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Lo de Patricia

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Lo de Patricia quizá no resulté tan sencillo de explicar. Supongo que fue un capricho pueril. Porque yo amo a mi esposa y jamás he tenido ningún deseo de serle infiel. Pero lo de Patricia fue extraño. Mi mejor amigo, Tomás, un solterón empedernido, nos comunicó que se casaba. Llegó con su futura esposa, una mujer del sur, y nos la presentó: Patricia. Sólo una cosa me conmocionó al conocerla y no era otra cosa que su melena. Una melena rubia increíble, de oro. Y a partir de ahí una idea, una obsesión, una incógnita. ¿Cómo se vería un cabello así en una mujer que se inclinase ante mis bajos y me dedicara una mamada? Parece estúpido ¿verdad? Pero así fue, quise que me la chupase aquella dulzura rubia. ¿Fue difícil conseguirlo? Pues sí, lo fue. Podría contar las muchas tribulaciones, pesquisas, intrigas y sinsabores por los que pasé y la hice pasar a ella, para que finalmente Patricia se decidiese a darme gusto, pero no me voy a detener en ello. Un poco lo hizo mi atractivo, pero a una mujer casada no se la convence tan fácilmente, porque todo ocurrió justo después de casarse con Tomás. Apenas llegaron de la luna de miel cuando yo inicié mi plan de ataque y no había pasado un mes desde la boda, cuando Patri y yo ya estábamos en la habitación de un motelucho de carretera, ella dispuesta a comerse un chupa-chups y yo a gozar con ello. No hacía falta que nos quitásemos la ropa, yo tan sólo quería disfrutar de la mamada y la visión de su cabello, pero ya se sabe cómo son la mujeres en el plano sexual y romántico. Ella esperaba mucho de aquel encuentro.

Cuando sentado en el borde de la cama ella se acercó a mí gateando como una hembra en celo, mi pene experimentó una reafirmación en la dureza de su ya muy consagrada erección. Sus labios se acercaron ardientes a mi glande, pero ¡oh, su cabello, oh, su cabello! Los ojos verdes mar, su piel suave tenuemente broceada, sus uñas de rojo pasión…

No continuará.

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