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ASEDIO SENSUAL (Capítulo 5): GRITOS NOCTURNOS

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Sin una palabra más, Cobie y Eva caminaron adelante, al fin resueltas al duelo sobre el que sus mentes habían estado dudando tanto. Superados los prejuicios, las dos bellezas castañas fijaron su mirada en la otra, sin detener sus tacones.

Entonces, sus pechos se tocaron, carne a carne, pezón a pezón… y una descarga eléctrica fue sentida entre las cuatro puntas de los ejes marrones. Nunca antes en todas sus vidas, tan llenas de encuentros sexuales con hombres, habían sentido algo ni siquiera cercano al intenso chispazo vicioso que estalló entre sus pezones.

Sin poder evitarlo, las dos gritaron terriblemente, abriendo sus bocas y expulsando gran parte de la tensión acumulada durante todo ese insólito día. Sobre sus tacones, se tambalearon torpemente hacia atrás. La espalda de Eva chocó contra la pared que daba al baño, y Cobie logró evitar su caída sosteniéndose al armario. Aún gimiendo audiblemente, las dos jóvenes intentaron calmarse, sintiendo restos de la tremenda descarga en varias partes de sus abrumados cuerpos delgados. Cobie vio dos lágrimas recorrer el bello rostro de Eva, mientras sentía que otras dos frías gotas cruzaban su propia cara, antes de caer al suelo.

Fuera de la caravana hubo algunos ruidos, como si el grito doble hubiera despertado a algunos miembros del equipo. Las actrices intentaron calmar sus jadeos, tapándose la boca y cerrando los ojos, como si el dejar de ver a la otra pudiera ayudarlas a tranquilizarse. Los ruidos fueron apagándose, y pronto volvió a reinar el silencio de la noche del desierto.

Lentamente, las dos abrieron sus sollozantes ojos, y soltaron un quedo gemido al volver a ver a la otra. Toda la seguridad en ellas mismas se había esfumado de repente, pero al mismo tiempo el deseo de batirse en duelo privado y sucio con la rival se elevó a niveles que sus cuerpos apenas podían contener.

- Si vas a gritar como una niña, será mejor que busquemos un lugar más… solitario –dijo Cobie cuando al fin pudo volver a modular su voz.

- Has gritado tanto como yo, así que busquemos ese sitio para acabar esto –respondió Eva, ansiosa por volver a tocarse de ese modo con su enemiga. Cobie abrió su armario, sacando una larga chaqueta parda. Arrojándosela a Eva, cogió otra similar pero de tonos grises. Las dos se pusieron las cálidas prendas sobre sus torsos desnudos, antes de salir de la caravana. Como era complicado caminar con tacones en el desierto, ambas se descalzaron, sosteniendo sus zapatos con una mano y usando la otra para cerrar la chaqueta sobre sus cuerpos, repentinamente helados por el frío del desierto. Pisando la arena con sus medias, violetas las de Eva y negras las de Cobie, las dos amazonas cruzaron el estudio al aire libre hasta llegar al puesto del guardia. El hombre estaba sentado frente un pequeño televisor de mala imagen, dentro de la pequeña estructura de madera, dando cabezadas. Sigilosamente Cobie, que parecía haber tomado ahora la iniciativa en esta aventura nocturna, alargó su delicada mano y cogió una de las llaves de la mesa, sin que el guardia se enterase. Entonces caminó en silencio hasta el otro lado del campamento, donde había varios vehículos que usarían durante el rodaje. Mirando la llave, Cobie supo que debía buscar un Volkswagen.

Puedes llevar la iniciativa ahora, puta, que yo la llevaré cuando las pongamos juntas de nuevo”, pensó Eva, siguiendo a Cobie que, tras probar la llave en algunos coches, encontró el que buscaba.

- Sube –dijo simplemente Cobie, entrando en el coche para conducirlo. Eva se acercó a la puerta del copiloto, pero algo llamó su atención. Cobie se extrañó al verla desaparecer durante unos segundos, pero Eva regresó enseguida, cargada con algo. Entonces, el silencioso motor del caro automóvil alemán se puso en marcha.

