Nuevos relatos publicados: 13

Una vigilancia muy estrecha

  • 23
  • 15.035
  • 9,67 (6 Val.)
  • 1

Trabajo, desde hace unos años, a caballo entre una universidad (en la que colaboro con una investigación científica) y un instituto, en el que imparto clases de ciencias. Aquel día estaba francamente apurada. Los exámenes se me venían encima y un montón de trabajo acumulado, que me ponía frenética, me hacía pensar que no daría a basto con todo aquel papeleo. Tenía que presentarme a oposiciones, así que mi tiempo libre se quedaba reducido a un ínfimo momento. Aquel día pedí permiso al decano para tomarme todo el tiempo que necesitara para dejarlo todo terminado. Él, que me conocía desde hacía mucho, me dijo, sin dudar, que no había problema. Para facilitarme el trabajo, estaría todo dispuesto para cuando yo me fuera. Sólo era necesario que, al salir, cerrara la luz general y la puerta de entrada.

Los días de mayo tocaban ya a su fin, y el sol aún entraba, poco, por las rendijas de la ventana. Tenías los cristales abiertos, porque hacía un calor sofocante. Me fui hasta el surtidor que teníamos para momentos de sed y llené el vaso. En lugar de beberme el contenido, metí la mano y esparcí el contenido por mi escote y por mi rostro. Iba muy poco maquillada, apenas un toque de carmín veraniego (un rosa violáceo), y un poco de perfilador de ojos en la parte superior del párpado. Me quite los zapatos que me estaban matando y en un alarde de sensualidad repentina, estiré mis largas piernas sobre la mesa, para contemplar su longitud y el incipiente bronceado. No estoy excesivamente delgada, prefiero decir que llenita o con curvas, aunque en realidad soy muy alta, mi pecho, que es bastante abundante (llevo una 110 de sujetador) hace que parezca mucho más gordita. Mis caderas son anchas, pero las piernas largas lo disimulan bastante. Y, para rematar, tengo unos labios gruesos y bien perfilados, glotones y golosos, que, aunque me esté mal el decirlo, han levantado alguna exclamación de admiración entre mis congéneres masculinos. Me sentía realmente orgullosa de ellos.

En la contemplación de todo eso estaba cuando, de repente, se apagó la luz. ¡Lo que me faltaba! Un apagón. O eso imaginaba. Y, sin embargo, las farolas exteriores sí alumbraban. Descalza como estaba, acomodándome el vestido vaporoso de verano, me dispuse a averiguar cuál era el origen de todo aquello. A tientas, fui andando por el pasillo.

De pronto, una luz me dio directamente en los ojos. Ni siquiera había oído los pasos, por lo que deduje que estaba ahí hacía tiempo. Una voz masculina susurró: "¿Quién eres y qué haces aquí?".

Impresionada aún por el susto, respondí a duras penas:

- Soy la profesora adjunta. Estoy terminando unos trabajos. ¿No te han dejado el recado en ela emisora de que estaría aquí?

Me sentíia ridícula. El foco de la linterna me apuntaba directamente y no podía verle la cara. Asímismo, respondió:

- No, no he recibido ninguna notificación. Yo soy Tony, el vigilante.

Unos segundos de incómodo silencio siguieron a esta aseveración. De pronto, le dije:

- ¿Serías tan amable de bajar eso, por favor? Me estás deslumbrando. Si quieres, vamos a mi despacho y te enseño mi carnet. Luego, si quieres, llamamos al decano y él te confirmará lo que digo.

Efectivamente, apagó la linterna, con lo que la obscuridad fue más profunda aún. Él permanecía callado. Eso me intranquilizó. Era un hombre armado, y no sabía si él había creído mi historia.

- Te acompaño al despacho, pero aún me cuesta creer que una chica como tú sea profesora.

Eso me indignó un poco. No sabía si tomármelo como un piropo o como una insinuación machista. Entramos en el departamento, y tropecé con una silla.Le pedí que encendiera la linterna y él lo hizo. Empecé a rebuscar en mi bolso. De pronto, la desviación del haz de luz, me hizo darme la vuelta.

¡Aquel tío estaba enfocando directamente mis nalgas que, por estar yo inclinada, dejaban al descubierto un poco de mis negros tangas. Eso me azoró un poco.

- ¿Podrías dejar de comportarte como un mirón?

- Me resulta un poco imposible, por la situación. Estamos solos en una universidad en medio del campo. Nadie te oiría chillar y en este momento, con ese cuerpo, estoy a punto de cometer una barbaridad.

