso a mil. Tardamos unos segundos en abrir, mientras mi marido borraba las páginas visitadas en internet y yo me colocaba una fina chaqueta que tapase el escote del camisón negro que vestía.

La policía del gobierno invadió nuestra casa y nos hizo acompañarlos sin permitir que nos vistiésemos de calle. Luego supe, que el superior que manejaba la operación era conocido de mi esposo, y muy leal al régimen. Nos pidieron que les acompanásemos y al preguntar donde, no obtuvimos respuesta. No eran amables, pero tampoco nos infringieron malos tratos en esos momentos. Tan sólo, antes de subir al coche, nos colocaron unas capuchas que nos impedían ver a dónde nos llevaban.

Al llegar y ver que nos encontrábamos en una escuela, empecé a sospechar del lugar. En ese momento recordé que José Luis me había comentado en alguna ocasión y empecé a temblar de miedo Nos llevaron a una sala en la que había una pareja, vestida de calle, bastante más jóvenes que nosotros. Después llegaron varias más, Inmaculada que ha entrado antes a explicar su caso (el relato la violación a una profesora) junto a su marido Abel. Otra pareja con la que hablamos brevemente, Natalia y Jesús se llamaban, y así hasta seis matrimonios nos juntamos en aquel aula hasta que llamaron a Patricia y Román. Ambos vestían de calle, ella con una falda vaquera corta, muy sexy, que imagino haría las delicias de aquellos desalmados. En ese momento fui consciente de lo que iba a suceder.

Nosotros teníamos más información que el resto de parejas que allí se encontraban. A veces realizaban fiestas para los muchachos que se encontraban en la escuela. Apenas habían cumplido la mayoría de edad. Pensaba que sólo querían a mujeres jóvenes pero evidentemente estaba equivocada. José me había contado que un grupo de oficiales se reunía en una cómoda sala, con varios sofás, copas, puros y una enorme pantalla de televisión donde podían contemplar jocosamente el espectáculo. En otra se reunían los suboficiales mientras los reclutas que lo deseaban podían verlo “in situ”, e incluso algunos participar.

―Ángela y José Luis. – Dijo un soldado en voz alta para que los acompañásemos.

En esos momentos ya no pude más y me derrumbé. Me abracé a mi marido y comencé a llorar mientras nos levantábamos y nos dirigíamos hacia la puerta.

Caminamos juntos, casi pegados, pero sin agarrarnos hasta que al girar uno de los pasillos vi a la pareja anterior. Ambos iban esposados, él semiincosnciente y ella tan sólo con una camisa verde militar que le quedaba muy estrecha, sólo abotonada una vez y con un grupo de soldados alrededor que atosigaban a la mujer, que iba dando saltos intentando inútilmente zafarse de los tocamientos que le infringían. Uno de ellos, llevaba en la mano, la ropa de Patricia, e iba mostrando su sujetador y bragas.

Me abracé a mi esposo y quedamos parados hasta que desde atrás nos empujaron. A medida que nos acercábamos se iba oyendo un mayor jolgorio. Antes de llegar, un antiguo superior y causante en gran parte de la expulsión del ejército y se cruzó para hablarle.

―Hoy vas a pagar por todas tus traiciones. Por cierto.......... Tu mujer es preciosa.

―Por favor........... – Dije mientras mi esposo permanecía en silencio.

El viejo militar se alejó y entró en un cuarto en el que sólo acerté a ver un par de cabezas y una enorme televisión que reflejaba una especie de salón de actos mientras continuábamos andando. Había multitud de chicos jóvenes que me dijeron mil improperios mientras bebían abundantemente junto a un bar móvil. Observé varias pantallas grandes colgadas de la pared, con las mismas imágenes que observé en el cuarto de oficiales. Finalmente entramos en un pequeño teatro y nos subieron al escenario.

