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ASEDIO SENSUAL (Capítulo 3): DENTRO DE LA CARAVANA

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Sin una palabra, Eva y Cobie se turnaron para ducharse en el baño compartido de la caravana. La que estaba dentro podía cerrar ambas puertas, asegurándose que la otra no entrase y aprovechara el momento de debilidad que suponía su desnudez. Ninguna pensó en algo tan aberrante, pero no estaban seguras de cómo actuaría la otra tras lo que había pasado en la escena que acababan de rodar.

Cobie terminó de ducharse, y salió a su camerino, donde tras secarse empezó a pensar qué ponerse. Eva se había lavado en primer lugar, por lo que ya debía estar preparada para lo que fuera que iba a pasar. La canadiense no supo qué ropa elegir, pues no estaba segura sobre la elección que Eva había hecho. Por un lado, pensó en ponerse ropa que abultara, para protegerse de los golpes que Eva lanzase sobre su cuerpo, aunque la mera idea le parecía estúpida: aparecer con varias capas en el camerino de Eva era casi humorístico, y poco valiente. Pero era igualmente estúpido aparecer con poca ropa y dejar que las uñas de su oponente se clavasen en su delicada piel.

- ¿Qué se habrá puesto ella? –murmuró para sí, pensando incluso en alguna manera de espiarla para lograr una respuesta. Además, empezaba a sentirse ansiosa, pues Eva debía de estar esperándola ya que ella era la que acababa de ducharse. No solo eso: el desafío lo había lanzado Eva, por lo que si quería mantener algo de iniciativa, ella misma debería ser la que diera el paso y entrase en la zona de su oponente para este duelo privado… ¿o no? Quizás lo mejor sería esperar a ver si Eva iba en serio respecto a su fanfarronada.

Dudando sobre su ropa, y dudando sobre quién debía tomar la iniciativa, Cobie siguió en una silla de su camerino, intentando aclararse, cuando una nueva pregunta llenó su cabeza.

“¿Qué clase de pelea vamos a tener para que no nos despidan mañana mismo?”.

Eva no podía creérselo, pero llevaba varios minutos en su camerino, envuelta en su toalla, sin saber qué hacer. Peor aún, un par de minutos antes, había dejado de oír el agua de la ducha. Cobie había terminado, y estaría esperándola. Incluso había oído el chasquido de la puerta del baño, por lo que tenía vía libre. Tras lanzar el desafío, realmente ansiaba abrir las dos puertas y encarar a esa engreída de Cobie, pero cuando se había calmado su burbujeante sangre, Eva había empezado a darse cuenta de que no podían liarse a puñetazos para resolver sus diferencias, o al día siguiente serían expulsadas de la película.

Y esa puta no vale un papel tan importante”, pensó.  Entonces, ¿cómo iban a resolverlo? “¿Una discusión…? No, demasiado suave. ¿Un pulso…? Bah, qué estupidez. ¿Unos empujones…? Es poco para mí, necesito más… mucho más…”

Todo lo que pensaba le parecía inocente, estúpido, suave o, sobre todo, insuficiente. Lo que realmente quería era destrozarla a golpes, pero al menos hasta que acabasen de rodar esta película, no podían ir tan lejos.

“Cuando termine el rodaje, la desafiaré a una pelea sin reglas, ella y yo a solas, hasta el final, pero ahora… ¿qué hago? Y esa zorra ni siquiera se atreve a venir aquí, así podría ver qué tiene en mente, y qué clase de ropa se ha…”

Sus pensamientos se interrumpieron al ver la ropa que la productora había puesto en su armario para las diversas escenas de la película. Entre todas las telas, algo atrajo la atención de sus bonitos ojos verdes.

- Bueno –dijo, tragando saliva con nerviosismo ante lo que iba a hacer-. Al fin y al cabo, nuestras diferencias vienen de ahí.

