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Mi adolescencia: Capítulo 15

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Parecía como si se hubiese olvidado completamente de mi presencia, pues sus caricias solo se centraban en sí mismo, tocándose sin cesar todo el rato la entrepierna por encima del pantalón. Parecía como extasiado, como sumido en una sensación de placer al tocarse mientras me miraba. Finalmente habló: “Sé que te gusta lo grande que está. Lo sé. Lo veo perfectamente. Pero que sepas que eres tú, solamente tú la que me pone así, la que me vuelve loco. Con esta camisa y estos vaqueros que estás guapísima y muy sexy. Me excitas mogollón. Siempre lo haces lleves lo que lleves. Y me encanta tu forma pija, clásica y elegante de vestir. Eso me la pone a cien”. Atenta como estaba a todo lo que estaba diciendo no reparé en que ya no se estaba tocando por encima del pantalón, sino que había bajado la cremallera y se tocaba por encima del calzoncillo. En ese momento sentí un gran pudor y vergüenza, pues sentí deseos de que se bajase el pantalón y ver cómo era el bulto en el calzoncillo. Me avergoncé muchísimo de tener esos pensamientos tan impuros y eróticos. Aunque Rafa debía estar pensando lo mismo, pues pocos segundos después se desabrochó el botón del pantalón y se lo bajó lo suficiente para ver su tremenda erección en el calzoncillo.

No estaba asustada, en absoluto, de hecho le mirada de forma curiosa, asombrada y dejándome llevar por el momento. Supongo que mi comportamiento era un cocktail de muchas cosas: las hormonas adolescentes de los dos ebulliciendo bestialmente, el machacante y obsesión recuerdo de Graciela acariciando a Edu, el recuerdo del pene de Rafa y un mogolló más de emociones/sensaciones muy difíciles de explicar y describir. Él siguió hablando, aunque lo hacía de forma ausente e ida, como si realmente no hablase conmigo, sino para sí mismo: “Uff, es que ni te imaginas como me pones. Y viéndote así sumisamente con las manos atadas al cabecero de la cama me pone más todavía. Eso me da mucho morbo. ¿Y a ti? ¿Te da morbo?”. Yo no respondí. No sabía qué responder. Era un momento de indecisión pues, por una parte, me estaba gustando pero, por otra, quería acabar ya con la fantasía porque estaba dejando de ser ya light como a mí me gustaba y se estaba desmadrando mucho. Y más que se iba aún a desmadrar, sobre todo teniendo en cuenta que objetivamente solo éramos unos adolescentes muy niños todavía.

El gozoso placer que le reportaba las caricias por encima del calzoncillo debieron cegar a Rafa de tal manera que ya no supo ni donde estaban los límites, pues de forma brusca, visceral y compulsiva se sacó el pene por fuera del calzoncillo. Yo me quedé petrificada. No me asusté pero sí que me quedé sin aliento pues jamás pensé que llegara a tanto y que diese ese paso. Sentí muchísima vergüenza y debí sonrojarme mucho. Cierto que no era la primera vez que se lo veía; pero no se podía comparar el observarle a cinco metros de distancia con este otro momento, que tenía su pene a escasos centímetros de mi estómago. Fue un cocktail brutal de sentimientos, emociones, sensaciones, deseos e inquietudes. Y encima podría jurar que lo tenía mucho más grande e inmenso que la otra vez. Aquella otra vez ya me pareció grandísimo, pero ahora lo era mucho más, espectacularmente grande. Y él no dejaba de acariciárselo y de mirarme con lujuria. Finalmente acerté a decir: “Rafa, te estás pasando mucho, por favor, no te pases tanto. En plan light, por favor”. Pareció como si no me escuchara, como si mis palabras se oyesen lejanas, pero sí que me escuchó pues breves segundos después dijo: “Sí, sí, tranquila, es solo darle un poco más de morbo a esta fantasía. Déjate llevar. Seguro que te gustará y disfrutarás”. No me dejó responder, pues acto seguido empezó a pasar su pene erecto por los botones de mi camisa. Como si quisiera o pudiera desabrocharlos solo pasando el pene por ahí.