Llevaron a José Luis y le ataron a una silla, con un biombo enfrente, donde podíamos verle aunque él no a nosotros. Le quitaron la camisa y le colocaron un chaleco con remaches metálicos. Yo quedé a solas con un hombre con una cámara de vídeo y otro, que dijo ser el presentador del evento. Después supe por José que ambos eran trabajadores de la escuela. El que era el animador me habló en voz baja. El escenario estaba compuesto por un colchón cubierto por una sábana y una pequeña silla color blanco.

―Esto es una fiesta y tú eres la estrella. Los chicos disfrutarán de un espectáculo erótico y dos de ellos, por sorteo, participarán. Si no haces todo lo que se te vaya diciendo, sucederá esto – dijo mientras apretaba un botón y mi esposo comenzaba a temblar fruto de la corriente eléctrica.

No era capaz de reaccionar, por lo que cruelmente se entretuvo con la descarga. Oía a los jóvenes gritar sin entender lo que decían, pero mirándome. Iba tan sólo con el camisón y una chaquetilla negra que me había colocado para ocultar el escote.

Mis ojos rezumaban. De nuevo se acercó a mi el speaker, diciéndome que debería sacar dos números de un pequeño bombo del que saldrían los afortunados colaboradores para el espectáculo. Dicho esto, comenzó a hablar en alto, para todos los asistentes.

―Chicos, vamos con el segundo acto de la noche. Como veis tenemos aquí a una preciosa mujercita, muy recatada por lo que vemos. Una chaqueta cubre su camisón. Dinos como os llamáis tu marido y tú, edades y profesión.

―Ángela y José Luis, él tiene 42 años y yo 40. Él ahora no trabaja y yo soy administrativa en una empresa. – Dije después de esperar y que mi esposo de nuevo recibiera una descarga eléctrica que me hizo llorar.

―Os diré, que el marido fue expulsado del ejército por traicionar a nuestro país. – Explicó mientras apretaba gratuitamente el botón eléctrico y los jóvenes abucheaban a mi esposo. – Hoy Ángela remediará en parte la traición de su marido a través de este espectáculo.

Se oyó una fuerte ovación en la sala y los jóvenes, ya sentados me desnudaban con la mirada. No podía dar crédito a lo que estaba pasando.

―Ahora Ángela sacará dos números y decidirá a los dos que subirán al escenario. – Dijo mientras me entregaba el bombo.

―El tres – Dije después que mi marido recibiera la corriente. El diecinueve fue el segundo.

Salió un chico enjuto y sonriente, mientras que otro, más corpulento, antes de subir, salió un momento hacia el bar y entró con una botella de champán y cuatro copas. El presentador se acercó a ellos, les preguntó su nombre y qué les gustaba de mi.

―Aron y lo que más me gusta de ella son sus piernas y su cara. – Mientras entregaba la tarjeta con el número tres al presentador. Al oírlo intenté bajar inútilmente el camisón.

―David y me gustan sus piernas y que colabore con el país por la deslealtad de su marido. Quiero decir que hoy es mi cumpleaños y me gustaría que brindásemos los cuatro por el buen rato que vamos a pasar.

―Por supuesto. Abre esa botella y brindaremos. Dame el móvil y os saco una foto con la protagonista de recuerdo. Antes de ello, Ángela, suéltate ese moño tan feo que llevas y quítate la chaqueta. La foto ha de ser más divertida.

Estaba paralizada, mareada por todo lo que estaba viviendo. No podía dar crédito y lo peor es que a la más pequeña duda por mi parte, el animador apretaba el botón y mi marido se estremecía de dolor. De inmediato solté las horquillas del pelo y lo agité para dejarlo suelto, después, con extrema vergüenza me quité la chaquetilla y dejé a la vista mi escote. El cámara se acercó a mi haciendo un recorrido por mi cuerpo ante el regocijo de los jóvenes. Aron lo dejó al lado de mi marido. Vi que le decía algo, pero no pude escucharlo.

Quedé en medio de los dos jóvenes, que me agarraban de la cintura. El speaker tomó varias fotos antes de devolverle el móvil a David. Sus brazos se cruzaban por mi espalda para llegar sus manos a mis caderas. Yo me mantenía inmóvil, con los brazos hacia atrás.

