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Desde la otra orilla

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Lo tenía a su lado, bajo el agua de la ducha. Era casi anhelo hecho verdad. Después de tanto tiempo hablando, coqueteando, enamorándose mutuamente, por fin, Luis Miguel le dio la oportunidad de estar juntos, de entregase recíprocamente, alocarse entre sus carnes y besarse hasta la muerte. Gabriel sentía que su deseo culminaba en un momento pleno, algo debido, pero no por ello menos sentido. Ambos estaban a punto de disfrutar una emoción galopante que los llevaría directamente hacia el amor.

La historia había comenzado dos meses atrás. Luis Miguel conoció a Gabriel en un parque. Se trataba de un hombre joven, maduro, pero joven, de unos treinta años, poco más, poco menos, que estaba sentado en una banca a la espalda del gran complejo comercial, era un parque dado a las parejas, pero él estaba solo, con traje formal, como que había salido recién del trabajo. Sentado como estaba, con la mirada perdida en el centro del parque le pareció especial, de hecho, le atrajo la mirada y la atención hacia aquel hombre guapo, con algunas canitas muy coquetas en el cabello, semblante bonachón, aires de caballero, pero mirada de sinvergüenza.

Luis Miguel era un chico bastante joven, delgado y alto, lleno de vida, alegre y juguetón, una especie en extinción de niño grande, de buen corazón, apegado a la familia, con sentimientos claros y mirada pícara. Le gustaba mucho bailar, tanto que en el colegio había sido el número obligado en las actuaciones de fiestas familiares y en casa lo consiguiente. Aunque, la familia estaba desmembrada, su padre era un ex policía que se había separado de la madre para volverse a juntar con una mujer de poca paciencia con la que quiso tener una hija. Luis Miguel adoraba a su hermana, incluso compartía con ella y con su madre los fines de semana. Con su padre, la relación era de respeto, cariño y algo de temor.

Gabriel se sentía solo. Esa tarde, había salido rápido de la oficina á caminar sin rumbo. Ya cansado de pensamientos absurdos, tomó un taxo y se fue a su antiguo barrio, a mirar tiendas en el centro comercial, pero cuando llegó le dio flojera seguir caminando sin intención real de comprar algo así que prefirió dar la vuelta y sentarse un rato en el parque de atrás. Su semblante era el de siempre pero un poco cansado de vivir las mentiras y sufrir sus consecuencias. Durante años había tenido que fingir y reprimirse y cuando tuvo valor para aceptarse se encontró con la pared infranqueable de la indiferencia y la hipocresía. Estaba pasando los días sin ganas, reparando su alma de las heridas de una mala relación y prefirió estar solo, no buscar más aquello que es tan esquivo y solo dedicarse a vivir el momento. Ya estaba resolviendo sus pensamientos cuando sintió la mirada lejana pero directa de alguien, esa sensación extraña que todo ser humano siente cuando advierte que alguien lo está mirando, pero no sabe ni quién ni de dónde.

Era Luis Miguel, que había salido a comprar por encargo de la esposa de su papá al centro comercial, pero que decidió darse una vuelta por el parque antes de volver. Distraído como estaba y como siempre solía ser él, absorto en sus ideas de muchacho alocado y juguetón, alegre siempre que podía y con ganas de mover del cuerpo con la música de la calle, esa que se escucha siempre en las tiendas comerciales para atraer a la clientela, se dirigió al centro del parque. Caminando sin mayor detalle, divisó a ese guapo señor, lo miró pensando que ojalá se diera cuenta y volteara para verlo. Quería saber cómo se vería de frente. Se lo veía bien en ese traje formal, color verde olivo. Tenía buen porte, cabello corto y algunas canas. Pero estaba de lado, mirando al suelo, o al infinito. Lo miró fijamente, esperando que al notarlo volteara para verlo de frente y darle esa mirada gay que todos conocen, incluso los que no lo son.

Cuando volteó, Gabriel sintió un shock. Lo que vio era para él un imagen decimal, una especie de alucinación. Nadie hasta ese momento había podido advertir la belleza del rostro de Luis Miguel. Ni siquiera el mismo jovencito se hubiera imaginado que alguien lo viera con esos ojos. Gabriel lo miró directo a los ojos y supo todo. Luis Miguel se conmovió, aquello que había iniciado como un juego seductor se tornó en rubor encendido que inflamaba sus mejillas. Volteó la mirada, pero Gabriel no. Lo miró fijamente y buscó su mirada, acababa de ver un angelito recién posado, en retrato erótico, una carita hermosa dentro de un haz de luz brillante.