Cobie terminó de vestirse, y se colocó ante el espejo. Su corazón empezó a palpitar a mil por hora, pues la mujer apenas podía creerse lo que iba a hacer. Ahora que lo pensaba, le parecía estúpido e infantil. Pero su mente no había llegado a otra conclusión que no fuera la que se reflejaba en el espejo.

La canadiense miró su cuerpo de arriba a abajo, viendo más piel desnuda que tela. Se había puesto un sedoso sujetador violeta enmarcado con delicadas hiladas negras, y unas bragas oscuras, bastante pequeñas, cubiertas por un ligero pareo del mismo color. Sobre sus delgadas piernas, Cobie había ajustado unas medias negras lo bastante diáfanas como para mostrar su piel. La parte superior de las medias de nailon quedaban ocultas por el pareo que envolvía su cadera.

Cobie sacudió su melena, que había peinado a conciencia para darle un toque salvaje. Su rostro estala maquillado sutilmente, ocultando las escasas imperfecciones con delicadeza para no sobrecargar su belleza natural. Sus labios estaban pintados con igual fineza, con un tono levemente más rosado que el color natural de sus labios. Las pestañas de Cobie habían sido preparadas para parecer sensualmente largas, mientras sus ojos azules habían sido hábilmente perfilados.

Tomando aire, la bella actriz caminó sobre sus tacones oscuros hacia el baño que dividía los camerinos de ambas mujeres. Solamente dos puertas la separaban de su objetivo.

Al fin, Eva estaba lista para llevar a cabo su plan, aunque no sabía si Cobie se mofaría de ella al verla llegar así. Si así fuera, ella ya tenía pensadas algunas frases que podrían atraer a la otra canadiense al duelo que pretendía.

Diciéndose a sí misma que era la más sensual de esa caravana, Eva observó detalladamente su imagen en el espejo. Su sujetador negro cubría seductoramente sus pechos, enmarcándolos con su sedosa tela, mientras el pareo violeta que había escogido ocultaba de la vista sus finas bragas del mismo tono. Bajo su pareo, surgían sus bellas piernas cubiertas por medias semitransparentes y de tonalidad también violeta, para terminar en sus pies y sus tacones que hacían juego con todo su conjunto inferior.

Sintiéndose al mismo tiempo espectacular y nerviosa, Eva repasó su rostro, por si había alguna imperfección, de las pocas que tenía, sin ocultar bajo la fina capa de maquillaje. Sus ojos verdosos destacaban gracias a un elegante perfilado, y sus pestañas se veían más largas que nunca. Sus labios habían sido realzados con un suave toque rosado, y su cabello peinado una y otra vez hasta darle una pincelada indómita, como si fuera una bella mujer de la selva.

Incapaz de esperar más, Eva decidió por fin que debía moverse o su corazón estallaría en pedazos en cualquier momento. Sin saber qué esperar de su oponente, la actriz caminó hacia el baño, dispuesta a resolver sus diferencias con Cobie de una vez por todas.

Las dos puertas del baño se abrieron al unísono, y las dos sorprendidas féminas se quedaron anonadadas ante lo que veían. Increíblemente, ambas llegado a la misma decisión final sobre cómo iban a encararse esa noche.

Los ojos de las dos actrices recorrieron el otro cuerpo, deteniéndose en cada rincón llamativo de la rival… y había muchos. Bajo sus sujetadores, ambas intentaron medir por fin el tamaño de los otros orbes, pero no llegaron a ninguna conclusión. Siempre habían sabido que tanto sus tetas como las de la otra eran pequeñas, pero secretamente habían deseado tener alguna ventaja en este departamento, por ínfima que fuera. Los vientres se presentaban igualmente planos, con sensuales ombligos. Las curvas de la cintura y la cadera tampoco presentaban diferencia respecto a ángulos o feminidad. Las piernas de las dos hembras parecían idénticamente fuertes y largas, aunque las medias no dejaban una inspección más detenida. Respecto a sus rostros, ambas envidiaron el otro color de ojos, pero creyeron ser superiores en lo que las dos destacaban: lindeza, hermosura y exquisitez.

