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Mi adolescencia: Capítulo 12

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Por lo que seguimos un rato más de charla. De repente él se despidió y volvió con su grupo de amigos. Un poco contrariada volví con mi pandilla, pero esta sensación de desconcierto duró poco, pues al cabo de un minuto se me puso a bailar a mi lado y a insinuarse más abiertamente. Antes de que nos diéramos cuenta estábamos tonteando y riéndonos conjuntamente de forma descarada, y aprovechando para agarrarnos mutuamente el brazo el uno al otro. En este cortejo discotequero estaba claro que apenas quedaban unos minutos para enrollarnos. Y así fue. Yo me volqué totalmente. Debo reconocer que él me gustaba mucho físicamente y que lo hice con gusto, pero lo que más satisfacción me dio fue saber que ese morreo brutal lo estaban viendo todos los de la pandilla, inclusive Edu. Eso me proporcionó un gran placer y así acallaba de una vez por todas los absurdos chismorreos acerca de que no me comía un rosco. 

Carlo volvió a insistir en salir a tomar el aire y esta vez yo accedí. De camino a la salida mi mirada se cruzó con la de Rafa que se encontraba en la barra. Ni me acordaba de que también había entrado en la discoteca, pero no parecía ni disgustado ni molesto de haberme enrollado con Carlo; al contrario, tenía su característica media sonrisa como si se alegrara por mí. Como si asumiese que lo nuestro de las fantasías iba por un lado y el resto de mi vida social/sentimental/sexual iba por otro. De todos modos pronto me olvidé de Rafa y me agarré bien a la mano de Carlo. Estaba dichosa, pletórica y muy contenta de haberme enrollado con él y me apetecía seguir haciéndolo más en la intimidad. 

Carlo y yo nos fuimos agarrados de la mano hasta una plazoleta cercana donde había otras parejas enrollándose. Nos sentamos y empezamos de forma natural y espontánea a besarnos. Al principio de forma lenta y saboreando cada beso, y luego de forma apasionada y visceral comiéndonos el uno al otro. Yo no me reconocía a mi misma en esa pasión, lujuria y entrega. Quizás es que estaba más necesitada de lo que yo creía y lo de Carlo no fue solo un rollo para demostrar públicamente que me podía enrollar con el chico más guapo e interesante. Fue un proceder muy apasionado por parte de ambos, pues nos comimos mutuamente e incluso hasta hubo chupetones. Él me tenía agarrada con una mano por la cintura y con la otra mano acariciaba mi pierna por encima del pantalón. Y noté perfectamente como fue conduciendo dicha mano hacía mis muslos, aunque nunca se acercó lo suficiente como para llegar a alterarme.

Todo iba perfectamente en medio de tanta agitación y excitación hasta que en determinado momento-no sé si por los chupetones o por tener su mano tan cerca de mi muslo- que se me incrustó una imagen en la cabeza. Y esa es exactamente la palabra precisa y exacta: incrustar. Pues se me clavó dentro mi mente y no hubo manera de sacármela de la cabeza a pesar de que me obligué a hacerlo. ¿De qué imagen se trataba? Pues del momento en que Rafa, semanas atrás, estuvo acariciándose su pene muy erecto y yo observándolo a una distancia de cinco metros. No podía dejar de pensar en ese inmenso pene erecto y de la mirada de placer de Rafa. Me sentí violenta al recordar esto. Me sentí tremendamente incómoda. Me cortó el rollo pasional con Carlo y de repente me sentí tan acalorada que me reproché a mi misma mis pensamientos. Me avergoncé. 

Pero dicha vergüenza no me disuadió de mirar discreta y sutilmente a la entrepierna de Carlo. Lo hice de reojo y con una discreción absoluta. Estoy segura que él no lo noto. En su pantalón vi una leve erección, aun pequeña y poco llamativa, muy lejos de lo de aquella noche con Rafa. Y, de repente, tuve el deseo, por primera vez en mi vida, de desear tocarle ahí para ver si crecía un poco más. A pesar de mis 17 años era la primerísimo vez en toda mi vida que tuve deseos de tocar a un chico e incluso de desnudarle un poco. Nunca había tenido antes esa necesidad. Nunca. Siempre me gustaba el juego de ser yo la deseada y la anhelada por todos, y que fuesen los demás los que deseaban desnudarme y acariciarme. Algo había cambiado Rafa en mí, había despertado una cierta libido e impulso sexual hacía los chicos y ahora, acalorada como estaba, se manifestaba más que nunca. Me volví a avergonzar de pensar esas cosas. Que sintiesen eso los chicos por mí me encantaba, pero al revés me escandalizaba. 

