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ASEDIO SENSUAL (Capítulo 4): MEDIDAS CONTRAPUESTAS

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Cobie apenas podía creerlo, pero sus manos ya habían agarrado el corchete que, en su espalda, mantenía su sujetador adherido a su cuerpo. Con un solo movimiento de sus ágiles dedos largos, podía desnudar sus pechos ante Eva, la mujer que había rivalizado con ella durante tanto tiempo, incluso sin estar presente. Sus dedos temblaron de nerviosismo, pero Cobie mantuvo su mirada impasible para ocultar esa debilidad.

Un movimiento más, Cobie, y podrás enseñar a esa perra cuál es su sitio”, se dijo mentalmente, intentando armarse de valor para el último paso.

Frente a ella, a un metro de distancia, Eva aparecía igualmente fría, inalterable, aunque Cobie esperaba que fuera una fachada, al igual que ella misma. De hecho, así era, pues Eva sentía en esos momentos tal perturbación que creía que sería incapaz de desabrochar el broche que unía ambas tiras de su sostén negro. Pero no podía, desde luego, permitirse mostrar duda alguna ante una chica tan engreída como Cobie, pues nunca se lo perdonaría, y su enemiga nunca dejaría de recordárselo.

Vamos, Eva, demuestra a esa furcia que eres la mejor”, se animó, endureciendo el gesto antes de empezar a mover sus manos tras su espalda.

Un doble chasquido sonó en el angosto y ahora claustrofóbico baño, como los dos sedosos sujetadores se abrieron, y el simple sonido hizo que las pupilas de las dos actrices se agitasen casi imperceptiblemente con angustia y miedo. Ya no había vuelta atrás, por lo que ambas bellezas empezaron a mover sus manos hacia los finísimos tirantes de sus sostenes. Sus movimientos eran extremadamente lentos, pero no por una deliberada actitud sensual, sino por puro pánico escondido bajo una capa de suficiencia y seguridad que empezaba a resquebrajarse en sus ojos y en ocasionales temblores en los jugosos labios de ambas oponentes.

Los tirantes cayeron de sus hombros y, según bajaban las delicadas manos por el torso de las mujeres, fueron arrastrados en la misma dirección, mientras las copas que contenían los dos pares de pechos fueron cayendo hacia adelante. Los brillantes ojos de las rivales se clavaron en el otro escote, ávidos de carne. Una piel blanca empezó a asomar bajo la tela suave, y unas protuberancias de formas redondas y cargadas de sudor empezaron a ser aireadas. Las pupilas verdes y azules aumentaron su tamaño, no queriendo perderse ni un detalle. Ambas mujeres creyeron empezar a ver la rugosidad que anunciaba la aparición de las areolas de la rival, y apenas un segundo después éstas aparecieron, seguidas de unos dilatados y formidables pezones. Eva soltó un jadeo incontrolado, y Cobie se mordió el labio inferior con fuerza, casi haciéndolo sangrar. Apartando al fin los sujetadores de sus torsos superiores, las canadienses los dejaron caer al suelo, al tiempo que, a pesar de la agitación y de las dudas del momento, arquearon sus espaldas y tomaron aire para presentar sus tetas ante la oponente de la forma más impresionante posible.

El silencio se hizo dueño del baño, pues hasta las respiraciones de las dos jóvenes se apagaron, a pesar de que obviamente movían arriba y abajo los pequeños pechos desnudos. Incluso la noche exterior aparecía callada y atenta a lo que acontecía dentro de la caravana compartida por las dos Chicas Bond. Durante un tiempo indeterminado, que pudieron ser unos segundos o varios minutos, Cobie y Eva estudiaron con atención, milimétricamente, el otro pecho. En primer lugar compararon el tamaño de los otros orbes con los propios, intentando en vano sacar alguna conclusión sobre quién de ellas superaba a la rival en ese aspecto. Eva observó con desagrado que las tetas de Cobie no solo tenían unas dimensiones similares, o quizás idénticas, a las suyas, sino que también compartían la misma forma: unos pechos más bien cónicos, con forma de pera. La carne firme del pecho de Cobie descendía por su torso para terminar despuntando al final de sus senos, apuntando directamente hacia Eva con sus pezones puntiagudos… justo como los propios pechos de Eva.