- Creía que íbamos a pelear, no a un desfile de lencería –Cobie rompió el silencio finalmente, con una medio sonrisa que aumentaba su atractivo.

- Lo mismo puedo decirte –respondió Eva, ladeando su cabeza levemente para contrarrestar el encanto de la sonrisa de Cobie con su propia feminidad-. ¿Acaso crees que no voy a hundir mis uñas en tu cuerpo porque hayas intentando ponerte sexy?

- ¿Intentado? –Cobie soltó una risa, antes de levantar su mano derecha y sacudir sensualmente su cabellera. Eva supo en ese momento que, como ella misma, su oponente se había perfumado-. Siempre he sido sexy. Y salta a la vista que lo soy ahora, y más que tú.

- Puedes seguir soñando –Eva colocó ambas manos en su espalda, un poco por encima de su trasero, y sacó algo de pecho, atrayendo momentáneamente la mirada azulada de Cobie-. Soy infinitamente más sexy que tú, como estás comprobando ahora mismo.

- Estás muerta de envidia.

- Tú eres la que está celosa.

- Me dieron el premio a mí, cariño –Cobie empezó a caminar hacia adelante, con ambas manos ahora en su cadera-, porque soy mejor actriz que tú, y porque soy la más atractiva de las dos.

- ¡Me importa una mierda ese premio! –se enojó Eva, casi perdiendo el control. Tomando aire para controlarse, caminó hacia Cobie, colocando sus manos también en su cadera, sobre el pareo-. Lo único que importa es que ambas sabemos que YO soy la mejor actriz, y que YO soy la más atractiva –las dos se detuvieron a escasos centímetros de la contrincante, con sus pechos a punto de tocarse-. Solo mira abajo si quieres ver un cuerpo mejor que el tuyo.

- Mira TÚ abajo si quieres saberlo –Cobie alzó su barbilla levemente, con orgullo.

- Retírate de esta película si quieres salir de una pieza de aquí, puta –amenazó Eva.

- No vas a ponerme un dedo encima, perra, porque no quieres perder este papel –replicó Cobie.

- Tampoco tú puedes tocarme –dijo Eva, perforando con su mirada los ojos claros de su rival-. Así que tenemos que encontrar otra manera de resolver esto.

- ¿Alguna idea, zorra?

- ¿La tienes tú, furcia?

La tensión entre las dos bellezas había alcanzado un altísimo nivel en ese momento. Primero habían pasado por años de envidias filtradas a través de la lejanía que suponía una pantalla de televisión. Después, meses atrás, esa rivalidad tan superficial había subido varios escalones tras la entrega de las Antenas, cuando Cobie había batido a Eva, casi de improviso, en su competición por ser coronada la mejor actriz de serie del año. La situación se recrudeció cuando las dos actrices supieron que la otra participaría en su misma película, y más aún cuando, dejándose llevar por la ira y el rencor, habían acabado a golpes delante de las cámaras, en una violenta pelea que había terminado en tablas. Todo ello había aumentado la tensión entre ambas hasta el momento actual, cuando se mostraban con toda su sensualidad a la rival, tan sensualmente maquilladas, peinadas y vestidas como podían estarlo en esta apartada caravana en mitad del desierto. Las dos envidiaban realmente la otra belleza, e incluso lo reconocían mentalmente en sus debates internos, por lo que estaban ciertamente enteradas de que el fondo de su rivalidad, lo que verdaderamente las enfrentaba, era saber quién de ellas era la más bella, la más sensual. Saber cuál de sus hermosuras era la más sugerente y la más poderosa. Un auténtico duelo de linduras, contrapuestas en igualdad de condiciones.

Casi un minuto pasó mientras Eva y Cobie siguieron mirándose a los ojos, sin saber qué hacer ahora. Estaba claro que no podían hacer lo que más deseaban, lo que sus instintos más básicos casi les pedían que hicieran: agarrar el otro sedoso cabello y descargar sus puños sobre el otro apuesto rostro, clavar sus uñas en la otra desnuda carne y patear el otro firme trasero. Pero si al día siguiente aparecían con una sola marca en sus bonitos cuerpos, serían inmediatamente despedidas del proyecto más grande de sus vidas, cortando de raíz sus carreras ascendentes.

