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Fumar es un placer

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Recuerdo el primer cigarro que fumé, fue el día que cumplí 12 años. Mi intimo amigo Damián le había sustraído a su tío un Marlboro y ambos buscamos un sitio escondido donde encender aquel filter que tras las primeras toses se adueñó de nuestros jóvenes pulmones. Los primeros escarceos con la droga legal eran maravillosos, nos hacía sentirnos mas hombres, era a parte de masturbarse, el único acto que uno hacía con su cuerpo de manera prohibida y a escondidas. Todo un reto para cualquier adolescente.

Pasé toda mi adolescencia fumando, mi juventud siempre la recuerdo con un cigarro en la mano. Todo terminó cuando conocí a mi mujer, una chica que por aquel entonces, por supuesto también fumaba. Nos casamos y cuando decidimos a tener descendencia decidimos dejar de fumar, para que no hubiera problemas, ya sabéis.

Al mes de intentarlo, Nuri se quedó embarazada de nuestro precioso hijo. Que felicidad tan grande y que orgulloso se siente uno. Justo una hora después de nacer mi niño, corrí a fumarme un cigarro, lo necesitaba, había sido un parto algo complicado. Cuando le confesé a mi mujer de que había vuelto a penetrar en mis pulmones nicotina, ella se enojó sobremanera. Me acusó de deslealtad, de no haber pensado en ella en el fatídico momento de dar lumbre al cigarro. Aquello se tornó un acto prohibido ahora por mi mujer que se había convertido a la liga antitabaco. Lejos de hacerle caso, seguí fumando a escondidas, como cuando tenía 12 años y empezaba a fumar. Volvía a sentir el placer de lo prohibido.

Conforme pasaban los días, camuflar el olor a tabaco se convertía en rutina, Nuri no podía enterarse, estaba muy enfrascada en ser madre y ahora no quería fallarle. Pero nació en mi una atracción animal hacia las mujeres fumadoras, siendo más notorio hacia una, Patricia. Era la mamá de Pablete, amigo íntimo de mi hijo en la escuela y todos los días coincidíamos en la puerta del cole para recoger a nuestros vástagos. Patricia es una mujer alta, de unos 175 cm, delgada y con aire aristocrático. Para recoger a su chico solía vestir de pantalones vaqueros que realzaban un trasero poco abultado, camisas siempre abotonadas hasta donde empezaba la comisura de sus dos preciosas y estilizadas tetas. Siempre llevaba el pelo perfectamente peinado y cortado a media melena.

No manteníamos nunca una conversación más allá del saludo, me gustaba llegar 10 minutos antes de que sonara el timbre del colegio y observarla. Cuando llegaba a la puerta del colegio trajinaba en su bolso en busca de la cajetilla de tabaco mentolado. Una vez que daba con ella, seleccionaba uno de los cigarrillos que fuertemente apretaba entre sus dedos índice y corazón, se lo llevaba a sus finos labios y dulcemente le prendía fuego a la punta con un mechero de forma ovalada y plateado. Succionaba una generosa calada del pitillo y tras saborearlo expulsaba el humo que deleitaba mi olfato. Fumaba muy fina y placenteramente. Aquella visión me excitaba, tanto por el aroma de su tabaco rubio mentolado, como por lo erótico de sus movimientos al fumar. Cuando expulsaba el humo entrecerraba sus preciosos ojos color miel y miraba a la lejanía buscando a su hijo, al cual le daba dos besos y lo introducía en su todo terreno de camino a casa.

Pasaron los meses, y nuestro hijo marchó a unas "convivencias" y estarían un fin de semana de campamento. El sábado era el día dedicado a los padres y debíamos marchar al campamento para pasar el día con nuestros hijos y los padres de sus compañeros. Nuri estaba enferma y por tanto solo acudí yo a aquella cita. A las 12 se agolpaban en la entrada del campamento decenas de vehículos de los padres de los niños. Estos dormían en tiendas de campaña, y a los padres nos acomodaban en sendos pabellones con literas, uno para los papis y otro para las mamis. Tras disculpar la incomparecencia de mi mujer me adentré en el pabellón de los papis. Todos nos íbamos acomodando en literas y tras dejar caer mi macuto encima de una cama un señor muy perfumado y excesivamente arreglado para la ocasión se presentó. – Hola, buenas tardes, Roberto Marquina, creo que somos compañeros de litera. Le estreché la mano y pensativo le respondí. – ¿El padre de Pablo Marquina?. – Si, ¿lo conoce?.Respondió. –Claro que si, Pablete, es íntimo amiguito de mi hijo.¿Ha venido con su esposa? Me atreví a preguntar. Si, Patricia ya debe estar organizándolo todo en las dependencias de la mujeres. Sonrió tras la contestación.