Al mismo tiempo que pasaba el pene por los botones de la camisa, empezó a acariciarme los pechos al mismo tiempo que decía: “Es absolutamente increíble como una camisa mía de hace un par de años te pueda quedar tan bien, tan perfecta y que estés tan sexy y tan buena. Me pones la polla a cien. Me encantas vestida así. ¿Te gusta cómo tengo de grande la polla y que te acaricie con ella?” Nuevamente fui tan tonta que no supe qué responder. Quería responder que no y que lo dejase ya del todo. Estaba segura de que si la obsesión con Graciela y Edu no existiese jamás hubiese llegado a estos límites con Rafa, pero me ofuscaba y bloqueaba el tema de la dichosa parejita. Rafa volvió a insistir: “¿A qué te gusta cómo la tengo la polla? ¿A qué te gusta mucho? ¿A qué te pone muchísimo?”. Yo no dije nada, no le concedí ni un solo pensamiento a lo que me dijo, pues mi mente estaba en otra parte. Solo me revolví un poco como intentando desatarme para darle a entender que estaba a disgusto e incómoda. Esto, en vez de provocar una reacción en él le incitó el efecto contrario, pues pareció como si le excitase más aún que yo forcejease y me resistiera.

A Rafa cada vez le veía más excitado y alterado, disfrutando el momento agarrando su enorme pene (o polla, como a él le gustaba llamarlo) y pasarlo por encima de mi camisa. Lo pasaba por todos lados, por los brazos, por los pechos, por el cuello, etcétera. Yo simplemente le miraba mientras lo hacía. No decía nada. No rechistaba nada. Y solo le contemplaba sumisamente, lo cual le excitaba más aún. Pero no es que yo disfrutase por verle así de excitado sexualmente, que va, en absoluto. De hecho hasta me resultaba indiferente. Cierto que el contacto de su pene sobre mi camisa (y el hecho de estar atada al cabecero de la cama) era una fantasía muy fuerte y nada light, pero no pensaba en ello, pues seguía pensando en Edu y Graciela. O, más concretamente, en el pene de Edu. Solo me molesté en serio, y desperté de mi estado sumido y contemplativo, cuando Rafa empezó a pasar su pene por mi entrepierna. Eso me alteró. Cierto que lo hacía por encima del pantalón, pero no me gustó nada que se tomará tantas confianzas.

Pero a Rafa todo eso parecía darle igual, era como si se hubiese olvidado de mí y el cuerpo con el que jugaba no fuese el mío. Solo estaba ensimismado gozando como un niño pequeño con un caramelo, con la salvedad que su caramelo era su pene y su juguete yo. En medio de su estado excitado a rabiar soltó unas palabras: “Si te desato, te desabrocharías tú misma un poco la camisa”. No le contesté. No le concedí ni un segundo para pensármelo. Sabía cuáles eran los límites máximos y no íbamos a sobrepasarlos. Rafá volvió a preguntármelo como si no fuese consciente de que ya lo había preguntado antes: “Si te desato, te desabrocharías tú misma un poco la camisa”. No sé si es pensaba que se lo estaba imaginando y que no se daba cuenta que lo estaba diciendo en voz alta. Seguí muda. No iba a seguirle el juego. De hecho tenía ganas de acabar ya con esta fantasía que tanto se nos había ido de las manos.

Rafa volvió a hablar, pero no para repetir la frase ya citada dos veces, sino para añadir medio entre risas: “joder, es que se te notan ya un poco los pezones con la camisa, solo quiero vértelos en el sujetador, solo eso” y volvió a pasar su pene por mis pechos suponiendo que así se excitarían más. Volví a callar. Ya me estaba hartando de todo esto. Él disfrutaba sin límite y desenfreno sin cesar, y yo no hacía nada más que pensar en acabarlo de una vez. Cierto que hasta un determinado momento yo también había gozado mucho de la fantasía, muchísimo, y me había proporcionado mucho placer; pero Rafa se aprovechó de estar obnubilada por el tema Edu/Graciela para someterme sumisamente a sus propios propósitos, y eso ya me molestaba en exceso. Hasta ese día su comportamiento había sido modélico y ejemplar, pero aquella noche llevado por la pasión, el deseo y el descontrol estaba sobrepasando muchos límites que ya no eran nada light.