Me tomó por sorpresa, e intenté salir de aquel lío lo mejor posible.

-Oye, mira, por favor, no hagas una locura. Si quieres, me voy y asunto arreglado. No sabes hasta qué punto sé defenderme de los moscones.

-No sé cómo te defenderás de los moscones, pero sí sé que no te defenderás del deseo...

Lo último que vi, antes de que él pagara la linterna, fue que se acercaba hacia mí. Enfocó su rostro, y vi que se reflejaba en él el reflejo de la excitación. La verdad es que aquello también era nuevo para mí, y tenía su morbo. Pensé que no sería malo probar, y que si no me gustab, con darle un rodillazo, asunto arreglado. Sus ojos verdes, inundados por la negra pupila, me miraron brillantes. Era atractivo, alto y musculoso. El tipo de hombre que daría bien en una sesión de striptease.

Se acercó a mí, y me aplastó contra la mesa. Se había despojado de la cazadora. Estaba en camisa. De pronto, me cogió de los brazos y se pegó a mí con todas sus fuerzas. Un bulto frío y duro fue a dar contra mis ingles.

- Hasta la pistola se ha puesto cachonda, monada... Tienes un cuerpo de infarto, y no voy a dejar desaprovechar este momento. Ni sueñes que te soltaré pronto. Creo que mereces un repaso minucioso. Una vigilancia intensiva.

Oí cómo se despojaba del cinto. Yo estaba temblando, aunque a ciencia cierta no sabía de qué. Descalza, sin escapatoria, con el vestido levemente levantado, y la respiración rápida. ¿Estaba perdiendo la cabeza?

Un movimiento rápido, y me vi con el vestido en la cintura. Él, habilmente, había separado mis piernas y se apretaba fuertemente contra mi cuerpo.

Gemí un poco, e inmediatamente me arrepentí de aquello, mordiéndome los labios.

Como si me viera, me dijo:

- Si lastimas esos labios apetecibles, tendrás que pagar una penitencia.

Los solté de entre mis dientes.

- ¡Mmmm! Llevas un perfume tentador, pero no es tan tentador como las ganas que tengo de comerme esos hermosos pezones que deben ocultar los sujetadores.

¡Ufff! Me estaba excitando en una peligrosísima situación. Me dejé quitar el vestido, quedándome en ropa interior.Noté que tanteaba mis brazos. Sin saber qué hacía oí un "click" sonoro, que me hizo comprender que acaba de esposarme.

- ¿Qué haces? ¿Estás loco?

- Es sólo momentáneo. No quiero que te resistas ahora. Luego te las soltaré, cuando vea que no vas a rechazarme.

- ¡Suéltame! Ni sueñes que voy a desearte.

- ¡Ah, no?- dijo él creo que sonriendo.

De un fuerte empujón me hizo sentar sobre la mesa. Luego, con una suavidad extrema, despojó mis enormes pechos del sostén, sólo retirando la tela que los cubría y colocándola debajo. El muy indeseable me dijo suave, justo al lado de la oreja, mientras se cercioraba de lo que decía era cierto:

- Entonces, ¿por qué tus maravillosas tetas están tan erguidas como si fueran dos pollas?

Gemí ante la caricia insistente.

- No eres tan inmune como quieres hacerme creer, profesora. Y me gustaría que me dieras una clase magistral.

De pronto, noté que buscaba algo, pegado a mí como si nos fuera la vida, aunque yo intentaba echarme hacia atrás. Un ruido descomunal y estaba todo en el suelo. A excepción del tintineo de algo metálico. Dos rasgadas y me di cuenta de lo que sucedía: ¡acababa de cortarme las braguitas! Con un gesto suave, al que yo me resistí, me echó sobre la mesa, me abrió las piernas y metió su cabeza entre ellas.

Con un inmenso placer, le oí murmurar que le encantaba, tan suave, tan depilada, tan excitada. Para confirmarlo, metió la punta de su dedo en mi interior. Salió mojado, y aprovechó que todo estaba en silencio para que yo le oyera relamerlo.

- Me encantan los coñitos mojados, preparados para que me los coma. Y el tuyo es delicioso, ¿sabes?

Me arqueé cuando noté su cabeza de nuevo ahí. Un profundo lametón me obligó a chillar. Él me tenía inmovilizada. Una mano sobre mi vientre, la otra aen las manos, y mis piernas sobre sus hombros. Totalmente abierta e indefensa.