Que bien, pensé, volveré a ver a Patricia. Que estuviera su marido me importaba poco, mi atracción hacia ella era meramente morbosa. Una vez que nos vestimos de chándal como dictaba el programa nos dirigimos todos hacia la zona de juegos. Los monitores había preparado una serie de competiciones entre padres e hijos. Una tontería al más puro estilo competitivo USA, pero en fin, por los hijos lo que sea. Los niños se emparejaban de dos en dos, y claro mi niño y Pablete formaban un dúo de escándalo, ganaban casi todas las carreras y como colofón los padres debían competir en una carrera de "pies anudados" o sea atados por un pié. La historia era que el padre de un niño tendría que estar anudado a la madre del otro niño. Enseguida Pablete y mi hijo nos ofrecieron intercambiar a sus papis. Roberto al no tener pareja, no estaba mi mujer recuerden, se tuvo que conformar a anudarse a una monitora regordeta que hacía el papel de mi esposa. Yo nerviosamente me acerqué a Patricia, a la que saludé con dos besos. Vestía un cortito pantalón blanco que resaltaba la goma de sus braguitas que seguramente también serían blancas, en la parte de arriba llevaba una camiseta sin mangas de color negro y una cinta en el pelo. Estaba sonriente y divertida.― Hola, que pena que Nuria no haya podido venir. Dijo cortésmente. –Si, una pena. Contesté mientras un monitor nos anudaba con una cuerda nuestros tobillos. Patricia me agarró por la cintura y yo hice lo mismo para acomodarnos en la carrera.― Vamos a ganar ¿ok?, le tengo ganas a mi marido.Jejeje.Dijo Patricia con cara desafiante. Yo asentí con la cabeza y nos dispusimos esperando el silbato que señalaba el comienzo de la carrera.

Mi corazón latía fuertemente, Patricia se agarraba a mi también con fuerza y expectante. Cuando sonó el silbato, ambos salimos como una flecha hacia la meta. Pronto teníamos una buena ventaja sobre nuestros contrincantes que torpemente caían una y otra vez al suelo entre las risas de todos los niños. Cuando llegamos triunfantes a la meta Patricia me dio un fuerte abrazo y a mi no se me ocurrió otra cosa que intentar levantarla en peso agarrándola de su trasero, pero claro olvidé que estábamos atados de un pié y caímos abrazados al suelo. Patricia desde el suelo elevó los brazos con el signo de la victoria mientras jadeaba fuertemente en mi cara pudiendo apreciar su delicioso olor a tabaco en mis narices. Cuando percibí que me estaba empalmando, me apresuré a desatar la cuerda que nos unía y ayudé a aquella preciosidad a levantarse del suelo. Se incorporó rápidamente me dio un beso triunfal y corrió a levantar del suelo a su marido que con cara de pocos amigos intentaba desquitarse de la suplente de mi mujer.

Tras los juegos comimos y pasamos toda la tarde con nuestros hijos, cenamos en lo que se denominaba fuego de campamento que iba acompañado de juegos de los monitores y a las 12 de la noche nos invitaron a todos a dormir en nuestros respectivos catres. Pasó una hora y no podía dormir, el contacto con Patricia me tenía excitado y además Roberto roncaba como un oso. Decidí salir a que me diera el aire, en ese momento deseé fumar un cigarrillo que no poseía y a lo lejos vislumbré junto al pabellón de las madres la luz de un cigarro. Conforme me acercaba pude comprobar que se trataba de Patricia que como yo necesitaba que la nicotina se mezclara con la sangre.

―Hola. Saludé silenciosamente mientras me acercaba.

―Ah, hola compañero. Dijo Patricia volviéndose hacia mi.

―¿No puedes dormir?

―Bueno, necesitaba fumar un cigarrillo y no quiero molestar a mis compañeras de habitación. Contestó Patricia señalando con la cabeza el pabellón de mujeres.

―¿Te importaría darme uno?