Pero, ¿cómo podían dos mujeres resolver unas diferencias tan profundas sin un solo golpe?

- ¿Qué pasa, Cobie, me tienes miedo? –habló al fin Eva.

- Parece que tú me lo tienes, Eva –respondió Cobie.

Eva lanzó su mayor mirada de desprecio sobre los ojos azules de su rival, antes de mirar abajo para intentar sacar de sus casillas a Cobie con una mirada de asco a sus tetas. Sin embargo, Eva vio algo que no esperaba en una situación como la presente: a través del sujetador violeta de la otra actriz podía verse con total claridad la marca de sus dos pezones, plenamente tiesos. Su estudiada cara de repugnancia cambió a una de estupefacción, pero rápidamente enmascaró sus pensamientos con una mueca de desprecio, sabiendo que ésta era la oportunidad perfecta para desatascar la situación.

- ¿Te pongo cachonda, putita? –soltó, esperando que su disparo al aire diera de algún modo en el blanco.

- ¿De qué coño hablas, estúpida? –gruñó Cobie, sin saber qué quería decir su oponente.

- De tus pezones duros, tortillera –Eva hizo un gesto con la barbilla hacia el pecho de Cobie, y ésta bajó la mirada a sus propias tetas. Desde luego, no se sentía atraída por ninguna mujer, y menos aún por una vanidosa como Eva. Pero sin embargo, extrañamente, sus pezones estaban claramente tiesos, traspasando la tela fina de su sostén. Por instinto, la enrojecida Cobie miró los pechos de Eva, y descubrió que su acusadora sufría el mismo efecto en sus alargadas lanzas sexuales. Cobie alzó la mirada, sacando pecho con orgullo y sonriendo levemente.

- Mis pezones son así de largos de forma natural –mintió con engreimiento, antes de hacer un gesto hacia los orbes de su enemiga-. Pero, ¿qué me dices de ti, lesbiana?

Eva bajó la vista a sus propios pechos, y sintió que sus mejillas se ruborizaban levemente. Sus barras estaban endurecidas, e intentaban atravesar la prisión que era su sostén negro. No entendía cómo había pasado esto, pues en absoluto se sentía seducida por la desagradable Cobie o por cualquier otra fémina. Sin embargo, su cuerpo, por alguna extraña razón, había decidido endurecer sus pezones, como si fuera a necesitarlos contra la mujer que la encaraba irreverentemente.

- ¿Te asusta que mis pezones sean así de grandes, perra? –contraatacó Eva, intentando hacer pasar la dureza de sus ejes por su estado natural-. Te dije que era más atractiva que tú, y también hablaba de mis pezones.

- No son más largos que los míos –soltó repentinamente Cobie, sin pensarlo. Se avergonzó enseguida de sus palabras, pero decidió seguir por ese camino para ver la reacción de Eva. Quizás podía intimidarla sin ponerle un dedo encima-. Igual que mis pechos son más grandes que los tuyos.

- Debes de estar bromeando, puta arrogante –contestó Eva, mientras las dos canadienses se miraron atentamente las tetas-. Mis pechos son mucho más grandes que los tuyos, y mis pezones son los más largos aquí.

- Zorra barata –gruñó Cobie, empezando a perder los estribos ante la soberbia de su contrincante-. Sabes perfectamente que soy muy superior a ti en cada aspecto, especialmente si hablamos de nuestras tetas.

- ¡Cierra esa boca o tendré que cerrártela yo! –se enojó Eva. Su sangre hervía ante el intercambio verbal, lo que le llevó a dar un paso adelante a pesar de que no había ordenado esa maniobra a su cuerpo.

- ¡Ouh, furcia! –gruñó Cobie, mientras sus cuerpos chocaban pecho a pecho por el inesperado movimiento de Eva.  Actuando por instinto, las dos féminas enredaron sus dedos alrededor de los entonados bíceps desnudos de la rival y forcejearon una contra otra.

