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El sueño de una tarde de Verano

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Hola, soy Toni. Como supongo que seréis algunos de vosotros, soy gay.

Hasta hace poco no me había ni tan siquiera imaginado que lo podía ser de esta manera. Por supuesto, sí sabía que me excitaban los hombres, que me "calentaban"... Pero hasta hace muy poco no me había dado un calentón tan grande.

Ocurrió un día perfecto, soleado, en el que nos acababan de dar las vacaciones en el colegio, o mejor dicho en el instituto. Tengo 17 años y voy a 2º de Bachillerato. ¡Tenía a partir de ahora un verano entero por delante! Qué mejor manera de celebrarlo que yendo a la piscina con todos mis amigos, ¿no? Genial.

Nuestro grupo está formado por 3 amigas y 10 amigos. Somos alrededor de 13 personas pues normalmente, y allá a donde vamos montamos la fiesta. Pero aquel día de final de curso en la piscina no íbamos a estar todos, porque la gran mayoría se tuvo que ir a las seis. Tan solo yo me quedé.

Aquí, en mi ciudad, las instalaciones olímpicas municipales están muy bien. Cierran a las 8 y media, y al final es un gustazo quedarte solo, tumbado en el césped o nadando en el agua mansa y clara... ¡Una delicia, sí señor!

Normalmente, los trece amigos que somos nos quedamos los últimos, jugando a las cartas o dándonos un último chapuzón (lo cual "jode" bastante a los socorristas que tienen ganas de irse). Pero aquel primer día no había sido tan bueno como creía. Allí estaba yo solo, aburrido, a punto de cerrar la piscina y ya llevaba dos horas solo... Al menos esperaba que aquella noche mis amigos pudiesen salir de marcha por ahí...

Apenas si corría la brisa. Estaba totalmente solo en la piscina. El socorrista estaba lejos, no se oían coches en la calzada lejana, el sol me calentaba... Estaba soñando, dejando atrás los exámenes...

Mmm, qué blanda... Mientras contemplaba obnubilado el cielo, límpido y prístino, se me enredaban los dedos con las finas hebras de la hierba en la mano izquierda, mientras que con la derecha empecé inconscientemente a jugar con la poyita, ablandada y carnosa... Pensé, no sé por qué que hacía mucho tiempo que no me hacía una paja, no había tenido tiempo con los exámenes y los trabajos...

Tumbado en el suelo, entreabría los ojos, y miraba primero mi pecho, moreno de por sí, con unos pequeños pelillos alrededor de los grandes y negros pezones dorándose al sol, y observando medio complacido el efecto de las pesas, aunque apenas se notase así tumbado... Más abajo, el bulto de mi pene semiempalmado asomaba excitantemente bajo el bañador... Menos mal que no era ajustado, así se disimulaba. Definitivamente necesitaba evacuar toda la tensión y la excitación contenida.

¡Qué bien! Qué bien se estaba... mmmm; ahora corría una brisa, silbaban lejanos los coches, se oía mi respiración...

-Oye, vamos a cerrar. Venga, recoge el macuto.

Con una súbita reacción abría los ojos, me saqué la mano del bañador y reconocí cegado por el sol las gafas y el gorro del socorrista, que ya se daba la vuelta para irse.

"Vaya" pensé molesto e incorporándome sobre el manto de césped. "Qué rápido se pasa el tiempo..." Pero inmediatamente pensé en mi mano, en mi bulto, y me sonrojé al preguntarme si me abría visto como me masajeaba los cojones...

Al levantarme, vi que ya me esperaba un tanto inquieto el muchacho, moreno, con unas piernas como me gustaría tenerlas a mí: bien depiladas y doradas por el sol. Pero sé que mis piernas morenas atléticas eran igualmente atractivas, y con serlo para mí, bastaba.

Se esperó a que recogiese mi macuto y mi toalla, y cuando me puse a su altura empezamos a caminar.

-Venga, ya nos vamos que por hoy está bien –dije yo.

-Yo por mí no me iría, pero es que me aburro que no veas. Estoy todo el día sentado o dando vueltas.

"Mmm, debía ser aburrido estar vigilando una piscina tan tranquila", pensé yo.

Llegamos hablando del buen tiempo a los vestuarios. Solo había dos personas más que estaban acabando de vestirse. El socorrista se metió a conserjería y se despidió.