Como siempre el motivo que me hizo despertar, reaccionar y cabrearme en serio fue una imprevista acción que se desarrolló tan rápidamente que no pude ni asimilarla. Pues con total descaró soltó su pene de sus manos y me desabrochó la camisa del todo, sin ningún reparo moral ni ético, me la desabrochó por completo y me la abrió. Eso detonó mi paciencia y sacó mi peor carácter. Le grité simplemente: “Rafa, no, joder, no. Venga, déjalo ya. No”. Me hizo caso omiso y solo se dejó llevar por su instinto y se abalanzó sobre mi sujetador y empezó a comerme los pechos por encima de él. Yo volví a gritarle: “Rafa, no”. Intenté desatarme del cabecero y parar esto por las malas. Fui incapaz. Él ni se daba cuenta que yo estaba forcejeando o gritándole, solo se dejaba llevar como si no fuese a mí a la que estuviese sobando y besando. El hecho que hizo desbordar el vaso de mi paciencia fue cuando colocó su mano en mi entrepierna y empezó a acariciarla por encima del pantalón. Yo sentí un escalofrío brutal. Un escalofrío que me dejó muda. Era la primera vez en mi vida que me acariciaban allí y me quedé petrificada. Además no lo hizo con delicadeza, sino con brusquedad, deseo y fuerza.

Durante unos segundos me quedé parada por todo lo que estaba pasando, sentía tal cantidad de escalofríos, temblores, ardores y alteraciones recorriendo mi cuerpo que no podía pensar con claridad. Finalmente tomé el control sobre lo que estaba pasando y ya sí que me puse seria. Grite: “Rafa”. A los dos segundos volví a gritar más fuerte: “Rafa”. Nuevamente incluso más fuerte: “Rafa”. Y, finalmente, sacando todo el odio, agresividad, frustración y potencia que tenía dentro grité a pleno pulmón: “RAFAAA”. Fue el grito más grande que he pegado en mi vida. Él se incorporo con la cara totalmente desencajada por lo tremendo del grito, por su enorme intensidad, es incluso pude percibir temor, miedo y angustia en su rostro. Como si estuviese despertando de un sueño. Como si volviese a la realidad. Como si por unos minutos hubiera estado sumido en un estado inconsciente e irreal. Y, de repente, lo noté tremendamente avergonzado, asustado y con remordimientos. Percibí perfectamente cómo se sonrojó y cómo se quedó mudo sin saber qué decir. Totalmente ido y atolondrado. Embobado de tal manera que al ponerse de pie al lado de la cama estuvo a punto de tropezar varias veces pues estaba tan mareado y alterado que no podía mantenerse en pie.

Era tal su embobamiento y estado de aturdimiento que no sabía qué hacer ni decir. Yo se lo puse fácil: “Venga, desátame. Vámonos ya de aquí”. Como un zombi atolondrado y torpe me desató del cabecero de la cama y se sentó en la cama para ver si, poco a poco, recobraba la tranquilidad y la serenidad. Yo le obvié por completo. Me levanté y me fui al cuarto de baño a cambiarme. A los pocos segundos salí con mi jersey ya puesto y su camisa en la mano. Él seguía atontado sentado en la cama y todavía con su erección totalmente empalmada sin menguar nada. Le grité con autoridad: “Venga, vístete. Vámonos”. Mi tono no era de enfado, ni de reproche, ni tan siquiera de molestia. Era simplemente un deseo sincero y honesto de querer irme ya de allí y olvidar cuanto antes esta fantasía light que empezó tan bien, pero que acabó desmadrándose más de la cuenta por culpa del descontrol de Rafa.

De camino a casa, ambos completamente en silencio en el coche, me di cuenta que no tenía porque reprocharle nada. Tal culpable era él como yo por haberle seguido el juego. Cierto que él se sobrepasó en exceso, pero yo no debí jamás consentir lo de atarme sumisamente al cabecero. Lo que sí tenía claro es que no quería volver a quedar con Rafa en una larga temporada, y vaya que sí iba a ser así, pero no por decisión mía, sino porque el destino me tenía reservada una jugada impresionante e imprevisible. Eso sí, mucho más satisfactoria de lo que nunca pude imaginar.

Todo ocurrió el siguiente fin de semana. Decidimos toda la pandilla volver a organizar otra parrillada y fiesta en mi chalet ya que empezaba a hacer buen tiempo primaveral. A mí no me entusiasmaba en absoluto la idea, pues asociaba la fiesta anterior en el chalet a una sola cosa: la imagen de Graciela acariciando la entrepierna de Edu por encima del pantalón. Solo de pensar que podría repetirse algo similar, o incluso peor, me ponía mala de celos y angustia. Hasta ese momento pocas veces podría haber reconocido que estaba celosa pero ya lo tenía más que asumido y aceptado. En parte era lo más lógico del mundo, Edu desde los 14 años (sino antes) había sido una obsesión y era obvio que el hecho de que estuviese con otra chica me desestabilizase e inquietase. Por lo que sutilmente dejé ver que no tenía yo mucho interés por volver a hacer una nueva fiesta, y menos aún en mi chalet, donde estaba todavía tan reciente los hechos ocurridos con Rafa unos días antes.