De repente me sentí incómoda por todo esto y me separé bruscamente de Carlo diciendo: “Necesito tomar el fresco y pasear un poco”. Qué ciertas eran esas palabras porque no eran ningún pretexto, pues necesitaba tomar el fresco y pasear más de lo que yo misma imaginaba. Él mostró una cara indiferente e impasible, parecía un poco contrariado y cabreado por mi brusca reacción, pero enseguida se apartó para que yo me levantará y tomara ese aire tan necesario que me pedía el cuerpo. Pasee por la plazoleta, al principio un poco nerviosa y acelerada pero luego ya más sosegada y tranquila. Carlo me miraba desde la distancia, no decía nada ni tampoco parecía sorprenderse. Finalmente hablo: “Bueno, ¿volvemos a la disco?”. Yo asentí y volvimos a la discoteca, pero esta vez ya sin agarrarnos de la mano. Una vez ya dentro se dirigió a su grupo de amigos y me ignoró por completo. No me ofendió eso. De hecho lo comprendí. Por lo que volví con mi pandilla. El resto de esa noche de sábado fue anodina e insustancial, y me fui para casa más pronto de lo normal.

Mi affaire con Carlo no es que fuese apasionante pero sí que me dejó un buen sabor de boca. Mi proceder con él fue una experiencia interesante y durante la semana siguiente pensé en él más de una vez. Mis pensamientos se vieron interrumpidos a mediados de la semana con un SMS de Rafa que me decía: “¿podemos quedar esta noche a las 9 en tu portal?”. Tardé varios minutos en responder, no por hacerle esperar, sino porqué no sabía qué responderle. Finalmente respondí con un escueto: “ok”. Esa tarde traté de concentrarme en el estudio, y casi lo conseguí, pero solo a ratos porque la desconcentración se adueñaba de mí cada dos por tres. Y esto me fastidiaba mucho, pues yo siempre he sido una estudiante excepcional y desde que Rafa entró en mi vida mi nivel de concentración había bajado alarmantemente. 

A las 9 me encontraba en mi portal y mi maldita puntualidad que tanto me caracterizaba me hizo una mala pasada, pues Rafa no apareció hasta por lo menos las 9,07 y en esos 7 minutos de espera me dio tiempo de comerme la cabeza una y mil veces acerca del propósito de quedar entre semanas. Una vez apareció a la cita (uff, que mal rollo me da llamar a eso cita, pues lo que hubo entre Rafa y yo nunca fueron citas en el sentido estricto de la palabra) nos fuimos a tomar algo a un bar cercano. Sentados en la mesa de dicho bar empezó a contarme. Empezó preguntándome acerca de mis opiniones sobre las fantasías que habíamos realizado juntos, sobre todo la de la colegiala, y cuáles eran mis emociones, sentimientos y sensaciones respecto a ellas. Yo fui bastante franca y me sinceré bastante, insistiendo que mientras las fantasías siguiesen siendo en plan light y con un toque fetichistas a mí me seguirían gustando. Él asentía con la cabeza según yo iba hablando. 

Una vez terminé de comentarle, me preguntó directamente: “Y la fantasía de llevar el otro día la camisa desabrochada todo el tiempo ¿te motivó? ¿te puso?”. No quise darle el placer de escuchar de mis labios cosas como “me puso” ó “me excitó” por lo que en un tono indiferente le dije: “bah, fue una tontería, no estuvo mal, pero tampoco nada del otro mundo”. Entonces Rafa matizó la pregunta: “es decir, ¿qué mis propias fantasías te gustan o divierten tanto como las tuyas propias?”. Eso no era así, la mía de hacerme la dormida siempre era muchísimo mejor que cualquiera de las suyas, por lo que contesté con un neutro “bueno”. Él medio sonrió y me susurró: “Te voy a contar una historia. A ver qué te parece”. Me desconcertó lo de la historia pero aún así asentí en plan expectante por esa historia que quería contarme.

Rafa empezó a narrar, en un tono solemne y pausado su historia: “Todo ocurrió en el mes de Febrero de hace cuatro años, yo tenía solo 15 años y había una chica en mi clase en la cual nunca había reparado antes. Por supuesto que la conocía pues todos en clase nos conocíamos, pero nunca me había llamado la atención físicamente a pesar de que a esas edades se está con las hormonas revolucionadas”. Yo asentí con la cabeza para darle a entender que le escuchaba con toda mi atención, lo cierto es que la historia prometía. Rafa prosiguió con la historia: “A pesar de ser Febrero, ese día hizo un sol primaveral magnífico y nuestro profesor de Filosofía tuvo la brillante idea de dar la clase al aire libre, fuera del aula, pues decía que la Filosofía se entiende y asimila mejor en plena Naturaleza. Por lo que todos en plan asilvestrados nos salimos fuera e hicimos un circulo a dar la clase allí al aire libre entre muchas bromas, cachondeo y puyitas por lo novedoso del asunto”. La historia de Rafa cada vez me desconcertaba más, no sabía a dónde quería ir a parar. 