Otro lametón que abarcó mi sexo en su totalidad. Luego, se dedicó a explorar con la punta cada rincón que encontraba a su paso, cada centímetro. Se dedicó a juguetear con mi clítoris, ya abultado y saliendo a su encuentro.

Gemí. Por recompensa recibí un pellizco de sus dedos en mi pecho, que estaba siendo halagado por sus manos grandes. Una chupada de nuevo en mi centro, otro gemido, otro pellizco que me reverberaba. Era un círculo vicioso. Él me acariciaba ya un poco salvajemente, y cada vez que me arqueaba a una chupada de él, me pellizcaba el pezón, inundándome de deseo...

-Eres una zorrita deliciosa. Creías que eras una doncella, pero nadie es capaz de resistirse a una buena lamida, ¿eh, corazón? Pues ahora voy a meterte mi lengua. Te follaré con ella y te daré gusto hasta que consiga que te corras en mi boca. Después empezará el espectáculo.

Le noté en mi rostro, inundándome de besos. Luego se apretó contra mi boca.

Sabía a mí, pero también a deseo y pasión. Nos besamos como posesos, sacando las lenguas fuera de los rostros, mordiendo, buscando, necesitando. Su lengua se pegaba a mi boca como una serpiente, estirando la mía, mordisqueando los labios. Me dejó ávida de sexo.

Primero fue suave, lento, delicado, pero a medida que aumentaba mi excitación, lo hacía su pasión y su velocidad. Su lengua me lamía entera, me rodeaba el clítoris, lo mordisqueaba, lo hacía girar, lo sorbía, mientras, a la vez, iba apoderándose de mis pechos y moldeándolos a su merced. De vez en cuando metía algún dedo en mi boca, que yo lamía con gusto, con deseo.

De pronto me sentí sacudida por un espasmo, y chillé de forma estertórea y profunda. Un orgasmo bestial me hizo correrme en su boca, tal y como había predicho.Me hizo callar con una onomatopeya.

- ¡Sh! Mi zorrita linda va a portarse bien ahora, verdad?- me sacudió entera, haciendo que mis senos se bambolearan. Él bajó la cabeza, los chupó y siguió- Eso me gusta... estás tan mojada que si ahora te follara, sería un gusto... Pero aún nos quedan un par de cosas que practicar, ¿verdad, profesora?

Asentí en la obscuridad, a su merced. Noté que se bajaba los pantalones, y que se sentaba él en la mesa.

- Ahora me la vas a chupar, pero antes vamos a ir preparándote. ¿Tocas esto?

Una cosa dura fue a dar en mi mano, él se encargó de hacerla girar. Era una porra de goma. No era muy delgada, por lo que yo estaba acostumbrada a ver en la televisión. Debía de tener dos centímetros de grosor, aproximadamente, o dos y medio.

- Esto será lo primero que voy a meterte en tu coñito. Así estarás preparada para cuando te meta mi verga por esa preciosidad de vagina que tienes.

Me asusté, y me quejé levemente. Un alto de su voz me hizo callar.

- Yo soy ahora el profesor. Le pondremos un condón encima para que no haya problemas, ¿eh, perrita?

Bajó de la mesa, temiendo que yo no atendiera a lo que él deseaba. Me colocó el torso sobre la mesa, aplastándome con su manaza el pecho, sujetándome la espalda. Me quejé y traté de escapar. Una palmada no muy fuerte me dio en las nalgas. Le oí decir en tono jocoso:

-Los niños obedecen cuando los maestros les enseñan algo nuevo.

Noté que me abría las piernas, y me sentí indefensa. De nuevo noté su lengua chupándome, y luego unos besos ligeros... Sus dedos tantearon mi entrada, y se adentraron fácilmente dentro de mi sexo. Suavemente empezó a meterlos y sacarlos.

- Pero si estás lista para todo, mi amor... Eres una alumna excelente. Te diré qué quiero que hagas. Te voy a meter esto en tu coñito. No puedo permitir que mientras me la estés mamando tú no vayas a gozar también, ¿ok?

-Pero si yo no...- traté de decir.

- Shhhh! Silencio. Quiero que mantengas las piernas cruzadas y eso dentro de ti. Tú eliges, o la mantienes ahí tranquilamente o yo me encargaré de que te entre toda, y te aseguro que te va doler. Es larga.