- ¡Sal del baño o te arrastraré hasta tu camerino! –gimió Eva, empujando con todo su cuerpo contra Cobie, que respondió con idéntica fuerza.

- ¡Sal tú si no quieres que te lance dentro del tuyo! – contradijo Cobie, gruñendo de esfuerzo.

Realmente, ni una ni otra tenía ningún interés en el baño, pero de alguna manera sus mentes intentaban justificar la pelea que acababan de empezar con una excusa poco creíble. En ese momento, las dos simplemente querían demostrarse a sí mismas y a la otra mujer quién era la más fuerte. Tras minutos de intensa discusión caliente sin salida, ambas estaban tan enardecidas que solo podían pensar en enseñar una lección a la otra canadiense.

Apretando los dientes y gruñendo insultos, Cobie y Eva se movieron a tropezones por el estrecho baño, chocando con la ducha, el retrete o las puertas. Apretando duramente los otros bíceps, ambas usaban sus torsos para empujar a la oponente, por lo que sus pechos cubiertos se aplastaban juntos, cara a cara. Cobie usaba sus largas piernas para propulsarse adelante, y Eva respondía con la fuerza idéntica de sus propias piernas.

Apenas podían creerlo, pero se habían conocido unas poquísimas horas antes, y ésta era ya su segunda lucha. Para dos mujeres tan pacíficas, desde luego esta situación era insólita, y chocante. Pero tras años aprovisionando sus cuerpos y sus mentes de combustibles como el resentimiento, el desprecio, el rencor, la envidia y la animadversión hacia la otra actriz, este explosivo encuentro parecía un accidente inevitable. Una de ellas iba a salir de este lugar como la hembra alfa, y ambas creían ciegamente en su superioridad.

- ¡Oh, cerda, deja de hacer eso! –gruñó Eva, repentinamente incómoda. Cobie no sabía a qué se refería su rival, aunque ella misma tenía sus propias quejas sobre la forma de combatir de Eva.

- ¡Deja tú de jugar sucio, cabrona! –jadeó, haciendo una mueca de desaprobación ante los movimientos de la otra fémina.

Nariz a nariz, las dos mujeres podían ver los gestos del otro rostro a través de los ojos de su oponente. Para ambas, era obvio que la otra estaba tan perturbada por el duelo como ella misma, y pronto se dieron cuenta de que las dos se sentían atosigadas por el mismo hecho: los duros y largos pezones de la adversaria, incluso a través de las telas de sus sujetadores, no dejaban de perforar sus propios pechos, arrastrándose por toda su superficie cuando alguna de ellas reajustaba su posición en el cercano cuerpo a cuerpo. De por sí, el aplastamiento de pechos estaba siendo engorroso, pero el sentir las dilatadas barras de la otra mujer contra sus propias tetas era algo que incomodaba a ambas, enrojeciéndolas por la suciedad del encuentro. Cobie y Eva solamente habían querido empujar a su oponente hasta su camerino en una reyerta casi juguetona de no ser por el odio mutuo que sentían, pero ahora el encaramiento adquiría un tono vicioso que desagradaba a las dos canadienses.

- ¡Aparta tus pezones de mí, puta!

- ¡Deja de tocarme con esas cosas, zorra!

A pesar de las exigencias que se hacían, ambas siguieron manteniendo sus pechos juntos, decididas a mantenerlos ahí hasta que la otra cediese primero. Eva y Cobie deseaban alejarse de un duelo de este tipo, pero tampoco querían apartarse ingenuamente para descubrir que la otra mantenía sus pezones al ataque o que usaba esa retirada como pretexto para acusarla de cobarde. Ansiaban destrozar a la otra con uñas, puños y rodillas, no frotar tetas y pezones como dos hembras en celo.

Cobie, viendo que Eva no abandonaba, decidió obligarla a ello. Aún no se explicaba porqué, sin estar excitada, sus pezones estaban al máximo de su longitud y dureza, pero entendió que eso le venía realmente bien en este momento, mientras las diferencias entre ella y Eva parecían estar resolviéndose con esas zonas erógenas.

