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Mi adolescencia: Capítulo 9

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Aún me tenía preparada más de una sorpresa pues mientras me comía el cuello murmuró algo como: “un segundo…”. Yo tarde un tiempo en reaccionar y responder con un escueto y sorpresivo “¿qué?”. Él no dijo nada, solo se llevó el dedo índice a sus labios para indicarme que siguiera guardando silencio para no romper el encanto de ese momento. Se levantó. Se dirigió a su abrigo y de uno de los bolsillos sacó un pañuelo de chica. Se me acercó y me susurró: “así será mucho más emocionante y fascinante, ¿verdad que sí?”. Yo no dije nada. Solo asentí con la cabeza. De hecho ni siquiera moví la cabeza. Solo asentí con los ojos pero Rafa me entendió perfectamente. Me puso el pañuelo en los ojos y me lo anudó por detrás. Casi se me había olvidado por completo las sensaciones que se sienten al estar vendada y cómo todo se percibe mucho más intensamente. 

El tener los ojos vendados me produjo, como es lógico y natural, cierta desorientación, miedo e incertidumbre, pero enseguida me calmé cuando escuché de nuevo la voz de Rafa y sobre todo cuando noté como se sentaba de nuevo en la cama. No tardo mucho en volver a comerme el cuello, tanto un lado como el otro, y tampoco tardo mucho en volver a meter la mano por el hueco abierto de la rebeca para tocarme por encima de la camisa. Sus palabras según fueron pasando los minutos se hicieron más ininteligibles, pues parecía que solo hablaba para sí mismo. Yo apenas podía entender cosas como: “que tetita más preciosa, como te queda con esta camisa, que tetitas, son maravillosas”. Lo cierto es que, poco a poco, fueron cesando los besos y chupetones en el cuello para centrase en las caricias que me hacía con esa mano. Lo que al principio era un tocamiento suave, lento y relajado fue adquiriendo mayor ritmo hasta empezar a tocarme con gran velocidad, ahínco y fuerza. 

Con su otra mano me acariciaba la cara y el cuello, pasando los dedos una y otra vez por mis labios. Eso era muy sensual, muy sexy y me encantaba. Por una parte me enfadaba tener puesta esa venda en los ojos, pero por otro lo agradecía porque así todas las emociones se multiplicaban muchísimo, logrando una gran intensidad en cada acción que realizaba. De repente todos sus movimientos cesaron. Durante unos segundos ni siquiera escuché su respiración. Dichos segundos se me hicieron eternos y no paraba de preguntarme qué estaba pasando y el porqué del cese de lo que estaba haciendo. De repente escuché cómo se movía, cómo se colocaba en una nueva posición y cómo reanudaba el masaje sobre mi pecho. Pero algo había cambiado, pues ahora me masajeaba los dos pechos, por lo que deduje que se había colocado a horcajada encima de mía, es decir, colocando cada una de sus piernas a cada lado mío para así masajearme mejor.

Esta nueva ubicación pareció satisfacerle mucho más pues intensificó los masajes sobre mi cuello y sobre todo sobre mis pechos, acariciándome ambos por encima de la rebeca. No paraba de hablar: “Joder, que guapa estás con esta rebeca, que preciosa, te queda de maravilla, estás buenísima, eres una diosa, me vuelves loco”. Paraba durante unos segundos de hablar y al cabo de un rato volvía otra vez: “umm, eres mi colegiala, mi colegiala preciosa, miniña preciosa, que buena estás y que bien te queda el uniforme, no te podría quedar mejor. Te sienta de maravilla, eres la colegiala más preciosa del mundo y sin duda la más sexy y sensual del planeta”. No voy a negar que me agradaba escucharle. Me motivaba e incluso me excitaba un poco tanta pasión fetichista hacía mí. A pesar de que se estaba centrando solo en mis pechos, yo no dejaba de tener un cosquilleo excitante por todo el cuello y cierto ardor por todo mi cuerpo. Notaba como empezaban a hervir mis hormonas y como, al no tener visión por culpa de la venda, mi inquietud y nerviosismo aumentaba considerablemente. 

De repente Rafa empezó a mascullar algo así como: “umm, esta rebeca, esta rebeca azul, esta rebequita de colegiala que tanto te gusta ponerte porque sabes que te queda muy bien y sabes que me vuelve loco”. Empezó a recorrer los botones de la rebeca con sus dedos uno por uno. Era una rebeca de botones grandes por lo que quedaban solo unos 3 abrochados. Y pronto quedaría solo uno. Pues con gran delicadeza, lentitud y degustando el momento me desabrochó dos más. Yo no me asuste. En todas nuestras anteriores fantasías siempre me acababa subiendo el jersey o desabrochando la rebeca siempre que llevara una camisa o camiseta debajo. Por lo que ese hecho era el más habitual y cotidiano entre nosotros. Pero, aún así, sentí cierto nerviosismo y alteración. ¿Sería por que nunca antes él había estado sentado a horcajada encima de mí? ¿Sería por estar vendada? ¿Sería por que la fantasía de la colegiala le motivaba y excitaba mucho más? Fuese lo que fuese, a mí me inquieto más de lo normal. 