Me callé. Era una nueva experiencia, y aunque me aterraba, su voz masculina y viril y su determinación me exaltaban. Cerré los ojos. Todo su cuerpo estaba sobre mí, empujándome para que no me moviera. Tenías las piernas todas abiertas y me estaba besando el lóbulo de la oreja con su lengua y su aliento. Le noté explorar mi abertura con una mano, luego... Algo duro, potente, adentrándose en mi cuerpo.

- ¿Ves, corazón? Te encanta...

Entró con facilidad. La movió un poco, haciéndola rotar. Gemidos acompasados siguieron a aquello. Las metió y sacó un poco, para que mi interior se fuera amoldando. De pronto me cruzó las piernas, metiéndola más, se sentó, me hizo poner mi cabeza sobre su sexo y me ordenó que la chupara. Lo hice de buen grado, porque era magnífica, gruesa y grande. Era una delicia tener inundada la boca con aquello, con las mejillas siendo rozadas por su cabeza grande y amoratada y sentir las venas crecer al contacto con mi lengua. La sacaba y me la metía, jugando con el glande y mi lengua, metiéndola en el agujero por donde sabía que en un momento u otro saldría una leche deliciosa. De vez en cuando, aquel vigilante, levantaba el pie y lo llevaba hasta mi culito, que lo tenía en pompa para llegar mejor, y daba un pequeño empujón a la porra, clavándomela.

Estuvimos un rato así, yo acariciando la base con la mano y chupando con devoción, y él dirigiéndome la cabeza para darle más placer. Antes de que pudiera correrse me dijo que íbamos a jugar a otra cosa. Se sentó en el sillón giratorio y abrió las piernas, me quitó de dentro aquel cacharro y me hizo sentarme encima de él, dándole la espalda. Cuando iba a hacerlo, de un empujón me sentó sobre él, empalándome con su verga impresionante. Mi cuerpo, acostumbrado a la porra, se resintió por la embestida de aquel gordo palo que se cernía en mis entrañas. Me hizo abrir las piernas hasta colorcarlas sobre los brazos de la silla, me hizo reclinarme sobre su pecho, y mientras con una mano me sobaba las tetas, con frenesí, empezó a masajearme el clítoris con la punta de la porra, húmeda de mis jugos.

- Estás cachondísima mi amor.

Me dio un mordisco en el cuello, que me hizo gemir.

En aquella posición indefensa, a su merced, yo sólo podía tomar su cabeza entre mis manos, y pedirle que siguiera con aquello...

Cuando se cansó de provocarme orgasmo tras otro con aquello, me tomó de las caderas y me levantó en vilo. Una vez arriba, a una distancia prudencial, me dejó caer sobre su polla. Yo gritaba de placer, al sentir aquellos empellones. Ewmpecé a portarme como jamás creí que lo haría, chillando como creía que a él le gustaría:

- Soy tu zorra, ¡dios! Empálame con tu polla, hasta que me salga por la garganta... ¡Mm! Métemela sin piedad, rómpeme...

Aquello les estaba poniendo a mil, porque sus embestidas eran cada vez más fuertes. Me hizo levanar y ponerme a cuatro patas. En esa postura notaba sus huevos golpeando mi culito cada vez que me la metía. De vez en cuando, la sacaba para acariciar mi clítoris con ella, haciéndome combar de placer.

De pronto me dijo:

-Vamos, guarra, ahora quiero que tus tetas me hagan la mejor cubana que hayan visto los ojos de nadie. Menéatelas bien para que pueda correreme a gusto, pero no temas, que no pienso dejar caerlo todo ahí.

Me la metí en medio de las tetas y, a pesar de tenerlos grandes, debido a su grosor, no quedaba del todo tapada. Llena de mis jugos patinaba en medio como si se deslizara por aceite lubrificante. Estaba durísimo, y sus gemidos eran ya un compás celestial para mis oídos. Cuando supo que iba a estallar, o que faltaba poco, con bruscos ademanes la sacó de allí, me abrió la boca y la metió dentro.

- Chupa, chupa, vamos, zorra, chupa todo eso.

Un borbotón de semen cayó en mi boca y debido a que la tenía llena con todo aquello, cayeron algunas gotas que no acerté a tragar.Tony se apresuró a restregármelos por los pechos, diciendo que así todos sabrían que me había portado mal y que me había marcado como su zorra. Cuando terminó, me tumbó sobre la mesa de nuevo y me hizo correr de nuevo tres o cuatro veces, a cual más bestial. Cuando terminamos, me abrazó y me besó dulcemente... Sus palabras tan suaves resonaron en mis oídos.