“Si tanto le molestan mis pezones, sigamos molestándola”, pensó cruelmente. “Así dejará de clavarse esos jodidos punzones”.

Abriendo sus piernas, Cobie afianzó su posición, fijándose en el centro del baño. Sintiendo todo el peso del cuerpo de Eva sobre el suyo, mientras su rival intentaba empujarla atrás. Los dedos de Eva se clavaron más profundamente en sus brazos enrojecidos, y las tetas pequeñas de su enemiga se estrujaron firmemente sobre sus propios pechos. Cobie gimió ante la presión, pero siguió adelante con su táctica, comenzando a mover arriba y abajo sus firmes orbes. Eva jadeó, moviendo la cabeza con incomodidad al sentir el sucio ataque de los ejes largos de su enemiga. Cobie vio perturbación en los ojos verdes de Eva, y también duda. Esto cargó de viciosa energía su cuerpo, por lo que Cobie aumentó la presión de sus pechos sobre los senos de la otra actriz para acabar este embarazoso duelo de una vez por todas.

- Jodida lesbiana –masculló Eva, aplastando su nariz contra la de Cobie mientras lanzaba todo la repugnancia que sentía en ese momento sobre los ojos claros de la otra mujer. Sin embargo, Cobie respondió con su habitual y molesta medio sonrisa, curvando solamente la esquina derecha de sus labios rosados. Eva no pudo ver la boca de Cobie por la cercanía de sus rostros, pero el gesto engreído de sus ojos le hizo saber qué mueca usaba su rival en ese momento. Una enorme ira caliente recorrió todo su cuerpo. Eva logró canalizarla en sus dedos, clavando las uñas en los brazos de Cobie, que gruñó dolorida ante el inesperado aguijonazo.

“Si quiere jugar sucio, yo también lo haré”, pensó Eva, que sintió las uñas de Cobie clavarse en sus bíceps en venganza. “¡Oh, cuánto la odio!”.

Sintiéndose sucia, pero no queriendo ceder en ningún aspecto ante Cobie, Eva imitó el movimiento de los pequeños pechos de su contrincante con sus propias tetas, moviéndolas arriba y abajo para arrastrar sus duros pezones sobre los senos cubiertos de Cobie. Inmediatamente, los ojos de la otra actriz cambiaron su mensaje: de descarada prepotencia a sorpresa ultrajada. Bastante satisfecha con la ofensa que había entregado a Cobie, Eva insistió en la frotación de pechos sobre las otras tetas, mientras Cobie no cejaba en su agresión y mantenía toda la presión posible sobre el pecho rival. Extrañamente sincronizadas, las dos bellezas movieron sus pechos al unísono desde direcciones contrarias: mientras Cobie arrastraba sus pechos desde abajo hacia arriba, Eva empezaba su recorrido desde arriba hacia abajo. Entonces, una vez barrida toda la altura de los otros senos, las dos canadienses volvían a recorrer el mismo camino desde la dirección contraria.

Con las narices tan juntas que sus puntas se doblaban mutuamente de forma bastante molesta, y con los ojos verdes clavados en los ojos azules en un intercambio de desagradables mensajes que solamente las mujeres son capaces de trasmitirse con la mirada, Eva y Cobie continuaron su lento pero obstinado asalto. El peor momento para ambas era cuando sus cuatro pechos se encontraban a medio camino, pues era entonces cuando sus pezones chocaban, con la parte inferior de dos ejes luchando contra la parte superior de las otras dos barras. Por un lado, el mero contacto de los cuatro exaltados pezones provocaba una viciosa descarga eléctrica, cargada de repugnancia y de turbación, que hacía que ambas guerreras jadeasen y enrojecieran. Por otra parte, la dureza de las barras, que se resistían tozudamente a doblarse para dejar pasar a las otras armas puntiagudas, provocaba muecas angustiosas en los bellos rostros de las dos canadienses, que apenas podían creer que los pezones de la otra hembra fueran tan robustos. Sin embargo, tras uno o dos segundos de flexión mutua, los pezones de cada mujer terminaban por chasquearse más allá de los otros, siguiendo su recorrido ascendente o descendente por la carne cubierta de los pechos que se atrevían a oponerse a los propios.