A pesar de mi desinterés y apatía todos consiguieron convencerme pues el entusiasmo, ilusión y ganas de todos era muy contagioso. Además, yo no iba a ser tan tonta de seguir con la mirada a Edu a todas horas para así amargarme y agobiarme más. Decidí, sabiamente, ir solo a la fiesta a divertirme, estar con los amigos, disfrutar y olvidarme por una tarde/noche completamente tanto de Edu como de Rafa. Por lo que llevados por el deseo de hacer una parrillada/fiesta memorable empezamos a organizarlo. Yo cogí las llaves del chalet y nos fuimos en el coche de Salva al Carrefour a comprar todo lo necesario. Íbamos cuatro dentro del coche: Salva, Jordi, Edu y yo. Una vez comprado todo nos fuimos para el chalet. Al llegar allí empezamos a organizar todo poco a poco y enseguida reparamos que se nos habían olvidado un montón de cosas por comprar (era algo habitual, nos pasaba siempre, sobre todo teniendo en cuenta la gran disparidad de gustos por bebidas diferentes que había en la pandilla). Por lo que Salva comentó: “Joder, tenemos que volver otra vez, vaya coñazo”. A lo que Edu replicó: “Bueno, ir a comprarlo y mientras Natalia y yo nos quedamos colocando y ordenando todo para tenerlo todo listo”.

Por un instante me sentí como una niña pequeña de 5 años, pues sentí miedo, miedo a quedarme a solas con Edu. Sé que era absurdo pero nunca antes habíamos estado los dos a solas sin el resto de la peña merodeando cerca (exceptuando, claro esta, las dos veces que me hice la dormida y el soso/impersonal rollo que tuvimos a los 15 años). Por lo que estuve a punto de decir: “No, yo me acerco con vosotros a comprar también”. Pero eso hubiese sonado muy raro, extremadamente raro y eso sí que hubiera disparado todas las alarmas de que había algo raro en el asunto. Por lo que callé. En unos minutos Salva y Jordi estaban alejándose en el coche y nos quedamos solos Edu y yo en el chalet. Pocas veces en mi vida, por no decir ninguna, me he sentido más cortada, apocopada, introvertida y tímida que en ese momento. Objetivamente no había nada raro en ello, éramos solo dos amigos que tenían que ordenar y organizar todo lo de la parrillada/fiesta, pero yo sabía que era mucho más que eso. Muchísimo más. Yo podía percibir perfectamente como mis feromonas y mis hormonas estaban desatadas y espitosas, casi a punto de explotar. Incluso noté en su mirada como también él estaba dándole vueltas a algo. En esos momentos parecía que habían pasado siglos desde los encuentros que tuvimos a los 14 y 15 años. Pero algo seguía latiendo dentro de mí desde entonces y era difícil de apagarlo.

Solo sé que empezamos a ordenar las cosas, yo más lenta y torpemente que él pues mi cabeza estaba muy lejos de allí en ese momento, y que los minutos fueron pasando muy pausadamente, de una lentitud desesperante. Qué mal momento. Que momento más agrio y que incomodidad absoluta en el ambiente. Además, no era solo yo, sino que la propia climatología estaba como extraña, pues a pesar de ser Abril hacía un tiempo otoñal, con mucho fresquito, mucho aire y como con aires de tormenta. Puede que yo lo viese todo desde un punto de vista muy tormentoso, al encontrarme a solas con Edu, pero desde luego no era nada normal ese frío, aire y tiempo desapacible para esa época del año. Como siempre, dejé que mis pensamientos y reflexiones me hundieran en un océano de cuestiones sin respuestas, y solo despertaba de ese estado de ensoñación atolondrada cuando Edu me hacía alguna pregunta acerca de la organización. Una de esas preguntas iba a desencadenar el acontecimiento más inesperado y fascinante jamás imaginado. Un giro del destino tan asombroso que aún hoy en día me cuesta asimilarlo.

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