A pesar de tener todavía un botón abrochado, Rafa abrió la rebeca lo máximo que pudo y de nuevo empezó a hablar a modo de susurro: “umm, esta camisa blanca, esta preciosa camisa blanca de colegiala que tan fabulosamente te queda. Estás preciosa con ella. Te queda de maravilla. Que guapa estás con esta camisa. Umm, me vuelves loco así vestida”. Yo me sentía más excitada que de costumbre, la situación no era más erótica ni sensual que las otras veces, pero supongo que el hecho de tener los ojos tapados me estimulaba mucho más de lo esperado y potenciaba la intensidad del momento. Rafa no paraba de hablar para sí mismo. No paraba de hablar de la rebeca y de la camisa, sobre todo de la camisa, y realmente debía motivarle mucho pues de repente con ímpetu se tiró al cuello de mi camisa y empezó a morderla, a comerse el cuello. De vez en cuando, apartaba el cuello de la camisa, y me daba chupetones y mordisquitos en mi propio cuello.

Estaba tan concentrada y ensimismada con los intensos besos en mi cuello que no me percaté que puso sus dos manos sobre mis pechos y empezó a acariciarlos por encima de la camisa. No lo hizo de forma sutil y delicada como otras veces. Al contrario, abrió completamente las palmas de sus manos y me acarició y tocó con la mano totalmente abierta. No voy a negar que eso me excitó, me descolocó y la exuberante sensualidad del momento nubló mi mente por unos momentos. Sentía un ardor agradable e intenso por todo mi cuerpo. Sobre todo en mis pechos y en mi cuello. La temperatura empezó a subir de forma escandalosa. Era increíble que con lo fría que era esa noche invernal, y más aún en el chalet sin calefacción, tuviese tantísimo calor y ardor en mi interior. Pero ese calor iba a subir todavía más grados pues Rafa se disponía a realizar la parte que más me gustaba siempre: desprenderme poco a poco la camisa de la falda. 

Desde que Rafa y yo empezamos con esto de las fantasías un par de meses antes siempre me había encantado el momento que desprendía la camisa o la camiseta del pantalón o la falda. Es mi momento preferido y el más excitante, pero iba a conseguirse que fuese incluso más intenso, al estar potenciado por estar vendada, y así obtener un climax mucho más brutal. Él permanecer ciega, con la inquietud y desorientación que eso produce, hizo que todo el proceso de desprender la camisa de la falda fuese una eternidad de placer, regodeo, goce y pura deleitación. Nunca sabré porque me excitaba tanto eso de desprender la camisa, pero lo cierto es que me volvía loca. No sé cuántos segundos duro el proceso hasta que consiguió sacar totalmente la camisa por fuera de la falda, solo sé que a mí me pareció que fueron horas en vez de segundos. Eso sí, horas de puro goce y excitación. En cierta manera me debía sentir orgullosa de que este simple placer fetichista tan tonto pudiese disfrutar tanto. Pero así era. 

No sabía si Rafa estaba disfrutando, supongo que sí pues desde un principio le emocionó y entusiasmo la fantasía de vestirme de colegiala, pero podía asegurar que hasta ahora yo estaba saboreando tanto cada uno de los momentos que dudo que él pudiera superarme en disfrute y goce. En cierta manera, yo era una ignorante de mi propia sensualidad (al fin y al cabo solo tenía 17 años y en muchos aspectos seguía siendo muy niña e inmadura), pero esa noche especialmente descubrí, gracias sobre todo a los besos y chupetones en mi cuello y a las caricias continuas sobre mi pecho, las altas cotas de sensualidad que podía experimentar. Supongo que todo era una combinación de muchos factores: fetichismo, sexualidad, sensualidad y juegos preliminares, pero la mezcla de todos estos ingredientes me estaba haciendo disfrutar más de lo que nunca me plantee.

Rafa debió percatarse perfectamente de que estaba totalmente ida, embobaba y en un estado de ensoñación cercano a la hipnosis, pues me dejaba llevar totalmente por mi sensualidad y por el momento tan erótico que estábamos viviendo. Debió pensar que era el momento propicio para avanzar un poco más en la fantasía y aprovechar mi estado de aturdimiento y embobamiento. Por lo que con poca delicadeza me desabrochó un botón de la camisa y acto seguido otro. Yo reaccioné enseguida: “no, no, no te pases, sabes que eso no puede ser, no, no”. Esas palabras no me resultaron convincentes ni a mi misma. Sonaron falsas, débiles y muy apagadas. Traté de decirlo de forma más enérgica: “no, tío, no te pases, sabes que eso no” pero siguieron sin ser contundentes ni convincentes, ni tan siquiera para mí. Quería que la fantasía siguiera siendo light, como siempre, me gustaba que fuese siempre así de light y que nunca sobrepasásemos ciertos límites, pero aquella noche no supe imponerme ¿O es que acaso realmente no quería realmente imponerme? 