- ¡Cómo te odio, Eva! –gruñó repentinamente Cobie, con una voz que parecía surgir de lo más profundo de su ser. Ahora se daba cuenta de que lo que antes había creído que era odio hacia su compatriota no había sido más que simple antipatía, o quizás incluso aborrecimiento. Pero lo que sentía justo en ese momento era realmente odio, y Cobie se abrazó a ese sentimiento para abastecerse de toda la viciosa energía que iba a necesitar para mantenerse firme y sobre todo entera en un duelo que estaba arrastrándola más y más hacia abajo en cada segundo que pasaba en él.

Eva fue incapaz de responder a la declaración de odio de Cobie, pues en esos momentos no era capaz de articular palabra alguna. Por supuesto, odiaba tanto a Cobie como Cobie la odiaba a ella. Esa engreída estaba frotándose teta a teta y pezón a pezón con ella… apenas podía creerlo. Y sin embargo, ella respondía a cada restriegue con su propia fricción, y a cada retorcimiento de pezón con su propia torcedura. Su cuerpo empezaba a sudar, y por lo que sentía en los bíceps, las manos y los pechos de su oponente, y por lo que veía en su frente y su nariz, Cobie también transpiraba tanto como ella. Los ojos azules de Cobie se torcían, entrecerraban y parpadeaban continuamente con claros síntomas de disgusto, inquietud, tormento y agobio, especialmente cuando ambas cruzaban pezones. Por supuesto, Eva sabía que sus ojos verdes revelaban los mismos sentimientos, aunque esperaba ser capaz de ocultarlos bajo una falsa frialdad. Nunca había estado antes en una situación similar a la actual, pero si había aprendido algo ya, era que la psicología era un arma más en un duelo femenino de tanta privacidad.

- ¿Qué piensas de mis tetas ahora, cariño? –logró decir Eva tras interiorizar y absorber gran parte de la viciosa suciedad del encuentro y convertirla en carácter. Quizás si sacaba de sus casillas a Cobie, ésta se echaría atrás de este indecente juego, y ella podría entonces declararse ganadora en la competición.

- Antes pensaba que mis tetas eran mejores que las tuyas, nena, pero ahora lo sé con seguridad –contraatacó verbalmente Cobie, intentando aparentar una seguridad que no sentía en absoluto, y tanteando el temperamento de su enemiga con una insolencia que sabía que molestaba a Eva. Sin embargo, si el ser llamada “nena” por su rival fastidió a su compatriota, ésta no lo mostró en sus ojos verdosos.

- Sigue soñando, Cobie –dijo Eva, mientras arrastraba sus pechos encajados bajo su sostén oscuro hacia arriba, a través de las tetas igualmente protegidas de su contrincante. Tuvo que callar momentáneamente mientras los cuatro pezones se enredaban en un corto duelo antes de seguir sus rutas contrarias-. Ambas sentimos que soy la más grande de las dos.

- Quizás ese sujetador con relleno que usas esté engañando a tus sentidos, pero no a los míos, Eva –replicó Cobie, iniciando el ascendente viaje de vuelta con sus tetas mientras su rival descendía a su eterno encuentro de pezones. Las dos féminas pusieron un poco más de esfuerzo en el choque de sus barras, pero el resultado fue idéntico: parecía que los sostenes evitaban que cualquiera de los duros ejes pudiera sacar alguna ventaja en cada disputa.

- Lo único que rellena mi sujetador son mis bonitas tetas, a diferencia de ese horrible sostén reforzado que te has puesto sobre tus peritas.

- Si yo tengo peritas, tú debes de tener cerezas podridas bajo esa fea tela.