Allá vamos”, se dijo mentalmente Cobie, antes de salir del aparcamiento. Alejándose del lugar por el lado contrario que el adormilado guardia supuestamente vigilaba, la mujer condujo el coche hacia la profunda noche y arenosa del desierto, con la mujer que más odiaba en el mundo sentada a su lado.

El silencioso coche se detuvo tras unos diez minutos de conducción. Sabiendo que estaban lo bastante alejadas, las dos guapas actrices se bajaron del vehículo, con Cobie dejando las luces encendidas para alumbrar el sitio. Eva también había pensado en ello, como había visto Cobie cuando ésta se montó en el coche con cuatro de las largas antorchas que habían usado ese día en el rodaje. En silencio, las dos castañas clavaron frente al vehículo las antorchas, que medían algo más de metro y medio de alto. Formando un círculo con ellas, las prendieron con las yescas que Eva también había recogido. Así, en medio del desierto, ambas tendrían su propia arena de combate, iluminada por la luz artificial del coche y por las sugerentes y calientes llamas de las antorchas, que alejaban algo el frío nocturno.

Todo el tiempo, desde que se montaron en el automóvil hasta que terminaron de encender las antorchas, las féminas estuvieron en tenso silencio. No sabían qué ocurriría en la soledad de la noche, a solas con su peor enemiga, sin que nadie pudiera detenerlas en lo que quisieran hacerse una a otra. Este pensamiento las atemorizaba, pero también las excitaba. Un duelo totalmente privado, mujer a mujer, con la persona más odiada en la faz de la Tierra.

Girándose tras encender las últimas antorchas, las bellezas soltaron las yescas y se acercaron al centro del círculo, cuyo diámetro no era mayor de cinco metros. Tampoco necesitaban más, pues el duelo que tenían pensado llevar a cabo no requeriría más espacio que el que ocupaban sus dos cuerpos juntos, o incluso menos.

Impasibles, Cobie y Eva se detuvieron a escasos centímetros de la rival, mirándose fijamente a los ojos. Lentamente, se quitaron las chaquetas, lanzándolas a un lado. Sus pechos blancos brillaron bajo la luz contoneante de las antorchas, como volvieron a encararse solamente vestidas con sus pareos, sus medias y las bragas aún ocultas de la otra mirada. Esta vez los tacones se quedaron en el coche.

Cobie bajó la mirada a las tetas de Eva sin mover la cabeza. No sabía si era el efecto de la trémula luz, pero los pezones de su enemiga parecían incluso más grandes y peligrosos que antes. Mirando su propio pecho, observó que la impresión era la misma respecto a sus barras marrones. No sabía si las armas de ambas habían crecido o era un efecto óptico, pero sí que tenía claro que si ella había logrado mantener ese milímetro de ventaja sobre los pezones de Eva, tendría cierta ventaja en lo que iba a suceder enseguida.

Eva también observaba los pechos de Cobie, y sus pezones y areolas. Le parecía que las cuatro barras habían crecido, y endurecido, aunque no estaba segura de ello. Fuera como fuese, seguramente iba a enfrentarse a unos pezones más largos, aunque la diferencia era tan nimia que no creía que su oponente fuera a tener ventaja alguna. Además, siempre podía usar sus pechos levemente mayores para contrarrestarla, intentando abrumarla carne a carne. Aún recordaba la eléctrica sensación que la hizo gritar con angustia, pero Eva se aferraba al hecho de que Cobie había gritado tanto como ella. Se convenció mentalmente que ella tenía las mejores tetas, y se preparó para el contacto inminente. Entonces, se dio cuenta de algo.

- Estás temblando, puta –dijo Eva. En efecto, el cuerpo de Cobie temblaba levemente, aunque no sabía si era a causa del frío o del nerviosismo, o de ambas cosas.

- Tú también, zorra –replicó Cobie, y Eva supo que era cierto.

- Bien, ambas estamos temblando, cariño, pero la pregunta es… ¿quién va a gritar más?

- Acércate, nena, y descúbrelo, si tienes ovarios…

Muy lentamente, las chicas echaron adelante sus torsos, apretando los dientes ante el electrizante contacto que sabían que iba a estallar entre ambos pechos. Con cierto temor, bajaron sus miradas hacia los otros pezones, que parecían más terribles que nunca. Sus movimientos fueron frenándose, como si ninguna quisiera llegar realmente al peligroso contacto, hasta que, tomando aire, ambas decidieron a la vez que la mejor forma de entrar en el agua más ingrata era tirándose de cabeza, sin pensárselo dos veces.