- Espero que esto te haya gustado. A mí me has dejado roto. Eres una preciosidad y además tienes un morbo increíble, chica. Me gustaría hacerte mil cositas.... de hecho, creo que esto aún no ha acabado y ya creo que te quiero...

Permanecimos abrazados un rato más. Era tan dulce, me acariciaba el cabello y me besaba los labios doloridos por sus besos con maestría.

Y no, no había acabado.

 

Tony me tenía preparado algo más. Saqué unas toallitas que tenía en mi bolso y procedí a limpiarme. La luz que penetraba por los cristales anunciaba que la luna llena hacía horas que había salido. Le contemplé, mirándome desde un sillón espacioso, mientras me quitaba los restos de leche que tenía sobre el pecho. Cuando fui a limpiarme el sexo me lo impidió. Dijo que llena de mis jugos estaba más buena. Luego, me pidió que me pusiera los zapatos, sólo los zapatos, y que bajara con él a la garita que tenían los vigilantes y que tenía cámaras de vídeo.

Me daba una vergüenza enorme cruzar el campus desnuda, a pesar de que no hiciera frío, por lo que intentaba taparme con el vestido. Era inútil, sin ropa interior sólo hacía que parecer más puta aún.

Llegamos a la garita, que era un sitio amplio, una habitación llena de paneeles de luces y cáramas que controlaban todos los movimientos.

Entramos, Tony delante y yo detrás. Cuando me fijé bien, me di cuenta que delante de los monitores había un chico. ¡Dios mío! Y yo desnuda. Tony le quitó importancia. Y me lo presentó. Los dos eran guapísimos a la luz del neón.

Uno con ojos grises (Pedro) y moreno. Tony tenía los ojos verdes y serenos.

- No te preocupes. Hay una cámara en cada departamento y Pedro lo ha visto todo, puedes quitarte ese vestido de delante. Ya ha visto todo cuanto quería ver.- sonrió mostrándome los dientes blancos.- Y creo que también tienes ganas de probarte.

De pronto me vi en medio de dos macizos que se pegaban a mí con sus prominentes bultos, buscando el consuelo y el calor de mi cuerpo. Tony, que estaba detrás, abría mis nalgas y clavaba su dureza en mí, mientras rodeaba mi talla hasta mis pechos, usándolos como anclaje. Me besaba el cuello con una gran maestría... Por su parte, Pedro había abiertos un poco mis piernas y se pegaba a mí como si me necesitara para respirar. Sin apenas mediar nada, me abrió la boca con la lengua y se adentró en ella como una serpiente. Me sentía como una perra en celo, necesitada de lo que me estaban dando.Pedro no cesaba de murmurar que le encantaban mis grandes tetas y lo depilado de mi coñito, que seguro que tenía que comerse muy bien sin impedimentos.

Yo empecé a suplicar que acabaran con aquello o que... O que me follaran, porque no iba a aguantar. Tony sonrió, le noté bajar detrás de mí hasta mi culito, donde empezó a chuparme el agujerito y a morderme las nalgas. Por su parte, Pedro se estaba entreteniendo en chupar mis pezones duros, tiesos como espadas, y en meter los dedos en mi rajita, que ya volvía a pedir guerra. Pero a Tony se le ocurrió algo.

- Me gustaría ver como una zorrita se masturba cuando le dicen obscenidades.

Me hicieron sentar en una silla, me pidieron que abriera las piernas, que mirara lo que hacían y que me fuera tocando.Los dos se bajaron los pantalones. Tony tenía la verga grande, pero la de Pedro era más gruesa aún.

Eso me excitó más, a pesar de que fuera más corta.Ambos la tenían en la mano, y se la frotaban delicadamente. Mientras, iban diciendo obscenidades, ante las cuales y por la situación, yo me iba calentando.

- Eres una zorrita cojonuda, tío. No ha rechistado cuando le he metido la porra por el coño. Si hubiera tenido ahí mismo un par de cuerdas, se la hubiera atado a ese chocho mojado para que se hubiera paseado así por todo el campus.

Yo mientras, extasiada, iba frotando mi clítoris en círculos, esperando que de un momento a otro llegara el orgasmo. De vez en cuando paraba para sobarme los pechos, que ya me dolían de duros.

- Me dan ganas de meterle toda la puta polla en la boca, hasta los huevo- dijo Pedro.

-Pues creo que sus tetas son incluso más buenas que ese coñito. Y yo le daría un diez, así que imagina.

Un orgasmo me traspasó de arriba abajo, en espasmos que me hicieron gritar, combñándome y ondulándome.