Cobie se sentía idénticamente frustrada por la aparente igualdad en aspecto y volumen, por lo que buscó alguna diferencia que pudiera lanzar con orgullo sobre Eva. Ni una ni otra podía burlarse sobre la firmeza de los otros pechos, pues ambos pares estaban situados a la misma altura, y parecían parejos en firmeza, aunque este hecho era lógico: ambas eran aún jóvenes, y además sus tetas eran pequeñas, por lo que la gravedad no las afectaba del mismo modo que a otras féminas de atributos más exagerados.

Los ojos de las dos castañas decidieron fijarse, por lo tanto, en aquello que habían estado sintiendo en sus propias carnes minutos antes. Eva y Cobie miraron con detenimiento los pezones de su enemiga, asombrándose de su tiesura y grosor. Ambas habían notado durante su duelo de pechos que la otra hembra tenía unas barras realmente largas y duras, pero al observarlas ahora tragaron saliva, sin poder creer que habían soportado tantos barridos de esas monstruosidades en sus propias tetas sensibles.

Con disgusto, las dos mujeres se dieron cuenta de que incluso en ese aspecto, sus pechos se presentaban semejantes: los pezones de Cobie se veían tan largos como los de Eva, y los pezones de Eva se veían tan gruesos como los de Cobie. Incluso el color era prácticamente el mismo, con un oscuro tono castaño que se extendía por sus areolas, igualmente rugosas e igualmente pequeñas. De hecho, daba la impresión de que los pezones habían absorbido parte de sus areolas marrones para extenderse más, por lo que éstas parecían poca cosa junto a los largos ejes endurecidos. Alrededor de las areolas, un blanco lechoso envolvía la parte central de sus orbes, en una piel nunca tocaba por los rayos solares.

Sabiendo que este audaz movimiento de enseñarse los pechos había sido en vano, pues no había respondido ninguna de sus preguntas, las dos bellezas de castaña cabellera y ojos seductores permanecieron en silencio, sin saber qué decir. Apenas podían apartar la mirada de las otras tetas, aún buscando insistentemente algún defecto que pudieran usar contra la otra. A veces, intercambiaban una mirada tensa, celosa y frustrada, antes de regresar con sus ojos a la desnudez rival. Ambas sacaron algo más de pecho, intentando superar o intimidar a su contrincante de alguna manera.

Sabiendo que Eva había llevado la iniciativa en los últimos minutos, pues había sido ella la que la había desafiado a desnudar sus preciosos orbes, Cobie pensó rápidamente en alguna acción que hiciera que tomase las riendas del duelo privado. Aún creía que sus pechos eran mejores que los de Eva, aunque no sabía cómo podía probarlo, hasta que recordó algo que había visto en su camerino. Sin saber si estaba preparada para el eventual resultado de esa clase de competición que invadía ahora su inquieta mente, decidió lanzarse al vacío, pues sabía perfectamente que, desde hacía muchos minutos, no había marcha atrás en su rivalidad con esa puta de bonito rostro. Así, rompió el eterno silencio.

Sígueme si crees que tus pequeñas tetas con mejores que las mías –dijo con una seguridad que no sentía, antes de darle la espalda a Eva y caminar hacia su camerino.

Sin saber muy bien qué pretendía su rival, Eva observó con celos el contoneo sobre tacones de Cobie, incluso pudiendo percibir el movimiento de nalgas de su enemiga bajo el pareo negro que cubría su trasero. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que ambas habían elegido los mismos tonos de lencería, negro y violeta, pero en simetría distinta: ella misma vestía pareo, bragas, medias y tacones violetas mientras Cobie, en la misma selección de ropa, vestía en negro. Sin embargo, los sujetadores que ambas habían estado llevando eran del tono contrario: negro el de Eva y violeta el de Cobie.

Eva tomó aire, tomándose ese pensamiento como una nueva frustración al sentirse de nuevo tan parecida a su amarga rival. Entonces, siguió a su bella compatriota hasta su camerino, a la espera de un nuevo desafío que, fuera cual fuese, tenía que aceptar.

Aquí está –dijo Cobie tras abrir un cajón y meter la mano en él. Eva observó el perfil que le daba la otra castaña, midiendo de nuevo sus pechos con respecto los suyos, y turbándose ante el tamaño de los pezones de la mujer. Cobie sacó una cinta métrica y, encarando a Eva, se la mostró-. Con esto podremos saber la verdad.