Rafa prosiguió con su historia: “Estábamos dando la clase de Filosofía (todos en plan de cachondeo por lo bajini, al fin y al cabo teníamos solo 15 años) cuando reparé en Mamen, la chica que te decía antes. No sé si fue estar en la Naturaleza, el aire libre, el sol o el ambiente, solo sé que quedé flipado mirándola y me empezó a gusta mucho. Su carita, su ropa, sus movimientos, todo en general. Me flipó mucho, y cada segundo me gustaba más, fue con un flechazo instantáneo”. Debo reconocer que cuando contó esta parte de la historia sentí celos y desee haber sido esa chica. Le indiqué con la cabeza a Rafa que siguiera narrando. Cada vez parecía más ilusionado y entusiasmado rememorando aquella historia: “La cuestión es que, como ya te dije fue un día de Febrero de mucho sol y un poco caluroso, y Mamen de repente se quitó el jersey amarillo que llevaba y se quedó con una camisa blanca. Me quedé anonadado viendo como se lo quito, no creo que fueran más de 4 segundos lo que tardó, pero a mí me parecieron por lo menos 30 minutos o incluso horas. Pude ver todo el proceso de quitárselo como a cámara lenta y su imagen se inyectó e incrustó en mis ojos. Esa imagen nunca pude quitármela de la cabeza”. Cuánto más desarrollaba la historia más crecían mis celos y estaba empezando ya a cabrearme un poco de que le diera tanto protagonismo a la tal Mamen. 

A pesar de que debía tener yo una cara de desagrado, Rafa continuó con la historia: “A pesar de tenía solo 15 años tuve muchísimo deseo sexual hacía Mamen esa mañana. Fue como un despertar, un deseo que estaba acumulado durante el Invierno y que esa mañana primaveral estalló al quitarse ella el jersey. Deseé con todas mis fuerzas que se arremangase la camisa o se la desabrochase un poco, pero claro, esto nunca paso. Fue uno de los momentos de mayor impulso y deseo sexual de mi vida”. Por fin calló y dio por terminada la historia. No sabía qué quería obtener comentándome esa historia. Lo que sí sé es que me cabreó porque me hizo sentir celos de toda la narración aunque hubiese ocurrido años antes. Viendo que yo no decía una palabra, Rafa abrió la boca y dijo con seguridad en sí mismo: “¿No te parece una fantasía ideal para repetirla ahora?”.

Yo giré un poco la cabeza, me desconcertó el ofrecimiento y no comprendí a qué se refería. Por un momento llegué a pensar que me solicitaba permiso para contactar con esa chica y volver a repetir lo que pasó aquel día. Estuve a punto de abrir la boca y soltarle una burrada, menos mal que él se me adelantó y comentó: “solo tendrías que vestirte con un jersey amarillo, tu camisa blanca y unos vaqueros, solo eso”. De repente lo comprendí todo, o mejor dicho lo asimilé todo de forma brusca y contundente. Quería que yo, años después de que ocurriera, me hiciese pasar ahora por esa chica que tanto le impactó. Quería que exorcizara de lo más profundo de su subconsciente y de su memoria los recuerdos de deseo contenido que acumulada desde entonces. Solo acerté a preguntar: “¿Y es qué no tuvistes nada en su día con ella?”. Rafa me respondió con gran rapidez: “Yo a los 15 años era sumamente tímido y cortado, aunque ahora te parezca tan raro, y además ella creo que tenía novio”. 

Fuese como fuese, no me hacía ninguna gracia el complacer a Rafa con una nueva fantasía y menos una que solo le estimulaba a él. Ya había hecho la tonta con lo de la colegiala y con lo de llevar la camisa desabrochada bajo el jersey. Y, aunque reconozco que me excitaba y motivaba el complacer sus propias fantasías, esta vez no me atraía para nada. Sería por el hecho de que, al haber existido de verdad esta chica, yo era como la segunda opción, el segundo plato, como el antídoto para remediar la obsesión sexual que le produjo a los 15 años. Además, me puso celosa y me molestó profundamente la pasión, anhelo y deseo de cómo describió la atracción hacía ella. Por lo que sintiéndolo mucho le dijo que no. Él se quedó contrariado y fastidiado, pero tampoco noté un gran cabreo en su expresión y simplemente dijo: “Bah, no pasa nada, era solo una fantasía como otra cualquiera. Aunque hubiera estado bien simularla. A mí me hubiera gustado”. A pesar de transmitir ilusión y entusiasmo yo me volví a negar y ya no insistir más veces. 

No se puede decir que mi negativa le apocase o desmotivase. Pues al cabo de pocos días volví a recibir otro SMS suyo: “se me ha ocurrido otra fantasía que sé que te gustará mucho”. Nada más leerlo me molestó, se estaba poniendo muy pesado y tonto con el tema este de las fantasías. Mientras fuese yo la que planificará y construyera las fantasías no me importaba (al contrario, me encantaba), pero que fuera Rafa el que idease, concibiese y quisiera satisfacer las suyas propias me fastidiaba. Puede que fuera muy egoísta en ese aspecto, pero desde luego no iba a dar el salto a esas fantasías suyas, aunque fuesen muy light. Por lo que convencida volví a responderle con un seco: “No. Quizás más adelante. Pero ahora no”.

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