Así, embistieron duramente a la vez. De nuevo, el choque de pechos conectó los dos pares de duros pezones marrones, y un chispazo, aún más profundo y demoledor que el primero, explotó entre sus cuerpos en contacto. Las cabezas fueron impulsadas hacia atrás, y las féminas chillaron agudamente al cielo estrellado del desierto. Simultáneamente, los brazos de Eva y de Cobie rodearon el otro cuerpo, abrazándose juntas para resistir la poderosa tentación de separar sus electrocutados pechos y para obligar a la otra mujer a mantenerse pecho a pecho con ella a pesar de las atroces consecuencias. Las manos derechas se hundieron en el otro sedoso cabello castaño, mientras sus zurdas clavaban sus uñas en la baja espalda de la rival, a la altura de la cintura.

Dejándose llevar, las actrices comenzaron inmediatamente a mover sus torsos arriba y abajo, a derecha y a izquierda, desde todas las diagonales y todos los ángulos posibles, de forma violenta y caótica. Sus pechos se frotaron ásperamente juntos, arrastrando pezones desde todas las direcciones. Sin dejar de gritar, las mujeres bajaron sus rostros, cubiertos de lágrimas que fluían desde sus ojos cerrados, y trajeron sus narices juntas, gritándose a la cara, con sus bocas separadas por unos pocos centímetros. Sus manos se aferraron aún más al otro pelo mientras sintieron el cálido aliento de la otra, antes de, con un tirón mutuo, traer la otra cabeza sobre su propio hombro izquierdo. De este modo, sus cuerpo se encajaron de mejor manera, y la apasionada e impulsiva pelea de pechos aplastados aumentó su intensidad.

Las irresistibles sensaciones que recorrían sus cuerpos y que provocaban que aún siguieran llenando la noche con su primer grito iban más allá del simple dolor físico. Por supuesto, sus pechos pequeños eran realmente sensibles, y el hecho de amasarlos y restregarlos contra las tetas de duros pezones de la otra causaba un tremendo dolor en sus queridos orbes. Pero además de ello, las dos se sentían repugnantemente ultrajadas, odiosamente violadas, suciamente marcadas. Que la otra mujer, en lugar de admitir que ella era la más linda y sensual de las dos, la hubiera arrastrado a un duelo tan repulsivo y tan indecente como éste llenaba ambos jóvenes cuerpos firmes de frustración, rivalidad e incluso ansiedad. También de algo indescriptiblemente caliente y hasta erótico, aunque ninguna sentía atracción alguna por la bella rival, ni física ni mentalmente. Pero había algo oculto en las profundidades de ambas hembras, algo que aún no eran capaces de definir. Y ese algo les decía que ésta era la manera correcta, aunque indecorosa, de saber si Eva era la mejor mujer de las dos, o si por el contrario lo era Cobie.

El grito empezó a apagarse, siendo sustituido por chillidos menores pero más agudos, y por calientes jadeos de esfuerzo o angustia. Las dos deseaban insultar a la otra, burlarse de sus gritos y de sus gemidos, contarle a cuántas lágrimas sentían caer sobre sus hombros, decirle todo lo que iban a sufrir y cuánto mejores eran sus pechos y sus pezones. Pero eran incapaces de articular palabra alguna.

Las fricciones de pechos empezaron a intercalarse con golpes directos, carne contra carne, aunque nunca ninguna de las dos bellezas separó demasiado sus tetas, casi como si estuvieran soldadas unas a otras tras el primer choque. Los pezones comandaban el duelo, marcando pechos con largos rastros, o perforándolos con precisión quirúrgica. Pero cuando peor lo pasaban ambas mujeres era cuando dos o cuatro pezones se encontraban en alguna parte bajo la densa masa de carne de teta. Entonces, volvían a gritar con fuerza, a derramar lágrimas más espesas, y sus cuerpos temblaban como si fueran sobrepasados por la fuerza energética del encuentro de ejes.