La sabiduría de Rafa se demostró una vez más, demostrando lo mucho que me conocía y lo que más me apetecía escuchar en ese momento. Me dijo: “tranquila miniña, es solo un instante, solo quiero acariciarte esa camisa de colegiala y verte un poco el escote por esta camisa de colegiala, es que me pone muchísimo verte el escote así con la camisa y la rebeca”. De nuevo esa mezcla de fetichismo y sensualidad acabó por convencerme, siempre que fuese un instante como él me había prometido. El me tocó los pechos así durante unos segundos, me los masajeó y supongo que a través de los botones desabrochados se vería algo de mis tetas, aunque teniendo los ojos vendados no podía saberlo. Pasado esos segundos volví a insistir ya más seriamente: “bueno, ya vale, venga, abróchalos, no te pases, venga”. Viendo que pasaban unos segundos y no los abrochabas me levanté un poco el pañuelo que cubría mis ojos y le miré recriminatoriamente. 

Aun estuvo unos segundos más sin hacerlo, finalmente viendo que no le apartaba la mirada se acabó cortando y me los volvió a abrochar. No me gustaba ser tan severa y aguafiestas, pero no quería que la fantasía pasase de ser light, al fin y al cabo solo tenía 17 años y no deseaba que se sobrepasase ningún límite. Rafa volvió a echar una de esas medio sonrisas socarronas que tanto le caracterizaban y eso me tranquilizó. Me volví a colocar yo misma el pañuelo en los ojos y traté de volver a relajarme y de disfrutar el momento. Y poco pude relajarme, pues en un instante se abalanzó sobre mí y empezó a besarme los pechos por encima de la camisa. Empezó, con besos pero enseguida pasaron a ser chupetones y lametones, incluso abría tanto la boca que se podría decir que trataba de comerme las tetas por encima de la camisa. Eso me excitó mucho, sobre todo porque mientras lo hacía colocó sus manos sobre mi cuello y empezó a acariciarlo, incluso a pasar sus dedos por mis labios.

Estaba apasionadamente comiéndome los pechos por encima de la camisa cuando soltó una parrafada que jamás olvidaría en toda mi vida. Pronunció cada palabra lenta y pausadamente, como resaltando la importancia de las palabras que estaba diciendo y el tono fue solemne y muy excitado. En ningún momento dejó de comerme los pechos y acariciarme el cuello mientras soltaba la parrafada, por lo que el efecto de dichas palabras se vio brutalmente incrementado por lo sensuales que eran sus caricias y tocamientos. Francamente es imposible poder acordarme de todo lo que me dijo, pero trataré de hacer un pequeño resumen que contenga lo más importante. Más o menos fue así: 

“Ni te puedes imaginar lo mucho que me gusta como vistes. La de docenas de veces que me he quedado en los botellones mirándote de reojo y flipando por tu forma de vestir. Por lo bien que combinas las camisas con los jerseys. Lo elegante que eres. Lo bien que vistes siempre en plan pija y clásica. Con esas camisas tan preciosas y chulas que sabes llevar tan bien, con ese estilazo. Y lo bien que combinas esas camisas, sea con lo que sea, con tus pantalones o faldas, y que estilazo más guay que tienes. La mayoría de las chicas no saben vestir bien las camisas, pero en ti todo es tan natural y estás siempre tan guapa que es un placer verte y contemplarte. Nunca estás mal y tu ropa siempre me vuelve loco. Recuerdo sobre todo un día con una camisa negra y un pantalón blanco que estabas preciosa. Dios mío, cuantísimas veces he imaginado que te tocaba y te desnudaba aunque fuese algo de tu ropa, solo un poco, pero eso era ya para mí la mayor alegría del mundo. Porque tocar la ropa que tú te has puesto y combinado tan elegantemente me vuelve loco de pasión y deseos”. 

No hace falta decir que, con lo mucho que me gusta a mí todo el rollo fetichista y de sentirme deseada por mi ropa, eso fue justo lo que necesitaba oír. Eso bloqueó mis defensas. Me las bajó del todo. Perdí completamente el sentido y me dejé llevar por el tremendo momento erótico que estábamos viviendo. Si además, no paraba de tocarme las tetas y el cuello, me produjo un subidón incontrolable de sumirme profundamente en esa sensualidad y en esa excitación. Y así lo hice, pues cai en un estado de atolondramiento, embobamiento y catarsis onírica que me dejó totalmente receptiva a las caricias de Rafa. Lo que más recuerdo de esos momentos de tal excitación es como estiré mucho el cuello. No sé porque lo hice. No se si quería que me besara o tocara más. Solo sé que me lo pedía el cuerpo y que estaba incontrolablemente excitada por las caricias de Rafa pero, sobre todo, por su inteligente y detonante parrafada.

(9,50)