Para Gabriel, ese era el rostro más bello que jamás había visto y toda su mente se evadió. En cuestión de segundos, como los que significan la muerte y la vuelta a la vida, su mente escudriñó cada palmo de piel. Sus ojos, lo primero que vio, eran dos caramelitos envueltos, color de la miel, mojados en el agua de la vida; sus labios rojos y delgados; sus pómulos angulosos, de piel muy blanca, cerrado perfil; nariz pequeña, pero formada; hoyitos en las mejillas, mentón partido; cuello ancho y largo; cabello negro, alborotado; caminar elevado. De hecho, su estatura le daba a Luis Miguel un halo de seguridad al caminar que pocos jóvenes tienen, sin dejar de ser desordenado o alegre en sus cosas naturales. Sencillo por su imagen, sonriente y definitivamente tímido.

Luis Miguel no resistió la fuerza de aquella mirada así que volteó. Sintió cómo la cara se le incendiaba y las rodillas le temblaban. Aquél había sido un atrevido juego que no supo controlar. Pro él también experimentó una helada corriente que se deslizó de entre sus orejas hasta la entrepierna, un espasmo por detrás de sí, una suerte de cosquilla mojada que sacudió su mente y sus piernas. Ese rostro era el de un hombre muy lindo, con una mirada fuerte, segura, firme, y una fuerza en el aura que lo atrajo sin querer. En cuestión de dos pasos estuvo tan cerca del señor de la banca que pudo oir cuando le dijo hola, siéntate a mi lado, algo impensable para él y para cualquier ser humano, pero esa tarde había perdido la conciencia, sin duda alguna.

Hola, soy Gabriel, le dijo el señor del terno verde olivo. Me llamo Luis Miguel, vivo por acá cerca, y tú? Yo no, vine de paseo porque antes viví por aquí, y qué haces? Vine a comprar algo que me encargaron. Y me viste. Sí, jeje, no pude evitar verte ahí sentado, pensativo. Estaba pensando en que algún día conocería a un ángel o vería el cielo y llegaste tú. Jejeje, no seas mentiroso, qué dices? Es la verdad, Luis Miguel, eres el chico más bello que jamás he visto. Y tú eres el tipo más mentiroso que yo he escuchado. No, para nada, no me gustan las mentiras, hacen daño. Bueno, eso es cierto, pero igual la gente siempre habla y dice cosas para hacer lo que quiere. Ah, bueno, es cierto, pero no todos somos iguales, yo no, al menos; cuéntame de ti, qué haces por la vida. Acabo de terminar mis estudios y recién conseguí trabajo, tengo unas semanas......

Algunas horas después, ya de noche, cuando Luis Miguel se dio cuenta de que tenía que volver a su casa, ya eran más que dos extraños y habían hablado de todo. Sus vidas estaban entrelazadas. Por las siguientes semanas se vieron, se besaron en parques secretos, bajo la cómplice luz de los faroles y a la sombra de los arbustos más gruesos. El parque que tiene una iglesia al frente era su preferido, porque tenía muchos árboles altos y alcahuetes. Hasta podían ocultarse sin que nadie los viera, sólo oirse sus propios labios mojarse contra sí, besándose extasiadamente, a veces con furia, a veces con ternura, como alimentando sus almas y sus cuerpos. Lo más lejos que llegaron en ese parque fue a quitarse algo de ropa y besarse el cuerpo, como animales dementes, como almas en fuga, ardientes de todo. Un buen día, de mañana, se miraron con silencio. Gabriel le dio en el corazón. Quieres estar conmigo? Si, claro que quiero, estaba esperando que me lo dijeras hace tiempo. Te amo, no puedo ni pensar en nada, solo pienso en ti. Yo igual, amorcito, te deseo, Gabriel. Y yo a ti, mi chiquito.

Y esa tarde de verano, con el calor en la sangre, se vieron en el parque de la iglesia. Caminaron unas cuadras y llegaron. Ese hotelito que Gabriel conocía muy bien y que guardaba historias inimaginables era perfecto para el deseo guardado. Luis miguel estaba nervioso, se moría de ganas pero le daba pánico el asunto del hotel y lo que lo envolvía. Luego de registrarse pasaron a la 403. Lo primero que hizo Gabriel fue abrazarlo fuerte. Le dio un beso. Luis Miguel se prendió de sus labios un largo rato, estaba relajando su espíritu y saboreando a su dueño. Y la confesión necesaria, era la primera vez. Gabriel sintió que sus ojos vibraban cuando lo escuchó. Era la primera vez que tendría esa experiencia. Lo besó en la frente y le dijo, te amo.

Se quitaron la ropa lentamente. Además, el calor era asfixiante en esa habitación, no sólo por el verano incandescente sino por el deseo de sus cuerpos que los consumía. Tenían dos meses saliendo, besándose a escondidas o en la penumbra de la discoteca que frecuentaban, ya no podían respirar sin excitarse. Y lo primero que se les ocurrió fue darse una baño en la ducha, algo necesario pero sensual. Lo tenía a su lado, bajo el agua de la ducha. Era casi anhelo hecho verdad. Después de tanto tiempo hablando, coqueteando, enamorándose mutuamente, por fin, Luis Miguel le dio la oportunidad de estar juntos, de entregase recíprocamente, alocarse entre sus carnes y besarse hasta la muerte. Gabriel sentía que su deseo culminaba en un momento pleno, algo debido, pero no por ello menos sentido. Ambos estaban a punto de disfrutar una emoción galopante que los llevaría directamente hacia el amor.