Por una vez has tenido una buena idea –respondió fríamente Eva, mientras su corazón latía nuevamente desbocado. La cinta no mentiría, por lo que la posibilidad de ser batida por esta zorra empezó a ponerla nerviosa. Sin embargo, no podía demostrar ninguna duda en este extraño y sucio encuentro femenino-. Es hora de poner a esas tetillas enclenques tuyas en su sitio.

Si estás tan segura, ¿por qué no empezamos con tus pequeñeces? –la comisura derecha de los labios de Cobie se doblaron levemente en una sonrisa ladeada que Eva comenzaba realmente a odiar.

Adelante, puta –Eva extendió sus brazos, presentando su pecho a Cobie. Enderezando la espalda, tomó aire disimuladamente, inflando sus orbes todo lo posible. Limpia o suciamente, tenía que ganar esta obscena comparación-. Son todo tuyas.

No querrías que eso fuese así –susurró Cobie, acercándose a su contrincante. Eva no entendió qué quería decir su rival, pero el tono vicioso que había escapado de entre los sugerentes labios de Cobie hizo que una descarga eléctrica recorría toda su espina dorsal. Incluso notó palpitaciones en sus pezones, como si se endurecieran aún más… algo que no era posible.

Cobie extendió la cinta, acercándola a los pechos de Eva, aún preguntándose de dónde había surgido su última frase. Era como si otra persona, otra Cobie, la hubiera pronunciado, la misma Cobie que tenía sus pezones más extendidos y duros que nunca antes, sin sentirse en absoluto atraída por la persona que la encaraba. Intentando olvidarlo, se centró en su tarea, colocando la cinta métrica alrededor del torso de Eva. Cobie procuró evitar tocar, o siquiera rozar, los pechos de su oponente. Cuando pasó la cinta por encima de los asombrosos pezones de Eva, ambas mujeres jadearon levemente. Por alguna razón, esa Cobie excitada empezaba a tomar el control, y toda la sensualidad que aunaban las dos bellas hembras empezaba a envenenarla.

Eva, al sentir la fría cinta alrededor suyo y sobre sus tetas, sacó aún más pecho, deseando momentáneamente romperla para sobrecoger a Cobie. Ésta, por su parte, apretó la cinta todo lo posible contra la carne delicada de Eva, intentando reducir la cifra final de la medida.

87 centímetros –dijo Cobie con voz neutra. Ella sabía que su medida debía ser similar, pero lo importante era la siguiente medición. Bajando la cinta bajo el pecho desnudo de Eva, midió el contorno del torso de su expectante rival. Así, con una simple resta, podría saber cómo de grande era realmente el pecho de Eva-. 74 centímetros, por lo que tus patéticas tetas agregan SOLO 13 centímetros a tu torso.

¡Dame eso! –Eva arrancó la cinta de las manos de Cobie de un tirón, ansiosa por responder a los insultos y desprecios de la otra mujer con datos. Además, la simple sensación de tener los largos dedos de Cobie tan cerca de sus tetas desnudas había provocado temblores por todo su cuerpo, y eso era algo que no soportaba: saber que, de repente, la simple cercanía de su más odiada enemiga podía provocar en su cuerpo reacciones tan calientes y tan poco deseadas-. Veamos si tus tetas agregan un solo centímetro a tu lamentable cuerpo –la cinta rodeó el pecho de Cobie, pasando por encima de sus pezones marrones. Con ambas sintiendo un inexplicable calor interior, observaron detenidamente los números de la cinta. Como antes, ambas intentaron adulterar el resultado, con Cobie sacando pecho y Eva apretando todo lo posible la cinta métrica contra la carne firme de Cobie-. 85 centímetros y medio –dijo Eva, sintiendo cierto orgullo.

Lo importante es el resultado final, perra –gruñó Cobie, enojada por la medición. Sin embargo, sus palabras decían la verdad: el tamaño del pecho iba a depender de la última cifra, no de la primera. Eva, ignorándola, y ansiosa por saber cuánto le medían las tetas a su compatriota, bajó la cinta y midió el contorno del torso de Cobie bajo sus orbes. Las dos actrices ya habían hecho rápidos cálculos para saber qué medidas daban la victoria a una y cuáles a otra.