Yo, por mi parte, al penetrar en los vestuarios, grandes y blancos, me empecé a excitar, pero al ver que el panorama estaba desierto, me llevé un chasco por un lado y me alegré por otro. ¡Siempre que entraba y veía a algún hombre desnudo, me empalmaba, nunca fallaba! Los dos jóvenes ya estaban vestidos y se despidieron. Por eso, sin ningún pudor, me dejé la mochila, me senté en los bancos, y me bajé hasta las rodillas el bañador, contemplando mi poya medio empinada en el espejo grande de los lavabos, el cual ocupaba toda la pared. Estar así, desnudo, en un lugar público, me ponía. Y no había nadie.

Me entraron ganas de masturbarme, pero pensé que mejor en la ducha. Así que me quité el bañador, la camiseta, y en pelotas me metí en dos o tres duchas buscando cualquiera que tuviese agua caliente. En una se habían olvidado unos calzoncillos, y al pensar en el culo desnudo que antes ocultaban, se me terminó de empalmar mi verga, dura ya como un mástil. ¡Mira que era salido y guarro!

Me la agarré por la base y le di al chorro del agua, la cual, fría, cayó con potencia en mi pecho. Di un grito. Me encogí y noté como la carne se me ponía de gallina, desde los brazos hasta la nuca y pasando por los glúteos, hasta que empezó a caer caliente, y los pezones como cubitos de hielo volvían a relajarse. Pensé que era una lástima que la alcachofa de la ducha estuviese pegada a la pared, si no dirigiría el chorro directo a mi ojete. ¡Mmmm, que gustazo con la fuerza que salía! Por eso me metí un dedo de la mano izquierda en el culo, utilizando de lubricante el agua caliente. Además, como la puerta de la ducha estaba abierta, me daba más morbo...

Pero tuve que salir porque se me había olvidado el champú, que estaba en el banco, dentro de mi mochila. Y despreocupado, con una mano agarrándome la longaniza, dura y morenaza, salí desprendiendo los chorros de agua en la porcelana blanca de la ducha que me goteaban por no ensuciar tanto los ladrillos de los grandes vestuarios.

¡Eran dos dos buenas piedras, macizas y semipeludas! Así era el trasero de aquel muchachote que estaba de espaldas.

¡Con la tontería del morbo y de hacerme una paja, me había estampado al salir con el pedazo de culo del deportista del socorista! Le restregué la poya húmeda por su culo, macizo y buenísimo. Eso fue lo mejor, porque me moría de vergüenza. ¡Dios mío qué panorama! Estaba desatándose las zapatillas, con su culazo en pompa. ¡El muy tío bueno se había quitado su slip-bañador antes que las zapatillas! Qué bueno. Y como tardó en reaccionar, para mi horror y placer, contemplé cómo nervioso dio un grito y un respingo, sin saber lo que le había ocurrido, y se afanó en desatarse la zapatilla antes de volverse, para lo que tardó unos segundos más agachado, dejándome ver su trasero y, entre medias, más allá de su raja oscura, un monte velludo y dos gruesas y redondas bolas que le colgaban, moviéndose al más leve movimiento. ¡Joder! Qué cabronazo, como me excitó en aquellos pocos segundos... ¡en menudo lío estaba yo!

En efecto, se volvió y me vio, paleto de mí, sujetando mi tensa y gruesa longaniza.

Nos miramos. Yo por mi parte, ni me atreví a bajar la mirada por debajo de su gordo cuello. Tenía los ojos como platos, preguntándose que qué ocurría, pero los bajó hacia mi pene.

Sonrió.

Tenía los ojos oscuros, cejas anchas, guapo de cara, pelo corto y echado para arriba... Qué bueno estaba. Además cuerpo de nadador, como comprobé al ver su pecho inflado, recubierto de finos vellos rizados... ¡Ostia, cómo podía estar tan bueno! No me había fijado antes... Aquello no debía estar sucediendo.

Pero lo mejor fue que tras la irresistible fuerza de atracción hacia su entrepierna, pude contemplar al fin su nabo. Mejor que los modelos. Bajo su vientre plano (el cual me dieron ganas de chupar), se abría paso una poya morenaza, maciza y gorda, no muy larga, rodeada de un montón de pelos ensortijados negros como el azabache... Me sentí insignificante por un momento. Y más cuando me habló:

-Tío, pero ¿qué es lo que hac...?