Hicieron en amor bajo el chorro de agua. Luis Miguel que, como siempre, era un poco más alto que Gabriel, tenía el cuerpo elástico por la juventud, la delgadez y por el baile. Supo acomodarse dentro de la ducha y doblarse de lado para darle paso a Gabriel, que tenía un pene muy grueso y que estaba tan duro que no podía hacer otra cosa más que admirarlo. Lo lamió hasta el cansancio. Era suyo y de nadie más. Lo sintió crecer más en su boca con cada embestida. Gabriel le jabonaba la espalda, las piernas, los pies, las nalgas, recorría todo su cuerpo con sus manos, acariciándolo, sintiéndolo, amándolo. Sus dedos eran prolongados besos de piel, sus manos las ansiosas expresiones del deseo y su lengua, por entre esas nalgas apretadas aún era una insinuante pregunta en el umbral de lo prohibido. Aquél era un camino sin retorno.

Con el agua escurriéndose por entre sus cuerpos, ambos parecían perfectos amantes envueltos en trajes de luz, como dos esculturas de hielo expuestas al calor del sol, pero más ardientes y más translúcidos. Se amaron con la locura de los demonios y la paz de las aves, en silencio, tan solo con el sonido inflamado de sus labios y sus lenguas, con el alma abierta de par en par. Sus bocas entrelazándose, sus brazos amarrados, sus sentidos vibrando de emoción. Luis Miguel temblaba de cuando en vez, no por frío sino por placer, por miedo a que todo irreal, se termine como un buen sueño. Gabriel se sacudía de placer deseando prolongar el momento y detener el tiempo. Sus ideas y pensamientos llenaban la habitación más que sus palabras. Tan solo se oía algunos te amo en medio del ruido del agua discurrir por entre las mayólicas blancas y las toallas perfumadas.

Luis Miguel se inclinó para darle paso al sexo de Gabriel, duro, rojo, ansioso. Levantó una pierna y puso dura la otra. Gabriel se acomodó detrás, colocando su miembro suavemente en la entrada del ano, con delicadeza pero con hambre. Lo fue untando en jabón para hacer más fácil la clavada final. Lo fue metiendo de a pocos, para sentir lo más leve del placer de la penetración y para evitar lastimar a Luis Miguel.

Fue lento pero entro todo. Su enorme tronco fue quedando atrapado totalmente por el culo anhelante del delgado semental. Eran dos animales sedientos los que se estaban apareando en feroz encuentro. Sus cuerpos estaban pegados uno contra el otro, solamente separados por la fina capa de agua escurrida que caía desde la ducha y que llegaba hasta sus dedos inferiores, como limpiando las ganas de sexo que sentían desesperadamente. Gabriel comenzó a moverse lentamente, besando los labios de su joven amante mientras seguía empujándole su pinga cálida y presurosa. En ese ritmo alcanzarían el cielo dentro de poco, porque a pesar de que iban lento, el tiempo de espera había sido tan arduo que ningún humano aguantaría más.

Al fin, Gabriel se vino dentro de él, fue el éxtasis de un orgasmo deseado, querido por siglos y llegado en el momento culminante de un amor incipiente pero real. Luis Miguel supo que ese momento nadie se lo podría arrancar. Cerraron la ducha y se secaron con amor, como dos fieras ensangrentadas que limpian sus heridas luego del combate sexual. Se lamieron los cuerpos con sigilo, acaso con ternura, mientras las ideas invadían la desesperación de los amantes. La locura se abría paso por entre las paredes silentes y poco limpias de aquella habitación. Los temores se fueron apoderando de ambos. Luis Miguel pensaba que tal vez todo se acabaría en ese cuarto, en esa tarde. Gabriel pensaba en el mañana, en la posible y eterna pregunta por el amor y la felicidad. Todos los pensamientos arribaban al común lugar de la duda. Pero solo un te amo, dicho en el momento oportuno podría haber roto esa mágica y momentánea abstracción. Sólo un te quiero podía llevarlos a la convicción de que el sexo, más allá de los sentidos, era posible en el amor, pequeño, temeroso, aislado, tímido, secreto, pero amor al fin.

Ya en la cama, descubrieron nuevamente sus cuerpos desnudos para entregarse al amor. Gabriel le dijo al oído nuevamente, te quiero, y Luis Miguel cerró los ojos bajo esas sábanas perfumadas y se dejó llevar. Decidió que no importaba cuanto durara esa relación, ese momento eterno sería suyo para siempre y ese hombre guapo, de mirada penetrante y cabello canoso, sería suyo también, para siempre, aunque no se vieran nunca más.

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