73 centímetros… -Eva sonrió, apartando la cinta métrica del cuerpo de Cobie e irguiéndose orgullosa-. Tus pequeñeces SOLO agregan 12 centímetros y medio a tu torso… furcia.

Jodida zorra –la voz de Cobie, aún controlada, sonaba tremendamente enojada-. Sé que has sacado pecho, y que has apretado la cinta contra mis tetas más de la cuenta. Eres una tramposa…

Tú eres la que ha hinchado las tetas tomando aire antes de medirte, y la que ha estrujado esta jodida cintra contra mis pechos para intentar aplanarlos –replicó Eva, también furiosa pero manteniéndose bajo control-. Si no, te habría batido por mucho más.

Es difícil aplanar más esas tortillas apestosas que te cuelgan del pecho –insultó Cobie, mirando con auténtico asco los orbes firmes de Eva.

Quizás, pero siguen siendo más grandes que tus débiles galletitas de feos pezones –gruñó Eva, devolviendo la mirada de repugnancia sobre los senos de su rival.

¡Mira quién habla de pezones feos! –Cobie no apartó la vista del pecho desnudo de Eva, mirando atentamente los ejes marrones de ésta-. ¡Feos y, por lo que sentí antes, endebles!

¡Ni son endebles, furcia, ni son feos! –Eva miró las barras duras de Cobie, recordando su anterior duelo de pechos con sostenes-. ¡Y, por lo que sentí y por lo que ahora veo, los míos son más grandes que los tuyos, al igual que mis tetas!

¡Bien! ¿Por qué no los medimos, cerda, si tienes ovarios para eso? –desafió Cobie, ansiosa por devolver a Eva la humillación que acababa de sentir al saber que sus pechos eran ligeramente menores que los orbes de su contrincante.

¡Perfecto! –dijo Eva, cargada de confianza tras su última victoria-. ¡Te enseñaré que mis pezones, en estado natural, son más largos que tus barras cachondas!

¡Mis barras son las que están en su estado natural, mientras que tus sobreexcitados ejes ni siquiera alcanzan mi longitud! –gruñó Cobie.

¡Vamos a verlo, engreída! –Eva, aún con la cinta, la acercó temblorosamente al pecho izquierdo de Cobie, buscando su pezón. Se sintió enrojecer al estar tan cerca del eje marrón de su rival, pero se concentró en la medición, intentando apartar todo el halo de sensualidad que rodeaba ahora a las dos bellas actrices. Con cuidado de no tocar su pezón, Eva acercó la cinta todo lo que pudo. Tras medir el eje, hizo lo mismo con el otro-. 13 milímetros en ambas barritas, perra.

Mide mi grosor también, puta –dijo Cobie. Estaba tan asombrada por el tamaño y el espesor de sus pezones, que creyó que podría vencer a Eva en ambos aspectos. Desde luego, nunca antes sus pezones habían estado tan largos, ni tan gordos.

9 milímetros, prostituta –contestó Eva tras medir ambas barras.

Mi turno, furcia barata –Cobie cogió la cinta de entre los dedos de Eva y, tomando aire, se acercó a las formidables armas de su enemiga. Primero midió el grosor de ambas, pues estaba segura de que batiría a esta ególatra en esa medición―9  milímetros –dijo con decepción, pasando a medir la longitud de los pezones de la otra canadiense. Con una sonrisa de oreja a oreja, leyó el resultado de ambos ejes-. 12 milímetros… perdedora.

¡Lo has medido mal a conciencia! –se quejó Eva, mientras Cobie se erguía con orgullo-. ¡Los míos son más largos, más gruesos y más atractivos que los tuyos!

¡De eso nada! ¡Sabía que era mejor que tú, y lo acabo de demostrar!

¡Cierra tu bocaza, embustera! –estalló Eva, incapaz de aguantar más la tensión acumulada durante toda la noche. Tantas comparaciones, mediciones, mofas provocaciones, insultos y desafíos habían formado un calor en su cuerpo que tenía que estallar por algún lado.

Así, la canadiense levantó las manos para empujar a su compatriota, pero ésta, tan tensa como ella misma, estaba preparada, por lo que interceptó ambas manos en el aire. El movimiento contrario de las dos hembras provocó que ambas chocasen cuerpo a cuerpo, pecho a pecho. Con un grito de sorpresa y asco, se empujaron para separarse, llevándose ambas manos sobre sus ultrajadas tetas desnudas.