Volvió a sonreír mirándome la entrepierna, la poya, aún cogida por mi manaza. Mi capullo todo parecía sonreír por sí solo.

Mis fantasías se esfumaron cuando adoptó una expresión de superioridad y recriminatoria y me dijo:

-¡Pero bueno! ¿Es que eres uno de esos pajilleros?

Pero volvieron las esperanzas de que no pensara mal, pues esa expresión suya era una máscara. Me dijo:

-Espérate...

Se volvió a agachar, esta vez frente a mí y sonriendo, y se quitó la zapatilla que le quedaba.

-¿Qué querías, para salir por ahí desnudo?

La situación era complicada. Nunca antes me habían pillado in fraganti masturbándome. Ni mi hermano, ni mi padre, por ejemplo. Y allí estaba yo. Sosteniendo con estupidez mi pene erecto enfrente del socorrista, excitado y con un calentón de aúpa.

El corazón se me escapaba del pecho.

-Est... Estamos en las duchas, y buscaba el champú...

Pero me miró inquisitivamente a la mano derecha y el gordo tesoro que albergaba. ¡Qué gusto estaba sintiendo! ¡Con menudo descaro me observaba!

-Y esto... –empecé a decir, pero bajé la cabeza, avergonzado.

-Tranquilo, chavalón. Si con un cuerpo como el tuyo, te comprendo –empezó a decir, para mi asombro en tono de compañero, de compadre, y acercándose. ¡¿Pero qué iba a hacer?!-. Mira, ahora te dejo mi champú y ya está. Vuestros cuerpos son una caja de hormonas que explotan, ¿eh? –y se rió, cogiéndome de los hombros con sus fuertes manos, rozando sus vellos púbicos con mi culo, al igual que su poya, y me metió en su ducha. Se agachó y cogió un bote de champú, y ¡me dio unos golpecitos en los cojones con él, riéndose! ¿Pero es que sería gay o qué?

-Mírame a mí, aún soy una caja de hormonas que se mueven... –y cogiéndose su poya, húmeda de sudor (¡qué buena debía estar!), se bajó la piel para asomar un capullo rojo y grueso también. ¡Qué bien salió! Había ido a topar con un psicópata.

Pero el tío me puso mirando para la ducha, y me bloqueaba la salida de la ducha. ¡Ahora sí me estaba empezando a acojonar y a excitar, no sé qué sería peor! De pensar que tenía un cuerpo como el suyo detrás, me la empecé a cascar. Y escasos unos segundos pasados, se empezaron a oír unos sonidos detrás mío. ¡Él también se la cascaba con una mano! Y con la otra me había cogido por el hombro y me lo masajeaba. Pero además acercó su cara a mi oído, por la espalda, y me dijo:

-Claro, ¡muy bien chavalote! Eres todo un hombre, ¿me dejas ver?... –y se asomó sobre mi hombro para ver cómo me pajeaba. Apoyó su cuello en mi hombro, sentí su nuez (¡Me ponía a 100!) y su mano bajó hasta mi culo. ¡E intentó abrirme la raja a la vez que sus dedos se enredaban con los pelos mojados de mi culo! ¡Qué cabrón, qué gustazo me daba! -. ¡La tienes gorda! ¿Cuánto te mide, 16 cm como a mí? A ver, vuélvete que te vea...

Fue lo mejor. Frente a frente. Menuda poya que tenía el mamón. Pero es que para colmo mi cara debía ser un poema: salido, a 1000, asustado, deseoso de que me violase alguien como él... No es de extrañar que cuando empezó a ponerme de rodillas tan suavemente no encontrase obstáculo por mi parte. Y así, arrodillado yo frente a ese monstruo tan apetitoso, mi primer caramelo así, le dio al agua y subiendo la cabeza el socorrista acercó su inmensa poya vista tan de cerca por mí y me dijo:

-Chúpame, mamonazo, y luego si quieres te la como yo... –y elevó los brazos, apoyándose contra las paredes de la reducida ducha que se llenaba de agua, le vi los músculos de los brazos, sus axilas peludas que tanto me excitaron, su cuello musculoso...

