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Mi negro maravilloso, el inicio de la locura

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La locura realmente, inició con Márgaro, mi enorme negro poeta. Mi negrote costeño, mi palo, el que me atraviesa toda y me hace como su juguete, mi Márgaro lejano, con quien más o menos una vez al mes me pierdo por tres días de nada más que sexo espléndido y poesía, y mariscos con ron. Solo les diré, además, que tiene 32 años y empezamos en marzo de este año. Y desde entonces me envía poemas hasta que regreso a sus brazos y me parte dos con su enormísima verga, enormísima pero cuidadosa. Me mueve como rehilete, como muñequita. Me hace sentir como un pluma como un juguete, como su sierva.

Así lo escribí en un relato anterior, porque así fue. Lo conocí de visita en su ciudad costera, cuando me metí a una lectura de poesía y uno de mis colegas me lo presentó, cuando acabó de leer. Hubo química de inmediato, pero él iba con su esposa, una flaquita guapilla que desde el primer día me vio con malos ojos. Seis meses después coincidimos, la noche en que besé a Alejo por primera vez, mientras Márgaro besaba a su señora y me comía con los ojos cada vez que su chica no lo veía. Tardaría casi tres años en cogerme pero desde entonces me cogía con la mirada… y yo a él.

Pero así llegó este año, 2012 que casi acaba y varios meses de ya no cogerme al hermoso Mariano... de que él ya no quisiera cogerme porque tenía su noviecita santa, así que tras mucho pensarlo, decidí convertirme en lo que ahora soy y que muchos definirían con una palabra altisonante de cuatro letras, que empieza con P y acaba con UTA. En esa decisión estaba una noche en mi cuarto de hotel, con una botella de wisqui al lado y el FB abierto... y yo coqueteando abiertamente con tres chicos: Nathaniel, que no daba su brazo a torcer; Julio, bellísimo militante lopezobradorista de rostro encantador y ojos seductores; y Enrique, el exuberante y gordito colega; cuando apareció en el FB el negro Margarito. Mi Mago.

Entre el wisqui y el coqueteo con los otros tres, entre la hermosa mujer semidesnuda que miraba en el espejo y mi mano izquierda empapada con mis propios fluidos de esa especie de cibersexo que tenía con Julio (con los otros, puro coqueteo), se lo canté abierto al Mago: “Ay mi Mago -o algo así-, qué ganas de que estuvieras conmigo hoy, que estoy tan solita...” Me contestó que... que en dos semanas estaría en México.

Esperé esas dos semanas como novia de pueblo, pensando en él todos los días, y lo fui a recoger al aeropuerto. Me puse un vestidito verde esmeralda mínimo, de una pieza, que se bien que está mejor para un burdel que para el aeropuerto, zapato de tacón, un toque levísimo de pintalabios, una braga de hilo dental que ya estaba empapada cuando él llegó y me abrazó como un oso, haciéndome sentir miedo, terror, vacío delicioso en el estómago y aún más ardor en la vagina.

En mi auto, rumbo a su hotel, deslizó la mano por mis piernas, debajo del vestido: para eso era el vestido. El tacto de sus manos de poeta me erizaban los vellitos de la nuca pero no despegué la vista del frente (su avión aterrizó de madrugada y no había tráfico en el Circuito Interior. No me pregunten qué mentira le conté a Marido para salir de casa a esa hora –con pants: me cambié en el garaje del edificio: el vestido, los tacones y los accesorios estaba en la cajuela) y aguanté hasta llegar a su hotel.

Temblaba de miedo mientras nos registramos. Temblaba de  deseo en el ascensor. Temblaba de impaciencia cuando él entró al baño por una urgencia. Temblaba de todo. Estaba excitadísima, caliente a más no poder, empapada y temerosa: si la verga del Mago era como él, sería –y sí- la más grande que me hubiese entrado nunca, de lejos. Ya él, de por sí, mulato y enorme, era lo más grande que me había metido mano.

En el momento en que salió del baño, dejé que se deslizara mi vestido y quedé ante sus ojos solo con la tanga y los tacones. Me dí la vuelta y me recargué en la ventana abierta, mirando la ciudad. Sentía su mirada en mi espalda desnuda y en mi nalgas, que tantas había mirado cubiertas de ropa, que tanto le gustaban, le gustan, lo sé. Escuché como cambiaba el ritmo de su respiración. Yo lo esperaba. Y me recliné sobre los inmensos tacones, para que admirara aún más ni culo.

Se acercó, lo sentí acercarse, desnudándose en el camino. Sus manos enormes rodearon mi talle, casi abarcándolo entero; su cuerpo se pegó al mío y sentí la enormidad de su verga en mi trasero, entre mis nalgas. Su lengua jugó en mi nuca y mis hombros, sus manos subieron suavemente hasta apoderarse de mis pezones, que oprimió dulcemente, con el cuidado de sus manazas. Me acarició toda entera, sin que yo me moviera, hasta que no aguanto más y me doy la vuelta para mirar su torso desnudo, espléndido, vestido apenas con una truza que no ocultaba su enorme pito. Mientras lo miraba, él me bajaba delicadamente la tanga.