―Antes de seguir bajad vuestras manos de las caderas al inicio del camisón y subírselo un poco. – Dijo mientras continuaba haciendo fotos. – Más, más – Seguía hablando mientras los dos me subían el camisón hasta el inicio de mis bragas. Ahora que se siente David, y ella en sus rodillas – Dijo fotografiando mientras el joven apoyaba su mano en mi muslo.

―Qué queréis que haga Ángela por vosotros?

David, que seguía obsesionado con mis piernas pidió que bailase para ellos, que levantase mi vestido y enseñase mis muslos, mis bragas...........

―Te ha gustado la actuación anterior, verdad? – Preguntó el speaker con complicidad

―Patricia estaba cañón, pero creo que Ángela tiene más morbo por ser la mujer de un militar corrompido.

―Ex militar, no lo olvides. – Corrigió el presentador. – Ángela, ya sabes......... Que empiece la música.

Estaba destrozada, no daba crédito aunque tampoco me daba tiempo a pensar, ya que a la mínima duda, el interruptor era apretado y José Luis pagaba las consecuencias. Empecé a bailar al ritmo que marcaba la música mientras era el speaker quien me ordenaba.

 

―Baila Ángela. Así, así, ahora mueve tu camisón y súbelo poco a poco, que veamos tus muslos – Hablaba por el altavoz mientras mis lágrimas rodaban por mi mejilla. – Así, sube más, un poquito más, mostrando tus bragas. Negras, son negras, como su camisón, muy coqueta........... Ahora con las dos manos, sube también el otro lado, así, así, sube y vete girando, que sepamos como son...... Es un tanguita, muy bonito, por cierto. No, no bajes el camisón, sigue subiendo, hasta tus caderas y no pares de moverte.

No podía dejar de llorar. Veía turbio y miraba de lejos a José Luis. Por la descripción del animador, sabría perfectamente lo que estaba haciendo, aunque no pudiera verlo.

―Sigue así, hasta las caderas, muy bien. Ahora sube un poco más hasta la cintura, enseña el ombligo, que veamos lo guapa que eres y lo bien que estás hecha. Date la vuelta que veamos tu culito. Veis chicos? No tiene ni una arruga, es una mujer perfecta a pesar de los cuarenta años que tiene.... Sigue subiendo, ahora enséñanos el sujetador desde abajo, que lo veamos, así, muy bien, es negro también, no es tan tetuda como la chica de antes, pero parecen firmes. – Comentaba mientras los chicos no paraban de gritar. – Ahora ya termina de sacar el sujetador, vamos así, venga, no te entretengas más, dale el sujetador a Arón y que lo deje al lado de tu marido para que lo custodie – Ordenó bromeando. – Ahora veis sus piernas al completo. Lo que prometían se ha cumplido.

Estaba sólo con la ropa interior, un sujetador y un tanga color negro. Estaba avergonzada ya que nunca había estado con otro hombre que mi marido por lo que tendía a tapar mis prendas íntimas con los brazos.

―No te tapes. – Ordenó mientras volvió a apretar el temido botón. – Ahora creo que lo mejor es que echéis a suertes quien le quita el sujetador. Creo que podéis bailar lento y hacerlo así.

Suplicaba mientras me temblaban las piernas. Les pedía por favor que parasen ante sus risas. El speaker tiró una moneda al aire. Ignoraba lo que salió pero, dio la enhorabuena a David mientras yo caí al suelo de rodillas.

―Tu cumpleaños te trae suerte. Levántala y baila con ella. Cuando se lo hayas quitado llévaselo a su marido para que lo custodie.

A una orden del animador la música sonó de nuevo, esta vez era lenta y David se abalanzó sobre mi, abrazándome y apretando mi cuerpo al suyo. Sus manos empezaron a recorrer mi espalda hasta llegar a mi trasero mientras me susurraba al oído auténticas barbaridades.

―Ángela, me “pones un huevo”, me excitas, me vuelves loco. Que tu marido sepa lo que estamos haciendo con su mujer me la pone aún más dura.

―Por favor.... Haz que pare esta barbaridad. Deja que nos marchemos.