Jadeando cada vez más, tanto por el tenso esfuerzo del desafío como por el caliente intercambio de palabras, Eva se preparó mentalmente para la fanfarronada que pretendía lanzar a Cobie. No sabía si la otra actriz aceptaría, y ni siquiera ella misma estaba segura de si quería que su reto fuera aceptado o rechazado. Pero desde el fondo de su acelerado corazón, creía que era hora de tomar la iniciativa.

- ¿Por qué no nos libramos de estos incómodos sujetadores y vemos quién tiene razón de las dos?

Tras su frase, Cobie se detuvo sus fricciones, y Eva la imitó. Las sudorosas tetas de Cobie quedaron algo por debajo de los pechos de Eva, por lo que cada respiración de la primera era sentida largamente por la segunda. No solo eso, sino que además ahora cada una era capaz, en el tenso silencio roto por los jadeos calientes de ambas mujeres, de sentir los rápidos latidos del otro corazón sobre su pecho derecho. En el pequeño baño la temperatura había subido varios grados, y era difícil de creer que ambas estuvieran en plena noche en mitad del desierto.

Los ojos claros de Cobie mostraban desprecio ante la pregunta de Eva, pero ésta detectó cierto temor en el fondo de sus pupilas, o quizás simplemente era lo que deseaba ver. El calor que desprendía el cuerpo de Cobie empezó a ser incómodo para Eva, pero sabía que no podía apartarse o Cobie podría demandar algún tipo de victoria sobre su propio cuerpo. Así que, mostrándose todo lo imperturbable que pudo, se mantuvo firme contra su amarga enemiga.

- ¿Realmente quieres hacer eso? –la voz de Cobie sonó trémula, por lo que tragó saliva para seguir hablando con mayor confianza-. Debes de estar muriéndote por ver mis tetas, nena.

- No tanto como tú por ver las mías, cobarde –respondió Eva instantáneamente, sin detenerse a pensar en lo que se estaba metiendo: había tomado una decisión, e iría hasta el final con ella.

- ¡No soy una cobarde! –gruñó Cobie, visiblemente enojada. Le dolió saber que sus dudas se habían reflejado en sus últimas palabras, por lo que decidió aceptar el reto de Eva inmediatamente para reforzar su posición-. Hagámoslo, y veamos de una vez por todas quién está mejor dotada.

Las dos bellezas castañas se miraron fijamente a los ojos, en un último intento de intimidar a la otra mujer antes de tener que desnudar sus pechos ante ella. Para ambas era un mal trago tener que hacer esto, pero Eva debía afrontar la responsabilidad de su propio desafío, y Cobie debía aceptarlo sin dudas para no ser aventajada por su enemiga.

Muy lentamente, las actrices separaron sus pechos, soltando los bíceps rivales. Los dedos de sus manos estaban doloridos y agarrotados, por los que los agitaron para recuperar la circulación, mientras sus brazos mostraban las marcas de los agarres sufridos durante los largos minutos del último duelo. Sin embargo, ninguna miró esos enrojecimientos, pues solo tenían ojos para la otra canadiense.

Mostrándose seguras en su exterior, la realidad es que ambas estaban realmente asustadas por lo que iba a pasar. Enseñar sus pechos a la otra era toda una prueba de temperamento, pero lo que más temían era que sus tetas resultasen ser más pequeñas que los senos de la otra joven, o que de algún modo sus pechos fueran menos atractivos o estuvieran más caídos. Por la similitud de complexión entre ambos cuerpos, toda diferencia sería notada enseguida por los ávidos ojos que observarían cada detalle de sus feminidades más redondas. Incluso se preguntaban quién de ellas tendría los pezones más largos, o las areolas más bonitas, especialmente tras el igualado encuentro de sus barras bajo los sujetadores. ¿Tendrían los otros pezones un color más llamativo que los suyos?

Tragando saliva, Cobie y Eva echaron atrás sus brazos, dispuestas a enseñar, con escasa convicción, sus bonitos atributos a la mujer que más odiaban en el mundo.

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