Fue durante una de estas colisiones cuando las rodillas de ambas actrices, que habían estado convulsionándose incluso antes de que los pechos de las rivales se tocasen, terminaron por ceder a la presión y se doblaron, faltas de fuerza. Cayendo de rodillas sobre la arena, Cobie y Eva supieron que su propio vigor estaba cerca de la extenuación, y que lo mismo ocurría con el tembloroso cuerpo de la rival. Tras una larga noche comparándose, insultándose, ridiculizándose y compitiendo por ver quién de ellas era la mejor, y tras todas las complicaciones de tener que robar un coche y unas antorchas, tener que recorrer varios kilómetros y tener montar una arena para su duelo personal, todo parecía que iba a terminar tras un combate de pechos que aún no había alcanzado el segundo minuto del combate, aunque ambas sentían que llevaban horas con las tetas aplastadas juntas.

Desde su nueva posición, y sabiendo que el fin estaba cerca, las dos bellezas se irguieron sobre sus rodillas, trayendo en contacto la totalidad de sus cuerpos, o al menos la que tenían disponible. Desde sus rodillas hasta sus cabezas, juntas mejilla a mejilla, Eva y Cobie estrujaron el otro cuerpo entre sus brazos, manteniendo ahora, con sensual simpleza, sus tetas juntas cara a cara hasta que una de las dos no pudiera tomarlo más y se retirase del contacto. Las dos sentían la dolorosa punzada de los otros pezones, clavados en sus pechos aunque sin batallar directamente. Sentían sus vientres planos pegarse como lapas, con sus ombligos absorbiéndose mutuamente. Sentían sus pareos, mojados por el sudor que derramaban sus cuerpos, casi luchando tela a tela, apoyados por unas caderas, unos huesos púbicos y unos muslos ocultos que pedían ser traídos a una reyerta más directa entre ellos. Sentían la suavidad de las otras medias, susurrándose con ligeras voces de nailon, y bajo ellas sentían dos pares de piernas tan suaves como las propias medias. Sentían la respiración caliente de la otra sobre su oreja izquierda, el pegajoso ardor de la mejilla rival contra la propia, y los largos dedos hundidos en su larga melena de seda parda. Sentían unas uñas clavarse en su espalda más baja, cerca de sus firmes traseros cubiertos.

Pero, sobre todo, sentían una agonía general, cargada de debilidad, que iba adueñándose de sus cuerpos delgados. Apretando los dientes y los ojos, usaron sus brazos para un estrujón definitivo, que debía resolver de una maldita vez quién ganaba este atroz encuentro de cuerpos. Los gemidos escaparon de entre sus blancos dientes cerrados, mientras sus ojos aún lloraban.

Cobie supo que no podía más y, aunque ordenó a su cuerpo mantener la presión, éste no le respondió. Con un gemido de derrota, abrió sus brazos. Al mismo tiempo, y sorprendentemente, Eva dejó de abrazarla, y las dos rivales cayeron de espaldas sobre la arena del desierto. Jadeando y gimiendo, movieron sus brazos y piernas como peces fuera del agua, llenándose toda la parte posterior de sus cuerpos con fría arena.

Un segundo más… SOLO un segundo más”, pensaban, sabiendo lo cerca que habían estado de imponerse en el agónico duelo de pechos. Increíblemente, se habían soltado a la vez, incapaces de mantener el excitado contacto apretado entre sus tetas.

- Puta –masculló Cobie, llevándose una mano a la frente. La tenía caliente, como si sufriese algún tipo de fiebre.

- Zorra –gimió Eva, secándose las lágrimas de sus ruborizadas mejillas.

Entonces, exhaustas, las castañas empezaron a masajearse los pechos. El simple tacto de sus yemas suaves hacía que gimieran lastimosamente, especialmente cuando rozaban sus endurecidos pezones, que parecían haber entrado en un estado de éxtasis permanente esa noche.

Sacando fuerzas de flaqueza, las dos mujeres intentaron vencer al sueño que comenzaba a invadirlas. Tenían responsabilidades al día siguiente, pero realmente ANSIABAN terminar lo que habían empezado. Tampoco querían sugerir a la otra que esta noche se saldase con un empate para no parecer que se estaban echando atrás. Pero la morriña tras la intensísima pero corta reyerta y el agudo dolor de pechos hablaban en la dirección más conservadora.

¿Seguirían compitiendo esa noche, o aplazarían su rivalidad para otro momento?

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