El joven calló y siguió acariciando mi espalda. Yo hacía pucheros. Temblaba y me tenía que sujetar para no caer rodando al suelo. Se aprovechaba de mi, besando mi cuello y mis hombros. Notaba como sus manos se acercaban sigilosamente hacia mi sujetador, buscando el broche que lo mantenía sujeto. Agarró el cierre con las dos manos y lo soltó, para acto seguido separarse un poco y sacarlo por los antebrazos. Cuando lo tuvo en las manos me soltó y caí al suelo mareada. Reclinada y humillada, vi como lo enseñaba a los asistentes mientras se dirigía a donde estaba José Luis para depositario junto a mi chaquetilla y mi camisón.

―Ángela, levántate. – Me ordenó mientras por enésima vez pulsaba el maldito botón. – Ya llegará el momento en el que debes tumbarte. Te levantas o dejaré apretado el botón hasta que lo hagas. – Dijo esto con el micrófono apagado.

Me levanté como pude, sacando fuerzas de flaqueza. Miré a una de las pantallas y me vi, con tan sólo un tanga y mis brazos intentando ocultar mis pechos. Se me pasó por la cabeza el buen rato que debían estar pasando los oficiales, en su cómoda sala, contemplando y disfrutando de un espectáculo en el que mi marido era aún más víctima que yo.

En speaker se acercó bruscamente y me apartó las manos para que la cámara filmase mis pechos.

―Preciosa. Estos chicos quieren ver “chicha”, así que no te tapes. Enseña tus tetas.

Me encontraba firme, con mis manos sobre los costados y las piernas temblorosas. No podía dejar de mirar a la pantalla, que me sacaba en primeros planos. Vi como mis pezones, fruto de los nervios, estaban tensos y puntiagudos.

Me di cuenta que el speaker recibía órdenes a través de un pequeño auricular del que no me había percatado hasta ese momento. Supuse que serían los oficiales, que para su gozo, harían que todo fuera más difícil para nosotros.

―Chicos, por qué no bailáis de nuevo. Es mejor que os quedéis también en ropa interior, así podréis percibir mejor a vuestra dama.

Los dos jóvenes se quedaron con sus boxers. La misma música que había sonado cuando David me quitó el sujetador lo hizo de nuevo, aunque esta vez, el baile se inició con Arón.

Me abrazó y tan sólo mis manos hacían de parapeto con mis pechos, pero de nuevo el speaker me ordenó que las echase para atrás. Notaba el torso del joven que se apretaba a mis pezones, sus manos se apoyaban en mi trasero, consiguiendo que las partes delanteras de mi braga y su calzón se uniesen, notando un enorme bulto entre sus piernas.

Se refregaba contra mi sexo hasta el punto de dejarme marcada la comisura de mis labios en el tanga. El speaker gritó para que parase y diese paso a su compañero.

David aún fue más allá, ya que llevó sus manos a mi trasero, desnudo por detrás y apretándome los cachetes para así apretar nuestros sexos. Notaba como su paquete rozaba de arriba hacia abajo mi vagina.

Me miraba a la pantalla y me sentía avergonzada. Mi cara estaba totalmente colorada,, estaba sofocada, me apretaba a él y apenas podía respirar. Por fin, el presentador mandó que parasen y me colocó delante del público. El cámara vi como me enfocaba de arriba a abajo, y las imágenes se reflejaban en los televisores.

Mi vagina se marcaba en las bragas. De nuevo fui obligada a bajar los brazos que intentaban tapar mis pechos. Mis piernas temblaban de manera evidente y fue entonces cuando habló el presentador.

―Ángela. Decide quien te quitará las bragas. Elige....

Caí al suelo hundida. Lloré de manera desconsolada, pero eso hizo que la respuesta fuese aún más humillante.

―Haremos una cosa. Uno te sujetará por las tetas, para que no te caigas, y el otro te quitará las bragas. Así que di un nombre.

Tardé en contestar por lo que de nuevo el temido botón fue apretado. No recordaba ya los nombres así que señalé a uno.