De nuevo, el silencio se adueñó de la caravana, roto solamente por los jadeos pesados de las dos bellezas. Se miraron a los ojos, con las bocas abiertas con desconcierto, incapaces de creer lo que acababa de pasar. Ya había sido muy sucio, muy repugnante, frotar juntas sus tetas cubiertas por sus sostenes. Pero sentir la otra carne firme sobre sus sensibles pechos… eso ERA algo muy distinto.

No vuelvas a tocarme con esas cosas asquerosas –dijo Cobie con voz temblorosa. Eva notó que las pupilas de su rival se agitaban, y que un velo de lágrimas humedecía ahora los bellos ojos de la mujer.

No me digas lo que no puedo hacer –respondió Eva, tan afectada por el contacto desnudo como Cobie. Todo su cuerpo temblaba, y notaba en su visión cierto empañamiento, como si fuera a llorar de un momento a otro. Sus labios, presas de la rabia y de la frustración, empezaron a vibrar mientras siguió hablando-. Pero si vuelves a poner esas mierdas contra mí, voy a arrancártelas.

No si YO te las arranco antes, jodida furcia pretenciosa –Cobie sintió una oleada de caliente cólera recorrer su cuerpo, instalándose sobre todo en el fondo de su vientre. Deseaba saltar sobre esa puta y poner sus dedos sobre su pequeño cuello-. Siempre he sido mejor que tú. Lo soy ahora, y siempre lo seré.

No te compares conmigo, zorra barata, porque si sigues haciéndolo, tendré que destrozarte aquí y ahora para que sepas de una maldita vez que soy mucho más mujer de lo que TÚ jamás serás –los pies de Eva se movieron levemente adelante, y la chica apenas pudo contener sus ganas de saltar sobre su arrogante rival y humillarla con uñas y dientes.

No te atreverás a perder tu carrera.

Tú tampoco te atreverás.

Jadeando irregularmente, las mujeres no pudieron seguir hablando. Un velo de lágrimas y sangre empezaba a cubrir sus miradas. En cuestión de segundos, sus mentes serían totalmente animales, y nada podría interponerse entre la furia y la rabia de dos hembras hambrientas de destrucción y celosas de la otra feminidad. Eva sintió que le empezaba a doler la cabeza, y sabía que se debía a la necesidad de soltar todo lo que se estaba guardando. Si no, su corazón saldría disparado por su boca de un momento a otro. Levantó lentamente sus manos, convertidas en garras, y Cobie la imitó. Los ojos verdes de Eva se vieron atraídos entonces hacia los bamboleantes pechos de Cobie, que se movían arriba y abajo, desnudos ante ella. Y, de repente, supo cómo aplacar su ansia de sangre, supo cómo humillar a esta fanfarrona, supo cómo patear el trasero de su archienemiga sin perder su trabajo… supo cómo conseguir, con una sola batalla, todo lo que había deseado desde la primera vez que vio a Cobie en televisión. Ambas habían rivalizado por ver quién de ellas era la más atractiva, la más sensual y la más linda de las dos. Ese camino ya lo habían empezado a caminar en el baño, poco antes, pero ahora el asalto sería total, sin más protección que sus suaves pieles desnudas, sin más munición que sus sensibles carnes firmes, sin más armas que sus largas lanzas endurecidas, sin más estrategia que mantener centrada su mente y enérgica su determinación.

Era hora de entrar en un campo minado y desconocido, desde donde solamente una de las dos regresaría con la bandera de la victoria, ondeando ante sí misma y ante su orgullosa feminidad la conquista realizada.

Cuando Eva empezó a abrir la boca para lanzar su obsceno, lujurioso y malicioso desafío, sus ojos verdes se cruzaron con la fija mirada azul de Cobie, y supo que su oponente había llegado a su misma conclusión. Así pues, este desgarrador combate enfrentaría a dos mujeres decididas a hacerlo, y dispuestas a ir hasta el final si con ello se convertían en la dominadora, en la conquistadora, en la reina, en la mejor mujer.

Las tuyas contra las mías –susurraron al unísono, con una sola voz.

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