El sabor de su pene, a agua y sudor hicieron que me comiese mi primera poya, desvirgando mi lengua, inocente e ingenua hasta el momento.

Había oído y leído que al chupar el instrumento de un hombre se ha de hacer sin muchas prisas, utilizando mucho la lengua. Y así lo intenté hacer. Buscaba con la lengua toda sus resquicios, su carne, sus venas, saboreando todos los relieves, sintiendo su circulación, las sacudidas que el morenazo del socorrista me propinaba empujando la verga más al fondo de mi garganta. No sé si lo hice bien, pero yo disfruté como un loco caldongo. Tanto fue así, que al final acabé succioando fuertemente arriba y abajo, de manera brutal, la poya de mi amigo, cogiendo y arañando su culo porque quería exprimir todo el sabor... Fue comparable a un caramelo al que no acabas de sacarle el sabor, y que sigues chupando y chupando, dosificando el sabor, y que te deja con ganas de más...

-¡Ohhh! ¡Oh! Ostia... –jadeaba el socorrista, como uno de esos de las pelis, doblando las rodillas, flojeándole las piernas- Para, para ya... –suavemente me apartó de su instrumento cogiéndome del pelo. –Para... aahhh, casi me corro... ahora tú, ¿vale, eh? –y me sonrió de nuevo, con su mano repasando las facciones de mi cara, mi cuello, mi pelo mojado y ensortijado... No me lo podía creer. Había estado mamando a un tío en una ducha. ¡Me había encantado, y lo mejor es que aún seguía allí su pija! ¡Dios! Tenía unas ganas locas de revolcarme, de gritar, y de correrme para quedarme tranquilo encima de mi cama...

-¿Me la chupas ahora tú?

-Sí, ponte de pie... Eso es. Y ahora espera. Muévete como lo hacía yo, métemela un poco... ¿Te está gustando?

-Ufffff... Sí, venga.

El momento de metérsela en la boca fue delicioso. Él sí sabía... Disfruté como un loco. Pero no me quedé quieto, sino que le acaricié su espalda, su cuello, su pelo... Hubo un momento que me eché sobre él, quedando en una extraña postura: él de rodillas mamámdomela y yo sobre su espalda, y le di a la ducha. Fue la gloria, la mejor manera de desestresarse.

-Me voy a correr...

Con una última sacudida y un lametón paró.

-Ponte de espaldas ahora, tumbado del todo en el suelo.

-¿Qué? Oye, eso es que...

-Tranquilo chavalón, poyón gordo... No te voy a romper el culo. No es eso. Ahora me voy a venir. Vamos... –Y me dio un beso en el cuello, toquiteándome mi pecho y mis axilas mientras en la ducha me tumbaba del todo. Y lo que vino a continuación me inundó de morbo.

Sobre mí, empezó a restregarse, como si estuviese pajeándose frotándose contra su colchón, pues igual; Sentía sus pelos, su piel abrasante, su cuerpo enterooo... ¡Ohhh! Y cuando me dio la vuelta y quedé frente a él, nos miramos. ¡Menudos ojos! ¡Qué pecho! Puso sus brazos en el suelo, y en esa postura conmigo debajo nos restregábamos las poyas, entrechocándose los cojones peludos de los dos...

A partir de ahí solo recuerdo que se sentó sobre mi durísimo pene, que le enculé, que mi pija estuvo prisionera dentro de su durísimo culo, que gritó y gozó, que se corrió, que probé su semen, que me corrí, y que nos besamos en los labios durante un segundo que solo Dios sabe cuan largo me pareció...

Se llamaba Miguel.

¿Y lo mejor? Lo más bonito y sensual es que nos estamos viendo algunos días más en la piscina, siempre que voy; algún jueves o sábado. Estamos compartiendo palabras, pensamientos, pajas, enculadas... Tiene 20 años. Y me ha descubierto mi homosexualidad pasional. Cuando se la chupo, vuelvo a revivir ese momento de la ducha, ese momento de gloria... Me ha dado confianza en mí mismo. Y no pienso dejar de agarrar ese culo ni esos cojones, ni dejar de esperar esa sonrisa mientras pueda. Porque hay más que me tiene preparado... Sus labios me han dado mucho.

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