―Él.

―Aron. Pero Aron qué? Quieres que te sujete por las tetas o que te quite el tanga? El que te lo quite permitirá al otro tocarte el coño primero.

―Por favor¡¡¡¡ Respondí llorando. Paren esto – Mientras se oían los gritos de júbilo de los jóvenes espectadores y las sonrisas de los dos protagonistas. – Arón el tanga. – Respondí justo cuando iniciaba una nueva descarga.

Supongo que me parecía menos humillante que no lo hiciera David, ya que era su cumpleaños, aunque daba casi igual. Mi mente absorta no escuchó que me tocaría primero, aunque me habría dado igual.

David metió sus brazos entre los míos llegando a mis pechos. Comenzó a pellizcar los pezones. Antes de seguir, ordenó que me pusiera frente al público y que Aron se arrodillara para que me dejase totalmente desnuda.

―Chicos. Atentos porque vamos a ver el coño a Ángela. – Dijo el speaker seguido de una gran ovación de los muchachos.

Mis piernas no me sostenían y era David, que agarrándome fuertemente de los pechos conseguía que me mantuviera en pie. Aron agarró mi tanga mientras en la pantalla se veía como se deslizaba por mis piernas e iba apareciendo mi sexo, cubierto por un cuidado pelo negro.

El joven mostró al resto mi tanga, girándolo y jugando con él, ante la algarabía de estos. El joven lo dejó junto al resto de la ropa, al lado de mi marido. Mientras, David seguía sobando mis pechos y mi sexo era contemplado por más de cien personas.

Arón me sujetó, mientras el joven cumpleañero, comenzó a tocar mi sexo delicadamente, acariciando mi vello púbico primero para después introducir su dedo en la vagina. Después, le tocó el turno a Arón que imitó a David. Después se apartó de mi sin poder ver lo que hacía.

Cuando Aron volvió ya estaba totalmente desnudo, con su pene erecto. Me tomó de la mano y me hizo colocar de rodillas. De inmediato dirigió su miembro a mi boca.

―Chupa, zorra, chupa.

No tuve tiempo de reaccionar ya que empujó mi cabeza hacia él. Me dieron unas fuertes arcadas. Su compañero se colocó también de rodillas y sentí su miembro desnudo próximo a mi sexo. Notaba como lo frotaba e incluso llegó a penetrarme un par de centímetros.

La excitación por la felación era enorme. No quería pensar y obraba inerte, aceptando los movimientos del joven. Sin esperarlo, una explosión de semen llegó hasta mi garganta.

Me dio una fuerte arcada y me provocó un pequeño vómito. Me caí hacia adelante, mientras Aron se vanagloriaba de su orgasmo. Mientras los espectadores comenzaron a gritar.

―Por el culo¡¡¡ Por el culo¡¡¡ Por el culo¡¡¡¡

―Nooooo¡¡¡¡¡ – Respondió el animador – El culito de esta mujer está protegido. Disponéis del resto de los orificios. – Dijo jocosamente, ahora refiriéndose a los protagonistas.

El público comenzó a silbar por la negativa a sodomizarme, aunque yo me sentí aliviada. Lo siguiente fue colocarme en el colchón, con las piernas abiertas. David me introdujo un vibrador con mando a distancia y se lo entregó a su compañero. Se colocó de rodillas y llevó su miembro a mi boca.

Me negué inicialmente, aunque vi el botón que de nuevo era apretado y escuché los gritos de mi esposo. Me lo introduje en la boca a la vez que Aron apretaba de forma divertida el vibrador, todo ello, aderezado con los comentarios del presentador, que daba detalle de lo que me hacían.

Mis lágrimas apenas me dejaban ver las pantallas, pero la escena debía ser dantesca. Mi sexo abierto y vibrando, y mi boca realizando una felación. Aron introdujo sus dedos en mi vagina y sacó el vibrador para de inmediato introducir el pene en su lugar.

De nuevo tenía su verga dura. Comenzó a penetrarme. Los dos estaban en el colchó y justo detrás de mi, el cámara que tomaba primeros planos de lo que me hacían para que nadie perdiese detalle.