―No claro que no― me ofreció la cajetilla que llevaba en la mano que no ocupaba el cigarro― Es mentolado, no suele gustar a la gente.Añadió

―Ah, no importa, la verdad es que ahora mismo me da igual lo que sea....soy un fumador clandestino. Dije susurrando

―Pues ya somos dos, Roberto odia que fume

Aquella coincidencia nos divirtió, ambos éramos acusados por nuestras parejas de cometer un pecado mortal que a nosotros nos encantaba. Mientras fumábamos nos sentamos en el tronco de un árbol que había detrás del pabellón de las féminas y entre calada y calada fuimos entrelazando una conversación.

―¿Sabes? A este campamento venía yo todos los veranos de jovencita.Dijo en un momento Patricia mirando a las estrellas.

―¿Si? Y lo pasabas bien?

―A mi me gustaba, porque durante el curso iba a un colegio de chicas, y en mis estancias aquí era la oportunidad de tener contactos con chicos.

―Ah picarona.Contesté sin pensarlo mucho la verdad.

―Anda! No me digas que si tu fueses a un colegio de solo chicos, no te entusiasmaría igual.Dijo sonriendo

―Si si, claro perdona....Jeje, es que ya sabes lo que se dice de las chicas de los colegios de monjas....

―Ya, ya que la que no sale puta sale monja....ya ya. Que bruto eres.

―Jeje perdona de nuevo. Yo fui a un colegio mixto pero tampoco vine nunca a un campamento de estos. Le dije a Patricia mirándola fijamente a los ojos.

―Por un momento nuestros ojos se quedaron mirándose y Patricia se apresuró entonces a seguir la conversación.

―Era precisamente en este tronco dónde veníamos a darnos besos con los chicos. Contó Patricia acariciando la madera de aquel viejo tronco.― Aquí me he besado yo con más de 10 chicos, ¿Te lo puedes creer?

―En ese momento, sin pensarlo la agarré fuertemente de la cintura y la besé. Ella parecía esperarlo y puso su brazo tras mi espalda. En un momento me separé de ella y pregunté. ― ¿Era así como lo hacías?

―Bueno, más o menos, solían ser más brutos los chicos de aquel entonces, este beso ha sido más dulce.

―...Y bueno, ¿qué más hacíais?

―Bueno, ya sabes, tras un buen rato entrelazando nuestras lenguas...pues....

Entonces fue Patricia quien me besó, un brazo seguía detrás de mi espalda y el otro comenzó a acariciar mi pecho. Agarró después mi brazo y lo metió por debajo de su camiseta. Sin sujetador que lo impidiera yo acaricié sus pechos con suavidad, agarrando de cuando en cuando sus pezones con mis dedos dulcemente. Patricia sin dejar de "morrearme" comenzó a desabrochar mi cremallera del pantalón, rebuscó en su interior consiguió sacar mi polla. La acariciaba suavemente, con dulzura, como si de un valioso tesoro se tratara. Conforme se iba poniendo dura, Patricia la agarraba con más fuerza, acariciando con el dedo pulgar el prepucio y expandiendo mi liquido lubricante. Patricia soltó el pene y me invitó a levantarme, me miró fijamente a mis ojos deseosos y se inclinó ante mi. Bajó el pantalón, dejándome en cueros de cintura para abajo. Patricia lamió la cabeza de mi polla dulcemente y enseguida la introdujo entera en su boca, despacito y mirándome siempre fijamente a los ojos. Yo la agarraba de la cabeza, intentando marcar el ritmo de mi excitación. Poco a poco incrementaba los movimientos de su cabeza y yo sellaba mi boca para no expulsar un alarido de placer que despertara a todo ser vivo que hubiera alrededor. Ahora Patricia, ayudaba el meneo con las manos y aceleraba el paso, yo me estremecía de placer y apretaba el culo y las piernas con todas mis fuerzas para no caer desfallecido. Cuando Patricia adivinó que me correría enseguida, aparto unos centímetros la cara de mi polla, cerró los ojos y dando unas certeras sacudidas a la picha, la rocié abundantemente en su preciosa cara, acertando con mi semen en sus mejillas, nariz y boca. Con su camiseta limpió el producto de aquella felación, yo introduje mi polla en los calzoncillos y me subí los pantalones. Patricia entonces me guiño un ojo y sacó dos cigarros y me ofreció uno y tras darme fuego añadió.

―Quien te iba a ti a decir que el tabaco fuera tan placentero verdad?

Y tanto.

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