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Arrepentidos los quiere Dios. Capítulo 6º

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Capítulo 6

 

Año 1980

 

Acababa de cumplir los 40 años, y se respiraban aires de cambio en mi País. Y aunque seguía funcionando a pleno rendimiento "el negocio", había perdido aquella categoría que le deban los personajes que la visitaban. Entre los millonarios actuales había más zafiedad que calidad. Parecía que la mueva clase dominante pretendía ser más pura y sincera ante los ojos de los ciudadanos: pero era exactamente igual de falsa, ya que pretendían acceder al poder de forma distinta que sus antecesores: a través de la adulación, las promesas y las lisonjas, para instalarse en el mismo,

Me sucedió algo que jamás me había pasado: desear la compañía de un hombre que me quisiera de verdad. Es fácil entender que para mí, el sexo sólo lo veía como un negocio. Jamás tuve un orgasmo con mis clientes. Otro consejo de mi inolvidable Patrocinio.

 

Nunca te enamores de un hombre, ni tengas un orgasmo con nadie, porque será el principio de tu decadencia.

 

Pero la idea de enamorarme se arraigaba cada vez con más fuerza en mi pecho. Y me preguntaba:

-¿Habrá merecido la pena sacrificar el amor puro y desinteresado en aras de haber triunfado como profesional del mismo?

-¿Es qué el amor no significará nada para una mujer como yo?

Me sentía vacía de los contenidos que nunca necesité: los que llenan de gozo el alma y el corazón. Quizás porque los había perdido o dejados olvidados en algún lugar.

Todavía era muy hermosa, pero... ¿Qué hombre de esta sociedad machista, se iba a enamorar de verdad de una puta, por muy hermosa y rica que fuera?

-¿Y yo? Después de lo vivido, ¿podría creer en ese amor verdadero, exento de materialismo, y sólo vivir el uno para el otro?

Para conseguir saber si mis deseos se podrían realizar, decidí tomar un año sabático, y buscar fuera de mi entorno ese amor que me parecía imposible.

Cerré "la Casa" con la excusa de hacer reformas; y me fui a vivir a un país de Centro América, en donde se decía que aún moraba el romanticismo y la ternura.

Me instalé en un lugar en donde el mar y las palmeras eran los protagonistas; las personas, meros comparsas del paisaje que se dejaban seducir por el ambiente. Me encontraba tan a gusto, que hasta me olvidé de mi existencia anterior.

Me hallaba una tarde respirando la brisa del mar sentada en una terraza del Malecón tomando un refrescante mojito con la mirada perdida en la distancia; cuando una voz que provenía detrás de mí, dijo:

-¿Esperas que aparezca por el horizonte?

La voz sonó tan cerca de mis oídos, que no me cabía ninguna duda que se dirigía a mí.

Di la vuelta y allí estaba. Por un momento pensé decirle que a quien esperaba era a él.  Pero me pareció improcedente.

Era un varón de unos 35 años, pero no se notaba la diferencia de edad, ya que cualquiera que no nos conociera, habría calculado tener la misma, año más o menos. 

Estaba muy acostumbrada a tratar con hombres, pero éste me pareció un ángel; posiblemente porque iba todo de blanco; zapatos, camisa y pantalón, y también porque esa sonrisa jamás la había visto tan franca y clara en mi vida a ningún varón. Todas las sonrisas de los hombres que había tratado, me parecieron dengues.

De más de un metro ochenta de estatura; de cabellos como el azabache, ligeramente ondulados, ojos negros y profundos que reflejaban un interior sin duda lleno de grandes cualidades humanas. Y unos labios...   ...¡Ay que labios! Para beber y agotar todas las reservas de sus manantiales.

-No, no espero que aparezca nadie por lontananza, dije señalando el horizonte del mar, porque mucho me temo que alguna sirena le haya raptado. Repliqué con cierto desdén.

-Entonces es verdad que esperabas a alguien.

-La verdad, la verdad, lo que espero es un sueño.

-¿Por qué no buscas mejor una realidad? Esta Isla está llena de ellas.

¡Jolín con el mozo! Tiraba con bala. Pero me gustó su respuesta, porque lo hizo con tanta sutileza que no se podía ni se debían malinterpretar sus palabras.

-Los sueños nunca defraudan, a lo sumo se quiebran pero sin hacer daño físico. Las realidades si se rompen, pueden hacer mucho mal, le dije muy seria.

-¿No crees que es preferible vivir una realidad truncada, que un sueño imposible? Por aquello de que mientras duró fue maravilloso, y que el paso del tiempo todo lo remedia.  Me respondió también muy convencido de lo que decía.

-Hay heridas que deja el amor y que nunca se cierran, repliqué también más convencida si cabe.

-Pues no parece que a ti te haya herido.

Callé, no quería seguir divagando sobre algo que no conocía.

-Permite que me presente. Me llamo Raúl. A la vez que me ofrecía su mano.

-Yo Manuela. Manolita para los amigos.

Después de mantener una conversación trivial, quedamos por la noche para conocer la ciudad. Sentía algo que jamás había experimentado en mi vida: deseos de amar y ser amada. ¿Sería por el cambio de clima y de actitud?

Estaba en el hotel, y me vino a la mente algo que nunca se me había manifestado. Después de hacer un pipi, sentí irrefrenables deseos de tocarme. Miles de veces que me lavaba y jamás sentí la necesidad de hacerlo. Recuerdo masturbarme antes de salir del pueblo, pero nunca tuve ese deseo mientras ejercía la profesión.

Raúl vino a mi mente como un rayo de luz, y mientras me secaba, noté como el clítoris se hinchaba, y tuve que reprimir unas terribles ganas de acariciar mi cuerpo pensando cono lo rozaría él.

Cientos de hombres que pasaron por mi cama, y ninguno fue capaz de hacerme sentir esta excitación. ¿Cómo era posible que una imagen lo consiguiera? Me contuve, ya que estaba segura que esta noche haríamos el amor.

 También sentía los latidos de mi corazón. ¿Había vuelto a mí, el deseo de amar y ser amada sin pedir nada a cambio?

Pronto lo iba a comprobar; si de verdad sentía deseos de hacer el amor con Raúl, y concebirme como una doncella en sus brazos deseosa de entregar su alma y corazón en aras del amor, sería una de las cosas más maravillosas del mundo. 

 

Continuará

 

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