Ninguno de los dos terminaba de llegar al clímax. Supongo que por cuestión de tiempo, ordenó que parasen y que fuese David el que entrase dentro de mi.

Su miembro era más grande o tal vez estaba más excitado que su compañero. Se aferró a mis caderas y a bambolearse. No tardó demasiado. Llegó dentro de mi,, con un enrome orgasmo, impregnando mi vientre y parte de mis muslos.

Quedé tumbada y llorando. Hundida y humillada, hasta que los dos jóvenes, ya vestidos me incorporaron y me taparon con la sábana del colchón. Me limpié con ella como pude.

―Demos un fuerte aplauso a Ángela. Ha sido como todos esperábamos. Otro a su marido, que ha demostrado tener una mujer estupenda.

Oía los aplausos mientras varios militares nos acompañaban. Vi que José Luis iba medio inconsciente por las descargas sufridas. Intenté abrazarle pero no me dejaron. Según íbamos caminando el bullicio disminuía, y los soldados comenzaban a intentar tocarme, metiendo sus manos por debajo de la sábana. Fue ahí cuando nos encontramos con la otra pareja (Abel e Inmaculada) que al ver mi estado, observé en ellos una mirada de terror.

A los pocos momentos, el militar que se nos había cruzado a la ida, el superior directo de mi marido, volvió a salirnos al paso. Los soldados que nos escoltaban pararon.

―Espero que lo hayas pasado bien. Dos jóvenes para ti sola. Llevadla al cuarto y que se vaya la otra chica. Y otra cosa. Esta sábana es propiedad del ejército, así que me la quedaré. – Dijo mientras me la quitaba y quedaba totalmente desnuda ante los soldados.

Intenté proteger mi ya maltrecha intimidad, pero los soldados me sujetaban con fuerza. El capitán sonrió y les habló.

―Ponedle unas esposas y esperarme allí.

Con las manos esposadas a la espalda, el recorrido hasta la sala donde me llevaron fue denigrante, ya que mis pechos, trasero y sexo eran vapuleados por las manos de aquellos soldados. Cuando llegamos al cuarto, vi a Patricia, la primera pareja en salir, que yacía desnuda, tumbada y llorando. Le entregaron la camisa con la que había abandonado el espectáculo y se la llevaron de allí.

Al momento llegó el oficial. Los soldados me levantaron y apoyaron mis pechos contra la mesa. Uno me apretaba la espalda mientras dos me separaron las piernas.

―Nooooo

Iba a penetrarme analmente. Por eso no habían permitido a los jóvenes hacerlo.

―José Luis. Voy a dar por el culo a tu mujer. Quiero que lo veas.

A pesar de su edad pude notar su miembro erecto que me iba desgarrando poco a poco. Chillaba hasta que uno de los soldados me tapó la boca con su mano. Las embestidas fueron aumentando al igual que mi dolor hasta que noté un chorro caliente en mi.

―Espero que lo que ha pasado esta noche no se haga público. Tenéis muchos familiares aquí y no queremos que les pase nada. – Dijo mientras se marchaba.

Seguí tumbada, esposada y desnuda durante un rato, hasta que llegaron Inmaculada y Abel, que ya habían terminado el espectáculo. Entonces me entregaron un chaqueta y un pantalón del pijama, que había llevado anteriormente ella, y nos hicieron salir.

Hicimos el recorrido inverso hasta un coche enorme que nos esperaba, con tres filas de asientos. En el segundo colocaron a José Luis y en el tercero a mi, ambos entre dos guardias.

Durante el trayecto, me desabrocharon la chaqueta y tocaron mis pechos a su antojo. Sus manos se deslizaban entre mis piernas, que me obligaban a tener abiertas, tanto por encima, como por debajo del pantalón. Llegaban a mi vagina sin dificultad, me tocaban el clítoris. Yo les dejaba hacer. No tenía fuerzas para negarme.

Media hora después entrábamos de nuevo en la casa de la que nos habían sacado horas atrás.

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