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A destiempo

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A las siete de la mañana fue su primera mentira. Su compañera de cuarto notó marcas rojas al rededor de sus muñecas. Las imágenes regresaron a su cabeza, la sensación de sentirse atada le removió el cuerpo, la hizo vibrar. Evadió el tema argumentando que tendría más cuidado. Pero la humedad entre sus piernas aumentó el deseo de regresar a ese momento, de repetir los golpes en las nalgas y los besos dulces en sus pezones por “ser una buena niña”.

Las reglas eran obvias, mientras se disfrute; todo se permite. El cuello es su debilidad, los besos líquidos son su favoritos y la saliva cayendo en la punta de una verga ansiosa, vuelven a la imagen un retrato digno de almacenar. Ella lo sabía, lo probó y se enganchó al sabor de la piel caliente.

Doce de la tarde; se ve en el espejo del baño y sus ojos se detienen en las mejillas. Recuerda el dolor y se excita. Una cachetada le fue otorgada cuando era penetrada por la boca. Revisa el celular y no hay rastro de Él ¿hice algo mal? ¿debí golpearlo también?

Retocó el color de sus labios a la una de la tarde y elaboró mentiras para salir más temprano.

-El número que usted marcó

¡Carajo!

Otro recuerdo… primero la volteó, tomó sus caderas y apretó el culo con sus grandes manos. Ella acariciaba sus brazos y Él se deleitaba con la tibieza de su cuerpo joven. Miró sus pechos, apretó los pezones y protestó cuando ella le negó caricias entre sus labios escondidos. No le habría negado nada, pero los nervios la traicionaron. No obstante recobró el sentido y se dejó tocar. ¡Carajo! me vengo perrita, me vengo muy rico. Y con la boca abierta y los pechos al aire, logró que su pito se descargara en su garganta, chorreando su boca con mecos calientes.

Sentía que la ausencia provocaba que lo extrañase aun más. Que debería ponerse ropita coqueta y caminar como puta cuando lo viera. Que sus pechos deberían ser más grandes para excitarlo en cuanto se quitara el sostén. Sentía deseos de lamer sus labios mientras apretaba con la mano su miembro húmedo.

Pero debía esperar. Era parte de un juego que no es claro. Un juego sexual que le provoca adoptar roles sumisos, mentir y alucinar para disfrutar todo cuanto hace cuando están juntos. Para mamar la punta de su erección sin limitarse, jadear cuando le junta las tetas con las manos y tragarse el semen si se le antoja terminar en su boca.

Total, en este juego; le toca obedecer.

 

J. Rooney

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