Luego se bajó el suyo y su verga brincó como un resorte, enorme, morada, surcada de venas. Se acercó a mí para segur tocándome, recorriendo con sus dedos mi vientre, mi cintura, mis nalgas. Yo, temerosa, agarré su verga con ambas manos. Él se lanzó sobre mi boca y al fin, después de tras años de desearnos, nos besamos. Solté su verga, cuya firmeza había calibrado, para agarrarme de sus nalgas mientras nuestras lenguas se fundían en una.

Aun sobre los tacones, él quedaba muy arriba y sentía su verga en el estómago. Tenía ganas de bajarme a mamársela, a hacerla mía con la lengua y los labios, pero no quería separarme de su boca... y él se me adelantó: sus labios bajaron por mi cara y mi cuello, sacándome totalmente de quicio. Se detuvo en mis pechos y succionó mis pezones, mientras me acariciaba, me acariciaba, me acariciaba. Yo gemía. Se acercó pasando por mi ombligo. Yo abrí las piernas, parada en mis tacones, para permitir que su lengua, larga, húmeda y tibia, jugara en mi sexo y se introdujera en mi vagina.

Sentía la muerte. Desfallecida recargué mis nalgas sobre el pretil de la ventana, para darle mayor campo de maniobra. Cerré los ojos y lo dejé hacer. Luego, el Mago recorrió a la inversa, con igual parsimonia, el camino de ida, hasta llegar otra vez a mis labios. Yo lo devoré, buscando mi sabor en su boca y rodeando su cuello con mis brazos y su torso con mis piernas, me subí en él. Mi vagina quedó peligrosa, deliciosamente cerca de su verga y nuestras partes empezaron a rozarse como jugando.

-Métemela, toda, por favor –dije entre susurros.

-Hazlo tu misma... sírvete –dijo él, sentándose en la orilla de la cama, conmigo atada a él por casi todos lados, menos el que más importaba en ese instante. Le mordí los labios y al escuchar su grito me deslicé en él. Era increíble sentirlo todo, todo, hasta adentro, empalada como cristiano en la antigua Estambul. No soy de orgasmo taaaan fácil, pero esa vez, me vine de inmediato nada más recibirlo. Mugí como una vaca, grité como una puta y me agarré a él con piernas, brazos, vagina y labios.

Me gusta sentirme usada, así que después de obtener, de prolongar la duración de ese luminoso orgasmo, me desenredé toda y me puse en cuatro patas: quería que esa inmensa verga me llegar hasta el estómago. Margarito no se hizo del rogar y me penetró desde atrás, entrando en mí como si me partiera, dilatando al máximo mi vagina, tocando el fondo, quedándose ahí hasta preguntar con voz ardiente:

-¿Quieres duro, mamita?

-Dame duro, papi.

Empezó entonces el mete-saca más intenso de mi vida. Me desplomé, descontrolada, sin voluntad, en la cama, y él me oprimió contra ella, entrando y saliendo de mí, mientras yo aullaba como la puta en que me estoy convirtiendo. Ni siquiera me di cuenta cuando se vació en mí (debo decir que previamente nos habíamos enviado por FB nuestros respectivos análisis de elisa y que yo tengo ligadas las trompas de falopio).

Casi me desmayo de gozo. Lo siguiente que recuerdo es al mago, enorme, acariciándome el rostro y besando la delicada piel de entre mis pechos. Lo siguiente que recuerdo es que la seguía teniendo parada y enorme. Me acosté, sintiéndome una perra insaciable, porque llevaba tres orgasmos, porque había sido suficiente, porque me escocía la vagina, pero frente a ese enormísimo miembro, ese espléndido mulato, quería más, ya que ahí estaba y se podía.

-Cógeme –le dije, abriéndome de piernas.

No se hizo del rogar. Me montó. Mi coño estaba tan húmedo, entre mis fluidos y su semen, que su poderoso mástil se deslizaba sin fricción casi. Hacía un ruido de succión, de piedras en el agua, de locura. Yo temblaba debajo de él, sin reaccionar, sin moverme, solo recibiéndolo, gimiendo ahora, sin gritos, solo eso, solo gimiendo cada vez que él se hundía en mí, hasta que se vino por segunda vez... segunda vez de sexta, que se las conté. Al llegar a casa, horas después aún no podía tenerme en pié, mareada, muerta, ahíta. Seis veces. ¿Yo? Yo perdí la cuenta, las bragas y la decencia que me quedaba.

Afortunadamente vive lejos, porque más de una vez al mes sería demasiado, y porque verdaderamente Marcos se ha convertido en el mejor amante de mi historia: por eso no he escrito en tantos días, por eso escribo hoy, tras habermee enredado en su miembro y sus besos y sus brazos.

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