-¿Qué te parece la gran zorra? Se ha corrido sólo de hablarle. Yo quiero comerme su coño. Es tan deseable.

Pedro se agachó, me sujetó las manos y metío su lengua dentro de mí. Tony me sujetó las manos por delante, a la vez que metía su polla en mi boca, entera, casi dándome arcadas. Con sus caderas empezó a meterla y sacarla, ante la imposibilidad de hacerlo yo. Un orgasmo me traspasó de nuevo, y Tony le dijo a Pedro que ya estaba bien de que yo me lo pasara bien. Tony se sentó en la silla, me pusieron a mí a cuatro patas y me hizo sobarñe la polla con las tetas, mientras Pedro me metía la suya en la boca.

-La chupa de miedo la muy guarra. ¡Mm! Me encanta.

- Vamos, tío, no puedo más, quiero metérsela.

Tony dejó sentar a Pedro, y después me colocó sobre él. Me hizo abrir las piernas, y mientras me chupaba el pecho, dirigió la punta de aquella verga gordísima a la entrada de mi rajita. Me asusté porque pensé que me iba a desgarrar, sin embargo, estaba tan excitada que no sucedió nada de eso.

Fue como si intentárais meter una cosa gruesa en otra más estrecha, cuesta, pero si resbala es un placer. Pedro empujó y la metió toda. Empezó a menearse debajo de mí, mientras yo acariciaba la cara de Tony, metido entre mis pechos.

-Creo que hay que prepararla- dijo Tony.

Noté que Pedro, me inclinaba hacia delante, y me levantaba un poco. Me hicieron quedar en ángulo recto. No sabía qué iban a hacer. Noté que los dedos de Pedro se me metían dentro, sacando con ellos todo lo que podían de mi jugo. De pronto, este fue a parar a mi virgen culito.

-¡No!- grité.- Por ahí no, me va a doler.

-¡Shhhh! Tranquila, es por tu bien. Es la única manera de que podamos darte placer los dos. Sólo duele un poquito al principio. Luego ya verás que te encantará.

Tony me entretuvo haciendo que le chupara. Noté un dedo de Pedro. Luego dos.

Costaba, pero él era suave, demorándose, besándome las nalgas de vez en cuando. Fue muy placentero, y en pocos minutos, tenía el culito lleno de jugos y los tres dedos de Pedro dándome placer, moviéndose lentamente, en rotación. De pronto les noté salir. Apreté mi trasero, y una sonora palmada me advirtió que lo abriera. Noté algo duro, que pulsaba a la entrada... Me quejé.

- Shhh! Estás muy dilatada, eso no te dolerá. Lo prometo, mi amor... Y si estás preocupada, sólo meteré la mía, que es menos gruesa que la de pedro, ¿de acuerdo?

Me besó las mejillas, y dejé escapar un grito.

Unos dos centímetros de porra se introdujeron dentro. Luego cuatro, luego cinco. Quise levantarme, pero Pedro me recomendó que no lo hiciera, porque aún estaban en el proceso. Fue empujando lentamente. Yo me sentía mal, me dolía un poco mientras se dilataba, pero cuando iba entrando, tengo que reconocer que era bestialmente bueno.

Cuando consideraron que ya tenía suficiente dentro, Pedro la sacó. Luego Tony me vendó los ojos y me hicieron sentar sobre uno. Era Tony. Noté que me mantenían en vilo para que no me hiciera daño, y, lentamente, fue introduciéndoseme por el culito. Me dolía porque la polla de Tony era más gruesa que la porra, pero él era tan solícito, pellizcándome los pechos y diciéndome que eso me gustaba... Cuando estuvo a unos centímetros, empujó fuertemente. Tenía la polla llena de mis jugos, puesto que antes la había paseado por mi sexo y entró fácilmente. Se movió para comprobar que no quedaba un solo centímetro fuera. Pedro, aprovechando, puso mis pernas sobre sus hombros, se arrodilló y me perforó por el coñito.

Estuve a punto de desmayarme, porque me traspasó un orgasmo bestial.

Pedro, debido a su postura, podía acariciarme el clítoris y lo hacía con maestría.

Eso sin contar que los dos se movían dentro de mí de forma acompasada.

Luego, con sencillez, salieron de mí y se sacudieron, bombeando su leche por encima de mi cuerpo.

Después de aquello, Tony y yo somos novios, y de vez en cuando aún nos reunimos con Pedro...

(9,67)